Claridades. Revista de filosofía
Número 13/1 – Año 2021
Asociación para la promoción de la Filosofía
y la Cultura en Málaga (FICUM)
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© Asociación para la promoción de la filosofía y la cultura en Málaga (FICUM).
© Claridades. Revista de filosofía.
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Claridades. Revista de filosofía, Volumen 13/1, año 2021.
ISSN: 1889-6855
ISSN-e: 1989-3787
DL.: PM 1131-2009
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Claridades. Revista de filosofía
Volumen 13/1 (2021) – ISSN: 1889-6855, ISSN-E: 1989-3787
SUMARIO
Peña, Alejandro G. J. Presentación a la monografía Phýsis y
y Ortigosa, Andrés Natur. Armonías entre Grecia y Alemania
I. Estudios
Vicisitudes en la Psique helénica:
Orringer, Nelson R.
Erwin Rohde en Unamuno.
Ross Hernández,
Arte y naturaleza en Física II: usos y
José Alberto
alcances de una analogía.
La voluntad en Duns Escoto:
de Garay, Jesús
continuidad y ruptura con Aristóteles.
Ramírez Cordón, Schelling y Aristóteles. La cuestión de la
Miguel Ángel
experiencia.
Heidegger en torno a la conexión entre
Vigo, Alejandro G. φύσις y ἀλήθεια. Apuntes para una
reconsideración crítica.
Vallejo Campos,
La interpretación metafísica de la
Álvaro Pablo
naturaleza. Nietzsche lector de Platón.
Pérez Borbujo,
Repensando la onto-teo-logía hoy: un
Fernando
diálogo con Gianni Vattimo
II. Reflexiones y comentarios
Calderón Rosas,
El sistema de las ciencias de Kant: la
Mario Leonardo
física y la biología.
Reflexión y libertad en la teoría
Reyna, Rafael
kantiana de la imputación.
III. Información sobre el número
Política editorial
Listado de evaluadores
Instrucciones para colaboradores
Estadísticas
11-13
15-50
51-65
67-97
99-123
125-148
149-170
171-188
189-206
207-225
227-230
231-232
233-235
237
Claridades. Revista de filosofía
Volumen 13/1 (2021) – ISSN: 1889-6855, ISSN-E: 1989-3787
CONTENTS
Peña, Alejandro G. J. Introduction to the monography Phýsis and Natur.
and Ortigosa, Andrés Harmonies between Greece and Germany
I. Articles
Vicissitudes of the Greek Psyche: Erwin
Orringer, Nelson R.
Rohde in Unamuno
Ross Hernández,
Art and Nature in Physics II: uses and
José Alberto
scope of an analogy
The will in Duns Escoto: continuity and
de Garay, Jesús
break with Aristotle
Ramírez Cordón, Schelling and Aristotle: the question of
Miguel Ángel
experience.
Heidegger on the connection between
Vigo, Alejandro G. φύσις and ἀλήθεια. Notes for a critical
reconsideration.
Vallejo Campos,
The interpretation of nature: metaphysics
Álvaro Pablo
and teleology, Nietzsche’s reading of Plato
Pérez Borbujo,
Rethinking the onto-theo-logy today:
Fernando
a dialogue with Gianni Vattimo
II. Thoughts and comments
Calderón Rosas,
Kant’s system of the sciences: Physics and
Mario Leonardo
Biology
Reflection and freedom in Kant’s
Reyna, Rafael
theory of imputation
11-13
15-50
51-65
67-97
99-123
125-148
149-170
171-188
189-206
207-225
III. About the Issue
Editorial policy
List of referees
Instructions to authors
Statistics
227-230
231-232
233-235
237
Presentación a la monografía Phýsis y Natur.
Armonías entre Grecia y Alemania
Introduction to the monography Phýsis and Natur.
Harmonies between Greece and Germany
Alejandro G. J. Peña y Andrés Ortigosa
Universidad de Sevilla (España)
Los coordinadores honoran la memoria del catedrático y amigo nuestro
Javier Hernández-Pacheco, que falleció en Sevilla en la mañana del 17 de
noviembre de 2020, y le dedican los frutos de la monografía.
***
C M I. F The Legacy of Greece: A New
Appraisal en Oxford1. Desde entonces, se han editado varios volúmenes al
respecto2. Con el pasar de las décadas, las armonías entre la sapientia de la
Antigua Grecia y la filosofía clásica alemana han ganado terreno reclamando
la atención que merecen. Se levantan cada vez más puentes sobre ambos
períodos y a diario se publican estudios que desgranan detalles fascinantes.
La enorme influencia que tuvieron los antiguos sobre los filósofos idealistas,
la mirada de los poetas que anhelaban ese ancestral esplendor, las ideas del
pasado y su vigencia en el presente son algunas de las cuestiones estudiadas
sobre la Grecia Antigua y la filosofía clásica alemana. ¿Por qué, entonces,
surgió la idea de una monografía relacionada con la naturaleza?
Este volumen se pretende pronunciar sobre las concepciones de
Phýsis griega y de Natur alemana por ser esto más necesario que nunca.
Vivimos en un mundo en el que cada vez se tiende más a la tecnología;
1 M. I. Finley (ed.), The Legacy of Greece: a New Appraisal, Oxford: Oxford University
Press-Clarendon Press, 1981.
2 Véase J. de Garay y J. J. Padial (eds.), El legado de Grecia en la Filosofía Alemana, en
Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, 22 (3), 2017.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 11-13.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
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A G. J. P A O
en el que surgen movimientos intelectuales como el transhumanismo y
el posthumanismo, que tratan de superar nuestra condición biológica,
llegando a ser vista, en ocasiones, como defectuosa; en el que lo natural se
diluye entre tanto artificio… En definitiva, en un mundo en el que cada
vez suena más lejanamente la idea de naturaleza. Razón por la cual parece
urgente la necesidad de pararse y pensar la naturaleza: es una demanda
intelectual de nuestro tiempo.
La vigencia del pensamiento griego y su actualidad es incuestionable.
Prueba de ello es el legado que los platonistas y aristotélicos amparan a día
de hoy. Las discusiones acerca de nuevas y plausibles (re)interpretaciones
de sus escritos se agolpan en grandes —y, por supuesto, recientes— obras.
Recuérdense, a fin de cuentas, las palabras de Heinrich Heine: «Siempre se
trata de Platón y Aristóteles, aunque bajo otros nombres»3.
Remontándonos ahora al período idealista alemán, la naturaleza era
un tema candente. Hubo todo un resurgir de la Naturphilosophie que,
frente a las ciencias particulares, quería decididamente pararse a reflexionar
sobre qué era en sí mismo la naturaleza. Y esto repercutía, cómo no, en el
propio ser humano. Comprender la naturaleza, en cierto sentido, es un
comprenderse. O como enunciase Friedrich W. J. Schelling: «El sistema de
la naturaleza es al mismo tiempo el sistema de nuestro espíritu»4.
Si hoy día hay un olvido de lo natural, entonces, habrá que (re)buscar
espacios en los que discurrir y cavilar sobre ello. Seguramente, pocas
mentes a lo largo de la historia hayan concedido un papel más importante
a la naturaleza que las de la Antigua Grecia y las del idealismo alemán.
Es deber de las mentes del presente examinar las relaciones entre Phýsis
y Natur; pensar esta relación, sin duda, facilita la labor de posicionarse
respecto a los temas de mayor actualidad.
Esta monografía aspira a continuar la investigación sobre el legado
marcado por esas armonías entre Grecia y Alemania que loables obras
plasmaron. Y, por qué no, a contribuir humildemente a la historia del
pensamiento arrojando nuevas luces a la palestra. Es menester comprobar
el alcance de los dos períodos mencionados, la magnitud de ese alcance y la
relación de estos conocimientos con la sabiduría actual. Éste es el propósito
3 H. Heine, Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, Madrid: Alianza,
2008, p. 111.
4 F. W. J. Schelling, Escritos sobre filosofía de la naturaleza, Madrid: Alianza, 1996, p. 96.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Presentación a la monografía Phýsis y Natur.
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de los estudios que conforman el volumen: algunos más tradicionales, otros
más innovadores, todos reúnen armonías y disonancias entre los períodos,
a fin de no ser en valde la tarea de seguir pensando como pensaron los grandes
pensadores.
Los coordinadores agradecemos a los autores, ante todo, el esfuerzo y el
tiempo dedicado a realizar las contribuciones que componen la monografía.
Asimismo, hacemos constar nuestra gratitud a Claridades. Revista de
Filosofía, con mención especial a su director, Alejandro Rojas Jiménez,
por su perspicaz iniciativa y por brindarnos la oportunidad de asumir la
coordinación, que con agrado se llevó a cabo. Nuestro reconocimiento al
profesor Juan A. García González y al grupo Investigación sobre el Idealismo
Alemán y sus consecuencias actuales (PAI: HUM172) de la Junta de
Andalucía. De igual forma, a los profesores Jesús de Garay y Juan J. Padial,
de la Universidad de Sevilla y de la Universidad de Málaga respectivamente,
por pasarnos el testigo. Les brindamos nuestro reconocimiento e inmensa
gratitud.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
[Estudios]
Vicisitudes de la psique helénica:
Erwin Rohde en Unamuno
Vicissitudes of the Greek Psyche:
Erwin Rohde in Unamuno
Nelson R. Orringer
University of Connecticut (Estados Unidos)
Recibido: 15.07.2020
Aceptado: 25.11.2020
RESUMEN
Unamuno estimaba el libro Psyche de Erwin Rohde como la «obra capital» sobre
la fe de los griegos en la inmortalidad del alma. La obra influía profundamente
en la producción entera de D. Miguel. Aquí estudiamos su presencia en Del
sentimiento trágico de la vida (1911-1912), en la «Oración fúnebre» de Orfeo al
final de Niebla (1914) y en el drama El Otro (1926). Enfocamos el culto griego a
las almas y la psique concebida como el Otro en Rohde y en Unamuno.
PALABRAS-CLAVE
UNAMUNO, ROHDE, ANTIGÜEDAD GRIEGA, INMORTALIDAD, EL
DOBLE
ABSTRACT
Unamuno esteemed the book Psyche by Erwin Rohde as the «leading work» on
the faith of the Greeks in the immortality of the soul. The work deeply influenced
Unamuno´s writings. Here we study its presence in The Tragic Sense of Life (19111912), Orfeo’s «Funeral Oration» in Mist (1914), and the drama The Other
(1926). We focus on the Greek cult of souls and on the psyche as the Other in
Rohde and Unamuno.
KEYWORDS
UNAMUNO, ROHDE, ANCIENT GREECE, IMMORTALITY,
DOPPELGÄNGER
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 15-50.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
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NELSON R. ORRINGER
Ningún escritor contemporáneo español ha gozado de más contacto
sostenido con la Grecia antigua que Miguel de Unamuno. Como
catedrático de letras y lenguas griegas de Salamanca entre 1891 y 1924,
estudiaba el mundo helénico mientras creaba obras significativas de
filosofía y literatura. Aceptamos, pues, su invitación a sondear las honduras
de la influencia helénica en sus escritos (cf. Unamuno, 1966, p. 241). A
menudo, recibía este influjo filtrado por otros clasicistas. Entre ellos brilla
por su claridad uno de los helenistas más prestigiosos del siglo XIX, Erwin
Rohde (1845-1898). Su libro Psyché: Seelenkult und Unsterblichkeitsglaube
der Grieche [El culto a las almas y la creencia en la inmortalidad de los
griegos, 1890-94] ha sido en su tiempo de consulta imprescindible sobre el
culto helénico al alma humana. Según Rohde, la etnografía estima el culto
a las almas incorpóreas de los difuntos como una de las formas de religión
más antiguas, si no la originaria, dirigida a los poderes invisibles (Rohde,
1903, I, cap. 1, §4, p. 12). En 1912 Unamuno extendería la envergadura del
aserto de Rohde a múltiples testimonios, no solo al de los etnógrafos: «Mil
veces y en mil tonos se ha dicho cómo es el culto a los muertos antepasados
lo que enceta, por lo común, las religiones primitivas» (Unamuno, 2005:
p. 147).
Tantas ideas ha recibido Unamuno de Psyché, bien como la confirmación
de previas ideas suyas, o bien como intuiciones originales de Rohde sobre
los griegos, que muchas veces D. Miguel olvida citarla, aunque de ella ha
opinado en su tratado principal de filosofía, Del sentimiento trágico, que
«es la obra hasta hoy capital en lo que se refiere a la fe de los griegos en la
inmortalidad del alma» (Unamuno, 2005, p. 176, nota 16). Todavía en
1919 identifica a Rohde como «el autor de Psyche, ese sólido tratado en
que se estudia la fe en la inmortalidad del alma entre los griegos antiguos»
(Unamuno, 1968, p. 1391). En las ficciones de Unamuno entran ideas
derivadas de Rohde, resultando en la creación de personajes que hablan
como libros.
Los préstamos de Rohde ayudan a Unamuno a subrayar lo que podríamos
denominar sus seis principios de filosofía de la religión: [1.] el principio del
conato de perseverar en el ser; [2.] el principio de la contrarracionalidad;
[3.] el principio de la verdad mística; [4.] el principio de las virtudes
problemáticas; [5.] el principio de la apocatástasis; [6.] el principio de la
injustificación de la nada. Aclaremos cada principio con brevedad, citando
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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versos de su poesía basados en las intuiciones que generan cada doctrina.
[1.] Todo ser humano es definible como un afán de vivir para siempre
(Unamuno, 2005, p. 104). Así, pues, en su poesía más célebre, la oda sáfica
«Salamanca», la voz lírica de D. Miguel se imagina a sí misma y a la ciudad
de Salamanca como sendos deseos de vida eterna. La estrofa que sigue,
recogida en Poesías (1907), expresa su visión de la urbe, a la cual se dirige el
yo lírico que con ella convive en idéntico sueño de eternidad:
Volver a verte en el reposo quieta,
soñar contigo el sueño de la vida,
soñar la vida que perdura siempre
sin morir nunca (Unamuno, 1966, p. 180).
[2.] Pero el deseo de inmortalidad lo contradice la razón discursiva, y
la contradicción define el sentimiento trágico de la vida (Unamuno, 2005,
p. 116). Por eso en el poema «El buitre de Prometeo», que Unamuno
considera una de las poesías más suyas (Unamuno, 2005, p. 235, nota
1), el poeta inventa la parábola de la vida humana como el suplicio de
Prometeo, víctima interminable del buitre Pensamiento:
Bajo tus picotazos las entrañas
muriendo me renacen de continuo;
cuando la muerte viene así de cara,
sin vil disfraz ni engaño,
se puede combatirla (Unamuno, 1966, p. 235).
[3.] La continua lucha del afán de vida eterna contra la razón conduce
a la revelación de un Dios consistente en Personalidad, en Amor, y en
Voluntad de salvar al creyente (Unamuno, 2005, p. 333).
En su «Salmo III», reza el sujeto lírico:
Si has de ser, ¡oh mi Dios!, un Dios vivo
y no idea pura,
en tu obra te rinde cautivo
de tu criatura.
Al crear, Creador, quedas preso
de tu creación,
mas así te libertas del peso
de tu corazón (Unamuno, 1966, p. 223).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
18
NELSON R. ORRINGER
Notemos el contraste entre Dios visto como una mera abstracción o idea
(“idea pura) y Dios como Amor a su criatura, a quien salva imponiéndose
límites a sí mismo, dejándose encarcelar, al tomar la forma de un Cristo
salvador. [4.] La adoración de este Dios exige una fe combatida de dudas,
de esperanza atacada por desesperación y de amor a un Ser de realidad
dudosa (Unamuno, 2005, pp. 342, 349). En el soneto «Incredulidad y fe»,
el yo poético de Unamuno confiesa:
No bebo agua de vida, pero sudo
y me amarga el sudor, el de la duda;
sácame, Cristo, este espíritu mudo,
creo, tú a mi incredulidad ayuda (Unamuno, 1966, p. 361).
[5.] La práctica de estas virtudes promueve la salvación universal, la
unión de todos en Dios (Unamuno, 2005, p. 409). Por eso, en El Cristo
de Velázquez, Unamuno vierte en poesía la doctrina de la recapitulación al
final de la historia. Aquí el sujeto poético se dirige al Cristo crucificado:
RECAPITULACIÓN
Cuando todas las cosas subyugadas
bajo tus pies ensangrentados sean
por tu Padre, y escaño de tu gloria
la creación entera al pie del Hombre,
Tú mismo al punto rendirás tu cuerpo,
mansión de la Palabra, y sometido
bajo el poder de Dios, será ya todo
por siempre en todos Él. ¡Y Tú, cabeza
del mar sin lindes de cuanto se alcanza,
del ser hecho Visión final Caudillo,
por Ti humanado el Universo entero
y el Hombre mira de la Creación! (Unamuno, 1966, p. 487).
[6.] Mas, si no logramos la salvación, propone Unamuno, vivamos de
tal forma, que, como quiso Sénancour, hagamos que nuestra aniquilación
sea una injusticia (Unamuno, 2005, p. 429; Sénancour, s. f., p. 412). El
soneto «¿Por qué me has abandonado?» (1910), recogido en Rosario de
sonetos líricos, comienza con la epígrafe derivada de Sénancour, Obermann,
lettre XC: «L´homme est périssable; il se peut; mais périssons en résistant,
et si le néant nous est réservé, en faisons pas que ce soit une justice».
El primer cuarteto del soneto versifica esta idea:
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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Por si no hay otra vida después de ésta
haz de modo que sea una injusticia
nuestra aniquilación; de la avaricia
de Dios sea tu vida una protesta (Unamuno, 1966, p. 403).
La idea casi blasfema de la avaricia de un Dios que guarda el bien
supremo de vida eterna para sí mismo, y nada para sus criaturas, genera en
el último verso de este soneto el eco del Salmo 22:1, «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?», pronunciado por Jesús sobre la cruz (Mt.
27, 46; Mc. 15, 34; ver Nácar Fuster y Colunga, pp. 1033, 1056).
Así, pues, acabamos de citar poesías que comunican las actitudes
cristalizadas en los seis principios básicos de Del sentimiento trágico y que,
en una forma intuitiva, preceden la lectura por Unamuno de Rohde. En
la Casa-Museo Unamuno, hemos manejado la cuarta edición (1907) de
la Psyche de Rohde, publicada en Leipzig y en Tubinga por Mohr. El 24
de julio de 1909, Unamuno informó a Pere Corominas, «Acabo de leer la
“Psyche” de Rohde, un estudio sobre la creencia en la inmortalidad entre los
griegos antiguos» (Corominas, 1960, p. 53). Al comentar La Vida Austera
de Corominas, Unamuno dice preferir sus ideas de la inmortalidad, pero
que más que la inmortalidad de los actos, recomendada por Corominas, le
interesa la inmortalidad en el ser (Corominas, 1960, p. 53). Del principio
del conato de perseverar en el ser parte toda la filosofía unamuniana. La
inmortalidad ontológica domina también las lucubraciones de Rohde
sobre el lugar de la psique en la religiosidad helénica.
Resumamos Psyche antes de examinar sus aportaciones al pensamiento
y a la literatura de Unamuno, que incluyen observaciones sobre [1.] el
culto a las almas de los difuntos en la Grecia órfica, examinado en Del
sentimiento trágico de la vida (1911-12); [2.] nociones de Platón sobre
la inmortalidad de las almas purificadas por la filosofía y que coronan
la «Oración fúnebre» de Orfeo en la «nivola» Niebla (1914); y [3.] el
nacimiento de la tragedia griega y la presencia de este desarrollo histórico
en el título y la estructura del drama El Otro (1926). Tras una breve biobibliografía de Rohde, estudiaremos la presencia de Rohde en las obras de
Unamuno aquí aludidas.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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NELSON R. ORRINGER
I. Rohde y PSYCHE
Erwin Rohde (1845-1898), filólogo alemán, nació en Hamburgo, hijo
de un médico. Llegó a apreciar la historiografía con un rigor positivista,
científico, según se ve en las copiosas notas al pie de sus obras históricas.
Estudió filología en el Leipzig de la década 1860, cuando trabó una
amistad sumamente estrecha con Friedrich Nietzsche (Cardew, 2004. pp.
458-78). Unamuno, siempre que asocia a los dos amigos en sus propios
escritos, trata a Rohde con respeto mientras que fustiga a Nietzsche por
su anticristianismo. El investigador de Hamburgo profesaba Filología
clásica en varias universidades. Nombrado a una cátedra en Kiel en 1872,
se trasladó después a Tubinga en 1878, y tras una breve estancia en Leipzig
en 1886, se instaló en Heidelberg. Entre los filólogos, ha granjeado fama
por dos estudios sobre la cultura y la literatura de la Grecia antigua: Der
griechishe Roman und seine Vorläufer [La novela griega y sus precursores,
1876] y Psyche (1890-1894).
Rohde debe a la segunda obra la mayor parte de su reputación de filólogo.
Mantiene que el culto a las almas, tema de la primera parte del libro, difiere
de, y hasta se opone a, la creencia en la inmortalidad, tema de la segunda
parte. «La vida sostenida del alma», escribe Rohde, «tal como la había
implicado y garantizado el culto a las almas, estaba vinculada por entero
con la recordación de los sobrevivientes en la tierra y sobre el cuidado, el
culto, que podían ofrecer al alma de sus antepasados difuntos». Por otro
lado, la creencia en la inmortalidad del alma la ve «en su naturaleza esencial
como a un dios», noción en conflicto radical con «el primer principio del
pueblo griego», a saber, el de un abismo absoluto entre la humanidad y la
divinidad, visible en Homero (Rohde, 1903, I, §4, pp. 253-54). El mundo
de los seres humanos prosigue según sus leyes, y el mundo de los dioses
según las suyas («Rohde, Erwin», Encyclopedia.com, 2019).
«El recorrido histórico que propone Rohde en su libro abarca desde las
monarquías micénicas hasta los estoicos romanos» (Cohen, Ledo, Rasskin,
Blanco, 2009, p. 74). La obra se divide en dos partes, con la primera
compuesta de siete capítulos: I. las creencias sobre el alma y el culto a
las almas en las epopeyas homéricas; II. las Islas de los Bienaventurados;
III. las deidades subterráneas; IV. los héroes; V. el culto a las almas, que
comprende (a) el culto a los dioses ctónicos; (b) las ceremonias funerales y
la adoración de los muertos; (c) huellas del culto a las almas en la venganza
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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tomada para el asesinato; VI. los misterios eleusinios; y VII. las ideas de la
vida futura. La segunda parte consta de seis capítulos, que abarcan VIII.
los orígenes de la creencia en la inmortalidad, rastreados en la adoración
tracia de Dionisos; IX. la religión dionisíaca en Grecia, que se amalgama
con la religión apolínea, fomenta la profecía extásica, exige la purificación
ritual y practica el exorcismo y el ascetismo; X. los órficos; XI. los primeros
filósofos; XII. los autores laicos, que incluyen poetas líricos como Píndaro,
por un lado, y los trágicos, por otro; XIII. Platón; y XIV. la época tardía
del mundo griego.
Rohde concibe la religión de los griegos como un brote natural, no
una fundación especial y deliberada. Sus ideas y sus sentimientos nunca
recibieron una formulación abstracta, sino que se comunicaban solo en
obras (Rohde, 1903, I, p. ix). Los griegos carecían de libros sagrados
capaces de exponer su sentido interior y la conexión de las ideas con que
se aproximaban a los dioses creados por su fe. No obstante, la esencia
central de la religión sostenida por el pueblo griego conservaba su carácter
originario hasta un punto para Rohde asombroso. Las especulaciones
y fantasías de los poetas griegos se refieren una y otra vez a este núcleo
central. Los poetas y filósofos cuyos escritos han llegado a manos de Rohde
constituyen sus únicas autoridades para el pensar religioso de los griegos.
Donde se detienen los enunciados literarios y sus alusiones, no quedan sino
especulaciones frente a la religión de los griegos y a sus fuerzas directrices. En
cambio, Rohde promete describir con llaneza y transparencia el auténtico
fenómeno de la piedad griega. Pretende aclarar los hechos del culto griego
a las almas y de aquella creencia en la inmortalidad cuyos mecanismos
internos solo son parcialmente inteligibles para nosotros (Rohde, 1903, I,
pp. vii-viii).
II. PSYCHE en DEL SENTIMIENTO TRÁGICO
Aunque Homero, según Rohde, representa para el Occidente la gran
etapa más temprana de la civilización griega, los poemas no nacen al
comienzo de aquella evolución. Su refinamiento artístico debe de seguir
una larga historia de poesía heroica con un dilatado desarrollo previo
(Rohde, 1903, I, cap. 1, §4, p. 13). Concurre Unamuno: «No aparece este
anhelo [de inmortalidad] en los poemas homéricos, que no son algo inicial,
sino final; no es arranque, sino el término de una civilización» (Unamuno,
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NELSON R. ORRINGER
2005, p. 175). Rohde escribe que en Homero el alma parte para la tierra
inasequible de los muertos, donde existe en una media vida inconsciente.
Sin clara conciencia de sí misma, no desea nada. No influye en el mundo
de arriba, ni la adoran los vivos. Para Homero, el alma, una vez relegada a
Hades, carece de importancia (Rohde, 1903, I, cap. 1, §1, p. 37).
Unamuno, independientemente de Rohde, percibe los poemas
homéricos como obras de transición entre la religión de Φύσις, de la
Naturaleza, presidida por Zeus, y una religión más «espiritual» regida por
Apolo, visto como una especie de redentor (Unamuno, 2005, p. 175). En
toda la producción de Unamuno, hemos descubierto esta única mención
del culto heleno a la Naturaleza, tal vez porque, afectado por Rohde, no ha
querido recalcarlo. Rohde abriga serias dudas sobre la llamada «Religión
de la Naturaleza», creyéndola un invento de los mitólogos e historiadores
de la religión. Asociada a la tradición de los misterios eleusinos, las
ceremonias de esta piedad no adquieren la racionalidad y dignidad normal
en la religión de los griegos (1903, I, cap. 6, §3. pp. 290-91). Reconoce
Rohde, empero, tras la época de los poemas homéricos la intensificación
de la religiosidad. Sobrevino un cambio íntimo y muy extenso, deducible
de la fama adquirida por el oráculo de Delfos. La oscuridad de la época
vela el origen y desarrollo de creencias sobre el alma ajenas a las homéricas.
Un culto regular al alma sin cuerpo y eventualmente una creencia en la
inmortalidad digna del nombre surgían en esta época (Rohde, 1903, I,
cap. V, §1, p. 203). Con Rohde, Unamuno mantiene que, en una llamada
teología asociada a Delfos, se encuentra la fe en la prolongación de la
vida del alma después de muerta y en el culto a las almas de los muertos
(Unamuno, 2005, pp. 176-77).
Entre los cultos particulares de la Grecia antigua, Unamuno destaca a
los órficos, que a través de Rohde han influido en Nietzsche, anticristiano
y por eso ajeno a los principios de la religiosidad unamuniana. Para Rohde,
la combinación de religión y especulación cuasi-religiosa distinguía a los
órficos y su literatura. La narrativa religiosa de la secta manifiesta un
salvajismo que Rohde, helenófila, no comenta. De Zeus y Perséfone nació
Dionisos, llamado también Zagreo en cuanto se le consideraba un dios de
Hades. Pero los malvados titanes, mandados por Hera, cayeron sobre él,
desmembraron su cuerpo y lo devoraron. Solo su corazón lo salvó Atenea,
llevándoselo a Zeus, quien lo tragó. De Zeus brotó el «nuevo Dionisos», el
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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Zagreo resucitado. En la mitología griega, los titanes, deicidas, encarnan
el mal primordial. Mediante su impiedad, el Único Ser Divino se dispersa
para formar la multiplicidad de las cosas de este mundo. Los titanes,
devoradores de los miembros divinos, fueron destruidos por el rayo de Zeus.
De las cenizas brotaron los seres humanos, en quienes el bien derivado de
Dionisos/Zagreo va mezclado con el mal de los titanes (Rohde, 1903, II,
cap. X, §§3-4, pp. 118-19).
La combinación de elementos que componen la totalidad del ser
humano le dicta la dirección que seguirá su esfuerzo (Rohde, 1903, II, cap.
X, §§3-4, p. 121). Debe libertarse del elemento titánico y, así depurado,
regresar al dios, un fragmento de quien vive dentro de él. La diferencia
entre lo titánico y lo dionisíaco en el hombre expresa alegóricamente la
diferencia entre cuerpo y alma. Según la doctrina órfica, el deber del ser
humano consta de libertarse de las cadenas del cuerpo dentro del cual se
encuentra ligado como un preso en su celda. El alma tiene mucho camino
por recorrer antes de lograr su libertad. Con violencia, no puede romper
sus vínculos. La muerte del cuerpo lo libra solo por un rato muy breve,
pues el alma tiene que volver a sufrir encarcelamiento en un cuerpo. Tras
partir de su cuerpo anterior, el alma revolotea libre en el viento, pero
un soplo de aire se la envía a un nuevo cuerpo. Así prosigue su viaje,
alternando siempre entre una existencia sin trabas y una encarnación
siempre renovada, atravesando el gran «Círculo de la Necesidad» en que
se hace compañera de por vida de muchos cuerpos de hombres y bestias
(Rohde, 1903, II, cap. X, §§3-4, p. 123). La «Rueda del Nacimiento»
retorna, al parecer, sobre sí misma en una repetición sin esperanza. En la
poesía órfica aparece el pensamiento desesperanzado de la exacta repetición
del pasado. Los acontecimientos ya vividos una vez, vuelven de nuevo con
la convergencia de las mismas circunstancias. La naturaleza, revertiéndose
siempre a sus propios comienzos, lleva consigo a la humanidad en la
revolución sin sentido alrededor de sí misma. La salvación, la evasión de
estas cárceles del eterno retorno de todas las cosas («diese Gefängnisse
der ewigen Wiederkunft aller Dinge») la ofrecen Orfeo y sus misterios
báquicos, que soltarán a quienes lo adoran del camino interminable de la
miseria (Rohde, 1903, II, cap. X, §§3-4, pp. 123-124).
Unamuno reacciona en varios modos a este mito órfico: primero, lo
resume en pocas palabras enigmáticas para cualquier lector que no haya
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NELSON R. ORRINGER
leído a Rohde: «Había lo titánico y lo dionísiaco, y el hombre debía, según
la doctrina órfica, libertarse de los lazos del cuerpo que aprisionaba al alma
como en una cárcel. (Véase Rohde, Psyche, Die Orphiker, 4)» (Unamuno,
2005, p. 176); segundo, aprovecha la coyuntura para menospreciar
por su tópica antigüedad la conocida doctrina de la ewige Wiederkunft
de Nietzsche: «La noción nietzschiana de la vuelta eterna es una idea
órfica» (Unamuno, 2005, p. 276); y, tercero, compara la matematización
nietzschiana de la escatología con el malogrado intento del presocrático
Empédocles, duramente criticado por Rohde, de hacer teología científica.
Cristiano pese a su heterodoxia, Unamuno ataca a Nietzsche por
concebir a Jesucristo como a un «ladrón de energías» en su libro polémico
de 1895 El Anticristo. En el cristianismo, según Nietzsche, el sufrimiento
se contagia mediante la compasión, costando una pérdida de energías
vitales desproporcionada a la causa de la muerte de Cristo. «Al no poder
ser Cristo», le reprende Unamuno, «blasfemó del Cristo. Henchido de
sí mismo, se quiso inacabable y soñó la vuelta eterna, mezquino remedo
de inmortalidad, y lleno de lástima hacia sí, abominó de toda lástima»
(Unamuno, 2005, pp. 160-61). Unamuno se compadeció de Nietzsche
ya en el Tratado del amor de Dios por su envidia de Cristo, que había
conquistado la inmortalidad tan anhelada por él (siguiendo el principio
de perseverar en el ser). Pero «su corazón le pedía el todo eterno mientras
su cabeza le enseñaba la nada, y desesperado y loco, para defenderse de
sí mismo, maldijo de lo que más amaba» (Unamuno, 2005, p. 575).
Víctima, pues, del principio de contrarracionalidad, Nietzsche sentía el
«sentimiento trágico de la vida».
Modelaba la moral de su filosofía tras la de los hombres fuertes, los
griegos, por contraste con la de los hombres débiles, los judeocristianos.
En Genealogía del bien y del mal, distinguía entre la moral de los nobles y
la de los esclavos, la de los héroes homéricos y la de los cristianos.1 Pero
1 P. Ribas Ribas (1987, p. 260) sintetiza así el helenismo de Nietzsche: «Según la visión
nietzschiana de la cultura helena, la religión de los griegos se salva precisamente en cuanto
exaltación de la vida terrestre, presentada con la dignidad y belleza suficientes para hacerla
apetecible. Y de ahí la aparente y seductora armonía de esa alma griega, cuyas aspiraciones
no estaban dirigidas contra la vida y contra la naturaleza, sino que, mediante el arte,
se reconciliaba con ambas cosas. De ahí también la significación metafísica del arte: el
mundo y la vida solo son justificables como fenómenos estéticos». Añade Ribas que esta
visión permanece siempre en Nietzsche. No exime de añadir nada aquí la interpretación
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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Unamuno, con su principio de la injustificación de la nada, juzga su
propia moral como la de los que, no siendo fuertes aún, quieren serlo,
perpetuando su salud en su propia inmortalidad. Los débiles son para él
los que, resignados a la nada, la aceptan como su finalidad (Unamuno,
2005, p. 161). En cuanto a Nietzsche, lo más positivo que sobre él ha
escrito Unamuno es que era poeta, innovador del idioma alemán, aunque
favorecía a los vates populares que seguían los lugares comunes de la
tradición (Unamuno, 1968, p. 1392).
El conato de perseverar en el ser, primer principio de Unamuno, y
muy aplicable a Nietzsche, no proviene de la razón discursiva, sino de
la voluntad. Procede del principio de contrarracionalismo. Por eso, D.
Miguel se mofa de Nietzsche por inventar «¡matemáticamente! (sic) aquel
remedo de la inmortalidad del alma que se llama la vuelta eterna, y que
es la más formidable tragicomedia o comitragedia. Siendo el número de
átomos […] finito tiene que volver alguna vez a darse una combinación
como la actual y, por lo tanto, tiene que repetirse un número eterno de
veces lo que ahora pasa» (Unamuno, 2005, p. 233).2
A juicio de Unamuno, el cientificismo de Nietzsche muestra una
inconsecuencia parecida a la del presocrático Empédocles, según lo juzga
Rohde. Nada patentiza mejor el principio de la contrarracionalidad del
deseo de inmortalidad. Para mostrarlo, Unamuno emplea el comentario
de Rohde en su capítulo sobre los primeros filósofos griegos, pero peca
de tanta concisión aquí como en su comentario al orfismo. Por eso hay
que volver a Rohde, que sostiene que el presocrático Empédocles de
excelente y completa hecha por Ribas Ribas de Nietzsche en Unamuno. Así que nos
limitamos a todo cuanto atañe a Nietzsche en cuanto relacionado con Rohde.
2 La matematización del eterno retorno salió publicada en Die Wille zur Macht,
compilación de apuntes dejados por el filósofo después de su muerte, recogida y retocada
por su hermana Elisabeth Förster-Nietzsche y por Peter Gast. Ignoramos hasta qué punto el
pensador habría suscrito semejante esquema. Pero antes de su colapso mental, sí sabemos,
gracias a los filólogos italianos Giorgio Colli y Mazzino Montinari, que Nietzsche había
descartado su plan de organizar toda su obra en Die Wille zur Macht a favor de otro plan,
que estructuraba los fragmentos de una manera ajena a la reestructuración preparada por
su hermana y su antiguo amigo Gast: Colli, G. y Montinari, M. «Introducción» a Werke.
Así, pues, la reacción del irónico Unamuno, que pone en juego igual racionalismo vacío,
resulta nugatoria y un esfuerzo perdido en 2005, p. 234, donde razona que si se repite la
misma experiencia más de una vez en la vuelta eterna, no se recuerdan las experiencias
anteriores, etc.
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NELSON R. ORRINGER
Acragas (¿495?-¿435?) casa los estudios más racionales de la naturaleza con
irracionales especulaciones teológicas. Junta concepciones derivadas de las
fuentes más varias en una totalidad que a él le parece satisfactoria. Niega
el devenir y desaparecer, todo el cambio cualitativo, así como lo niegan
los eleáticos. Pero la sustancia permanente del Ser para él es una entidad
simple e indivisible. En cambio, Empédocles distingue cuatro «raíces»
de las cosas, los elementos, la tierra, el aire, el agua, el fuego, destacadas
con claridad por vez primera. La mezcla y la separación de los elementos
indivisibles producen la apariencia del devenir y perecer. Aquellos dos
procesos provienen de dos fuerzas, distinguibles de los cuatro elementos.
Empédocles las designa la atracción y la repulsión, el Amor y el Odio
(Rohde, 1903, II, cap. 11, §6, pp. 174-175). Los poderes psíquicos y las
facultades de sentir y percibir son funciones de la materia, nacidos en la
materia y determinados por la materia, junto con la facultad de pensar.
Están unidos a los elementos y a su combinación. En el hombre van ligados
el cuerpo y sus órganos.
Por otro lado, Empédocles vuelve a los antiguos teólogos al escribir de
un alma-daimón, que, procedente del mundo de los dioses y de los espíritus,
entra en el hombre a su propio detrimento. Los elementos la arrojan de
un lado para otro. Esta alma viva, con su existencia independiente, penetra
en un entorno hostil. Existe inmiscuida e incapaz de inmiscuirse con el
cuerpo y sus facultades, que solo han cobrado vida al unirse con ella. Al
separarse de ella, se disuelven. No así el alma, que sigue su viaje, visita
otras moradas mediante una especie de transmigración y no comparte su
disolución. Solo por medio de un proceso de autopurgación por un pecado
original puede el alma salvarse de estas transformaciones.
Según Rohde, esta extraña doctrina dualista refleja ambos lados de la
actividad mental de Empédocles. Al parecer, solo intentaba enlazar las
visiones de la fisiólogos con las de los teólogos. Pero para aprehender toda la
verdad de lo que quiere decir Empédocles, no podemos abandonar ni una
ni otra mitad de lo que dice. Sus dos voces, la materialista y la espiritualista,
expresan ideas distintas. Sin embargo, en el ánimo de Empédocles, no
parecen contradecirse, pues tratan objetos totalmente diferentes.
Concluye Rohde que aquí se encuentra una doble contradicción:
Empédocles parte de un sistema hilozoico plenamente desarrollado,
entendiendo por «hilozoico» la doctrina de que la materia no puede
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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separarse de la vida, mientras que la vida, a su vez, forma una propiedad
de la materia. Con todo, ya en su punto de partida, el hilozoismo de
Empédocles había aceptado un núcleo dualista en la conjunción de las
fuerzas motrices del Conflicto y del Amor. El filósofo de Acragas quiso
hermanar este hilozoismo ya debilitado con un espiritualismo que encontró
de paso. Demostró claramente que una ciencia natural-filosófica no puede
por sí misma respaldar el axioma de que pervive el «alma» individual tras su
separación del cuerpo. Un respaldo solo podía encontrarse en el hecho de
desalojar la fisiología a través de una especulación teología, o como prefería
Empédocles, el hecho de completar sus ideas fisiológicas con su doctrina
teológica (Rohde, 1903, II, cap. XI, §7, p. 188). Todo lo expuesto aquí
lo resume Unamuno en dos frases escuetas, nada transparentes: «Pero la
idea de la inmortalidad del alma no fue un principio filosófico [vale decir,
apoyado por la razón discursiva]. El intento de Empédocles de hermanar
un sistema hilozoístico con el espiritualismo probó que una ciencia natural
filosófica no puede llevar por sí a corroborar el axioma de la perpetuidad del
alma individual; solo podía servir de apoyo a una especulación teológica»
(Unamuno, 2005, p. 176).
Amigo del raciocinio contradictorio por su principio de la
contrarracionalidad, Unamuno añade, sintetizando a Rohde, que los
primeros filósofos de Grecia sostenían la inmortalidad del alma «por una
contradicción» (Unamuno, 2005, p. 176). Según Rohde (1903, II, cap. XI,
§2, p. 140), los filósofos jónicos, estudiosos de la vida de la Φύσις como
una totalidad, no habrían entendido como parte de su tarea la formulación
de una opinión deliberada sobre el destino del pobre alma individual
después de morir. Por ejemplo, a Tales de Mileto, iniciador del estudio de
la naturaleza, la tradición lo considera el primero para «llamar inmortal al
alma». Mas Tales atribuía un «alma» tanto a los imanes y a las plantas como
a los seres humanos. Concebía la materia y la fuerza motriz del «alma» como
inseparables. Solo podría haber hablado de una «inmortalidad» del alma
humana en el mismo sentido en que habría hablado de la inmortalidad de
todas las «fuerzas-almas» en la naturaleza (Rohde, 1903, II, cap. 11, §2,
pp. 143-44).
La búsqueda de una inmortalidad individual o siquiera del alma
separada del cuerpo habría carecido de sentido para Heráclito de Éfeso. En
medio del flujo ininterrumpido del devenir, cuya fijeza es solo una ilusión
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NELSON R. ORRINGER
de los sentidos, Heráclito no habría afirmado la persistencia inmutable
del alma individual humana. Pero asombra a Rohde− aunque tal vez no
habría asombrado a Unamuno, con su principio de la contrarracionalidad−
que pese a sus propios principios fundamentales, Heráclito admitiera la
posibilidad de esta opinión popular con una simpatía ajena a su carácter.
Se ha dicho que esta posición llegó a ser una de sus doctrinas más
importantes (Rohde, 1903, II, cap. 11, §3, pp. 150-53). Sin embargo,
Rohde añade que el individuo, visto aisladamente, no tiene para Heráclito
ni valor ni importancia. El Fuego primordial es para él indestructible e
inmortal como una totalidad, no dividida en llamitas individuales, sino
solo como una Mente Universal que se transforma en todas las cosas y las
retrae todas a sí misma (Rohde, 1903, II, cap. 11, §3, p. 153). Concluye
Unamuno su tratamiento de la historia de la inmortalidad humana en
Grecia traduciendo una afirmación tajante de Rohde, encontrada al final
de su libro, en un capítulo sobre la creencia popular: «Una inmortalidad
del alma humana como tal, en virtud de su naturaleza y composición −
como la fuerza imperecedera de la fuerza divina en el cuerpo mortal− no
ha sido jamás objeto de la fe popular helénica» (Unamuno, 2005, p. 176;
Rohde, II, cap. 14, II, §4, p. 378).
Si solo una minoría selecta abrigaba esa creencia, debilitada por
contradicciones irracionales, le extraña a Unamuno que hasta en la literatura
de esa minoría —el Fedón platónico y las reflexiones de los neoplatónico—,
el afán de inmortalidad personal llevara inevitablemente al pesimismo del
pueblo griego. Del helenista Otto Pfleiderer, cita Unamuno la observación
del cambio de actitud vital de los helenos: «La grecidad que acaba en
las especulaciones religiosas del neopitagorismo y el neoplatonismo,
consideraba a este mundo, que tan alegre y luminoso se le apareció en un
tiempo, cual morada de tinieblas y de errores, y la existencia terrena como
un período de prueba que nunca se pasaba demasiado de prisa» (Pfleiderer,
1896, p. 539; Unamuno, 2005, p. 177). Notaremos el fruto literario de
este pesimismo en la «Oración fúnebre» de Orfeo con que termina la nivola
Niebla, una reflexión que, siguiendo el Fedón platónico, finge una alegría
esperanzada que enmascara una honda desolación. Percatémonos, además,
de la exposición que hace Rohde del pensamiento de Platón en ese diálogo
sobre la inmortalidad del alma.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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III. Rohde en la «Oración fúnebre» de NIEBLA
Aunque Rohde explora múltiples épocas de la creencia helénica en
la inmortalidad, ningún capítulo de su libro sobrepasa en lirismo el
decimotercero. En Platón, el culto a las almas muertas logra su máxima
sublimidad en la cultura griega, y aquí llega la historia de Rohde a su
clímax. Divide la evolución del pensamiento de Platón sobre el tema en
dos partes, una etapa socrática, que evitaba tomar una posición acerca de la
vida ultraterrestre y la fase madura, en armonía con la tradición teológica
de la Grecia, que mantenía que después de la muerte el alma asciende a un
mundo puro de esencias, superior y distante de la impuridad del mundo
corporal (Rohde, 1903, II, cap. XI, §1, pp. 263-65).
En la Apología, obra temprana, Platón representa la muerte de Sócrates,
según Rohde, sin acercarse a la creencia en la vitalidad inmortal de su alma.
En su primer bosquejo del Estado ideal, hecho bajo el influjo socrático,
excluye la creencia en la inmortalidad. A Rohde le parece que Platón no
llega a la concepción más alta de la naturaleza y valor del alma, su origen y
su destino ultratemporal, antes de realizar el gran cambio en su filosofía. El
mundo de las apariencias siempre mudadizas se manifiestan a los sentidos
en un estado de flujo y reflujo perpetuo, así como lo veía Heráclito. Mas
Platón, siguiendo lo que Rohde ve como sus anhelos más profundos,
influidos por la teología de su tiempo, armonizada con la búsqueda
socrática del conocimiento conceptual, situaba por encima del mundo de
las apariencias un mundo del Ser inmutable, sin principio ni fin, al cual
todas las apariencias de este mundo inferior debían la realidad que poseían.
El «Ser», la totalidad de las Ideas, quedaba incontaminado por
el «Devenir» y la fugacidad. Representaba la meta más elevada y el fin
supremo, situado muy por encima de todo lo que aspiraba a ese fin con
un ansia de plenitud ilimitada. Esta realidad eterna se mantiene aparte
del flujo de la apariencia y es incomprensible dentro de aquel fluir. No se
manifiesta en la engañosa percepción cambiable de los sentidos, ni en la
opinión en ellos basada. Solo puede aprehenderse sin ayuda de los sentidos
por la pura intuición de la razón y su uso en la dialéctica. Este mundo del
Ser, siempre idéntico a sí mismo y sempiterno, existe fuera del pensamiento
y conocimiento del ser humano, pero se le revela por vez primera en la
actividad de pensar. Al mismo tiempo, se le aparece un poder más alto que
la mera capacidad para abstraer las concepciones generales sin sustancia
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NELSON R. ORRINGER
de la multiplicidad de la experiencia. Tal poder constituye la capacidad
más elevada del alma para volar con su propia potencia independiente
hacia arriba a un mundo trascendental de realidad permanente y esencial
(Rohde, 1903, II, cap. XI, §2, pp. 265-269).
¿Para qué, basándose en el Platón de Rohde, termina Unamuno
Niebla con una «Oración fúnebre» para el protagonista Augusto Pérez,
elaborada por su cachorro Orfeo? El discurso plantea múltiples problemas.
El lenguaje de un discurso fúnebre solía buscar un nivel de elevación
de que la oración de Orfeo carece. Además, los oradores de los quinto
y sexto siglos, según Rohde, deseaban buscar el acuerdo general de la
asamblea de ciudadanos, y con ese fin se abstenían de hablar de la deseada
inmortalidad, de la eternidad y de la divinidad del alma. Nunca iban más
allá de las concepciones de la supervivencia, del poder y de los derechos de
las almas de los difuntos, solicitados y mantenidos en la existencia por el
culto al alma. No cuestionaban nunca la existencia sostenida de las almas
en el otro mundo. Pero la opinión de que las almas siguen conservando
su conciencia, y que tienen cualquier conocimiento de lo sucedido en la
tierra, se expresaba solo evitando con suma cautela cualquier grado de
concreción. Lo que vinculaba a los muertos a la vida terrestre no era más
que la fama otorgada a ellos entre los vivos. Hasta en el lenguaje elevado de
las solemnes oraciones fúnebres, el consuelo ofrecido a los sobrevivientes
omitían toda mención de un estado exaltado de ser, todo pensamiento de
la vida inmortal en beatitud plenamente consciente que pudiera pertenecer
a los difuntos gloriosos (Rohde, 1903, II, §1, pp. 202-03).
Repasemos las discrepancias de la «oración fúnebre» de Orfeo de los
discursos fúnebres de los griegos. Mezcla un tono humilde y burlón con
una parte exaltada, y procede de la modesta boca de un can en honor de una
figura que no ha merecido fama alguna en vida. Prescinde de un público de
oyentes admiradores en torno del orador, y especula sobre la vida eterna.
La diferencia entre esta oración y la tradicional provoca una risa irónica
que divierte al lector. Con todo, nuestro goce estético debe abarcar más
que la ironía. ¿Cómo explicar a un nivel profundo las desviaciones de la
oración unamuniana? Pues la explicación aclararía por qué esta «oración
fúnebre» cala en lo hondo de nuestra sensibilidad religiosa, por mucho que
la humildad de la «persona» del «orador» nos divierta.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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Una clave se descubre en la nota, antepuesta por el narrador a la oración,
de que quien más sintió la muerte de Augusto fue su perro Orfeo, porque
«le creía inmortal. Porque su amo era para él como un dios» (Unamuno,
1995, p. 281). La oración nació de un sentir, un afecto. El dios de Orfeo,
su amo, se le ha muerto, e intenta rehuir de su desolación con toda su
alma. Esta «oración fúnebre» constituye un delicioso recuerdo de que
la novela entera ha brotado de una raíz afectiva, que nunca debe faltar
mientras leemos la novela. Se trata del sentimiento trágico de la vida, que
nace del principio de la contrarracionalidad del deseo de pervivir. ¿Cómo
podemos esperar la vida eterna si ha fallecido el Dios capaz de dárnosla?
¿O, como en el caso de Augusto, si su Autor-Dios D. Miguel de Unamuno
se la niega? Nos reímos de Augusto mientras nos compadecemos de él: en
medio de todos sus fracasos, representa a toda la humanidad, como ha
sostenido C. A. Longhurst, y, en consecuencia, nos simboliza a nosotros
todos (Longhurst, 2020, pp. 342-343).
Si Orfeo siente a Augusto como a un dios, confirma una intuición de
Augusto de su propia divinidad frente a Orfeo (Unamuno, 1995, p. 245).
Una divinidad por definición es inmortal. Como el Dionysos de Rohdes,
puede morir devorado por los titanes, pero se resucita gracias a Zeus. El
amo de Orfeo no puede ser el cadáver que tiene delante, y que le merece un
tono despectivo: «esto ya no es mi amo». Cree Orfeo, pues, en la absoluta
separación del alma y del cuerpo al morir.
Al darse cuenta, sin embargo, de que su amo ha sido un hombre, Orfeo
intuye que el hombre por definición es el «extraño animal» (Unamuno,
1995, p. 282). En Rohde se encuentra un ejemplo especial que ofrece
Orfeo de esta calidad. Rohde comenta, «Si preguntamos al poeta homérico
con qué fin un túmulo fue amontonado sobre el sepulcro del muerto y
una lápida colocada sobre él, nos contestará: para que su fama permanezca
imperecedera entre los hombres, y que las futuras generaciones no ignoren
su historia» (Rohde 1903, I, §5, p. 66). Esta idea aparece ya en el Tratado
del amor de Dios (Unamuno, 2005, pp. 40-41) y luego en Del sentimiento
trágico (Unamuno, 2005, p. 122), donde Unamuno, guiado por su principio
del conato de perseverar en el ser, escribe, «Cuando no se hacía para los
vivos más que chozas de tierra (…), elevábanse túmulos para los muertos,
y antes se empleó la piedra para las sepulturas que no para las habitaciones.
Han vencido a los siglos por su fortaleza las casas de los muertos, no de
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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NELSON R. ORRINGER
los vivos», de donde se desprende que se trata un «culto, no a la muerte,
sino a la inmortalidad», origen de las religiones (Unamuno, 2005, p. 148).
De ahí que se asombre Orfeo: «¡Los hombres guardan o almacenan sus
muertos, sin dejar que perros o cuervos los devoren!» (Unamuno, 1995,
p. 284).
Augusto Pérez no se encuentra en el cuerpo que yace frente a Orfeo,
ni tampoco ha vivido consciente de su entorno. Con palabras de Orfeo,
«nunca está en lo que tiene delante». Esta sentencia forma parte de una
reflexión sobre el hombre en general. Con suma perspicacia C. A. Longhurst
sostiene que Augusto mismo sido una alegoría irónica del ser humano,
desde el instante que salió fuera al mundo con paso incierto al comienzo
de la novela, hasta el final, cuando murió por razones indeterminadas
(Longhurst, 2020, pp. 342-43). Buen ejemplo de su inatención a sus
circunstancias es el habla. Lo mismo que Augusto (Unamuno, 1995, p.
185), Orfeo piensa: «La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no
hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás
o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros!» (Unamuno,
1995, p. 282).
He aquí la solución al enigma del interlocutor de Orfeo al dar su oración
fúnebre. En Unamuno el monólogo sustituye al diálogo por un motivo
muy sencillo: en esta sustitución, Orfeo imita a su difunto amo Augusto,
diríase por contagión. A través de la novela, Augusto ha participado
en lo que Unamuno ha denominado «monodiálogos» (Zubizarreta,
«Introducción», a Unamuno, 2005, p. 26, nota 20). De los monólogos
ha escrito Unamuno que «lo que así se llaman suelen ser monodiálogos,
diálogos que sostiene uno con los otros que son, por dentro, él, con los
otros que componen esa sociedad de individuos que es la conciencia de
cada individuo. El monodiálogo es la vida interior» (Unamuno, 1963,
p. 13). Como lector de Rohde, Unamuno tenía que haber notado que
los griegos de Homero creían en una duplicación del yo en los sueños,
en los desmayos y en el éxtasis, según la cual moraba un «segundo yo»
independiente y separable del primero, y habitaba dentro del yo visible de
la vida diaria (Rohde, 1903, I, cap. 1, §2, p. 3). Así que la oración fúnebre
de Orfeo, en cuanto monodiálogo, ejemplifica la contagión que sufre el
can de la enfermedad esencial al ser humano, su afán obsesionante de vida
eterna. Esta idea de la contagión ha sido esbozado antes por el tío Fermín,
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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que para añadir a la nebulosidad de la novela, es ¡un personaje que Orfeo
nunca ha visto!: «¡Hasta los animales domésticos se contagian de nuestros
vicios! (…) ¡Hasta a los animales que con nosotros conviven los hemos
arrancado del santo estado de la naturaleza! ¡Oh humanidad, humanidad!»
(Unamuno, 1995, p. 141).
La sociedad de individuos que componen la habitada por Orfeo
consiste en otros perros. Para pintar a la sociedad canina como la literatura
la representa, Unamuno ha consultado al Cervantes de la novela ejemplar
Coloquio de los perros, aludido de paso por Armando F. Zubizarreta
(Unamuno, 1995, p. 23). Pues precisamente Cervantes ha inspirado el
famoso episodio en que un ente de ficción, Augusto Pérez, se enfrenta a
su propio creador, el Autor-Dios D. Miguel de Unamuno (cf. Unamuno,
1995, p. 261). Y presta más realidad al ente de ficción que es Augusto
Pérez su capacidad para dotar de realidad «humana», o sea, «contagiar» la
enfermedad que es su humanidad, a otras criaturas como a Orfeo.
Si el difunto amo de Orfeo, Augusto Pérez, ha filosofado a su manera, a
Orfeo se le ha «contagiado» la propensión a filosofar. Idéntica propensión
se descubre en los perros filosóficos Cipión y Berganza, cuya conversación
constituye un marco narrativo para las anécdotas del Coloquio de los
perros cervantino. Cipión, el perro sabio, etimologiza la voz «filosofía»,
derivándola, como la Diótima del Banquete 204 b 4, del amor a la
sabiduría (Cervantes, 1975, pp. 253-54; Platón, 1991, p. 182). Asimismo,
Augusto ha platonizado en su aproximación a la mujer: ama a la profesora
de piano Eugenio con la cabeza, a la planchadora Rosario con el corazón y
a la cocinera Ludovina con el estómago, reproduciendo la trinidad razón,
ánimo y apetito de la República, Lb. IV, 441 a-b (Unamuno, 1995, p.
224; Platón, 1994, p. 400). Creyendo en la esencia musical del mundo,
la cual erróneamente supone compatible con la cosmovisión de la pianista
Eugenia (Unamuno, 1995, p. 105), Augusto bautizó a su perro «Orfeo»,
músico arquetípico (Unamuno, 1995, p. 111, nota 42). Evidentemente, le
ha contagiado al animal el platonismo, pues si Augusto ha vivido a menudo
filosofando, —y justo cuando tenía delante a Orfeo (Unamuno, 1995,
pp. 118, 120, 127, 161, 185, 245-46, etc.)—, este quisiera imaginar a su
difunto amo, a quien ha tomado por su dios, elevado, como los filósofos,
al puro mundo de las Ideas mitificado por el maduro Platón.
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NELSON R. ORRINGER
Nueve veces en su discurso sobre su amo difunto, Orfeo repite alguna
forma del adjetivo «puro». En su exposición del pensamiento del Platón
maduro, enfocada en el Fedón, Rohde recalca la importancia de la pureza:
«A menudo habla Platón de la “catarsis”, de la purificación, que el hombre
ha de perseguir» [Oft redet Plato von der «Katharsis», der Reinigung, nach
der der Mensch zu trachten haben: II, cap. 13, §3, p. 281]. Según esta
doctrina, el esfuerzo humano debe enderezarse no tanto hacia la puridad
ritual, cuanto a la conservación del conocimiento de lo eterno. Expulsando
de sí mismo todo rastro de lo corruptible y lo mortal, se hace cada vez más
como Dios. Cuando por fin se liberta de esta existencia terrestre, su alma
puede entrar en lo divino, lo invisible, lo puro, lo eternamente idéntico
a sí mismo, y como una mente sin cuerpo permanecer para siempre con
lo que le es afín. Así Platón, interpretado por Rohde, se aproxima en su
idealización de la muerte al principio de Unamuno de la unión de todas
las criaturas en Dios.
El Platón de Rohde creía que en este mundo, el filósofo era como
Dios, pues se sometía a una «purificación» [Reinigung]. El Fedón 109 c-d
afirma que los hombres vivos habitan huecos de la tierra. Incapaces de
ver su superficie luminosa ni la luz del cielo, creen erróneamente vivir en
aquella superficie. Solo quienes han llevado vidas santas pueden conseguir
la liberación de su prisión subterránea y subir a la superficie, es decir, a la
muerte. Los filósofos, los más puros de todos los hombres, gozan también
después de morir del privilegio de la liberación de sus propios cuerpos (114
b 6-c 5; Platón, 1995, p. 374). Ecos del Fedón abundan en el discurso de
Orfeo. Repite múltiples formas del adjetivo «puro» como si imitara las
inflexiones hechas por Sócrates del griego καθαρός.
En el texto del Fedón, Sócrates llama pura (καθαράν) la tierra entera,
situada en la parte pura (καθαρῷ) del universo (109 b 8, Platón, 1995, p.
374). Está hecha de colores más puros (καθαρωτέρων) que los vistos todos
los días (110 c 2-3, Platón,1995, p. 378). Un período de entrenamiento
espera al alma no purificada (ἀκάθαρτον) (108 b 2, Platón, 1995, p. 378).
Gemas preciosas adornan la tierra superior en abundancia (110 e 10,
Platón, 1995, p. 380). Muchos, variados y exóticos son los animales que
allí moran (111 a 4, Platón, 1995, p. 380). Para los hombres de aquel lugar,
el aire sirve como agua, el éter como aire (111 b 1-2, Platón, 1995, p. 380).
«Hasta en esta interpretación filosófica de la abstinencia ritual en términos
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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de una liberación y emancipación espiritual, la búsqueda esforzada de la
“puridad” mantiene su sentido religioso. Porque el reino de las Ideas, el
reino del puro Ser, que solo el alma pura puede alcanzar, es el reino de lo
divino» (Rohde, 1903, II, cap. 13, §3, p. 282).
En su fantasía, Orfeo puebla este lugar supraterrestre de criaturas puras
—otros perros, los de los santos—, imitando en su creatividad a su amo,
con su estro creador frente a sus prójimos: crea a una Eugenia a su gusto
(Unamuno, 1995, p. 118). Según Rohde, el alma puede escaparse del
tiempo y del espacio y encontrar su hogar en la eternidad sin perder su
propio yo en lo General y lo Universal. Permanece por encima del tiempo
y del espacio (Rohde, 1903, II, cap. 13, §3, p. 286). Según el Fedón
platónico, ya lo hemos visto, en este reino abundan animales variados y
exóticos. Por lo cual, los «perros puros», a juicio de Orfeo, incluyen a los
que en vida pertenecían a los santos: «los de San Humberto el cazador, el de
Santo Domingo de Guzmán con su antocha en la boca, el de San Roque»
(Unamuno, 1995, p. 285). En cuanto a los hombres, Platón distingue entre
las almas puras y las no purificadas, necesitando entrenamiento. Orfeo
distingue en su mundo platónico a los «hombres puros» y los «purificados»
(Unamuno, 1995, p. 285). Rohde reconoce que en lo que dice Platón
del origen, destino y carácter del alma, se sirve de la filosofía en lenguaje
poético, de «seiner philosophischen Dichtung» (II, cap. 13, §3, p. 278).
Tan poético suena el lenguaje de Orfeo, que al describir cómo apagan la
sed e inhalan el aire los habitantes de esta morada del Ser puro, recita un
perfecto endecasílabo que acentúa las sílabas 4, 8 y 10: «bebiendo áire y
respirándo éter» (Unamuno, 1995, p. 285).
La dialéctica platónica indica el camino a la altura más elevada y sirve
como un entrenamiento para la muerte. Si Orfeo empezó su oración
fúnebre con el Ubi sunt?, «¿Dónde se fue mi amo?, ¿dónde el que me
acariciaba, el que me hablaba?» (Unamuno, 1995, p. 282), se percata, al
fin y al cabo, de que Augusto ha pasado la vida filosofando (a su modo),
por lo cual parece verlo por fin habitando el «mundo puro platónico». Y, si
el ser humano todo lo contagia a su perro, Orfeo se siente contagiar de la
puridad que ha sufrido Augusto al morir: «Siento que mi espíritu se purifica
al contacto de esta muerte, de esta purificación de mi amo». Por ello sale al
encuentro de su amo en la niebla, lo desconocido, en que nació Augusto
y en que desapareció (Unamuno, 1995, p. 285). La múltiple repetición
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NELSON R. ORRINGER
de «puridad» en la oración fúnebre de Orfeo, debido a la influencia
combinada de Platón y de Rohde, nos da una posible clave a la presencia
de este discurso al final de la nivola. Orfeo ha sido la criatura más pura,
más inocente de esta ficción. Su inocencia nos proporciona goce estético.
Pero, pese a esta inocencia, como su amo, murió en la indefinición de la
niebla. Y lo mismo podríamos decir de Augusto: siendo inocente, incapaz
de infligir daño a nadie, y enamorado ab initio de todas las mujeres, sin
embargo, murió.
La nivola parece diseñada para apuntar esta injusticia, sorprendiendo a
su autor en un momento de pesimismo sobre la posibilidad de la salvación
de la nada. Ya surge el principio unamuniano de la injustificación de la
nada. El criado Domingo llora la muerte de Orfeo, «maravilloso ejemplo
de lealtad y fidelidad» (Unamuno, 1995, p. 285). Fue Augusto quien ya
había aplaudido la fidelidad de Orfeo: aun cuando su novia Eugenia lo
abandonó, Orfeo le salió al encuentro, como para consolarlo, y Augusto
dice proféticamente, «Viviremos juntos en la vida y en la muerte». Añade,
«¡Tú, tú eres fiel, Orfeo mío, tú eres fiel!» (Unamuno, 1995, p. 251).
Estas casualidades, estos presentimientos de ideas que luego se recogen
en la oración de Orfeo, prestan a su discurso la textura de un sueño, de
la experiencia del déjà vû, hundiendo al lector en la niebla experimentada
por los personajes, en la misteriosidad de la vida, haciendo de él también
una víctima del destino. La oración fúnebre termina con la expresión de un
afecto, así como empezó. Esta vez, el criado de Augusto, Domingo, llora
al decir, «Y luego dirán que no matan las penas», una afirmación aplicable
tanto a Augusto como a su fiel perro (Unamuno, 1995, p. 285). No
podemos entender esta novela de una manera plenaria sin sentir simpatías
por su personaje principal, por mucho que nos burlemos de él, porque su
destino tiene que ver con el nuestro.
IV. Teoría e historia del doble en Rohde y
en EL OTRO de Unamuno
En un sentido humorístico, Orfeo es un doble de su amo Augusto Pérez,
porque ambos cobran identidad al experimentar el sentimiento trágico de
la vida, el choque de la fe en la inmortalidad con la razón que advierte los
límites de esa creencia. Informa Rohde que en Homero los seres humanos
existen de una manera dual. Viven, por una parte, como una forma externa
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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y visible y, por otra parte, como una imagen invisible, que gana su libertad
solo al morir. Tal imagen es la psique. En suma, la psique habita a la
personalidad viva y plenamente consciente como un extraño, un doble
más débil del ser humano, como su «otro yo». Y añade Rohde que los
llamados pueblos «salvajes» de todas partes del mundo comparten la misma
creencia. No extraña, pues, que también los griegos participen de un modo
de pensar tan próximo a la mentalidad primitiva (Rohde, 1903, I, cap. 1,
§1, p. 6). Ahora bien, los psicólogos homéricos de Alemania interrogan
cuál es el «hombre auténtico» en esta unión misteriosa entre el cuerpo
vivo y su copia, la psique. Rohde responde que Homero, por lo menos,
ofrece respuestas contradictorias —y estas contradicciones, según veremos,
las heredarán Unamuno en su conocido drama El Otro (1928-1932)—.
No pocas veces en la Ilíada y la Odisea, el cuerpo material se contrapone
como el «hombre mismo» a la psique, que no puede interpretarse como
parte del cuerpo. No obstante, el ente que parte veloz para morir al reino
de Hades recibe el nombre propio de la persona y está reconocido como
este individuo. De donde se desprende que la tenebrosa psique adquiere el
nombre y valor de la personalidad completa, del yo humano. Estos modos
de hablar aparentemente contradictorios solo demuestran que tanto el
hombre visible (el cuerpo y sus facultades) como la psique que habita su
interior podrían considerarse como el «yo» individual (Rohde, I, cap. 1,
§2, pp. 5-6).
En su «Autocrítica» al drama El Otro (1932), Unamuno parece servirse
del lenguaje y de la conceptuación de Rohde para describir su obra. Este
hecho presta una nueva transparencia a uno de los dramas más difíciles
de D. Miguel. Según él, «Respecto al protagonista de mi− “misterio”
le he hecho llamar− El Otro, me ha brotado de la obsesión, mejor que
preocupación, del misterio −no problema−, de la personalidad, del
sentimiento congojoso de nuestra identidad y continuidad individual y
personal» (Unamuno, 1968, p. 653). Aquí la palabra «misterio», según
Rebeca Martín, cobra dos significados: se refiere a un género dramático,
ejemplificado por el mystery de Byron titulado Caín, que sigue la tradición
de la Edad Media de representar, por ejemplo, ciertas historias bíblicas, por
ejemplo, la del fratricidio de Caín; y denota el «enigma de la personalidad»
(Martín, 2007, p. 123). Esta segunda interpretación apunta a la presencia
de Rohde en el título del drama y en su estructura dramática. Rohde califica
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NELSON R. ORRINGER
de «enigmática» (rätselhaft) la unión entre el cuerpo y su «otro», la psique
(1903, I, cap. 1, §2, p. 5). La presentación del desarrollo de la psique en
las tragedias griegas del siglo V, según la descripción de Rohde, aclara la
estructura de El Otro de Unamuno.
Esta estructura se distribuye entre tres actos o jornadas, cada una
apoyada en obras previas de Unamuno para recalcar su misteriosidad. En
la primera, es notable la impronta del cuento unamuniano de 1908, «El
que se enterró», como sostienen Rebeca Martín (2007, pp. 113-44) y Luis
Granjel (1957, p. 349). En la segunda, donde aparece el tema del fratricidio,
la crítica observa la huella de la novela de Unamuno Abel Sánchez. Historia
de pasión (1917) (Clavería, 1953, pp. 121-23; Gullón, 1964, p. 166). Por
último, en la tercera jornada, donde dos mujeres compiten para apoderarse
del yo del protagonista, con resultados problemáticos, percibimos la
influencia de la interpretación hecha por Rohde del papel de las Furias en
el Orestes de Sófocles, añadida a la innegable presencia de la novela breve
de Unamuno Dos madres (1920). Así, pues, Unamuno se vale de lo que él
considera como materia hecha —leyenda antigua y texto ya impreso—,
como pretexto para prestar una nueva forma a la enigmática evolución de
la personalidad del protagonista. En el caso presente, la evolución equivale
a la disintegración psíquica del personaje principal.
Notemos ahora la proximidad del procedimiento creador de D. Miguel
al de la tragedia ática del siglo V según lo describe Rohde. Para él, el género
se basa en su contenido «psicológico» (psychologischen: 1903, II, cap. 12,
§4, p. 225), donde por la psicología se entiende el examen de la psyché
según la concepción griega. Rohde especifica que el «teatro real» de aquel
drama se centra a la fuerza en el interior de la mente de su protagonista.
A su modo de ver, tal es la gran innovación de los poetas trágicos Esquilo,
Sófocles y Eurípides: antes, los personajes y eventos de las leyendas o
historias antiguas pasaban como sombras ante los oyentes o lectores de la
poesía anterior. Así, los contenidos oídos o leídos quedaban dominados
por la imaginación privada de cada lector u oyente. Mas a partir del tiempo
de Esquilo, los mismos eventos y personajes asumen forma y cuerpo visible
ante los ojos del espectador, inmutables, precisos, independientes de las
limitaciones de la inteligencia del público. Se trata de objetos concretos
que se mueven a sí mismos en la percepción despierta y consciente. De
esta manera, cobra vida palpable y plenamente realizada el mito antiguo,
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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visto a una nueva luz. «Lo que en él era mero incidente se subordinaba a
la personalidad del ser humano que desempeña su papel en estos sucesos
delante de nuestros ojos, y cuya importancia no se agota en la acción
simple y particular». La vieja leyenda, al hacerse drama, se ha extendido en
el espacio y en el tiempo. Hasta en sus detalles exteriores, la trama que se
despliega en una serie de actos juega un mínimo papel en la historia. Los
discursos y contradiscursos del protagonista y de los otros participantes
en el argumento ocupan la mayor parte del tiempo. Los motivos de la
acción, expresados, debatidos y combatidos verbalmente, cobran mayor
importancia que su resultado eventual en un acto apasionado o en un
dolor mortal. Con los avances de la destreza artística, el intelecto busca la
aprehensión de los perfiles permanentes del personaje que en circunstancias
dadas puede ir movido por ciertos motivos a ejecutar actos particulares.
Ojos y mente del contemplador se dirigen menos a los eventos externos, ya
familiares en las leyendas antiguas e incapaces de despertar la curiosidad,
que a la significación e importancia internas de lo que el protagonista hace
y sufre (Rohde, 1903, II, §4, pp. 225-26).
Unamuno intenta algo idéntico. Según la «Autocrítica» de El Otro,
«es claro que la fábula de la pieza, lo que se llama el argumento, no es
una mera alegoría. Como no es una mera alegoría la fábula de La vida
es sueño de Calderón, sino que tiene un valor de por sí. Como lo tiene
la fábula de Edipo, de Sófocles —tan absurda para un crítico realista—,
independientemente de todas las interpretaciones psicológicas que se han
dado desde sus comienzos hasta estos tiempos de Freud y del psicoanálisis».
Pero Unamuno explica en seguida: «Claro está que como en este “misterio”
lo que importa es la verdad íntima, profunda, del drama del alma, no me
anduve en esas minuciosas del arte realista de justificar las entradas y salidas
de los sujetos y hacer coherentes otros detalles» (Unamuno, 1968, pp. 65354). En suma, si el «drama del alma» tiene que ver con la perpetuación
del yo individual, y si los temas de las tragedias antiguas suelen dirigirse
a esta cuestión, entonces tal drama coincide con los «perfiles del alma
permanente» de que habla Rohde, relegando a segundo lugar el mito o
argumento en que se basan. Examinemos ahora El Otro y observemos su
proximidad estructural a las obras de los griegos según la descripción de
Rohde.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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NELSON R. ORRINGER
Al comienzo de su drama, el autor Unamuno recalca la misteriosidad
de la situación que presenta. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en Edipo, rey,
donde Sófocles acentúa al principio lo enigmático de la plaga que aflige
a Tebas y que, según pronto se revela, tiene su etiología en el asesinato
inexplicado de su antiguo rey Laïo. Asimismo, Ernesto, cuñado del
protagonista Cosme, enseguida apunta al misterio en casa de este. Su
médico, o bien «alienista» −«alienus» significa 'otro' en latín y apunta por
primera vez a la alteridad de Cosme− llama a la casa un «manicomio». Por
eso el «misterio» le parece un «espanto». Debido a su locura, el cuñado de
Ernesto, Cosme, ha hecho algo «espantoso». El adjetivo en griego se traduce
«δεινός», que en el griego de la Antígona de Sófocles, por ejemplo (ll. 33233), significa «asombroso», con matices que abarcan tanto lo maravilloso
como lo temible, y cuya ambivalencia permite a los trágicos un juego de
doble sentido. Parte del espanto consiste en la locura de Laura, hermana
de Ernesto y mujer de Cosme, por contagio de éste: así que la locura «les
une y a la vez les separa». Viven unidos en compartir la misma locura, pero
existen separados en cuanto esta locura los enajena, haciendo a Cosme
«otro», ajeno a su mujer: él duerme solo para evitar que se entreoigan
sus palabras en sueños, y se refiere a sí mismo siempre como al «otro».
Dejándose oir en sueños, teme inficionar a los demás con su impuridad
psíquica. Ya sabemos por la lectura de Rohde que el Doppelgänger, la
psique, se le aparece al ser humano en sueños, y se le considera su segundo
yo. La hostilidad del Otro de Unamuno hacia su alter ego se revela durante
su sueño, y de ahí la necesidad de dormir solo.
Para aumentar el misterio, Cosme no sale a escena al comienzo,
sino que aparece antes su mujer Laura para contestar las preguntas de
su hermano sobre el loco, pero, lejos de aclarar la situación, la oscurece
más. Diagnostica el mal de su esposo como una «obsesión fatídica», y si
recordamos que, según Rohde, entre sueños el otro yo puede pronosticar
el futuro−, en el caso presente, no se augura un porvenir nada auspicioso.
Laura percibe a Cosme como a un «endemoniado», un «poseído», con
el «otro» su «demonio de la guarda». Estas fórmulas han aparecido antes
en la novela Abel Sánchez, aplicadas al protagonista Joaquín Monegro, un
«poseso», obsesionado por su odio y envidia de Abel Sánchez (Unamuno,
1995, pp. 105, 106, 107, 115). Laura ha visto a Cosme intentando sin
éxito arrancar de sí al otro.
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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Es más: ha cubierto todos los espejos. En Rohde la imagen de un muerto
aparece como un reflejo de nuestra propia imagen en el agua («unser eigenen
Bild im Wasserspiegel»: Rohde, I, cap. 1, §2, p. 7). Y, sin embargo, la
psique mora dentro de la personalidad viva y plenamente consciente como
un invitado extraño, un doble más endeble del hombre, un «otro yo».
Agrega Rohde que nos parece real la forma de una persona recien fallecida.
Si se nos aparece en sueños, tiene que seguir existiendo. Escribe además
lo siguiente: «Es un error hablar con los eruditos antiguos y más recientes
de una “vida inmortal” de estas almas. Ellas viven apenas más que como
la imagen del ser vivo en el espejo» [Von einem “unsterblichen Leben”
dieser Seelen zu reden, mit alten und neueren Gelehrten, ist unrichtig.
Sie leben ja kaum mehr als das Bild des Lebenden im Spiegel: Rohde,
I, cap. 1, §2, p. 10]. No puede cogerse ni prenderse como el yo antes
visible; de ahí su nombre «psique» (Rohde, I, cap 1, §2, p. 7). Según esto,
si Cosme ve su imagen en el espejo, presenciará la imagen de sí mismo,
aunque muerto. El símbolo negativo del espejo recurre doquier a través del
drama (como ha aparecido en el cuento «El que se enterró» publicado un
año antes que Unamuno leyera a Rohde en 1909). A ese símbolo opone
Cosme la llave. El espejo disminuye a la persona reflejada en él, quitándole
múltiples dimensiones. Diríase que acorta sus posibilidades personales,
por oposición a la llave, que las abre como puertas. Cosme no sale fuera de
casa, porque, según Laura, «todos los hombres le parecen espejos y (…) no
quisiera estar ni consigo mismo» (Unamuno, 1968, p. 657). Esto significa
que todos los demás seres humanos le parecen otros yo, negaciones de
su personalidad individual, y hasta esta, a su parecer, niega a su dueño.
(Unamuno, 1968, p. 657).
Resuelto a saber la razón de esta locura, fastidiado por el misterio,
Ernesto por fin se la pregunta al protagonista, quien, según ha escrito
Rebeca Martín, le narra aproximadamente lo que el protagonista Emilio
contó a su interlocutor en «El que se enterró». Así dice la figura central de El
Otro: «Me vi entrar como si me hubiese desprendido de un espejo, y me vi
sentarme allí, donde estás.... Me vi entrar, y el otro...., yo...., se puso como
estoy, como estás... (…) Y se me quedó mirando a los ojos y mirándose en
mis ojos (…).» Entonces, añade el dramaturgo un toque que no aparece
en el relato de 1908, y es que Cosme refiere la experiencia de des-nacer, de
ver toda su vida pasar delante de su memoria, aunque al revés. Después,
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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NELSON R. ORRINGER
experimenta su propia muerte antes de resucitarse y se encuentra frente
a frente con su propio cadáver, que encierra en una bodega (Unamuno,
1968, pp. 662-663). Luego de ver este cuerpo muerto donde Cosme lo ha
escondido, su cuñado Ernesto anda más confundido que nunca, porque el
difunto tanto se parece a Cosme mismo.
La segunda jornada, aunque parece ofrecer una solución al misterio,
acaba por complicarlo aún más. Cosme ha tenido un mellizo, Damián,
a quien odiaba a muerte antes de matarlo. La complicación consiste en
lo siguiente: el protagonista se ha enloquecido tanto, que ha olvidado
su identidad, Cosme o su hermano y víctima Damián. Se escuda por
su fratricidio, diciendo que mató en defensa propia, razonando, como
Joaquín Monegro en la novela Abel Sánchez, que si Caín no hubiera
muerto a Abel, Abel habría dado muerte a Caín (Unamuno, 1969, p. 675).
Damiana, mujer (¿viuda?) de Damián, y el Ama de casa de los mellizos
dirigen al asesino la interrogación divina de la Biblia: «¿Qué has hecho? La
sangre de tu hermano me llama desde la tierra» (Génesis 4,10) (Unamuno,
1968, pp. 673, 677), a lo cual responde. «Le llevo dentro, ama. Me está
matando...., me está matando... Acabará conmigo» (Unamuno, 1968, p.
678). Si el asesino se identifica tanto con el asesinado, este es su otro yo,
que los griegos, estudiados por Rohde, creían residir dentro del cuerpo del
individuo. El sufrimiento de cada tragedia clásica, escribe Rohde, equivale
al castigo por la conducta pecaminosa. El Ama, que todo lo confunde en
este misterio, concluye que el asesino serán para ella los dos hermanos,
víctima y verdugo a la vez, pues, como concurre el asesino, «Todos somos
uno» (Unamuno, 1968, p. 678). Preguntado por el Ama por qué odiaba
a su hermano, el sobreviviente confiesa que desde niño sufría viéndose
siempre fuera de sí mismo, teniendo un espejo vivo siempre delante,
nunca pudiendo ser individuo. Todo es doble, piensa, hasta Dios. Rohde
menciona los papeles de Zeus y de Moira en la tragedia griega (II, cap. 12,
§4, p. 232); y el hermano asesino asevera, «¡Su otro nombre [el de Dios] es
el Destino!» (Unamuno, 1968, p. 680). Además, se siente perseguido por
dos furias, dos Erinyes, Laura y Damiana, a quienes coteja con las feroces
criaturas míticas que persiguen implacables a los asesinos de familiares no
vengados por otros, según Rohde (1903, I, cap. 5, III, §2, pp. 268-70)
(Unamuno, 1968, p. 680).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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La tercera jornada pinta a las dos rivales, Damiana y Laura, mientras
intensifican su persecución del protagonista, impulsándolo hacia el
suicidio. Un ensayo del suicidio tiene lugar ya al comienzo del acto, donde
el protagonista hace una pantomima delante de un espejo de cuerpo entero,
símbolo, ya lo hemos visto, de la presencia del otro, como ha advertido
Rohde, pero del yo muerto, o sea, la anulación de las posibilidades del
contemplador que protagoniza este misterio. Según las acotaciones
escénicas, Cosme discute consigo mismo sobre si contemplarlo o no,
siempre reñido consigo. Al fin, se mira un instante, se tapa la cara con las
manos para no verse, luego examina las manos como para saber si sirven su
propósito y las extiende como para estrangular la imagen de su enemigo. Al
notar que las manos de este avanzan hacia él, coge su propio cüello como
para ahogarse, identificándose con la imagen, con el otro yo, pero desiste de
ese propósito. Dice a Laura que ha sido su propio asesino, identificado con
su víctima, e ignorando si ha sido víctima o verdugo. Ella cubre el espejo,
entendido como un objeto que lo anula como individuo. Tiene otros
planes para él, diciéndole que no se mate sino que viva. Para congraciarse
con él, lo coloca en su regazo como una madre, acariciándolo, y aceptando
su explicación del asesinato como defensa propia (Unamuno, 1968, p.
684). Emociona a Laura considerar que él ha matado por ella (Unamuno,
1968, p. 685). Sin embargo, Cosme insiste en su motivo egoísta, pues no
ha podido aguantar el suplicio de verse privado de su individualidad. Ni
siquiera se ha encontrado separado de su doble cuando Laura dice haber
amado a uno de los dos sin diferenciarlos (Unamuno, p. 686). Ella le pide
que la deje verlo desnudo para descubrir la señal que ella le puso, pero él se
muestra incapaz de dejarse tocar por nadie (Unamuno, p. 688), pues todo
contacto con el mundo parece amenazar su individualidad.
En una escena paralela, cuya similitud establece a las dos mujeres Laura y
Damiana como dobles de la otra, Damiana viene a reclamar al protagonista
como suyo. Le dice, lo mismo que Laura le dijo poco antes, que sabe que
él mató por ella. Al pedirle que pronuncie su nombre Damiana, esta de
repente se da cuenta de que su nombre le repugna, recordándole el del
odiado alter ego Damián. Por otro lado, él no tiene la certeza de su propia
identidad ni, por tanto, de la de Damián. Por ello, define su locura de un
modo etimológico: «estar loco es hallarse enajenado, en ajeno, en otro...».
Equivale la en-ajenación a la existencia dentro del espejo y, por tanto, al
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NELSON R. ORRINGER
estado de ser el otro. Igual que Laura, Damiana anhela convertirlo en hijo:
«Sí, tengo que desnudarte, como a un niño; para acostarte, para cantarte...»
(Unamuno, 1969, p. 690). Lo mismo que Laura, Damiana menciona la
señal que le hizo. El pobre protagonista se siente manipulado por las dos
mujeres: «Y entre las dos me estáis matando... Las dos matasteis al uno...,
las dos mataréis al otro...» (Unamuno, 1969, p. 691). De donde hay que
reconocer que esta parte del misterio repite el argumento de la novela
breve de 1920, «Dos madres», en que Raquel y Berta intentan dominar a
Juan (Unamuno, 1920, pp. 29-81), y acaban por matarlo, privándole de
personalidad. Para colmar la ironía, Damiana, como una viuda araña, al
ver la debilidad del varón que tiene delante, amenaza matarlo. Dice que
ella sola ha conquistado a los dos mellizos, con lo cual él responde, lo
mismo que respondió a Laura, que Damiana por eso ha conducido a los
dos hermanos a odiarse (Unamuno, 1969, p. 691). En suma, dados todos
estos paralelos, Damiana se ha convertido en la otra que Laura. Por eso,
el mellizo que ha sobrevivido goza de una pequeña revancha de sus dos
enemigas Damiana y Laura: si ellas no lo han distinguido de su hermano,
él tampoco diferencia a las dos mujeres entre sí: «¡Las dos sois la otra!»
(Unamuno, 1969, p. 694).
Damiana, orgullosa, cree poseer la prueba de su derecho a apoderarse
de su interlocutor, revelándole que está embarazada. Cuando él le pregunta
quién la dejó en semejante estado, responde, como siempre, que no
distingue entre los dos mellizos, así que el progenitor serán los dos, que
forman (como el yo y el otro entre los griegos) una sola persona. Frente a
tal noticia, el futuro padre grita, «Y Dios no puede, no debe condenarme
a tener hijos, a volver a ser otra vez... otro». Damiana la confronta con
su fatalidad: «Que te voy a dar... otro, otro tú». Así, pues, los espejos se
multiplican. La reacción del fratricida puede también parangonarse con el
horror de los antiguos: ¿no temían los órficos la reincarnación interminable,
el eterno retorno por sus pecados? En su poema sobre la naturaleza, hasta
Empédocles expuso cómo el daimón o psique, para expiar su crimen,
estaba condenado a experimentar múltiples «dolorosos modos de vivir»,
vagando por las formas de hombres, bestias, y aun plantas hasta buscar la
salvación (Rohde, 1903, II, cap. 11, §6, p. 180).
En la Grecia posthomérica, informa Rohde (II, cap. IX, §5, pp. 72-73),
la amenaza de la contaminación se cernía sobre el universo entero. Las
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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ceremonias de purificación acompañaban cada etapa de la vida humana
desde la cuna hasta la sepultura para borrar las inmundicias morales. A la
mujer embarazada se le veía como inmunda; y así también a cualquiera
que la tocaba; al recién nacido se le consideraba impuro; el matrimonio
exigía una serie de ritos purgativos; los muertos y todos los que se les
aproximaban pecaban de sucios. Las pesadillas exigían purgaciones rituales.
Los que habían derramado sangre, aun por motivos justos, necesitaban
purificación. Consideremos, pues, el caso del protagonista de El Otro:
había asesinado por temor de sufrir la misma suerte. Se había contaminado
tocando el cadáver de su mellizo; le atemorizaban pesadillas de su víctima;
se acercó a Damiana, embarazada; y, a fin de cuentas, proliferó en el mundo
otros seres contaminados. La alteridad que él ha generado en el universo
prolonga en el tiempo el destino suyo y su incapacidad de ser distinguido
de los demás. Si Damiana ha tenido relaciones sexuales con un mellizo, cree
sentirse embarazado de gemelos, que forcejean en su vientre como Esaú y
Jacob en el de Rebeca. De nuevo se reproducirá, al parecer, la tragedia de
Cosme y Damián en los nuevos hermanos, la tragedia de nunca poder ser
uno solo, de ser siempre indistinguible del otro. El eterno retorno se repite
una vez más, así como se repitió con el fratricidio. Por eso, el protagonista
se suicida, dando realidad al pantomima del comienzo del acto.
En resumen, el misterio de Unamuno, leído a través del prisma de Rohde,
nos permite entender el drama con una nueva claridad. Bosquejemos la
obra al revés de cómo se nos presentó para ver en escorzo la disolución
de la personalidad del protagonista. Antes de quitarse la propia vida,
presenció la posibilidad de volver a vivir en su prole, un par de gemelos.
De esta manera, su individualidad se habría repartido entre tres otros
Doppelgänger, su propio mellizo biológico y sus dos hijos. Lo amenazó con
esta posibilidad Damiana, que se afirma ante él en su agresividad femenina
como el doble, la «otra yo» de Laura, con quien compitió para dominar
a la figura central como dos madres a un niño. Intentando determinar su
identidad, ambas mujeres lo empujaron a identificarse con su «otro», y al
hacerlo, abandonar su propio yo.
Esta tortura las hizo comparable a dos Furias, dos Erinyes, que lo
atormentaron como un castigo por su fratricidio. «¡El otro, he dicho!
¿Ya estáis aquí las dos furias? ¿Venís a perseguirme? ¿A atormentarme?
¿A vengaros? ¿A vengar al otro? ¡Ya estáis aquí las furias! Tú, Laura...;
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tú, Damiana...» (Unamuno, 1969, p. 674; cf. p. 700). De las Erinyes o
Furias, explica Rohde que eran «daimones formidables», habitantes de
profundidades de la tierra, de donde las conjuraban las maldiciones de
los que carecían de otro vengador terrestre. Vengábanse particularmente
del asesinato cometido dentro de la misma familia. Castigaban al hombre
que había dado muerte a la misma persona a quien él habría llamado
para tomar venganza, si aquella persona hubiera caído a manos de otro
asesino que él mismo. Cuando el hijo liquidaba al padre o a la madre,
¿quien llevaría a cabo el combate que incumbía al pariente más próximo
del difunto? Evidentemente, el asesino mismo. Era la Furia del padre o de
la madre quien veía de dar a los muertos la satisfacción debida. Irrumpía
del reino de los muertos para prender al asesino. Siempre andaba detrás de
él persiguiéndolo, no dejándolo descansar ni de noche ni de día (Rohde,
1908, I, cap. 5, §2, pp. 268-69). ¿Cómo manejaban los dramaturgos
trágicos a las Erinyes? Ya en tiempos de Sófocles, el tratamiento de estas
diosas ctónicas variaba con el tono que el poeta quería dar a cada situación.
Constituían materia excelente, dice Rohde, para el drama. En realidad,
sus figuras hórridas solo existían en la imaginación de los afligidos de
enfermedades mentales, según se afirma con claridad en el Orestes, l. 258
et seq, de Sófocles (Rohde, 1903, II, cap. XII, §8, p. 251). Y así podemos
decir que las trata de igual manera Unamuno, causando la evocación de
las Furias por el loco protagonista para recalcar el espanto que siente en su
situación.
Al mismo tiempo, ve a sus prójimos como espejos en torno suyo, siempre
anulando sus posibilidades personales, y haciéndolo experimentar a su
propia psique como al cadáver de su hermano muerto, es decir, su propia
imagen de difunto en un espejo que lleva dentro. Su obsesión con la pérdida
de su identidad, que produce su fusión con su otro, lo ha hecho perder su
individualidad de hecho, olvidando si es Cosme o Damián. El olvido ha
ocurrido como consecuencia de haber perdido el conocimiento delante de
su hermano, de «desnacer», de morir y resucitarse frente a su mellizo muerto.
Cuando Cosme revela a su cuñado los restos de Damián, el cuñado tiene la
sensación, por el parecido entre asesino y víctima, que Cosme se ha dado
muerte a sí mismo. El hecho de que en este drama Unamuno reprodujera
en las tablas narrativas escritas antes —«Dos madres», «El que se enterró» y
Abel Sánchez— y que estas narrativas siguiesen modelos bíblicos y clásicos
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Vicisitudes de la psique helénica: Erwin Rohde en Unamuno
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—la rivalidad de Raquel y Lía; la hostilidad de Edipo y Laïo, sumamente
parecidos; el fratricidio cometido por Caín— pierde importancia en
comparación con el proceso de desintegración sufrido por la personalidad
del protagonista. Rohde había subordinado los argumentos míticos de las
tragedias clásicas a la evolución de las personalidades de los protagonistas
en Esquilo, en Sófocles y en Eurípides. En esta subordinación, Unamuno
había seguido múltiples sugestiones de Rohde.
V. Conclusiones
Para concluir, la huella del libro Psyche de Erwin Rohde aparece
dondequiera en las obras de Unamuno a partir de 1909. Acabamos de
examinar su presencia en varias obras principales redactadas entre 1911
y 1920− en Del sentimiento trágico de la vida, en Niebla y en El Otro.
Al comienzo del trabajo presente, hemos aludido a la carta de Unamuno
escrita a Corominas, indicando su lectura de Rohde en 1909 y diciendo
que trata el deseo de inmortalidad de una manera ontológica. Para verlo,
hemos considerado los siete principios que, a nuestro juicio, han generado
Del sentimiento trágico, que parten del ser como un conato de perseverar en
el ser, y que se extienden a la injustificación de la negación divina de este
deseo. Hemos intentado aclarar aquellos principios citando de las poesías,
que en su mayor parte estaban escritas antes de la lectura unamuniana de
Rohde. Después, hemos examinado las partes de Del sentimiento trágico
dedicadas a la historia de la inmortalidad de las almas en la Antigüedad
griega. Hemos pasado revista tanto a las frases en que Unamuno alude
explícitamente a Rohde, como a las que no vienen con una cita concreta del
historiador alemán, pero que apunta a su influencia. En un punto, hemos
estudiado la antítesis Rohde/Nietzsche establecida por Unamuno en el
tratamiento de la cuestión de la inmortalidad, con Rohde inclinado a una
visión más idealista de la salvación individual, y Nietzsche a una perspectiva
tan pseudocientífica y materialista como la del presocrático Empédocles.
El clímax del libro de Rohde, a nuestro juicio, ha sido su tratamiento del
idealismo de Platón en el Fedón. De ahí que, en la «nivola» Niebla, el perro
Orfeo se individualice, podríamos decir, negando en su discurso fúnebre
la muerte de su dios Augusto Pérez, situándolo en el mito platónico de la
tierra pura de Ultratumba y muriendo con la esperanza de reunirse con él
allá en ese mundo mítico. En el misterio El Otro, el protagonista intenta
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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buscar la individualidad de que nunca ha gozado, insistiendo en vano en
desencadenarse de su doble hasta sucumbir a las circunstancias que lo
sujetan para siempre a su alter ego. De Rohde han procedido el título del
misterio y su estructura, en cuanto subordinan la trama a la desintegración
de la personalidad de la figura central. En las tres obras de Unamuno aquí
consideradas, hemos descubierto la fuerte impronta de alguna concepción
de Erwin Rohde sobre la Antigüedad griega. Pero es tan universal su
influencia en los escritos de Unamuno, que no dudamos haber pasado
por alto otros escritos unamunianos sobre el mundo helénico y sobre la
inmortalidad del alma no analizados aquí. Dada la importancia de estos
dos temas en el estudio de Unamuno en general, esperamos que nuestros
lectores colaboren con nosotros y continúen la búsqueda del helenista de
Hamburgo en los escritos del rector de Salamanca.
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completas, VIII. Madrid: Escelicer, 1966, pp. 237-242.
Unamuno, M. de: «Una vida sin historia», en Obras completas, IV.
Madrid: Escelicer, 1968, pp. 1442-1445.
Nelson R. Orringer es Profesor Emérito de Estudios Hispánicos y
Comparados. Ha iniciado su carrera de docencia en el Williams College (19641974), y la ha continuado en la University of Connecticut (Storrs, Estados
Unidos) como Profesor Titular y, luego, como Profesor Ordinario, dirigiendo, a
la vez, el Programa Doctoral de Estudios Hispánicos y el Programa de Literatura
Comparada.
Líneas de investigación:
Relaciones hispanoalemanas de la Filosofía Española del siglo XX en relación
con Ortega y Unamuno.
Fuentes alemanas de la antropología médica de Laín Entralgo.
Historia del pensamiento de Ganivet y de Hermann Cohen.
Relaciones de la poesía y la música del siglo XX español.
Publicaciones recientes:
- Uniting Music and Poetry in Twentieth-Century Spain, Lanham, Maryland:
Lexington Books, 2021.
- «Unamuno and the "Protestant Left"» y «Teaching Unamuno in Seven
Contexts», Approaches to Teaching the Works of Miguel de Unamuno, ed. Luis
Álvarez-Castro, New York: Modern Language Association, 2020, pp. 197-206
y pp. 36-41.
Dirección electrónica: nelson.orringer@uconn.edu
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Arte y naturaleza en Física II: usos y alcances
de una analogía
Art and Nature in Physics II: uses and scope of an analogy
José Alberto Ross Hernández
Universidad Panamericana (México)
Recibido: 28.09.2020
Aceptado: 05.02.2021
RESUMEN
El propósito de este trabajo es ofrecer una reconstrucción de los usos que se
pueden encontrar de la analogía entre phúsis y tékhne en el libro II de la Física de
Aristóteles. Intentaré mostrar que el filósofo griego recurre a ella con fines tanto
ilustrativos como argumentativos, lo cual revela una visión muy original acerca
del orden de la realidad. En aras de atender a lo propuesto, explicaré primero el
uso de la analogía que aparece en el contexto de la definición de la naturaleza.
En segundo lugar, revisaré los pasajes en los que nuestro autor aclara los sentidos
en los que cabe hablar de la noción de phúsis y, finalmente, presentaré el uso
de la comparación mencionada en la argumentación de Física II 8, en donde
Aristóteles defiende la existencia de causas finales en la naturaleza.
PALABRAS CLAVE
ARISTÓTELES; FÍSICA; NATURALEZA; ARTE; ANALOGÍA
ABSTRACT
The aim of this paper is to reconstruct the different uses of the analogy
between phúsis and tékhne that Aristotle introduces in Physics II. I will try to show
that this comparison is referred to in order to exemplify a thesis, but also for
arguing or defending a specific position, i.e. it can appear as a didactic resource,
but also as a premise for an argument. This is a sign of a peculiar view about the
structure of the reality. For ease of presentation, firstly, I will explain the use of
the analogy between phúsis and téchne in the context of the definition about what
is nature. Secondly, I will present the use of this comparison in the clarification of
the two senses of phúsis. Finally, I will explore the apparition of these terms in the
argumentation of Physics II 8. In these passages, Aristotle defends the presence of
final causes in nature.
KEYWORDS
ARISTOTLE; PHYSICS; NATURE; ART; ANALOGY
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 51-65.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
52
J A R H
I. Introducción
El propósito de este trabajo es ofrecer una reconstrucción de distintos
usos que se pueden encontrar de la comparación entre arte (téchne) y
naturaleza (phúsis) en el libro II de la Física de Aristóteles. La definición
de este punto es valiosa para comprender mejor el valor que da el filósofo
griego a las analogías con fines explicativos en su obra. Si bien este no es el
único texto en el que Aristóteles recurre a la analogía, sí se trata de uno de
los lugares donde se usa de manera más sistemática y con mayor frecuencia
(Seggiaro, 2017: 164-183). Como es bien sabido, este punto tuvo una
influencia muy importante en las tradiciones filosóficas posteriores.
Aristóteles recurre a la oposición de los dos términos arriba mencionados
en distintos contextos y momentos de su discurso con fines tanto ilustrativos
como argumentativos, lo cual revela una visión muy original acerca del
orden de la realidad y del valor explicativo de las analogías. Veremos que
la comparación es utilizada en ciertos contextos para ejemplificar o aclarar
un punto específico, siguiendo con la prescripción de proceder «de lo más
evidente para nosotros a lo más evidente en sí mismo» (Fís. I, 1, 184a1618). Por otra parte, también encontramos otros pasajes donde se apela a
la comparación o a la analogía no solamente para aclarar un punto, sino
como premisa clave de una argumentación. En este caso en particular, para
argumentar a favor de la presencia de causas finales en la naturaleza.
El libro II de la Física contiene varios pasajes que recurren a la dialéctica
entre arte y naturaleza. Por tanto, en aras de atender al propósito de este
trabajo, me centraré solamente en tres de ellos. En primer lugar, recurriré a
algunos pasajes de Fís. II 1 en los que se recoge la definición de phúsis como
principio intrínseco de movimiento. En segundo lugar, revisaré algunos
otros pasajes del mismo capítulo 1 que contienen la delimitación de los
sentidos de «naturaleza». En ambos casos, revisaremos el uso de la analogía
ya mencionada. Una vez hecho lo anterior, en la tercera parte de este trabajo
reconstruiré algunos de los argumentos presentados en II 8 para incluir a
la phúsis entre las causas que son para algo en aras de ilustrar la forma en la
que incluye el binomio arte y naturaleza para alcanzar su propósito. Las tres
cuestiones forman parte del núcleo temático del segundo libro de la Física
y nos permiten ilustrar el punto que nos proponemos mostrar. En algunos
trabajos previos he intentado destacar otros aspectos de la argumentación
de Fís. II (v. gr. el carácter dialéctico de la argumentación y su relación con
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Arte y naturaleza en Física II: usos y alcances de una analogía
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Met. XII), pero aquí me centraré más bien en los usos de la analogía ya
referida (A. Ross 2006 y 2018).
II. La definición de «naturaleza» en FÍS. II 1
La primera aparición de la comparación entre arte y naturaleza en Fís. II
tiene como propósito facilitar la definición de qué es la phúsis. La pregunta
por el significado de esta noción sale al paso una vez que se da por sentada
su existencia y se desacredita a cualquier postura que intente comenzar su
investigación pidiendo una prueba de ello. Al respecto, Aristóteles dice lo
siguiente:
«Intentar demostrar que la naturaleza existe sería ridículo, pues es evidente que, entre
las cosas que son, hay muchas de tal clase, y el demostrar lo evidente a partir de lo
oscuro es propio de quien no puede discernir entre lo cognoscible por sí mismo y lo
cognoscible no por sí mismo» (Fís. II, 1, 193a3-6).
De acuerdo con estas líneas, podemos advertir que Aristóteles concibe
la existencia de la naturaleza como una verdad evidente y, por tanto,
piensa que no debe buscarse algún tipo de argumentación demostrativa
para corroborarlo. En efecto, una apodeixis consiste en hacer manifiesto
algo que era desconocido a partir de algo que sí era conocido. De manera
que lo segundo pueda servir de principio explicativo para lo demostrado
(An. Post. I, 13). Así pues, si tuviéramos que demostrar la existencia de
la naturaleza, tendríamos que hacerlo a partir de algo que fuera más
evidente para nosotros, lo cual sería imposible. Por este motivo, Aristóteles
compara este intento con el de un ciego de nacimiento que intentara hacer
inferencias acerca de los colores (Fís. II, 1, 193a6-9). En su opinión, este
discurso sólo trataría de palabras sin que éstas signifiquen realmente algo.
Una vez establecido el punto anterior, el tema que sí le parece pertinente
aclarar al filósofo griego es la definición misma de «phúsis». La cuestión no
está formulada para determinar qué son los entes materiales en general,
sino los naturales en particular. No en vano, el Estagirita empieza por
distinguir precisamente los seres naturales de los artificiales, los cuales
también pueden tener materia. De manera que, lo propio de lo natural
debe ser algo más específico.
El primer pasaje que debe analizarse con vistas a la aclaración de qué es
la phúsis es el siguiente:
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«De las cosas que son, unas son por naturaleza y otras por otras causas. Son por
naturaleza los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples, como la tierra,
el fuego, el aire y el agua: todas estas cosas, en efecto, y las que son análogas a estas,
decimos que son por naturaleza. Pero todas estas cosas que hemos dicho, parecen
diferir de aquellas que no son por naturaleza. (…) En cambio, el lecho y el vestido,
y cualquier otra cosa posible de este mismo género, (…) no poseen ninguna fuerza
interna que los impela al cambio o al movimiento, mientras que sí lo poseen, en
cuanto accidentalmente son de piedra, de tierra o de una mezcla de estos elementos»
(Fís. II, 1, 192b 8-20).
De acuerdo con este pasaje, el criterio para delimitar las cosas que
son por naturaleza implica contrastarlas con aquellas que proceden del
arte. El resultado de dicha comparación es que el elemento decisivo de
la definición de lo natural es el lugar en el que se ubica el principio del
movimiento o del reposo. Si bien es cierto que la existencia del movimiento
es evidente, éste puede proceder de dos principios diferentes. Los animales,
las plantas y los elementos tienen el principio en sí mismos, mientras que
los entes artificiales, como una cama o una estatua, tienen el principio de
movimiento en un agente exterior. Esta diferencia señalada por Aristóteles
es la nota que ayuda a demarcar entre ambos tipos de entes, pues si bien
ambos son materiales y están sujetos al movimiento, éste último procede
en unos casos de un principio intrínseco y en otros de uno extrínseco.
Los seres que son por naturaleza tienen el principio de movimiento y
reposo en sí mismos ya sea según el lugar, el aumento, la disminución o
la alteración. En este orden de ideas pues, la naturaleza se define como
«principio y causa del movimiento y reposo en aquello que es primero y
por sí y no por accidente» (Fís. II, 1, 192b 21-23). Por tanto, dado que la
naturaleza es aquello desde lo cual se da el movimiento, se le atribuye ser
principio como una especie de género. A su vez, en lo que no es natural,
ese principio no se da intrínsecamente, sino por accidente. Ese sería el
caso, por ejemplo, de un hombre que pasara de estar enfermo a estar sano
gracias a que él, siendo médico, se cura. Sin embargo, no decimos que
la curación ocurrió per se, pues ser médico y ser curado no se dan juntos
por definición, sino que son lo mismo en este caso de forma accidental
por predicarse de un mismo sujeto (Fís. II, 1, 192b 21-23). Obviamente,
Aristóteles no piensa que la naturaleza sea la única fuente de movimiento
de los entes naturales (Charlton, 1970: 91-93), pero indiscutiblemente es
una de ellas.
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Arte y naturaleza en Física II: usos y alcances de una analogía
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Una vez establecido lo anterior, Aristóteles introduce algunas precisiones.
Al encontrar animales, plantas o seres inertes en el mundo natural más
que referirnos a ellos como naturalezas, habría que denominarlos seres
naturales, es decir, que poseen naturaleza (Fís. II, 1, 192b 32-34). Tener
naturaleza es poseer el principio del movimiento y del reposo en sí
mismo. El hombre, por ejemplo, más que ser naturaleza tiene naturaleza.
Igualmente, son por naturaleza «todas las cosas dichas y todas aquellas que
por sí mismas las constituyen o integran» (Fís. II, 1, 192b 35-36). En este
caso, al decir «todas las cosas dichas», se refiere también a las cosas que
poseen naturaleza, pero el énfasis está ahora en su acción causal. Por tanto,
los seres compuestos de materia y forma no son naturaleza, pues no tienen
razón de principio, sino, más bien, de principiado. De ahí que no sean
naturaleza, sino por naturaleza (Fís. II, 1, 193b5-6).
A lo anterior, se puede añadir la categoría de lo que es «conforme a la
naturaleza» (Fís. II, 1, 192b35-193a3). La generación de un ser vivo, por
ejemplo, se dice que se da conforme a la naturaleza cuando el movimiento
hacia la forma se da conforme a lo previamente establecido. En este
contexto, Aristóteles piensa que, si queremos explicar el dinamismo de
la realidad, no basta con saber qué es la naturaleza en general, sino que
resulta necesario distinguir también lo que tiene naturaleza, lo que es por
naturaleza y lo que es conforme a ella, pues ante nuestros ojos aparecen
seres compuestos de materia y forma en constante devenir.
En esta primera referencia, podemos encontrar un uso muy particular de
la comparación entre el arte y la naturaleza. Aristóteles, al tratar de definir
qué es la phúsis, necesita un punto de contraste como sucede con cualquier
definición. Sin embargo, éste no puede ser una substancia separada de la
materia, pues su esencia y existencia son menos evidentes. En este orden
de ideas, el filósofo griego se da cuenta que tiene en los entes artificiales
un caso muy peculiar: son objetos que existen con materia, su existencia es
evidente, aunque no son por naturaleza. Gracias a este contraste, Aristóteles
se abre paso para definir qué es lo propio de lo natural.
La conocida definición de phúsis expresada en términos de principio
intrínseco de movimiento y reposo, así como la identificación de sus sentidos
que veremos en el siguiente apartado, revelan una parte importante de la
visión aristotélica del cosmos. Al oponer la naturaleza con el arte, Aristóteles
no sólo pretende oponer lo natural con lo artificial, lo cual es en cierto modo
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evidente. Detrás de este modo de abordar el tema, también encontramos
una toma de postura frente a Platón, como algunos comentaristas han
hecho notar (Waterlow, 1982: 36). La naturaleza, tal y como es presentada
en el Timeo, es un caso peculiar de obra de arte en sentido aristotélico.
Es decir, tiene un principio extrínseco, i. e., el demiurgo. En cambio, la
definición aristotélica de naturaleza llevada hasta sus últimas consecuencias
no deja lugar a esta consideración platónica sobre el cosmos. Por tanto, si
la naturaleza es principio intrínseco de movimiento, ya sea como forma
o como materia, el orden del mundo es, en cierto modo, autoexplicativo.
III. Los sentidos de naturaleza
Al continuar con el hilo conductor del discurso de Fís. II, nos
encontramos con un segundo momento que se centra en la aclaración de
las distintas formas en la que se puede hablar de phúsis y que también
recurre a la analogía entre arte y naturaleza. Veremos que, desde un punto
de vista aristotélico, es posible hablar de dos sentidos de ella, a saber:
como materia y como forma. También en la Metafísica encontramos un
tratamiento sobre el tema (Met. V, 4, 1015a13-19 y Rossi, 2011: 49-51).
En lo que respecta a Fís. II, las razones para distinguir esos dos sentidos son
de distinta índole, pero recurren a la comparación del arte con la naturaleza
de una u otra forma.
Así las cosas, tenemos que Aristóteles identifica como un primer
sentido a «la primera materia sujeto de cada ser, que posee en sí misma el
principio del movimiento y el cambio» (Fís. II, 1, 193a29-30). Aristóteles
se refiere con esto a lo que en principio constituye a cada cosa y que no
se identifica con la forma, como el bronce con respecto de la estatua o la
madera con respecto del lecho. En estos casos, tanto el bronce como la
madera constituyen la estatua y el lecho. Apelando a Antifón, Aristóteles
pone como signo de ello el hecho de que, si se perfora el lecho, entonces
brotarían yemas y retoños que no son lechos, ni sillas, ni mesas, sino
madera. Esto se debe a que la forma artificial que hace que el lecho sea tal,
es accidental (Fís. II, 1, 193a12ss). Podríamos decir que, en este caso, la
referencia a un ente artificial sirve para introducir una reducción al absurdo
y, en ese sentido, juega un papel también argumentativo.
En este contexto, Aristóteles refiere a los filósofos arcaicos cuando cita
que hubo algunos filósofos para los cuales «la naturaleza de las cosas es la
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Arte y naturaleza en Física II: usos y alcances de una analogía
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tierra, y otros que es el fuego, otros que es el aire, otros que es el agua, otros
que son varios elementos juntos a la vez» (Fís. II, 1, 193a21). La tesis en
común que comparten estos filósofos es que para que el cambio sea posible
debe haber un principio que permanezca inmutable a lo largo de todos los
procesos que se dan en la naturaleza. En este punto, Aristóteles les concede
parte de verdad a los primeros filósofos porque, propiamente hablando, los
cambios suceden en los atributos que se dan en un sustrato cualquiera. A
pesar de ello, el Estagirita introduce algunos matices más al respecto.
El discurso de Física II incorpora tres argumentos adicionales para
justificar que la naturaleza también puede entenderse en un segundo
sentido, a saber, como forma. El primero se puede reconstruir en los
siguientes términos: si algo es conforme a la naturaleza y es natural en acto,
entonces se llama naturaleza (Fís. II, 1, 193a31ss). Además, si se dice que
algo es natural sólo potencialmente, entonces no se le llama naturaleza.
De hecho, esto mismo sucedería, por analogía, en el arte. Algo que puede
llegar a ser un producto del arte, pero no lo es todavía, no puede recibir
esa denominación en acto. Así pues, tendríamos que si algo recibe la forma
que integra su propia definición, entonces aquello será natural. De esta
manera Aristóteles argumenta que la naturaleza podría ser la especie y la
forma de aquellos seres que tienen en sí mismos el principio del cambio
y del movimiento. En este caso, la comparación con el arte tiene fines
explicativos. Sirve pues, para aclarar el punto.
El segundo argumento, por su parte, arranca desde una premisa mayor
implícita en el texto: todo lo que resulta por generación es naturaleza. La
premisa menor, en cambio, puede tomarse de los dos ejemplos que cita
el mismo Aristóteles. El primer ejemplo es que el hombre se hace a partir
del hombre, mientras que el segundo es el ya citado ejemplo del leño que,
pudriéndose, hace brotar yemas y retoños, produciéndose entonces más
madera. Estos ejemplos pueden traducirse en términos más universales
diciendo que la forma de los seres naturales resulta de la generación, como
es el caso de la madera y del hombre (Scharle, 2015: 88-106). Por este
motivo, habría que decir que la forma es naturaleza.
Por último, el tercer argumento, introducido por Aristóteles para
mostrar que la naturaleza puede identificarse con la forma, sostiene como
premisa mayor que la phúsis (dicha como proceso de generación) es un
camino hacia la naturaleza, y que la forma, de hecho, es el término del
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proceso de generación (Fís. II, 1, 193b12-13). Por tanto, podemos decir
que la forma es un sentido de naturaleza. Así las cosas, Aristóteles concluye
que la phúsis no sólo es materia, sino también forma en la medida en que
es el principio explicativo de la identidad actual de una substancia. Dado
el grado de generalidad en el que se mueve la discusión, la comparación
con el arte juega un papel fundamental, ya sea en términos explicativos o
bien argumentativos, como ya vimos. Pareciera que es la única forma de
contrastar la naturaleza con algo distinto, pues las realidades metafísicas
o inmateriales son todavía menos evidentes y no servirían para aclarar o
iluminar el estatuto de lo natural en un primer momento argumentativo.
IV. Naturaleza y finalidad
La dialéctica entre arte y naturaleza aparece a lo largo del libro II de
la Física, pero encuentra su punto más alto hacia el final del texto. Un
tercer ejemplo del uso de la analogía entre arte y naturaleza en la Fís. lo
encontramos en II 8 que intenta completar la explicación de una tesis que
aparece un poco antes, según la cual «puesto que las causas son cuatro, será
tarea del físico conocerlas todas y, haciendo referencia a todas ellas —a la
materia, a la forma, al motor y al fin—, podrá responder al porqué de un
modo físico» (Fís. 198a22-24). La tesis recogida en el texto reclama una
justificación, pues no basta decir que las causas son cuatro para decir que el
físico debe remitirse a todas ellas. Hay ciencias como las matemáticas que
sólo recurren a un tipo de explicación, a saber, la formal y sin que ello le
reste universalidad o necesidad (Fís. 194a31-35). La pregunta que se debe
plantear entonces es: ¿por qué el físico debe remitirse a los cuatro tipos
establecidos de causas?
Aristóteles responde a este cuestionamiento en varios pasajes. En el
caso de la materia, por ejemplo, se podría decir que su poder explicativo
consiste en ser aquello a partir de lo cual algo se genera y que, a su vez,
permanece al final del cambio (Fís. II, 3, 194b23-24). Ella, sin embargo,
no explica propiamente la actualidad de una substancia, lo cual se explica
por la forma (Fís. II, 1, 193a28-193b21), así como tampoco da razón del
desencadenamiento de un movimiento, lo cual remite a la intervención de
un agente motriz (Met. I, 3, 984a16-27). De ahí la necesidad de ampliar
el elenco de causas.
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Al momento de hablar de la causa final, Aristóteles introduce una
parte importante de su respuesta en Fís. II 8. Ahí, muestra qué aspectos
del cambio y del dinamismo natural se oscurecen si se prescinde de la
consideración de la teleología. Esta manera de proceder no prueba la
falsedad de las explicaciones materialistas, sino más bien su incompletud
(Boeri, 1993: 200-202 y A. Ross, 2006: 127-146) y, en este contexto,
aparece varias veces la analogía entre el arte y la naturaleza. En algunas
ocasiones se le da un uso ilustrativo, mientras que en otras se le da uno
argumentativo.
Aristóteles se pregunta en Fís. II, 8 por qué la naturaleza se cuenta
entre aquellas causas que son para algo y cómo se da la necesidad en las
cosas naturales (Fís. II, 8, 198b10-16). Para responder a ello, el filósofo
griego argumenta a favor de la inclusión de la naturaleza entre las causas
finales tratando de desactivar los argumentos de sus oponentes, cuyos
representantes son Empedócles y Anaxágoras (Fís. II, 8, 198b29-32 y D.
Ross, 1936: 528). Sin embargo, intenta incluir de alguna forma las ventajas
que tiene la postura del oponente (A. Ross, 2007: 127-146).
El detractor de las explicaciones teleológicas recreado por Aristóteles en
II 8 se preguntaría lo siguiente: «¿qué impide que la naturaleza no obre en
vistas de un fin ni en vistas de lo mejor, sino que, así como Zeus no hace
llover para que el grano crezca, sino que esto se produce por necesidad?» (Fís.
II, 8, 198b16-19). Esta pregunta es el punto de partida del Estagirita en la
medida en que prescindir de explicaciones teleológicas sugiere la posibilidad
de dar razón de los fenómenos naturales. Un ejemplo de explicación que
daría el partidario del materialismo es que un fenómeno natural como la
lluvia sucedería simplemente porque el agua que se evapora se enfría y lo
enfriado desciende al convertirse en agua. Sin embargo, esto no sucede
para que el grano crezca o para arruinar una cosecha en el campo. Estos
dos son efectos accidentales (Fís. II, 8, 198b19-23). La explicación de la
lluvia apelaría solamente a causas materiales y eficientes, prescindiendo de
cualquier tipo de finalidad.
Una vez dicho lo anterior el intelocutor materialista podría sugerir la
generalización de la explicación anterior a toda la naturaleza. Esto es:
«¿Qué impide que también sea así con las partes de los seres vivos en la naturaleza? Por
ejemplo, es necesario que los dientes sean agudos y aptos para cortar. Las muelas, en
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cambio, deben ser anchas y planas para masticar el alimento. Por cierto, todo esto no
se produce con este propósito sino por accidente» (Fís. II, 8, 198b23-29).
El acierto de la explicación de la lluvia al prescindir de fines abre la puerta
para extender ese modelo causal a toda la naturaleza. A pesar de la aparente
orientación hacia un fin en la mayoría de los fenómenos naturales, éste no
sería el caso. Además, podría añadir el oponente, que cuando algo ocurre
como si se hubiesen generado en vistas de un fin, en realidad esto sucede
porque se conservaron por azar bien constituidas (Fís. II, 8, 198b29-32.).
Sin embargo, cuando las cosas no se dan de este modo perecen, como
habría sucedido con unos bueyes de rostro humano de los que hablaba
Empédocles. En síntesis, el defensor del materialismo alegaría lo siguiente:
(1) Todo lo que ocurre por necesidad, ocurre como consecuencia de la
naturaleza de los cuerpos simples y sus movimientos (Charles, 1995: 111).
(2) Cualquier cosa que ocurra no como resultado de la naturaleza y del
movimiento de los cuerpos simples, ocurre por azar (Charles, 1995: 111).
De esta forma, el materialismo podría dar una explicación universal
de los fenómenos de la naturaleza. Sin embargo, frente a esta postura,
Aristóteles defiende la inclusión de explicaciones teleológicas en la física
atacando la suficiencia de las explicaciones materialistas. Para ello, el
Estagirita recurre en II 8 a: i) la frecuencia de algunos fenómenos naturales;
ii) la organización de las partes de un compuesto; iii) la direccionalidad del
comportamiento y de los procesos que involucran a los entes naturales. Es
en el contexto de esta argumentación, que reaparece la confrontación entre
arte y naturaleza de manera recurrente.
Uno de los argumentos sostenidos por Aristóteles sería que, de los
aspectos de la naturaleza irreductibles a una descripción mecánica, uno es
la «ordenación de lo anterior a lo posterior» en distintos contextos (Fís. II,
8, 199a8-12). Es decir, si F es el fin de la secuencia a1, a2 y a3, entonces a1
- a3 ocurren en vistas de F (Charles, 1995: 114). En aras de mostrar que la
definición citada se cumpla en el caso de la naturaleza, la primera evidencia
que Aristóteles proporciona es, precisamente, una analogía entre el arte y
la naturaleza:
«Pero si los entes naturales se generaran no sólo por naturaleza sino también por arte,
se generarían del mismo modo que son por naturaleza. Una cosa, entonces, tiene por
fin a la otra y, en suma, el arte lleva a cabo aquellas cosas que la naturaleza es incapaz
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Arte y naturaleza en Física II: usos y alcances de una analogía
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de realizar y, además, imita a la naturaleza. Por tanto, si los entes artificiales son en
vistas de un fin, es evidente que también lo serán los entes naturales. En efecto, en los
entes artificiales y en los naturales lo posterior y lo anterior se encuentran entre sí en
la misma relación» (Fís. II, 8, 199a13-20).
El argumento contenido en este pasaje llama la atención porque llama
a incluir a la naturaleza entre las causas finales, porque éstas existen en
el arte y el arte imita a la naturaleza. Desde luego, el argumento hay que
leerlo a partir de la prioridad que tendría el orden natural respecto de las
obras de arte. Lo natural es aquello que tiene el principio del movimiento
en sí mismo y no en algo externo, como sí es el caso de los artefactos. Al
tratarse de dos órdenes paralelos, uno sirve para clarificar las características
del otro.
Una vez dicho lo anterior, Aristóteles presenta otras instancias donde la
definición de teleología se cumple en el caso de la naturaleza. El Estagirita
cita algunos ejemplos verificables empíricamente como el comportamiento
de las golondrinas cuando construyen sus nidos o la manera en la que las
hojas cubren los frutos (Fís. 199a20-30). Dado que ni las plantas ni los
animales obran por técnica, búsqueda o deliberación, Aristóteles concluye
que lo anterior está ordenado «naturalmente» a lo posterior. Esto, junto
con la doctrina de la composición hilemórfica de los entes y la analogía con
el arte, dan pie a que el Estagirita concluya que en la naturaleza lo anterior
es por lo posterior y, por tanto, se puede decir que está orientada a fines.
Ahora bien, a la par de estos primeros argumentos orientados a mostrar
la insuficiencia de la postura del oponente, Aristóteles introduce un
segundo tipo de razones que intentan demostrar que la afirmación de la
existencia de fines en el mundo natural es compatible con otras tesis que,
en primera instancia, la descartarían. En particular, se refiere a la presencia
de errores en los procesos naturales y a la falta de deliberación en ellos. Así
pues, apelar a lo anterior para descartar la teleología sería improcedente. En
este caso, reaparece la confrontación entre arte y naturaleza en un sentido
muy original.
La primera tesis que alguien podría pensar que es incompatible con
la teleología natural es el hecho de que en la naturaleza ocurren errores,
es decir, que no siempre se alcanza el resultado esperado (Fís. 199a33199b4). Sin embargo, Aristóteles piensa que esto no es así y señala que, en
el arte, donde indiscutiblemente sabemos que hay causas finales, también
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hay errores. Sabemos por experiencia que, en el caso del arte, se obra en
vistas de algo y eso no obsta para que alguien se equivoque. Los expertos
pueden cometer errores y esto sucede, de hecho, cuando actúan de cara a
un fin. Un gramático quiere escribir bien y el médico quiere curar, pero
no son infalibles y pueden equivocarse al buscar ese propósito. Aristóteles
utiliza estos ejemplos para decir después que esto mismo sucedería en
la naturaleza: los errores serían casos en los que no se llegó el estado al
que apuntaba el proceso resultando algo que no se buscaba. En este caso,
Aristóteles encuentra nuevamente la posibilidad de construir una reducción
al absurdo de la postura de su interlocutor al confrontar la naturaleza con
el arte.
Una segunda objeción posible en contra de la teleología natural
sostendría que la naturaleza no delibera y, por tanto, estaría impedida de
obrar en vistas de un fin determinado (Fís. II, 8, 199b26-33). Aristóteles
piensa que esto tampoco es así y la instancia a partir de la cual infiere esto
es, nuevamente, el ejercicio del arte. La deliberación no interviene en su
ejecución y ello no implica que deje de llevar a cabo un fin determinado.
Aristóteles encuentra en el arte un ejemplo que le viene bien: puede haber
procesos teleológicos que no suponen deliberación y no son naturales,
así que sirven de referencia para mostrar que la teleología no supone
deliberación y por lo tanto no debemos reclamarla para la naturaleza. El caso
del arte evita que tenga que caer en una petición de principio. Aristóteles
añade el ejemplo diciendo que, si el arte de construir barcos estuviese en
la madera, haría lo mismo por naturaleza. El fenómeno que parece que
quiere resaltar en estos pasajes es que un verdadero experto en algún arte
lo ejecuta sin detenerse a deliberar cuál es el siguiente paso, acción propia
de un principiante. De nuevo, podemos ver que la confrontación con la
naturaleza juega un papel clave en el argumento aristotélico.
Estas dos explicaciones apuntarían a mostrar la compatibilidad de la
presencia de un orden teleológico en la naturaleza con fenómenos que
parecen ser incompatibles con él. Las conclusiones, así como el método
utilizado para llegar a ellas, emplean la menor cantidad de recursos posibles,
dada la determinación del tipo de explicaciones que debe buscar y ofrecer
quien estudia la naturaleza. Para ello, el recurso a la comparación entre la
naturaleza y el arte es un elemento fundamental. Aristóteles necesita un
punto de contraste que le permita mostrar lo específico del mundo natural,
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pero tiene que recurrir a algo con lo que tengamos familiaridad o que nos
resulte evidente. Lo que está más allá de la naturaleza, que podría ser otra
opción, no cumple con ese carácter, así que el papel del arte se vuelve clave
en la argumentación de este punto.
V. Conclusiones
A lo largo de este trabajo, se ha intentado mostrar los distintos usos
que se pueden hacer de la comparación entre arte (tékhne) y naturaleza
(phúsis) en Fís. II. Como puede verse, Aristóteles recurre a la confrontación
de los dos términos mencionados en distintos contextos y momentos de
su discurso con fines tanto ilustrativos como argumentativos. En Fís. II
1, el contraste entre arte y naturaleza es clave para construir la definición
de phúsis en términos de principio de movimiento. Definir es, de alguna
manera, delimitar. Sin embargo, la naturaleza parece abarcarlo todo y, por
ese motivo, el contraste con el arte se convierte en un buen camino en aras
de definir qué es lo natural.
Hemos visto también que Aristóteles recurre a la confrontación entre
arte y naturaleza en Fís. II para ampliar los sentidos en los que se dice
phúsis más allá de la materia. La identificación de la forma como naturaleza
supone que tengamos que recurrir nuevamente a la dialéctica entre arte y
naturaleza para explicar de qué manera esto es así. La clave del argumento
está en mostrar que tanto en la naturaleza como en el arte hay un principio
activo y uno potencial, pero que la identidad depende del primero.
Finalmente, vimos que Aristóteles recurre a la comparación de las dos
nociones que nos ocupan en Fís. II 8 para incluir a la phúsis entre las causas
que son para algo. Por una parte, Aristóteles recurre a ella para mostrar las
insuficiencias del materialismo. Aquí encontramos algunos pasajes donde
la comparación entre arte y naturaleza va más allá de la ejemplificación y se
convierte en premisa clave de uno de sus argumentos. Además, Artistóteles
recurre a ella en esos mismos pasajes para mostrar, de manera muy original,
cómo ciertas creencias que se consideran incompatibles con la teleología
natural no lo son en realidad.
Como puede verse, las tres cuestiones forman parte del núcleo temático
del segundo libro de la Física y nos permiten ilustrar el punto que nos
propusimos resaltar. Aristóteles se vale de la apelación al arte para aclarar
la noción de la naturaleza, pues en la medida en que ésta parece abarcarlo
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todo, los caminos para delimitarla no son fáciles de encontrar. Como
dijimos antes, un camino distinto a la apelación al arte sería recurrir a
nociones metafísicas que están más allá de la naturaleza. Sin embargo,
esto sería un despropósito en la metodología aristotélica, pues el Estagirita
piensa que el acceso a ellas supone un primer paso por el estudio de lo
natural. Por tanto, el arte se vuelve la instancia privilegiada de contraste
para establecer lo propio de lo natural en cuanto a su definición, sentidos
y poder causal. A tal punto encuentra Aristóteles un paralelismo entre arte
y naturaleza que, si bien son irreductibles entre sí, podrían llegar a ser
intercambiables: lo hecho por la naturaleza sería hecho por el arte de la
misma manera y viceversa. El paralelismo no podría ser más fuerte.
Referencias bibliográficas
Aristóteles (1982) (trad. Miguel Candel Sanmartín): Tratados de Lógica
(Órganon). Madrid: Gredos.
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José Alberto Ross Hernández es doctor en filosofía por la Universidad de
Navarra y tiene un posdoctorado en filosofía antigua por el Centro Léon Robin
de la Universidad de París IV-Sorbona. Actualmente, es profesor investigador de
la Universidad Panamericana y miembro del Sistema Nacional de Investigadores
de CONACYT.
Líneas de investigación:
- Dios y lo divino en Aristóteles y el aristotelismo antiguo.
- Naturaleza y normatividad en la filosofía Antigua.
- Causalidad y explicación en la filosofía antigua.
Publicaciones recientes:
- «The causality of the Prime Mover in Simplicius» en Relectures néoplatoniciennes
de la théologie d’Aristote, ed. por Fabienne Baghdassarian, Ioannis Papachristou y
Stephane Toulouse. Alemania: Academia Verlag, 2020, 103-122.
- «Hedoné, teleíosis y enérgeia en Aristotle» en Antiquorum Philosophia, 13,
2019, 91-100.
- «Teleología y naturaleza en Aristóteles» en Síntesis. Revista de Filosofía I (2),
2018, 101-121.
- «The causality of the Prime Mover en Met. XII» in Aristotle’s Metaphysics
Lambda, ed. por Christoph Horn. Alemania: De Gruyter, 2016, 207-227.
Dirección electrónica: jaross@up.edu.mx
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad
y ruptura con Aristóteles
The will in Duns Escoto: continuity and break
with Aristotle
Jesús de Garay
Universidad de Sevilla (España)
Recibido: 14.10.2020
Aceptado: 26.01.2021
RESUMEN
Duns Escoto contrapone las nociones de naturaleza y voluntad, afirmando su
continuidad con Aristóteles en la cuestión 15 de las Quaestiones super libros
metaphysicorum Aristotelis, IX. Sin embargo, la noción de voluntad en Aristóteles
difiere sustancialmente de la de Escoto. Mientras que en Aristóteles la voluntad
se define como deseo respecto de un objeto inteligible, en Escoto la voluntad
se define como autodeterminación. La nueva caracterización de la voluntad por
Escoto tiene como precedentes las doctrinas de la voluntad en Agustín de Hipona,
Anselmo de Canterbury y especialmente en Pedro Olivi.
PALABRAS CLAVES
DUNS ESCOTO; ARISTÓTELES; VOLUNTAD; NATURALEZA.
ABSTRACT
Duns Scotus contrasts the notions of nature and will, affirming its continuity
with Aristotle (cf. Quaestiones super libros Metaphysicorum Aristotelis, IX, q. 15).
However, the notion of will in Aristotle differs substantially from that of Scotus.
While in Aristotle the will is defined as desire with respect to an intelligible object,
in Scotus the will is defined as self-determination. The new characterization of
the will by Scotus has as its precedents the doctrines of the will in Augustine of
Hippo, Anselm of Canterbury and especially in Peter John Olivi.
KEYWORDS
DUNS SCOTUS; ARISTOTLE; WILL; NATURE.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 67-97.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
68
Jesús de Garay
I. Introducción
Para Duns Escoto hay una irreductibilidad absoluta entre naturaleza
y voluntad. Corresponden a experiencias diferentes y no cabe explicar una
de ellas por la otra. De ese modo, la noción de naturaleza se define en
contraposición a la de voluntad. Más aún, la voluntad ostenta la primacía
frente a la naturaleza. Por otra parte, la inteligencia, en todas sus formas, se
integra dentro de la naturaleza frente a la voluntad.
Estas afirmaciones ciertamente implican una ruptura con la tradición
filosófica griega. Sin embargo, el planteamiento escotista se presenta en
continuidad con Aristóteles. Para Escoto, no hay ruptura sino continuidad.
Su argumentación es particularmente visible en la cuestión 15 de las
Quaestiones super libros metaphysicorum Aristotelis, IX, donde Escoto
comenta el capítulo 2 del libro IX de la Metafísica de Aristóteles, que se
ocupa de la distinción entre potencias racionales e irracionales.
No es raro encontrar en algunos pensadores modernos y contemporáneos
el reconocimiento de la primacía de la voluntad frente a la inteligencia.
Quizá con Nietzsche alcanzó su punto álgido. Si atendemos a las
sugerencias heideggerianas, el pensamiento de Nietzsche es una metafísica
de la voluntad1. «‘La voluntad de poder’ es la expresión para el ser del ente
en cuanto tal, la essentia del ente»2. Independientemente de la credibilidad
que demos a la interpretación de Nietzsche por parte de Heidegger, no cabe
duda que la voluntad ostenta un marcado protagonismo en el pensamiento
de Nietzsche.
Desde luego, resultaría anacrónico —y pintoresco a los ojos de
Nietzsche, que muy probablemente nunca leyó nada de Escoto—
cualquier comparación entre la filosofía de la voluntad en Escoto y
Nietzsche. Tampoco lo haré yo. Únicamente pretendo recordar que la
historia del concepto de voluntad, siendo larga y compleja, es deudora
de las reflexiones de Aristóteles y Escoto. Más aún, la discrepancia de
Escoto frente a Aristóteles ha marcado de modo determinante la historia
del concepto de voluntad. Para Escoto la voluntad no es deseo del bien
1 Cfr. M. Heidegger, Nietzsche (II, pp. 207-269) Barcelona: Destino 2000.
2 Ibíd, II, 211. Asimismo p. 214: «¿Cómo debemos entender la ‘voluntad de poder’ en
el sentido de Nietzsche? […] ¿Qué es la voluntad de poder? Es la esencia más íntima del
ser» (La voluntad de poder, n. 693). Esto quiere decir: la voluntad de poder es el carácter
fundamental del ente en cuanto tal».
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
69
inteligible (como lo es en Aristóteles), sino autodeterminación espontánea
de fines para la acción. No es deseo sino autodeterminación.
En estas páginas no pretendo revisar la amplia literatura sobre esta
cuestión. Mi interés se centra exclusivamente en precisar la continuidad y la
discrepancia de Escoto con Aristóteles en lo relativo a la contraposición entre
naturaleza y voluntad3. La posición de Escoto implica una reivindicación
de la contingencia frente a la necesidad, de la acción frente a la ciencia. Es
decir, la distinción entre naturaleza y voluntad le aboca a proponer una
ontología en la que el ser contingente precede al ser necesario. El saber de
la ciencia que establece las regularidades necesarias de la naturaleza queda
subordinado al saber de la acción humana.
Como suele suceder en la historia de la filosofía, la propuesta de
Escoto tiene numerosos precedentes. En parte ciertamente se apoya en
una particular interpretación de algunos lugares aristotélicos, pero en lo
relativo a la voluntad tiene especialmente presente la tradición intelectual
cristiana que pasa por Agustín, Anselmo, Buenaventura y sus discípulos,
muy en particular Pedro Olivi.
3 La bibliografía acerca de la voluntad en Escoto es abrumadora, y no es posible ni
tan siquiera mencionar los títulos más significativos. Por mencionar sólo algunos,
incluyen abundantes referencias a la voluntad y a la naturaleza las clásicas monografías
de É. Gilson, Jean Duns Scot, Introduction à ses positions fondamentales. Paris: Vrin
1952; L. Honnefelder, Ens inquantum ens. Münster: Aschendorf, 1989; ibid., Scientia
transcendens. Hamburg: Meiner, 1990; A. Vos, The Philosophy of John Duns Scotus,
Edinburgh: Edinburgh University Press, 2006; ibid., The Theology of John Duns Scotus,
Leiden: Brill, 2018; G. Sondag, Duns Scot. La métaphysique de la singularité, Paris:
Vrin, 2005; T. Williams (ed.), The Cambridge Companion to Duns Scotus, Cambridge:
Cambridge University Press, 2003. Además, hay numerosos estudios, ya desde el siglo
XIV hasta hoy, directamente centrados en el análisis de los textos de Escoto sobre la
voluntad. Así, por ejemplo, A. B. Wolter, O.F.M., Duns Scotus on the Will and Morality,
ed. by William A. Frank, Washington: The Catholic University of America Press, 1997;
W. Hoeres, Der Wille als reine Vollkommenheit nach Duns Scotus, Salzburg: Verlag
Anton Pustet, 1962; M. E. Ingham, Ethics and Freedom, Lanham: University Press of
America, 1989; I. Miralbell, El dinamicismo voluntarista de Duns Escoto, Pamplona:
Eunsa, 1994; F. Inciarte, «Natura ad unum – ratio ad opposita. Zur Transformation
des Aristotelismus bei Duns Scotus», en J. P. Beckmann et al. (ed.), Philosophie im
Mittelater, Hamburg: Meiner, 1996, pp.259-273; A. Vos Jaczn. et al., Contingency and
Freedom. Lectura I 39, Dordrecht: Springer, 2013; F. Loiret, Volonté et infini chez Duns
Scot, Paris: Kimé, 2003. En ningún caso pretendo debatir con unos u otros autores, sino
simplemente agradecer sus innumerables y excelentes indicaciones.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
70
Jesús de Garay
II. La voluntad en Aristóteles
Como es sabido, la doctrina de la voluntad en Aristóteles aparece
diseminada en diversos lugares del corpus. Además resulta difícil encontrar
un término griego que se corresponda exactamente con nuestro uso actual
del término ‘voluntad’. Quizá los textos donde más directamente aborda
cuestiones relacionadas con la voluntad sean Ética a Nicómaco, III, 1-5 y
Acerca del alma, III, 7-11.
Las referencias en todo caso serían innumerables, pues incluyen todos
aquellos textos donde Aristóteles se ocupa de la acción humana. Uno de
ellos es el texto que Escoto comenta (Metafísica IX-2) donde Aristóteles
establece la diferencia entre las potencias racionales (la inteligencia) frente
a las potencias irracionales (como el poder del sol para calentar, el poder de
las plantas para crecer o de los animales para sentir y moverse). No obstante,
Aristóteles aquí no se ocupa directamente de los actos voluntarios, sino
más bien de distinguir el poder de la inteligencia frente a otras potencias
activas.
En Ética a Nicómaco III, Aristóteles define la acción voluntaria
(hekousion), común al ser humano y a los demás animales. «Lo voluntario es
aquello cuyo principio está en uno mismo y que conoce las circunstancias
concretas de la acción»4. Es decir la voluntariedad o espontaneidad de la
acción procede de un principio activo que está en uno mismo, es decir, que
no procede de fuera (como las acciones realizadas por coacción) sino sólo
de sí mismo. Además se da un conocimiento de la propia acción y de las
circunstancias que la rodean en el momento concreto de la acción5.
A continuación analiza la elección (proairesis), que es un acto voluntario
(hekuosion) pero exclusivamente humano6. Y argumenta que se distingue
del apetito (epithymia), del impulso (thymos), del deseo racional (boulsis) y
de la opinión (doxa)7. No es apetito ni impulso, porque ambos son comunes
al hombre y a los animales. No es deseo racional (boulsis) porque deseamos
también lo imposible y lo que no está en nuestro poder, mientras que
4 Arist., EN, 1111a 22-24. Sigo la traducción de M. Araujo y J. Marías, Madrid: Instituto
de Estudios Políticos, 1970.
5 1110a 12-13.
6 1111b 4-10.
7 1111b 10-1112a 13.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
71
elegimos sólo lo que depende de nosotros8. Además el deseo se refiere más
bien al fin, mientras que la elección a los medios9. Por último, la elección se
distingue de la opinión, entre otras razones, porque la elección se refiere al
bien y al mal, mientras la opinión a lo verdadero y lo falso10. La conclusión
de Aristóteles es que la elección es un acto voluntario (hekousion) que ha
sido objeto de una deliberación previa, es decir, que está acompañado de
un razonamiento (meta logou kai dianoias)11.
La deliberación racional (boul, bouleusis) es así un elemento esencial de la
elección. Se refiere igualmente a lo que depende de nosotros y es realizable.
A propósito de esto, resulta relevante la enumeración de las causas que hace
aquí Aristóteles. Afirma que las causas son «la naturaleza, la necesidad,
el azar, y también la inteligencia y todo lo que depende del hombre»12.
Es decir, aquello que depende del hombre (la elección) se distingue de la
naturaleza, la necesidad, el azar e incluso de la inteligencia (nous).
Añade Aristóteles una observación:
«El objeto de la deliberación y el de la elección son el mismo, salvo que el de la elección está ya determinado, pues se elige lo que se ha decidido como resultado de la
deliberación (to gar ek ts bouls krithen proaireton estin). Todos, en efecto, dejamos de
inquirir cómo actuaremos cuando retrotraemos el principio a nosotros mismos (eis
hauton anagagi tn archn) y a la parte directiva de nosotros mismos (kai hautou eis to
hgoumenon), pues ésta es la que elige (touto gar to proairoumenon)»13.
Es decir, hay un paso más desde la deliberación a la elección: ésta última
ya no es una reflexión racional sino que procede de un principio que dirige
nuestras acciones. Podría parecer que alude a la voluntad como principio de
la elección, pero propiamente Aristóteles menciona el deseo (orexis) como
esencia de la elección, que es definida como «deseo deliberado de cosas a
nuestro alcance»14. Por consiguiente, este texto concluye con la afirmación
de que el principio directivo por el que elegimos es el deseo racional.
A su vez, el deseo racional o voluntad (boulsis) tiene por objeto el fin o
bien, es decir, lo entendido como deseable. La voluntad, por tanto, sigue
8 1111b 19-30.
9 1111b 26-27.
10 1111b 31-1112a 13.
11 1111b 14-17.
12 1112a 30-33.
13 1113a 2-6.
14 1113a 10.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
72
Jesús de Garay
al objeto deseable presentado por la razón. La deliberación presenta un
objeto deseable y el deseo lo quiere. Cuál sea el objeto deseable (el fin o
bien para la voluntad) depende de lo que «a cada uno le aparece como tal
(hekasti de to phainomenon)»15, aun cuando hay un bien verdadero, que
reconoce el hombre bueno (spoudaios)16.
Estas mismas consideraciones se repiten en Acerca del alma III, 9-10,
con algunas precisiones. A la cuestión de cuál sea el principio motor del
movimiento local en los animales17 (y por tanto el principio de la acción
humana), Aristóteles responde en primer lugar descartando la potencia
nutritiva y la sensitiva18. A continuación excluye también al intelecto
(nous). Que el intelecto teórico no es el principio de la acción humana
resulta claro a Aristóteles porque «el que posee la ciencia médica no por
eso la ejercita»19. Pero tampoco el intelecto práctico es el principio de la
acción, porque «incluso cuando el intelecto manda (epitattontos tou nou) y
el razonamiento (dianoias) dice que se huya de algo o se busque, no por eso
se produce el movimiento correspondiente»20. Por último, también rechaza
que el principio del movimiento sea exclusivamente el deseo (orexis),
porque quienes tienen control de sí mismos no actúan según sus deseos
sino que se dejan guiar por el intelecto21.
La conclusión del texto de Acerca del alma es que son dos los principios
de la acción: el deseo y el intelecto (nous kai orexis)22, no el intelecto teórico
sino el práctico23. «Con razón, por consiguiente, aparecen como causantes
del movimiento los dos, el deseo y el pensamiento práctico: efectivamente
el objeto deseable mueve y por eso el pensamiento mueve porque su
principio es el objeto deseable. […] El principio motor es, por tanto, único:
el objeto deseable. Y es que si los principios que mueven son dos, intelecto
y deseo, será que mueven en virtud de una forma común. Ahora bien,
la observación muestra que el intelecto no mueve sin deseo: la voluntad
15 1113a 23.
16 1113a 28-32.
17 Arist., de An., 482b 8. Sigo la traducción de T. Calvo, Madrid: Gredos, 1978.
18 432b 14-26.
19 433a 4.
20 433a 1-3.
21 433a 6-8.
22 433a 13.
23 Cfr. 433a 16.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
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(boulsis) es desde luego un tipo de deseo (orexis)»24. «Por consiguiente, lo
que mueve es siempre el objeto deseable que, a su vez, es lo bueno o lo
que se presenta como bueno. Pero no cualquier objeto bueno sino el bien
realizable a través de la acción. Y el bien realizable es el que puede ser de
otra manera que como es»25.
«Tres son los elementos que integran el movimiento: uno es el motor, otro aquello con
que mueve y el tercero, en fin, lo movido. El motor es, a su vez, doble: el que permanece inmóvil y el que mueve moviéndose. Pues bien, el que permanece inmóvil es el bien
realizable a través de la acción, el que mueve moviéndose es la facultad desiderativa
[…] y lo movido es el animal»26.
Estos textos muestran con claridad la doctrina aristotélica sobre la
voluntad: el principio de la acción humana es el objeto deseable, forma
común al intelecto práctico y al deseo. Ese objeto deseable es resultado de
la sensación, de la imaginación y especialmente de la deliberación racional.
El deseo mueve pero está regido por el objeto, que es caracterizado como
motor inmóvil. El paralelismo con la cosmología aristotélica es obvio: el
orden de la psique humana está gobernado por el objeto deseable, que, eso
sí, no es necesario sino contingente. El deseo racional (la voluntad: boulsis)
es pasivo respecto del objeto deseable. La voluntad es un principio activo
que está en uno mismo y no en otro, pero es pasivo respecto del objeto
presentado por la deliberación racional.
III. La tradición cristiana: de Agustín a Anselmo
Además de las indicaciones de Aristóteles sobre la voluntad, hay otros
muchos autores que analizaron la voluntad dentro de las culturas griega y
romana. Epicteto o Plotino son dos ejemplos palmarios. Especialmente,
el interés por la voluntad libre despertó una atención constante en la
tradición religiosa cristiana. Escritores como Orígenes, Gregorio de Nisa,
Agustín o Boecio se plantearon una y otra vez diversas cuestiones en torno
a la libre voluntad humana y divina.
La doctrina cristiana afirma rotundamente la libertad del hombre para
la salvación, así como la libertad de Dios para crear el mundo o actuar en
la historia humana. Entre los escritores cristianos de los primeros siglos no
24 433a 21-24.
25 433a 27-30.
26 433b 13-19.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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es raro encontrar reservas respecto a la tradición filosófica griega por este
motivo. En particular el aristotelismo, el estoicismo o el neoplatonismo
son mirados en ocasiones con cierto recelo por el aparente sometimiento
de la voluntad humana a la fatalidad del destino y a la necesidad de la
naturaleza. Estos reproches son en parte injustos, ya que la alabanza de
la libertad es una constante en las culturas griega y romana. Y además los
filósofos cristianos basan sus reflexiones en esta misma tradición filosófica
griega. Pero, en cualquier caso, se puede constatar un hecho: entre los
escritores cristianos se multiplican los análisis acerca de la voluntad libre27.
En la cultura europea occidental, Agustín juega un papel central en este
aspecto. Ya en De libero arbitrio y más tarde en De Trinitate, define al ser
humano no sólo por su inteligencia sino también por su voluntad, como un
elemento claramente diferenciado de su inteligencia. En paralelismo con
la Trinidad divina, el ser humano se define por su memoria, inteligencia y
voluntad. Insiste además sobre la inmediatez con la que experimentamos
la acción de nuestra voluntad. No sólo nos conocemos a nosotros mismos
en la conciencia, sino que también experimentamos el poder con el que la
voluntad dispone de sí misma. «Nuestra voluntad no sería voluntad si no
estuviera en nuestro poder. Y por lo mismo que está en nuestro poder, por
eso es libre»28.
La existencia humana implica autoconciencia intelectual y experiencia
del propio poder de la voluntad. «Cuando se dice a la mente «conócete a
ti misma», al momento de oír ‘a ti misma’, si lo entiende, ya se conoce, no
por otra razón sino porque está presente a sí misma […]. Entonces sabe
que quiere (velle se sciunt) y conoce igualmente que nadie puede querer si
no existe y vive. Asimismo refiere su querer a algo que quiere mediante la
voluntad»29. «No hay nada que sienta tan firme y tan íntimamente como
que tengo voluntad»30.
No obstante, Agustín contrapone la necesidad de la naturaleza al poder
de la voluntad.
27 Cfr. O. Lottin, «Libre arbitre et liberté depuis saint Anselme jusqu’à la fin du XIIIe
siècle», en: Psychologie et morale au XIIe et XIIIe siècles, tome I, Louvain: Abbaye du
Mont-César, 1942, pp. 11-389.
28 Agustín de Hipona, De libero arbitrio, III, 3, 8. Sigo la traducción de E. Seijas, Madrid: BAC, 1982.
29 De Trinitate, X, 9, 12 y X, 10, 13. Sigo la traducción de L. Arias, Madrid: BAC, 2006.
30 De libero arbitrio, III, 1, 3.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
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«Nada está tanto en nuestro poder como nuestra misma voluntad, pues ella está dispuesta a la ejecución sin demora absolutamente ninguna en el mismo instante en que
queremos. De aquí que con razón podamos decir que envejecemos por necesidad y
no por voluntad, e igualmente que morimos por necesidad, no por voluntad, y así de
otras cosas semejantes»31.
Naturaleza y voluntad son causas diferentes. La naturaleza actúa por
necesidad, la voluntad sólo por sí misma, al margen de la necesidad de la
naturaleza.
«Tú me preguntas por la causa de la misma voluntad; y si llegara a encontrarla, ¿no me
preguntarías también por la causa de esa causa? […]. –Si la voluntad fuera conforme a
la naturaleza, la conservaría y no le sería nociva […]. –Pero ¿cuál puede ser la causa de
la voluntad anterior a la misma voluntad? […]. –No me explico por qué tú te empeñas
en buscar esta causa fuera de la voluntad»32.
Agustín insiste así sobre la autonomía de la voluntad respecto de la
naturaleza. Cuando quiero algo, lo quiero aunque rechace un deseo natural.
No obstante, Agustín continúa en gran medida los análisis aristotélicos.
La voluntad libre queda subordinada al deseo necesario y natural de
felicidad, que encuentra en Dios. «Nos hiciste para ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti»33. Es decir, la fuerza de la voluntad
es un aspecto del deseo natural del bien verdadero, que es Dios, donde
el hombre encuentra su felicidad. La fuerza de la voluntad es la fuerza
del deseo. Querer es desear. Y por tanto la acción voluntaria depende de
la fuerza de atracción del bien. Confirmando a Aristóteles, todo hombre
quiere el bien tal como se le presenta, pero sólo el hombre bueno quiere el
bien verdadero.
Siglos después, Anselmo de Canterbury remacha las indicaciones de
Agustín acerca de la contraposición entre naturaleza y voluntad34. Un
caballo busca el alimento de acuerdo con su naturaleza (naturaliter) y por
necesidad (necessitate). Por el contrario, el hombre puede rechazar lo que le
31 De libero arbitrio, III, 3, 7.
32 De libero arbitrio, III, 17, 48-49.
33 Confesiones I, 1, 1.
34 Cfr. en particular: De veritate, De libertate arbitrii, De casu diaboli, De concordia
praescientiae et praedestinationis et gratiae Dei cum libero arbitrio. Sigo la traducción de
J. Alameda, Madrid: BAC, 1952.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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conviene por naturaleza (non naturaliter): no está obligado por la necesidad
(ex necessitate), sino que actúa por voluntad (volens consentiat)35.
La voluntad anselmiana es una causalidad diferente de la causalidad
de la naturaleza: es decir, su acción es independiente del encadenamiento
causal de la naturaleza. Actúa con espontaneidad, en tanto no tiene otra
causa que ella misma. Al reflexionar sobre el pecado del ángel, Anselmo se
pregunta si hubo alguna razón o algún deseo natural que le llevó a pecar.
Y responde: «Por ninguna otra causa más que porque quiso: (non nisi quia
voluit). La misma voluntad fue causa eficiente para sí y también efecto, si
puede hablarse así»36.
No obstante, Anselmo no acepta que el bien de la voluntad sea la
felicidad. Deseamos por naturaleza ser felices, pero la voluntad no quiere
necesariamente esa felicidad. Si la felicidad se opone a la justicia, el hombre
bueno elige la justicia frente a la felicidad. Cualquier deseo natural,
incluido el deseo natural de Dios, es irreductible a la voluntad. El querer de
la voluntad es enteramente autónomo, independiente de cualquier deseo
natural.
La voluntad de felicidad (affectio commodi) es inseparable (inseparabilis)
del ser humano: no podemos no querer ser felices. Es una inclinación
natural y necesaria. Por el contrario, la voluntad de justicia (affectio iustitiae)
es separable (separabilis) en el ser humano, en cuanto podemos querer la
justicia o no37. La voluntad de justicia es también voluntad de injusticia:
es decir, la indeterminación de la voluntad hacia la justicia implica que la
voluntad actúa absoluta y exclusivamente desde sí misma. Más allá de las
consideraciones morales o religiosas, lo que Anselmo está subrayando es la
completa autonomía de la voluntad para autodeterminarse.
IV. La voluntad en Pedro Juan Olivi
En la segunda mitad del siglo XIII la irrupción avasalladora del aristotelismo generó una fuerte reacción en algunos autores cristianos, especialmente entre los discípulos de Buenaventura, como Walter de Brujas o John
Peckham38. Pero quizá el más agresivo contra el aristotelismo de Siger o
35 De libertate arbitrii, c.5.
36 De casu diaboli, 27.
37 De concordia praescientiae et praedestinationis et gratiae Dei cum libero arbitrio, III-12.
38 Cfr. E. Stadter, Psychologie und Metaphysik der menschlichen Freiheit, München: Verlag
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
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Averroes fue Pedro Olivi (1248-1298)39. Su rechazo del aristotelismo —en
defensa de la doctrina cristiana— se basó principalmente en la defensa de
la libre voluntad40.
Olivi subraya enérgicamente la autonomía de la voluntad contra
el aristotelismo. Rechaza la tesis aristotélica de que la voluntad actúa
atendiendo al objeto conocido. Según Olivi, no hay en absoluto dependencia
de la voluntad respecto al objeto. No se trata sólo de negar que la voluntad
sea deseo. Tampoco de afirmar sólo que la voluntad actúa por sí misma,
espontáneamente. Lo que Olivi rechaza es cualquier atisbo de pasividad en
la voluntad respecto al objeto. La voluntad «est vigor actualis et activus»41.
Excede a cualquier otro género de potencia activa42. Es vita pura, vita per
se, vivacitas43, totaliter activa44. Es tan activa como la luz. No es un motor
movido, sino primer motor45.
Por el contrario, el objeto se mueve uniformiter46, de un modo necesario
y natural47. Carece de la libre espontaneidad de la voluntad. El objeto no
ejerce ninguna actividad sobre la voluntad (penitus nihil recipit)48. Por el
contrario, es la voluntad la que se despliega activamente hacia el objeto:
«totus vigor formalis ipsius voluntatis dilatatur ad obiectum»49. La voluntad
esta absuelta, liberada del objeto (absolutio). Nada hay más activo que
la voluntad en el conjunto de lo creado, en tanto se extiende de modo
infinito. En comparación con la voluntad, el resto de realidades creadas
son casi una pura nada (quasi purum nihil)50.
Ferdinand Schöningh, 1971. Sobre Olivi, cfr. en particular pp. 144-237.
39 Después de su muerte fue reivindicado por los espirituales franciscanos como su
inspirador. Las condenas de éstos implicaron también la de Olivi. Por este motivo, es
difícil documentar la influencia directa de sus doctrinas. No obstante, es aceptado que las
ideas de Escoto sobre la voluntad se corresponden con las doctrinas de Olivi.
40 Summa quaestionum super Sententias, II, qq. 51-59, B. Jansen (ed.), Quaracchi: Collegii S. Bonaventurae, 1922-1926.
41 Q. 51 (II 109).
42 Q. 58 (II 409).
43 Stadter, p. 193.
44 Ibid. p. 185.
45 Q. 57 (II 332).
46 Q. 57 (II 329).
47 Q. 58 (II 425).
48 Q. 58 (II 410).
49 Q. 58 (II 432).
50 Q. 57 (II 334).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
78
Jesús de Garay
La voluntad se contrapone así a todo el orden natural, donde queda
también integrada la inteligencia. Olivi niega incluso que la inteligencia
sea capaz de volver sobre sí misma, si no es gracias a la actividad de la
voluntad. El intelecto sí está determinado por el objeto, y en esa medida no
se mueve por sí mismo. «Sic reflectere se est se ipsum movere»51. La reflexividad
(reflexibilitas) es expresión del automovimiento: por ello, en tanto el
intelecto se mueve gracias al objeto, en esa medida carece de autoconciencia.
Por el contrario, a la voluntad le corresponde primariamente la reflexión,
porque, frente al intelecto, ella se mueve exclusivamente por sí misma.
La voluntad es la que define al ser humano como tal. Si sólo
tuviésemos inteligencia pero no voluntad, seríamos «quaedam bestiae
intelectuales»52. La misma esencia de persona (personalitas) viene definida
por esa independencia y autodeterminación, que se experimenta como
intimidad (intimitas): lo propio de las personas es que «habent summam
intimitatem»53. «Cor Nostrum… ad sui intimum convolutum et clausum»54.
Se debe a la voluntad que estemos solos, encerrados con nosotros mismos,
en tanto que mi querer procede exclusivamente de mí. Si la persona es
substancia lo es por su independencia respecto a cualquier determinación
exterior55. La identidad (identitas) propia singular de cada uno procede
de esa misma voluntad libre. Olivi acuña la expresión suitas sui ipsius: lo
que en cada uno es suyo y sólo de sí mismo. La persona, con su voluntad,
es sujeto (subiectum) de sus actos: Olivi usa sin reparos el término ‘sujeto’
para referirse a la activa sustancialidad de la voluntad, que unifica todas las
potencias y actividades del ser humano.
La experiencia interna de los propios actos voluntarios es precisamente
el punto de partida de todas sus afirmaciones acerca de la voluntad. «Hoc
docet experientia propria qua nihil est certius»56. Como sujeto de mis
propios actos y emociones57, experimento en primera persona el poder y
51 Q. 57 (II 325).
52 Q. 57 (II 338).
53 Q. 54 (II 274).
54 Q. 57 (II 334).
55 «Forma enim, quanto actualior et magis absoluta et independens, tanto magis videtur
ese substantialis et tanto magis posse dare consubstantiale esse et absolutum» (Q. 54, II
250).
56 Q. 59 (II 530).
57 Cfr. Stadter, pp. 149-167.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
79
la actividad de mi voluntad. Las afirmaciones son innumerables58: «Sensu
quodam intimo experimur»59. «Experimentum suitatis»60. «Indubitanter
experimur»61. «Certissime omnis homo sentit»62. De este modo, Olivi sitúa
la afirmación de la voluntad libre no como una hipótesis filosófica sino
como la experiencia primera y más cierta en la que fundar cualquier otra
experiencia.
V. Duns Escoto: QUAESTIONES SUPER LIBROS METAPHYSICORUM
ARISTOTELIS, IX, q. 15
Este escrito de Duns Escoto corresponde a una etapa madura y tardía
de su pensamiento63. No es propiamente un comentario a la Metafísica de
Aristóteles sino un conjunto de cuestiones planteadas en torno a algunos
lugares de dicha Metafísica. En concreto IX, 15 examina el capítulo 2 del
libro noveno de la Metafísica, donde Aristóteles analiza la distinción entre
potencias racionales e irracionales.
Si allí Aristóteles contrapone la inteligencia (potencia racional por
antonomasia) frente al resto de potencias etiquetadas como irracionales,
sorprendentemente Escoto utiliza esta distinción para afirmar que la única
potencia racional es la voluntad, mientras que la inteligencia pertenece
también al grupo de las potencias irracionales. De ese modo, la distinción
aristotélica entre potencias racionales e irracionales se transforma en
Escoto en la distinción de la voluntad frente a la naturaleza (que incluye
a la inteligencia). Más sorprendente aún es que Escoto sostiene que su
posición se ajusta al espíritu del pensamiento aristotélico.
No entraré aquí hasta qué punto es forzada la interpretación que Escoto
hace de Aristóteles. Sin duda es forzada. La comparación con Olivi es
ilustrativa: si Olivi critica duramente a Aristóteles por sus errores acerca de
la voluntad, Escoto en cambio se apoya en Aristóteles para concluir de un
modo cercano a Olivi. En resumen, es obvio que la propuesta de Escoto
58 Cfr. Stadter, pp. 143-147.
59 Q. 57 (II 334).
60 Q. 54 (II 251).
61 Q. 57 (II 330).
62 Q. 57 (II 327).
63 Cfr. C. González Ayesta, p. 15, en: Juan Duns Escoto, Naturaleza y voluntad.
Quaestiones super libros Metaphysicorum Aristotelis, IX, q. 15. Introducción, traducción y
notas de C. González Ayesta, Pamplona: Cuadernos de Anuario Filosófico, 2007.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
80
Jesús de Garay
acerca de la voluntad no es la de Aristóteles. Pero también es palmario el
empeño de Escoto por mostrar su continuidad con Aristóteles.
«Puede decirse que el acto del intelecto es anterior al acto de la voluntad
y más manifiesto para nosotros. Aristóteles habla a menudo de lo más
manifiesto, y por ello dice poco de la voluntad, aunque de sus palabras se
sigue que hubiera dicho algunas cosas si la hubiera considerado»64. Sin duda
Escoto conocía todos los lugares donde Aristóteles habla extensamente
de la voluntad (boulsis, proairesis, hekousion), pero lo que desea mostrar
con estas corteses palabras es que el análisis aristotélico de la voluntad es
insuficiente.
Mencionaré brevemente los presupuestos aristotélicos sobre los que se
asienta la argumentación de Escoto. En Metafísica V-4, Aristóteles examina
las distintas acepciones de ‘naturaleza’ para concluir que «la naturaleza
primera y propiamente dicha es la substancia de las cosas que tienen el
principio del movimiento en sí mismas en cuanto tales»65. Por tanto, el rasgo
más propio de un ser natural es que posee el principio del movimiento en
sí mismo. En este sentido, habrá que incluir entre las realidades naturales
tanto a la inteligencia como a la voluntad. Pues tal como ha quedado
señalado, Aristóteles caracteriza el acto voluntario (to hekousion) en primer
lugar por ser una acción cuyo principio está en uno mismo y no en otro.
Con respecto a la potencia, también Aristóteles analiza sus diversas
acepciones en Metafísica IX-1, para concluir que las potencias «todas son
ciertos principios, y se dicen en orden a una primera, que es un principio
de cambio que radica en otro o en el mismo en cuanto es otro»66. Es
decir, la potencia, al igual que la naturaleza, se define como un principio
del movimiento, pero si en la definición de naturaleza ese principio de
movimiento está en sí mismo en cuanto sí mismo, por el contrario en la
potencia ese principio de movimiento esté en otro o en sí mismo en cuanto
otro. De este modo Aristóteles distingue entre la potencia que es principio
de movimiento que radica en otro en cuanto otro (la denominada potencia
pasiva, como por ejemplo la potencia de la madera de ser quemada por
64 Quaestiones super Metaphysicam Aristotelis (en adelante: Quaestiones), IX, q. 15, n. 53.
65 Metaph., 1015a 13-15: ἡ πρώτη φύσις καὶ κυρίως λεγωμένη ἐστὶν ἡ οὐσία ἡ τῶν
ἐχόντων ἀρχὴν κινήσεως ἐν αὑτοῖς ᾗ αὐτά. Sigo habitualmente la traducción de V.
García Yebra, Madrid: Gredos, 1970.
66 1046a 9-11: πᾶσαι ἀρχαί τινὲς εἰσι, καὶ πρὸς πρώτην μίαν λέγονται, ἥ ἐστιν ἀρχὴ
μεταβολῆς ἐν ἄλλω ἢ ᾗ ἄλλο.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
81
el fuego) frente a la potencia que es principio de movimiento que radica
en sí mismo en cuanto otro (la denominada potencia activa, como por
ejemplo la capacidad de la inteligencia de pensar por sí misma en un objeto
diferente de ella).
Así pues, tanto la naturaleza como la potencia son concebidas por
Aristóteles como principios de movimiento. Y hay una cercanía mayor
entre la naturaleza y la potencia activa, ya que ambas son principio de
movimiento que está en sí mismo. Sin embargo, se diferencian en que el
movimiento de la naturaleza es una actividad que procede de sí y termina
en sí, en tanto el movimiento de la potencia activa procede de sí pero
termina en otro.
A partir de aquí, en IX-2 Aristóteles pasa a establecer la distinción entre
potencias racionales e irracionales.
«Todas las potencias racionales (meta logou) pueden producir ellas mismas los efectos
contrarios, pero las irracionales se limitan a uno; por ejemplo, el calor sólo puede
calentar, mientras que la medicina puede dañar y curar»67. «La ciencia es potencia por
tener el concepto (lógon), y el alma tiene un principio de movimiento, lo sano sólo
produce salud, y lo que puede calentar, calor, y lo que puede enfriar, frío; pero el que
tiene ciencia, ambas cosas. Pues el logos contiene ambas cosas, aunque no igualmente,
y está en el alma, que tiene un principio de movimiento, de suerte que moverá ambas
cosas desde el mismo principio (amphw apo ts auts archs kinsei)»68.
En síntesis, de acuerdo con el adagio escolástico «potentia rationalis valet
ad opposita, irrationalis vero ad unum tantum».
Escoto reconoce la validez de estos análisis aristotélicos: su caracterización
de la naturaleza, la potencia activa y la potencia racional. Hasta aquí
hay estricta continuidad entre Aristóteles y Escoto. La innovación que
introduce Escoto aparece en torno al significado de los opuestos producidos
por el alma con logos. Escoto advierte que hay dos modos de interpretar
la referencia a los opuestos en una potencia activa, o bien como efectos
opuestos, o bien como acciones opuestas. Es decir, sanar y dañar puedo
entenderlos como efectos de la ciencia médica, pero en otro sentido puedo
comprenderlos como acciones distintas del alma que tiene la ciencia
médica. Escoto advierte que lo esencial de una potencia racional estriba en
su poder de realizar acciones opuestas, y no tanto en su poder de producir
efectos opuestos.
67 1046b 4-7.
68 1046b 16-22.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
82
Jesús de Garay
«Una potencia activa se dice abierta a efectos opuestos -o contrarios, o contradictorios- si, mientras su naturaleza permanece inalterada, tiene un primer objeto bajo el
cual pueden caer igualmente ambos opuestos. En cambio, se dice abierta a acciones
opuestas si, permaneciendo inalterada su naturaleza, basta para realizar tales acciones
opuestas (illa est oppositarum actionum quae manens una, est sufficiens elicitivum talium
actionum)»69.
Escoto trata, por tanto, de definir la esencia de la potencia racional por
la capacidad de realizar acciones opuestas.
Como ya he recordado, según Aristóteles y Escoto, una potencia activa
es un principio de movimiento que está en sí mismo, pero que se refiere
a algo distinto de sí: es decir, sus acciones se refieren a algo distinto de
sí, como por ejemplo el fuego produce calor. Pero una potencia racional,
advierte Escoto, será aquella potencia activa cuyas acciones se refieran no
sólo a algo otro, sino además a acciones opuestas. Una potencia racional
queda definida así como la que tiene el poder de realizar acciones opuestas.
Pues bien, la conclusión de Escoto es que sólo la voluntad es capaz
de producir acciones opuestas. En general, todas las potencias activas de
la naturaleza no son capaces de producir acciones opuestas: el fuego sólo
puede producir calor, no frío. Su actividad está determinada: sólo variará
su acción en función de las condiciones externas. Lo sorprendente de
Escoto es que niega que la inteligencia tenga ese poder de realizar acciones
opuestas.
VI. Voluntad frente a naturaleza
Para fundamentar esta exclusión de la inteligencia como potencia
racional, Escoto remite a las palabras del mismo Aristóteles, quien en
Metafísica IX-5 afirma que «todas las potencias irracionales producen cada
una de ellas, una sola cosa, mientras que las racionales producen ambos
contrarios y, por tanto, producirían a la vez (hama) cosas contrarias, lo cual
es imposible. El dominio (to kyrion) ha de corresponder, pues, a otra cosa,
y me refiero al deseo (orexin) o elección (proairesin)»70. Esta afirmación
concuerda con la ya mencionada más arriba de Ética a Nicómaco, III-3:
«dejamos de inquirir cómo actuaremos cuando retrotraemos el principio
69 Quaestiones super Metaphysicam Aristotelis, IX, q. 15, n.11.
70 1048a 8-11. Sigo la traducción de T. Calvo, Madrid: Gredos, 1994.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
83
a nosotros y a la parte directiva de nosotros mismos, pues ésta es la que
elige»71.
Así pues, Aristóteles señala que la razón humana tiene el poder de
conocer los opuestos y deliberar sobre ellos. Pero también advierte que la
razón carece del poder para determinar la acción hacia uno de los opuestos.
Por consiguiente, si la potencia racional es una potencia activa, esto es,
un principio del movimiento que está en sí mismo pero capaz de realizar
acciones opuestas, entonces —concluye Escoto— la razón no es potencia
racional porque carece de ese poder de realizar acciones opuestas.
«Sólo hay dos modos genéricos de realizar la propia operación. Pues o bien una potencia está por sí misma determinada a obrar de tal manera que por sí misma no
puede dejar de obrar si no es impedida desde fuera. O bien no está determinada por
sí misma, sino que puede hacer este acto o su opuesto: obrar o no obrar (agere etiam
vel non agere). El primer tipo de potencia se llama comúnmente ‘naturaleza’ (natura),
el segundo se llama ‘voluntad’ (voluntas)»72.
De este modo, la voluntad aparece como una potencia activa distinta
del resto de potencias activas. Voluntad frente a naturaleza. «La voluntad
es un principio activo que se distingue respecto del género de principios
activos que no son voluntad por su modo opuesto de obrar»73.
La inteligencia no puede dejar de entender, y en este sentido es
naturaleza. Ante la presencia del objeto inteligible, la inteligencia entiende.
En cambio, la voluntad puede querer o no querer, es decir, tiene poder sobre
las acciones opuestas. Ciertamente se puede objetar que la voluntad sólo
puede querer, del mismo modo que la inteligencia sólo puede entender.
Y Escoto acepta que hay un sentido en el que la voluntad es naturaleza74:
siempre está determinada a querer. Pero frente a la inteligencia, tiene en su
poder el querer o no querer: puede realizar su acto o no realizarlo.
«El intelecto cae bajo el título de ‘naturaleza’ (intellectus cadit sub natura).
Pues de por sí está determinado a entender, y no está en su potestad el
entender o no entender acerca de los conceptos simples; y en relación a los
compuestos, respecto de los cuales es capaz de actos contrarios, tampoco
71 1113a 2-6.
72 Quaestiones, n. 22.
73 Quaestiones, n. 43.
74 Cfr. Ordinatio, III, d. 17.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
84
Jesús de Garay
los tiene en su potestad para asentir y disentir»75. La verdad y la falsedad son
coercitivas respecto al entendimiento, que no puede negar la evidencia del
objeto presente. El objeto fuerza al entendimiento a aceptarlo o rechazarlo.
Ante el objeto no puede no entender. El intelecto es, de acuerdo con
Aristóteles, una tabula rasa, y necesita al objeto para actuar76.
La causalidad del intelecto, por ello, es una causalidad necesaria, frente
a la causalidad de la voluntad, que es contingente. «Si por imposible el
intelecto existiera sólo con las potencias inferiores sin la voluntad, nada
ocurriría sino determinadamente y de modo natural, y no existiría una
potencia capaz de producir uno u otro de los opuestos»77. La inteligencia
es capaz de pensar los contrarios, pero no de determinar uno de ellos para
la acción. Y, desde luego, no puede llevar a la acción simultáneamente a
ambos contrarios.
La filosofía griega (aristotelismo, estoicismo o neoplatonismo) se
caracteriza por una visión del cosmos donde la causalidad sigue unas
pautas racionales y necesarias. La contingencia es sólo la expresión de la
finitud del universo material y temporal. Escoto afirma por el contrario
que la contingencia es más perfecta que la necesidad, en tanto procede
de la voluntad. Inteligencia y voluntad se oponen como necesidad y
contingencia. Para Escoto la contingencia no es la expresión de la finitud.
El ser contingente no está ligado al tiempo ni al azar ni a la materia, más
que en un sentido secundario78. La indeterminación del entendimiento
cuando delibera sí es fruto de su limitación: por eso necesita al objeto
inteligible, y por eso también discurre y duda.
«¿Quién niega que lo activo es más perfecto cuanto menos dependiente,
determinado y limitado respecto de su acto o efecto?»79. La voluntad, por
eso, es más perfecta que el entendimiento, ya que es más independiente. Y
puesto que la acción de la voluntad es contingente, «la contingencia es más
noble que la necesidad»80.
75 Quaestiones, n. 36.
76 Cfr. Ordinatio, IV, d. 10, q. 8.
77 Quaestiones, n. 67.
78 Ibíd, nn. 70-73.
79 Ibíd., n.44.
80 Ibíd.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
85
VII. Contingencia del presente
Para analizar la contingencia del acto voluntario, Escoto recurre
a las indicaciones de Aristóteles sobre los futuros contingentes (De
interpretatione, 9). En 19a 23-24, Aristóteles afirma: «Es necesario que
lo que es sea cuando es, y que lo que no es no sea cuando no es». En
la tradición aristotélica se debatía cuál es la interpretación genuina del
texto. Una posible interpretación es que todo lo que existe actualmente,
en tanto que existe, existe necesariamente. Es decir, todo lo que es ahora,
necesariamente es. Escoto rechaza esta interpretación si implica que
todo lo que existe ahora, existe necesariamente. Y en su argumentación
desarrolla una doctrina en ocasiones denominada contingencia sincrónica
o contingencia del presente81.
«Cuando se argumenta: ¿es posible no estar sentado ahora, supuesto
que uno está sentado?, digo que esta proposición posible es falsa en
sentido compuesto (in sensu compositionis) porque comporta que existe
una potencia para producir los opuestos simultáneamente»82. Es decir, es
imposible estar sentado y no estar sentado a la vez. Por tanto no cabe la
interpretación de que ahora, en este mismo instante, uno está sentado y no
lo está (en el mismo sentido, obviamente). Aplicado a la voluntad, es falso
que la voluntad quiera algo y no lo quiera simultáneamente.
Y continúa Escoto:
«En sentido dividido (in sensu divisionis) algunos dijeron que cuando ocurre el estar
sentado, eso es necesario según el libro I del Perihermeneias (“todo lo que es, cuando
es…, etc.”) y que nada es posible en ese mismo instante sino sólo en el instante
anterior, en el que aquello pudo no llegar a ser ahora. No parece que estos puedan
salvaguardar que la voluntad tenga ahora la capacidad para lo contrario del estado en
que ella está. Su posición es absurda, ya que entonces la necesidad y la contingencia
81 Cfr. C. Martínez Ayesta, o.c., pp. 95-100 y 27-32. Esta doctrina está desarrollada
extensamente por Escoto en otros lugares: Lectura, I, d. 39; Reportatio, IA, dd. 3940. La doctrina de la contingencia sincrónica de la voluntad está ya presente en Pedro
Olivi: cfr. S Dumont, «The origin of Scotus’s theory of synchronic contingency», The
Modern Schoolman 72 (1995), 149-167. La distinción entre sensus compositionis y sensus
divisionis procede Aristóteles (Ref. Sof., 20) y era usual en su momento. Esta cuestión
fue ampliamente discutida en el siglo XVII a propósito de la controversia de auxiliis y de
la doctrina de Luis de Molina sobre la libertad: cfr. Jacob Schmutz, «Du péché de l’ange
à la liberté d’indifference. Les sources angélologiques de l’anthropologie moderne», Les
Études Philosophiques 2 (2002): Duns Scot au XVIIe siècle, pp. 169-198.
82 Quaestiones, n. 64.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
86
Jesús de Garay
no son condiciones propias de los entes cuando existen sino que sólo la necesidad
lo es y nunca la contingencia, porque cuando algo no es, ni es necesariamente ni
contingentemente»83.
Ahora lo que Escoto rechaza es que la contingencia se dé sólo en un
momento temporal anterior al momento actual. Y en cierto modo, parece
que es lo que el propio Aristóteles señala: «Quiero decir, por ejemplo, que
es necesario que vaya a haber una batalla naval mañana o no la vaya a
haber, pero ni tendrá lugar mañana una batalla naval necesariamente ni
no tendrá lugar necesariamente, aunque necesariamente tendrá lugar o
no tendrá lugar»84. Es decir, cabe interpretar a Aristóteles diciendo que la
contingencia de la acción voluntaria se da antes de la acción. Antes de que
suceda, es contingente que pueda haber o no haber una batalla naval; pero
en el momento que sucede la batalla naval, necesariamente está sucediendo.
Según esto, la contingencia está ligada al tiempo. Esto parece de algún
modo confirmado por el propio Aristóteles en Metafísica IX-8, cuando
señala que la potencia sólo es anterior al acto en cuanto al tiempo85.
Aplicada esta tesis a la acción voluntaria, significaría que al deliberar
sobre lo que haremos, nuestra futura decisión es contingente, porque
podremos obrar de un modo u otro. Pero en el mismo momento que
estamos actuando, el acto ya no es contingente sino que necesariamente
está sucediendo. Hay contingencia porque hay tiempo. Como si dijésemos,
el futuro no está dado y está sujeto a la contingencia, pero el presente no
se puede cambiar.
Pues bien, Escoto rechaza que la contingencia esté ligada al tiempo.
Por el contrario, afirma que en el mismo instante que realizamos la acción,
podríamos realizar la acción contraria o incluso no realizarla.
«La voluntad cuando está en un estado de volición, entonces está en él de modo
contingente, y aquella volición nace de ella de modo contingente. Y como la volición
está en ella de modo contingente, la voluntad es en ese momento una potencia capaz
de los opuestos: y lo es en ese instante en sentido dividido (in sensu divisionis). A saber,
no en el sentido de que pueda producir un opuesto a la vez que el otro, sino en el
sentido de que en este instante puede afirmar uno de los contrarios no afirmando el
83 Ibíd., n. 64.
84 Arist., Int., 19a 29-32. Sigo la traducción de A. García Suárez y J. Velarde Lombraña,
Valencia: Revista Teorema, 1977.
85 1049b 10- 1050a 3.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
87
otro en ese mismo instante; aunque, sin embargo, podría afirmar este otro, en sentido
dividido, y esto no de modo necesario sino contingente»86.
Así pues, cuando la voluntad realiza una acción voluntaria, esta acción
es la que es, pero la voluntad está realizándola en ese instante como una
posibilidad, y por tanto de modo contingente, sin necesidad. La acción
voluntaria es la que es, pero es contingente porque depende inmediatamente
en ese mismo instante de una voluntad que la ejerce como una posibilidad
junto a otras. La contingencia de la acción voluntaria no está ligada al
tiempo sino que pertenece a la misma esencia de la voluntad.
Escoto explica esta contingencia de la acción voluntaria recurriendo a la
noción de instantes naturae87. La anterioridad de la voluntad con respecto
a la acción no es una anterioridad temporal sino una anterioridad de
naturaleza. Es decir, en un único y el mismo instante temporal, la voluntad
realiza la acción, pero hay una anterioridad natural de la voluntad con
respecto a la acción. De este modo, la voluntad cuando actúa, sigue estando
abierta a los opuestos: si realiza una acción es manteniendo abierta, en ese
mismo instante, la posibilidad de otras acciones diferentes (contrarias o
contradictorias). De este modo, la voluntad como potencia activa está por
delante del principio de no contradicción. Según éste, es imposible ser y
no ser a la vez. Pero el poder de la voluntad sí puede ser y no ser a la vez.
VIII. Experiencia de la voluntad
Los análisis de la voluntad por parte de Escoto remiten una y otra vez
a la experiencia. «Quien está queriendo (qui vult) experimenta (experitur)
que puede no querer (non velle) o rechazar (nolle)»88. Escoto —como
antes Aristóteles, pero también como Agustín89 y Olivi— trata de ceñirse
a la experiencia. En este caso a la experiencia de los actos internos. La
certeza puede alcanzarse a partir de diversas fuentes90. Una de ellas es la
86 Ibíd., n.65.
87 Cfr. C. Martínez Ayesta, o.c., p. 100.
88 Quaestiones, n. 30.
89 Cfr. De libero arbitrio, III, 12: «Non enim quicquam tam firme atque intime sentio
quam me habere voluntatem eaque me moveri ad aliquid fruendum, quid autem meum
dicam prorsus non invenio si voluntas qua volo et nolo non est mea».
90 Cfr. J. Schmutz, «L’existence de l’ego comme premier príncipe métaphysique», en O.
Boulnois (ed.), Généalogie du sujet. De Saint Anselme à Malebranche, Paris: Vrin, 2007,
pp. 229-234; O. Boulnois, «Ego ou cogito?», ibíd., pp. 175-180.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
88
Jesús de Garay
experiencia de nuestros propios actos, como por ejemplo la experiencia
de nuestros actos voluntarios. Sin duda hay otras fuentes de certeza
como las denominadas propositiones per se nota, como el principio de no
contradicción: son proposiciones cuya evidencia nace del mero análisis de
los términos. O también, otra fuente de certeza procede de la experiencia
exterior: lo que sucede en la mayoría de los casos por una causa natural,
puede ser considerado un efecto de esa causa natural.
Lo que a Escoto le importa en cualquier caso es subrayar que la experiencia
de nuestros actos internos tiene un carácter inmediato y nos ofrece una
evidencia inmediata. Y por tanto vale como principio de la demostración.
Que yo estoy despierto, que oigo, que entiendo, son experiencias tan ciertas
como los objetos que estoy viendo ahora91. Más aún, la experiencia de los
actos internos, como los actos voluntarios, vale como primer principio,
con la misma fuerza que el principio de no contradicción92.
«Si alguien negase de modo insolente (proterve) que aquellos actos están en el hombre,
entonces ya no se puede discutir más con él, sino que hay que decir que es una bestia
(brutum); del mismo modo que cuando alguien dice que ahí no veo un color, no se
puede discutir con él, sino que hay que decirle: te falta la vista, estás ciego. Así, es
por un cierto sentido, esto es, por la percepción interior, por la que experimentamos
estos actos en nosotros, y por tanto si alguien los niega, hay que decirle que no es un
hombre, porque carece de aquella visión interior que todos los demás experimentan»93.
En el acto de querer experimentamos que podríamos no querer:
queremos de un modo contingente, porque, aunque queramos algo,
sabemos que podríamos no quererlo. Experimentamos que es una acción
contingente porque podemos no quererlo: es decir, en el mismo momento
en que queremos algo, sabemos que podríamos no quererlo. La voluntad se
reconoce a sí misma constantemente como fuente de contingencia.
Este reconocimiento no anula de ningún modo nuestro saber acerca
del mundo natural. Todo aquello que sucede en la mayoría de los casos,
podemos inferir que procede de una misma causa. La experiencia de
91 «Ergo per ipsum, ibi nos vigilare est per se notum sicut principium demonstrationis
[…] Et sicut est certitudo de vigilare sicut de per se nota, ita etiam de multis aliis actibus
qui sunt in potestate nostra (ut me intelligere, me audire»: Ordinatio, I, dist. 3, q. 4, &
238.
92 J. Schmutz, o.c., p. 232. También cfr. C. Martínez Ayesta, o.c., p. 83, que recoge los
lugares donde Escoto expone esta tesis con más detalle.
93 Ordinatio, IV, d. 43, q. 2.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
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nuestros actos voluntarios no anula la experiencia de la naturaleza. Pero
Escoto subraya que se trata de experiencias distintas y que conducen a
conclusiones diferentes. Nuestra experiencia de la naturaleza nos permite
descubrir un orden en el cosmos que sigue regularidades necesarias e
inteligibles. En cambio, la experiencia de nuestros actos voluntarios nos
descubre la contingencia de la voluntad. Una muestra la necesidad, la otra
la contingencia.
Pero lo que rechaza frontalmente Escoto es que la experiencia de la
contingencia deba subordinarse a la experiencia de la necesidad. Y en este
punto rompe con los presupuestos griegos, en particular con el aristotelismo
y el neoplatonismo de su tiempo. No debe presuponerse que la realidad es
una Naturaleza regida por leyes necesarias, donde la contingencia es sólo la
expresión de la indeterminación de la materia y del azar. Ni tampoco debe
presuponerse que la contingencia de nuestras elecciones se debe a nuestra
ignorancia y finitud. Esa presunción es sólo una hipótesis que además no
se compadece con la experiencia. No hay por qué presuponer que nuestros
actos voluntarios son sólo la triste sombra de la necesidad de la naturaleza.
«Parece bastante fatuo aplicar proposiciones generales acerca de los
principios activos a la voluntad, ya que no hay ejemplos del modo de actuar
de la voluntad en nada distinto de ella. Pues ella sola no es tal. Y por tanto
no debe negarse que ella sea como es porque otras cosas no sean así»94. Si la
experiencia de nuestras acciones voluntarias nos muestra la contingencia de
un modo inmediato, no hay por qué forzar la experiencia con la hipótesis
de que toda la realidad está regida por las regularidades necesarias de la
naturaleza. Esa es una hipótesis que choca con la experiencia.
«Y si se pregunta cuál es la causa de esta diferencia entre naturaleza
y voluntad […] puede decirse que esto no tiene causa alguna»95. «¿Por
qué la voluntad quiere aquello? No se encontrará ninguna causa distinta
de esta: que la voluntad es voluntad»96. Afirmar que la voluntad no tiene
causa alguna significa que la voluntad no pertenece al orden de las causas
naturales. Que ella sola es la causa de sus actos: causa sui. De un lado
está el encadenamiento causal del universo físico, y de otro lado están
las voluntades. En tanto el ser humano está dentro del universo físico,
94 Quaestiones, n. 44.
95 Quaestiones, n. 24.
96 Quaestiones, n. 29.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
90
Jesús de Garay
parecería concluirse que sus actividades deben ser las mismas que las del
universo físico. Pero en tanto sus actividades son diferentes al resto de los
movimientos naturales, la voluntad reclama otro tipo de consideraciones.
IX. La voluntad como autodeterminación
El rasgo que distingue a la voluntad del resto de causas naturales
es la autodeterminación. En cierto modo, la autodeterminación es
indeterminación, ya que la voluntad no está determinada por nada en su
actuar, salvo por sí misma. Pero es una indeterminación positiva.
«Hay un tipo de indeterminación de insuficiencia, que procede de la potencialidad y
defecto de actualidad, como la materia que no posee forma está indeterminada respecto de la acción de la forma. Hay otro tipo de indeterminación de superabundante
suficiencia, que procede de la ilimitación de la actualidad, sea en sentido absoluto o
en cierto sentido. Lo indeterminado del primer modo no pasa al acto salvo que previamente sea determinado por alguna otra cosa hacia alguna forma; lo indeterminado
del segundo modo puede determinarse a sí mismo (potest se determinare)»97.
La diferencia con la inteligencia es que la indeterminación de la
inteligencia es sicut tabula rasa: es decir, requiere de un objeto externo
para determinarse. De ahí las expresiones de ‘intelecto material’ o
‘intelecto potencial’. En cambio, la indeterminación de la voluntad
es autodeterminación porque no requiere de un objeto externo para
determinarse a la acción: es ella la que se decide a actuar o a no actuar. Es
ella la que determina el objeto hacia el que determinarse.
Por eso, la voluntad dirige y orienta a la inteligencia para pensar sobre un
objeto u otro. No pensamos sobre un objeto más que cuando la voluntad
lo determina. Hay infinidad de objetos sobre los que pensar o no pensar. Y
es la voluntad la que, desde sí misma y por sí misma, dirige a la inteligencia
a entender algo98.
Por ello, Escoto caracteriza a la voluntad como perfección pura99, es
decir, que pertenece al hombre y también a Dios. Su perfección deriva
justamente de su autodeterminación, de su independencia: «Quién niega
que lo activo es más perfecto cuanto menos dependiente, determinado
97 Quaestiones, nn. 31-32.
98 Cfr. Ordinatio, II, d. 42.
99 Cfr. Ordinatio, II, d. 44. Cfr. C. Martínez Ayesta, o.c., p. 83.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
91
y limitado respecto de su acto o efecto»100. Para actuar, la voluntad no
depende más que de ella misma.
La independencia de la voluntad libre frente a la naturaleza es patente
en su independencia de la voluntad de felicidad. Por naturaleza queremos
la felicidad; y en este sentido la voluntad es una voluntad natural (la
denominada tradicionalmente como voluntas ut natura), que no se
opone a la naturaleza, ya que necesariamente queremos la felicidad. Pero
la voluntad tiene en su poder tanto querer como no querer la felicidad.
Puede renunciar a la felicidad por la justicia. O en términos de Anselmo,
a quien sigue en este punto, puede renunciar a la affectio commodi por
la affectio iustitiae101. En este contexto, Escoto califica a la libre voluntad
como ‘justicia innata’, en tanto es la condición primera de la justicia: sin
voluntad libre no hay justicia.
Esto vale también respecto a Dios: «La voluntad puede no querer (non
velle) el bien perfecto, porque está en poder de la voluntad no solamente el
querer esto o aquello, sino también querer y no querer (velle et non velle),
porque la libertad de la voluntad es para obrar y no obrar»102. La voluntad
humana no puede querer el mal como tal, ni puede rechazar (nolle) a Dios
en tanto que bien perfecto, pero puede no actuar, es decir, no querer. Puede
suspender el acto voluntario. Mantenerse al margen. Dirigir su atención
hacia otros bienes.
Lo que Escoto quiere subrayar es que el acto de la voluntad es un acto
positivo. Por eso es denominado ‘amor’, siguiendo a Agustín. El amor
exige algo nuevo: no es un simple sometimiento, un deseo, una atracción.
No surge espontáneamente ante el objeto conocido, sino que permanece
siempre en poder de la voluntad, sea cual sea el objeto conocido, incluida
la felicidad o Dios. El querer no es mera espontaneidad, sino que requiere
un acto positivo de la voluntad, que tiene a esta voluntad como su única
causa. En este sentido, el acto de la voluntad es una cierta creación, ya
que procede de la nada, esto es, no tiene más causa que ella misma. Una
creación de fines, de proyectos posibles.
En este punto es muy visible la ruptura de Escoto con Aristóteles.
Si para Aristóteles la causalidad eficiente sigue al fin, para Escoto es la
100 Quaestiones, n. 44.
101 Cfr. Ordinatio, II, d. 6, q. 2.
102 Cfr. Ordinatio, I, d. 1: cfr. C. Martínez Ayesta, o.c., p. 101.
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causalidad eficiente de la voluntad la que determina los fines. El objeto de
la inteligencia es sólo objeto, no fin de la inteligencia. En cambio, el objeto
de la voluntad es el fin que ella misma se propone.
Escoto no niega que hay un orden en la naturaleza. Ni tampoco
que ese orden natural es inteligible y puede ser conocido por la razón
humana. La inteligibilidad de la naturaleza juega un papel central en sus
argumentaciones. Hay un orden natural que implica la interdependencia
de unas causas con otras. Ahora bien, afirmar la especificidad de la voluntad
no va en detrimento de la naturaleza ni de la inteligencia, ni supone una
puerta abierta a la arbitrariedad en materias de ética. Pero sí implica
reconocer la singular irreductibilidad de la voluntad humana, capaz de
determinar el sentido de sus acciones y de transformar el mundo.
X. A modo de conclusión
Estamos familiarizados con el uso de términos como ‘voluntad’,
‘libertad’, ‘deseo’, tanto en el lenguaje ordinario como académico. Sin
embargo, la historia de sus significados es todo menos clara. En este escrito
he tratado de aportar alguna luz al respecto. En particular, he mostrado
cómo las indicaciones de Aristóteles en Acerca del alma, III, 7-11 y en Ética
a Nicómaco, III, 1-5 representan la primera explicación sistemática de los
actos voluntarios, tanto por su antigüedad como por la amplitud de su
recepción posterior. Espontaneidad, conocimiento, deliberación, elección
y deseo configuran los actos de la voluntad. Más allá de las ambigüedades
que puedan reconocerse en los textos aristotélicos, la boulesis es definida
como deseo de un bien inteligible, por tanto como deseo que requiere un
objeto de deseo. En consecuencia, el deseo depende enteramente del bien
presentado por la inteligencia.
En los escritores cristianos, estén o no interesados por la filosofía, hay
una afirmación constante de la voluntad libre de Dios y del ser humano,
sin que ello implique un abandono de la doctrina aristotélica sobre la
voluntad. En este sentido, Agustín ocupa un lugar determinante en la
historia del concepto de voluntad, en especial a partir de su escrito De
libero arbitrio. De un modo similar a Aristóteles, su recepción en la cultura
europea es decisiva. Y aunque asume en buena medida los análisis de
Aristóteles, sin embargo ofrece una noción de voluntad con elementos
nuevos. La voluntad libre continúa siendo concebida como deseo del bien
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La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
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inteligible, pero goza de una espontaneidad por la que es capaz de rechazar
el bien presentado por la inteligencia. No por debilidad (akrasia), sino por
su sola espontaneidad.
Las indicaciones de Agustín en torno a la voluntad libre, como es bien
sabido, se prestarán a múltiples interpretaciones. Anselmo de Canterbury
desarrollará las tesis de Agustín, subrayando la oposición de la voluntad
natural (affectus commodi) frente a la voluntad libre (affectus iustitiae), y
en general afirmando la oposición entre naturaleza (necesidad) y voluntad
libre. Es decir, con Anselmo se consolida una doctrina sobre la voluntad
que contrapone la necesidad de la naturaleza a la libertad de la voluntad.
Son muchos quienes continúan las ideas de Anselmo y Agustín. Uno
de ellos es Pedro Olivi, bien conocido por Duns Escoto. En Olivi se da
una radicalización de las tesis de Anselmo, pero ahora en franca oposición
contra Aristóteles. Frente a los análisis aristotélicos del acto voluntario,
Olivi proclama el carácter enteramente activo de la voluntad y su total
independencia del objeto presentado por la inteligencia. Muchas de las
afirmaciones de Escoto sobre la voluntad están ya presentes en Olivi: la
espontaneidad y reflexividad de la voluntad, la contingencia sincrónica, la
certeza primaria de la experiencia interna de la voluntad, la subordinación
del entender a la atención marcada por la voluntad y, desde luego, la
contraposición entre la necesidad de la naturaleza y de la inteligencia frente
a la libertad de la voluntad.
Duns Escoto asume e integra las observaciones de Aristóteles, Agustín,
Anselmo y Olivi en una doctrina sistemática sobre la voluntad que
tendrá una recepción profunda y polémica en la tradición filosófica. La
continuidad con Aristóteles no requiere especial precisión: tanto la noción
de naturaleza como de voluntad se asientan sobre la noción aristotélica
de potencia activa. Las discrepancias con Aristóteles, en cambio, quizá
convenga sintetizarlas brevemente como colofón de estas páginas:
1.- La voluntad libre es caracterizada como una facultad superior
enteramente distinta de la inteligencia.
2.- La voluntad libre no es deseo (orexis), ni tampoco deseo racional
(boulesis).
3.- La actividad de la voluntad libre define su objeto desde ella misma:
por tanto, es independiente en su actividad de cualquier objeto presentado
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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Jesús de Garay
por la inteligencia. La inteligencia atiende a los objetos que le dicta la
voluntad.
4.- La actividad de la voluntad es independiente de la actividad racional,
aunque siempre actúa teniendo presentes los objetos presentados por la
inteligencia.
5.- La voluntad es reflexiva, es decir, es siempre un querer del querer, y
no sólo un querer un objeto. Al igual que hay intelección de intelección,
hay también voluntad de voluntad.
6.- La experiencia de la voluntad es absolutamente primera, no menos
que las propositiones per se nota. Por tanto, la certeza y evidencia de la
voluntad vale como presupuesto de todo saber.
7.- La actividad de la voluntad es siempre diferente, es decir, su acción
es siempre nueva. Toda voluntad es creadora, no sólo la divina, en tanto su
acción procede exclusivamente de sí misma (o sea, de nada exterior a ella,
de la nada).
8.- En cualquier caso, las siempre diferentes acciones de la voluntad
permanecen ancladas en la identidad de la voluntad como facultad. Las
acciones de la voluntad son siempre diferentes, pero la voluntad es siempre
la misma. (En Dios, la continuidad de sus voliciones se define como
fidelidad, de modo que sus decisiones nuevas no anulan las anteriores).
9.- La contingencia sincrónica (instantes naturae) es el modo escotista de
establecer la novedad sin tiempo. El hombre puede querer algo diferente y
nuevo, sin por ello perder su identidad. (De modo equivalente, Dios puede
crear novedades, como la creación del mundo, sin perder su identidad ni
abandonar la eternidad). La novedad de la voluntad es independiente del
tiempo.
10.- La necesidad está subordinada a la contingencia (considerada la
contingencia como acto de la voluntad).
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Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La voluntad en Duns Escoto: continuidad y ruptura con Aristóteles
97
Jesús de Garay es Catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla
(Departamento de Filosofía, Lógica y Filosofía de la Ciencia, Facultad de
Filosofía).
Líneas de investigación:
Aristóteles, el aristotelismo y el neoplatonismo.
Publicaciones recientes:
- «Metafísica Gamma: acción y significado», en: Román Alcalá, R. y Molina
Barea, M.c. (eds), Rura Cano, Rurisque Deos. Homenaje a José Luis Cantón Alonso,
UCOPress, Córdoba, 2020, pp. 49-73.
- «La denominada ‘filosofía medieval’: aristotelismo y neoplatonismo», en De
la Cámara, M. L. y Escutia, N. (eds.), La búsqueda de la verdad a través del tiempo: Historia de la filosofía (Vol. I), Madrid, Dykinson, 2020, pp. 125-150.
- «Mente humana y voluntad», en Naturaleza y libertad, 12 (2019), pp. 105-125.
- «Imaginación y pensamiento en Proclo», en Proclo. Fontes e posteridade (ed.
Oscar F. Bauchwitz), Caule de Papiro, Natal 2018, pp. 81-115.
- «La unidad de la conciencia en los comentadores griegos de Aristóteles», en
Contrastes. Revista internacional de Filosofía, XXII-nº3 (2017), pp. 51-74.
Dirección electrónica: jgaray@us.es
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la
cuestión de la experiencia
Schelling and Aristotle: the question of experience
Miguel Ángel Ramírez Cordón
Universidad Complutense de Madrid (España)
Recibido: 07.10.2020
Aceptado: 01.02.2021
RESUMEN
Nos valemos del concepto de experiencia para tratar de demostrar que la relación
entre ésta y lo ideal es indisoluble en Aristóteles y en Schelling en el conjunto
de su producción. No existe entre lo real y lo ideal, por tanto, un orden de
prioridad en lo tocante a las partes de su sistema, sino que únicamente asumen
un orden de anterioridad y posterioridad por lo que hace a una necesidad de tipo
metodológico. Con este análisis, por tanto, queremos demostrar que el orden
de la experiencia y de lo ideal no es excluyente, sino que, al contario, están en
un orden de dependencia gracias al cual tenemos como resultado una filosofía
absoluta o la filosofía sin más, lo cual elimina cualquier unilateralismo que quiera
conceder cualquier primacía ya bien a lo ideal o a lo real o la existencia en la
filosofía de ambos autores.
PALABRAS CLAVE
EXPERIENCIA; NATURALEZA; REAL; IDEAL; FILOSOFÍA POSITIVA
ABSTRACT
We use the concept of experience to show that the relation between experience an
dthe ideal is indissoluble in both Aristotle and Schelling in their production as a
whole. There is therefore no order of priority between the real and the ideal with
regard to the parts of their system, as they only assume an order of anteriority and
posteriority in terms of a methodological need. With this analysis, therefore, we
want to show that the order of experience and the ideal is not excluding but that,
on the contrary, they are in order of dependence thanks to which we have as a
result an absolute philosophy or philosophy without more, which eliminates any
unilateralism that wants to grant any primacy either to the ideal or to the real or
the existence in the philosophy of both authors.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 99-123.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
100
Miguel Ángel Ramírez Cordón
KEY WORDS
EXPERIENCE, NATURE, REAL, IDEAL, POSITIVE PHILOSOPHIE
I. Introducción
La ciencia más excelsa de todas es, para Aristóteles, la que puede
responder por las causas de las cosas. Si esta ciencia debe de poder atravesar
los principios del resto de saberes particulares, pues todos están dotados de
algún elemento más general que pertenece a aquella ciencia, entonces, ésta
es la más universal, pues afecta a todas las ciencias particulares, pero por lo
mismo, es la más imprecisa, la que menos puede profundizar en los aspectos
concretos de las cosas. Una ciencia, pues, que nada puede enunciar de lo
particular no puede ser llamada entonces ciencia. La filosofía entonces que
quiera aspirar al conocimiento más universal, no debe conocer menos el
espectro de fenómenos que reside en las cosas particulares para saber a qué
principios apuntan las entidades1.
Esta crítica a la inconcreción que Aristóteles lanzase a Platón y a los
sofistas por el uso general de los términos de Idea o el uso inmoderado
de las homonimias2, es análoga a la vertida por Schelling a los filósofos
que se lanzan a analizar los problemas filosóficos inherentes a la materia
únicamente con herramientas propias de la metafísica, sin antes haber
profundizado en las pruebas que ofrece la experiencia sobre la naturaleza
y haber dotado a partir de ella un fundamento sólido a sus principios. Es
a Kant principalmente a quien tiene Schelling en la cabeza al lanzar estas
acusaciones, cuyos Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza le
impulsará a construir el armazón sistemático de su filosofía de la naturaleza,
que tendrá como piedra clave al sujeto pensante. De otra manera, la
naturaleza no podrá organizarse por sí sola, y sólo planteado este cimiento
el entero orden de la experiencia podrá tener un sentido nuevo, póngase
por caso los Principios mismos de Kant, que sólo a partir del orden de
fundamentación sentado por Schelling podrían echar a andar3.
El modo como se plantea la cuestión de la naturaleza en la filosofía
clásica y la filosofía del Idealismo alemán difiere en varios aspectos,
1 Aubenque, P.; El problema del ser en Aristóteles, Madrid, Escolar y Mayo, 2008, pp.
181-182.
2 Aubenque, P.; El problema del ser en Aristóteles, Madrid, Escolar y Mayo, 2008, p. 180.
3 S.W., Schröter, II, p. 326.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
101
como es la distancia que existe entre una y otra en torno al fundamento,
problema nuclear del Idealismo alemán que en la filosofía clásica no tiene
una presencia tan decidida. Destacar estas diferencias nos permitirá señalar
cómo se perfilan los problemas filosóficos en una y otra cota temporal de la
historia de la filosofía, y en lo tocante a la experiencia, cómo esta pivota en
torno a los mismos problemas de carácter estrictamente metafísico en una
y otra filosofía. Tomaremos el caso de la Física en Aristóteles, como lugar
específico en el que la naturaleza surge como problema para Aristóteles, y
los distintos trabajos sobre Naturphilsophie en Schelling, aunque deberemos
valernos también de otros escritos de ambos autores donde aparezca la
relación entre lo puro y lo empírico.
II. Sobre el comienzo
En el Libro A de la Metafísica Aristóteles establece una división entre
las ciencias productivas y las ciencias teoréticas4. Las primeras tienen un
vínculo directo con las artes; esto es, con saber producir algo. Por su parte,
las últimas no tienen, en principio, nada que ver con un saber poiético.
El saber teorético es aquel que puede dar únicamente con el principio,
la razón o la causa de algo. Estos dos saberes que, en principio están
claramente distinguidos, pueden, en función de quién posea un saber, estar
vinculados. Así, es posible que quien se enrole de grumete en un barco
acabe, con el paso del tiempo, sabiendo hacer navegar un barco, aunque
desconozca la ley de flotabilidad de Arquímedes. También puede darse el
caso inverso, un alumno puede llegar a comprender estos principios de
flotación impartidos en clase y verse impotente en el caso de tener que
gobernar una nave. Y, evidentemente, como ocurre en la actualidad, el
patrón de un barco es previamente instruido en las causas y los casos en los
que una embarcación puede mantenerse a flote. Ahora bien, como aclara
Aristóteles en el capítulo II del mismo libro, únicamente el que conoce los
principios es auténticamente sabio, pues accede al «conocimiento de las
cosas difíciles»5; es decir, de los elementos que trascienden a los mismos
fenómenos, que están implicados en las cosas, pero que no son las cosas
mismas.
4 Aristóteles; Metafísica, 981b.
5 Aristóteles; Metafísica, 982a.
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102
Miguel Ángel Ramírez Cordón
Sin embargo, y aunque la sensación de sentir la fuerza del timón en
los puños no sea propiamente sabiduría o conocimiento de nada, esta
experiencia es la única que puede dar lugar a toda la ciencia en general,
no únicamente a la de carácter práctico, sino también a la de carácter
teórico. En efecto, ahí donde no hay experiencia, hay únicamente «azar»6,
no tan sólo en el ámbito del saber hacer, sino también del saber de algo.
Arquímedes, de este modo, no podría haber concluido con su famosa ley si,
como cuenta la leyenda, no hubiera previamente hecho los experimentos
pertinentes en la tina de su sala de baño. De ahí resulta, como se afirma en
la Física, que lo prioritario en cualquier saber sea lo que es más inmediato
para nosotros, la experiencia más cercana y directa7, lo cual no autoriza a
decir que experiencia y sabiduría sean lo mismo en Aristóteles8. Con todo,
pese a este claro orden establecido por el Estagirita en la jerarquía del saber,
no parece que la causa misma o el principio de la experiencia sea para el
filósofo una pregunta perentoria.
En todo caso, Aristóteles, que no abunda mucho en explicaciones
sobre el lugar sistemático de la experiencia en una hipotética teoría del
conocimiento, parecería que, si nos atuviéramos tan sólo a la Física, habría
una afinidad entre experiencia (empeiría) y sensación (aísthesis), las cuales
vincula en un mismo parámetro de consideración cuando dice que el
medio como apreciamos lo más próximo a nosotros se establece por medio
de la sensación. En la Metafísica, donde la sensación es lo que tenemos
en común al mundo animal, o por decirlo con el lenguaje del Sobre el
alma, con toda alma nutritiva9, la experiencia es lo que nos proporciona
los datos concretos sobre los casos particulares que pueden conformar un
conjunto, cuya instancia es la misma que se encarga de englobarlos en un
todo. Conocer el principio que se halla tras la aparición de un fenómeno
certificado por la experiencia le correspondería al sabio10. De tratarse, en
cambio, de un fenómeno que pudiera recibir algún tipo de ajuste distinto,
como pueda ser alguna enfermedad originada en un mismo conjunto de
6 Aristóteles; Metafísica, 980b.
7 Aristóteles; Física, I, 1.
8 Betancourt, D. W.; «La filosofía como modo de saber», en Práxis Filosófica Nueva, nº
37, 2013 pp. 44-50.
9 Aristóteles; Acerca del alma, 434b.
10 Aristóteles; Metafísica, 981b.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
103
individuos, sería ya algo propio de un arte determinado11, como es el caso
aquí de la medicina.
Este desorden con que aparece el lugar de la experiencia en Aristóteles
es únicamente aparente. En la Metafísica se perfila, a la perfección, el orden
sistemático en el que aparece la experiencia en el conjunto del saber, como
hemos indicado arriba. En la Física, en cambio, la sensación, como punto
en el que algo se hace cognoscible para nosotros, responde más bien a una
cuestión de método en la organización de ese saber filosófico que trata de
buscar los principios de las cosas. No es posible tener experiencia de algo
sin empezar por la sensación, pero sí es posible tener impresiones de algo,
y no estar interesado en determinar el orden de las percepciones.
Mientras, para Schelling la experiencia es, ante todo, una pregunta
de orden trascendental12. En su primea obra centrada en el estudio de
la naturaleza, Ideas para una filosofía de la naturaleza «como introducción
al estudio de esta ciencia» de 1797, lleva a cabo, a la manera como hace
Aristóteles en la Metafísica, una división de los distintos saberes que pueden
extraerse de las ciencias de la naturaleza. Así pues, hay, para Schelling, una
filosofía teórica pura, que se ocupa del conocimiento de «nuestro saber en
general»13, y una filosofía aplicada, que es lo que cabe llamar propiamente
filosofía de la naturaleza, que es la que puede proporcionar el fundamento
de cualquier conocimiento científico. Esta rama de la filosofía es, no
obstante, filosofía práctica, lo cual conlleva tener aparejada un estudio
paralelo como es el de la filosofía del hombre, que únicamente se encargará
de contener el relato histórico o la génesis de tal ente por estar ligado al
estudio de la naturaleza, que contendría, a su vez, el orden de la realización
de la conciencia14.
Este vínculo que tiene una filosofía de la naturaleza con una filosofía
del hombre, inédito en Aristóteles, se debe a que para Schelling la primera
11 Aristóteles; Metafísica, 980b.
12 Tilliette, X.; Schelling. Une Philosophie en Devenir. Le Système vivant 1794-1821, Vol.
I, Paris, Vrin, 1970, pp. 129-130.
13 S.W., Schröter, I, p. 656.
14 Sesink, W.: «Das Subjekt aus Natur. Zur möglichen Bedeutung der Schellingschen
Natur-philosphie für einen ökologisch revidierten Bildungsbegriff», en Revision der
Moderne? Beiträge zu einem Gespräch zwischen Pädagogik und Philosophie. Schriften zur
Bildungs- und Erziehungsphilosophie, Band 4, Koch, L., Marotzki, W. y Peukert, H, (Hg.),
Weinheim, Deutscher Studien Verlag, 1993, p. 98.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
104
Miguel Ángel Ramírez Cordón
tiene la razón de su despliegue en la segunda. El sentido de la ciencia no
es, a este tenor, unívoco, sino procesual, depende del curso del progreso
de la conciencia humana que se desarrolla conforme a los artilugios e
instrumentos de medición y observación que va produciendo en función
de los nuevos problemas que debe de ir resolviendo a medida que van
apareciendo nuevos interrogantes. De este modo, una historia de la
conciencia no es que dé la explicación a los fundamentos de una filosofía
de la naturaleza, ni esta vertebra el recrecimiento de la mente humana,
pero más bien una y otra corren paralelas y puede servir como espejo para
medir el progreso de una y otra15.
La ciencia de la naturaleza de Aristóteles, así, únicamente trata de
explicar el principio que pueda explicar algo de tal calibre, tratando de
acceder a los fenómenos que se extraen de ella y que le son propios. Así
es como Aristóteles pueda definir la naturaleza como lo que posee por sí
mismo el «movimiento y reposo»16. En cambio, para Schelling, si hay algo
que pueda funcionar en la naturaleza de un modo cercano al desarrollo
de la conciencia misma, es sin duda porque la naturaleza tiene algo de
la conciencia humana implicada en su devenir17. Así pues, el físico tan
sólo tratará de responder a las causas que hay detrás de los fenómenos,
pero también cualquier filósofo que dé por sentado que la naturaleza es
un objeto impermeable al cuestionamiento de un sujeto, supondrá que la
naturaleza no proporciona tampoco ningún contenido al funcionamiento
del pensamiento y tendrá suficiente con que la naturaleza «exista para
él»18, pero la naturaleza no podrá servirle de impulso para preguntar por
el fundamento de una razón que es capaz, en última instancia, de resolver
problemas donde estén insertados los fenómenos de la física. En Schelling,
de manera opuesta, la ciencia de la naturaleza sirve de guía para las preguntas
15 Richir, M.; «Inconscient, nature et mythologie chez Schelling», en Schelling et l’élan du
Système de l’idéalisme trascendental, Paris, L’Harmattan, 2001, pp. 185-186.
16 Aristóteles; Física, II, 1. Sobre el concepto de naturaleza en Aristóteles véase Segura,
C.: «Una interpretación de la concepción de la “physis” entre los presocráticos. Antes y
después de Parménides», Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, nº 6, 2001.
17 La noción de devenir, o de desarrollo inscrito en un proceso está presente en la noción
griega y aristotélica desde luego de phýsis, como indica no sólo Carmen Segura, sino
también Calvo Martínez, T.: «La noción de Physis en los orígenes de la filosofía griega»,
en Daimon. Revista de Filosofía, nº 21, 2000, p. 32 y ss. No puede detectarse, en cambio,
como en Schelling, el intento de realizar un camino entre la conciencia y la naturaleza.
18 S.W., Schröter, I, p. 662.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
105
que afectan a la conciencia y que condensan una filosofía del hombre. Por
ello, Schelling no da de bruces directamente con el acontecimiento que
afecta a la sensación para poder responder de qué modo está afectado por
el movimiento y reposo propios, sino que la pregunta inicial será «cómo
sea posible un mundo fuera de nosotros, una naturaleza y una experiencia
de ella»19.
La pregunta por la posibilidad de la naturaleza supone, por tanto, un
primer distanciamiento, una «escisión»20, dice Schelling del propio hecho
de la física del que se encargaría propiamente una ciencia de la naturaleza.
Esta división o corte inicial no es, en cambio, el objetivo último al que
debe aspirar una filosofía de la naturaleza, sino que el fin será poder llegar
a vincular nuevamente ambos aspectos de la reflexión donde la actividad
del hombre sobre la naturaleza se dé de un modo automático, sin cesuras
por tanto entre una y otra, pues lo propio del hombre es abandonarse
a la acción recíproca entre el hombre y la naturaleza; es decir, el poder
manipular los resortes de la naturaleza porque en su relación con ella se
han conocido por fin todos los mecanismos que la ponen en marcha. El
corte inicial, por tanto, que propone Schelling como tarea prioritaria a la
hora de llevar a cabo una investigación sobre la naturaleza, y que viene
presidido por el fenómeno de la reflexión21, aspira como meta o como fin
final a fundirse en el conocimiento inmediato y práctico de la naturaleza,
lo que para Aristóteles no era precisamente un conocimiento directo de la
naturaleza, sino, bien al contrario, un saber ya mediado, relacionado con
la téchnê22, y por tanto con un saber no teórico sino productivo, totalmente
alejado, en primera instancia, del saber de su principio. En Schelling, al
contrario, conocer el fundamento interno de la naturaleza es el que debe
de conducir a su posterior uso o manipulación.
19 S.W., Schröter, I, p. 662.
20 S.W., Schröter, I, p. 663.
21 S.W., Schröter, I, p. 663.
22 Como hace indicar Benéitez Prudencio, J. J.: «Reflexiones sobre la naturaleza humana
en el pensamiento de Aristóteles», Revista de Filosofía, vol. 36, nº 1, 2011, p. 17, la téchnê
es el fundamento práctico de la experiencia.
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106
Miguel Ángel Ramírez Cordón
III. Sobre el método
Habíamos visto que en Aristóteles la experiencia primera es el primer
paso que conduce a la pregunta por el principio de la naturaleza. Este
último camino no supone en Aristóteles ningún puente posible hacia la
pregunta por la posibilidad misma de la naturaleza o de la experiencia,
algo que en Schelling es ineludible y que viene propiciado por el elemento
de la reflexión. Este último factor, dice Schelling, supone, en cambio, «un
valor negativo»23, un mero momento de examen, categorización y división
de los elementos que componen el hecho físico, frente al momento de
reunificación de esos principios en la conciencia humana como fuente
de los que se elabora su explicación. Este último estadio viene impulsado
por el factor unificante de la razón, que viene favorecido ya no por la
fase aniquilante de la reflexión, sino por la filosofía, que no únicamente
proporciona razón suficiente de los fenómenos, sino que los vincula con
su principio, y establece, por tanto, el camino que puede trazarse de uno a
otro de un modo claro.
Cuando la naturaleza se oponía al sujeto como un cuerpo opaco que
no proporcionaba ninguna pauta de solución a los problemas que afectan
a la conciencia, cuando únicamente era suficiente con que la naturaleza
estuviera ahí para poder extraer las bases explicativas de su movimiento,
pero no servía de base para proponer algún camino para la afirmación de
la naturaleza, su presencia era inactiva, era una materia muerta y callada
para la conciencia. Cuando, en cambio, la física puede responder a la
naturaleza de la conciencia misma, entonces esta relación está presidida
por la libertad, que es la que se encarga precisamente de unificar ambos
ámbitos24. El primer tipo de filósofos son los que Schelling llama filósofos
de la reflexión25, filósofos capacitados únicamente para aglutinar las
diferencias de un conjunto, pero que no logran localizar el punto en el
que se une lo múltiple. Esta filosofía carece por tanto de vitalidad y está
desprovista del fundamento mismo de su operar.
Esta misma acusación es la que Fichte verterá sobre toda labor que
se centre en la reflexión especulativa sobre la naturaleza, dado que la
23 S.W., Schröter, I, p. 664.
24 Leyte, A.: «Schelling: una biología teológica», en Los filósofos y la biología. Thémata:
revista de filosofía, Núm. 20, 1998, p. 95.
25 S.W., Schröter, I, pp. 664-665.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
107
naturaleza, el No-Yo, no puede proporcionar ninguna base posible para el
conocimiento, lugar que le está concedido privativamente al Yo. Así, dirá
Fichte en los Discursos a la nación alemana que toda filosofía de la naturaleza
es una filosofía que se ocupa de lo muerto, de lo que carece de justificación
alguna a la hora de proporcionar el sustento para cualquier conocimiento,
y por tanto es lo inaceptable en tanto que filosofía26. Frente a la polémica
surgida entre ambas personalidades en torno a si el objeto, el No-Yo, puede
proporcionar al Yo alguna materia para el autoconocimiento, Schelling
tratará de cancelar la discusión en la Antifichteana de 1806. A ojos del de
Leonberg, Fichte, y todos los críticos de la filosofía de la naturaleza, no
han comprendido verdaderamente la idea de este nuevo concepto27. No
podemos, por cuestión de método, comentar en profundidad lo que es
en definitiva un líbelo extenso, pero sí indicar el grueso de la corrección
efectuada a Fichte en esta obra. Y es que, si únicamente podemos conocer
al Yo, es tanto como decir que todo lo que es, es el Yo, y que todo lo que
conocemos del Ser, no es nada distinto del Yo mismo. Si decimos que el
Ser es, no predicamos el ser de lo que es, sino únicamente lo hacemos del
Ser que se extiende sobre la totalidad de lo que es. Esto sería una grave
sinonimia, que culmina en definitiva en una concepción panteísta, y que
impide conocer lo singular, pues lo singular no sería por sí mismo, sino
que, si es, no es sino gracias al Ser mismo. En cambio, si entendemos al
Ser como la realidad más elevada, nombrémosla por ejemplo Dios o Yo,
bien puede ser el comienzo desde el que predicar lo que es, de tal manera
que lo que es proporciona sus notas particulares, y valiéndonos de esas
características diremos que la cosa es gracias a una fuente determinada
de predicación que sin duda también es, pero desde unas coordenadas
distintas a como decimos que una cosa concreta es. Podremos decir que el
Ser de Dios o el Ser del Yo es, que su ser es uno esencial, o que contiene
esencialmente el ser, y por medio de este ser podemos allegarnos a las
cosas y decir algo de lo que es, evitando el equívoco de mentar lo que está
revestido de ser como si fuera el Ser mismo en su modo esencial, pues
cuando decimos que algo es de tal o cual manera lo predicamos bajo una
naturaleza particular (especial) y no general (genérica). Si empleáramos al
Ser, a la fuente de la predicación, al Yo, como medio desde el que expresar
26 F. W., VII, p. 375.
27 S.W., Schröter, III, p. 617.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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la naturaleza de lo real, el Yo no adquiere las condiciones de aquello que es,
y lo que es, el No-Yo, puede desplegarse en su propia limitación gracias al
Yo, método gracias al cual lo que es, alcanza a manifestarse como «la verdad
eterna y absolutamente positiva»28.
Así pues, respecto al valor negativo que habíamos visto que adscribía
Schelling a las posturas que únicamente utilizaban a la naturaleza como
escenario en el que lo Absoluto podría reflejarse por sí mismo, sin dejar
mostrase a la cosa en sí, y que el Absoluto se reafirmara por tanto por
medio de lo otro de sí, la postura panlogista de Fichte supondría un
posicionamiento estrictamente analítico que no necesitaría comprobar
los modos en los que se muestra lo real para comprobar las distintas
modalidades en que puede predicarse o manifestarse el Ser. En definitiva,
por tanto, es un cierto rechazo a la experiencia, pues si todo es un cuerpo
extenso preparado únicamente para reflejar el Ser, pero el Yo mismo no
puede reedificarse conforme a la multiplicidad con que pueden ponerse en
juego las categorías lógicas, es tanto como negar que las cosas puedan hacer
que el Yo encuentre otros caminos con lo que expresar lo que es.
Schelling, con todo, quiere fijar la independencia del Yo de las cosas.
El Yo es lo eminentemente libre, y en esa medida no se ve afectado por
las cosas que quedan fuera del Yo. Cabe preguntar entonces, como hace
Schelling en las Ideas, por qué las cosas actúan sobre el Yo, si el Yo es
lo únicamente existente para sí mismo. Precisamente que el Yo pueda
establecer un corte entre la cosa y la representación de la cosa, atribuyendo
a la cosa lo que es por medio de la reflexión, pero conociendo el origen
que permite decir lo que es como lo que es, da en la cuenta de ese vínculo
entre el Yo y el No-Yo, que permite, en cambio, que ambos orbiten de
un modo autónomo en sus esferas, señalando que autonomía no significa
necesariamente independencia, fijando de este modo un carácter productivo
en la conciencia que obtiene por medio del aparato de la intuición29. Ello
permite al Yo someter los conceptos de causa efecto, cualquier concepto en
general extraído del mundo de la experiencia, sin decir con ello que el Yo
28 S.W., Schröter, III, p. 623. [La traducción es mía].
29 Peetz, S.: «Produktivität versus Reflexivität: Zu einem methodologischen Dilemma
in Schellings Weltaltern», en Weltalter - Schelling im Kontext der Geschichtsphilosophie,
Sandkühler, H. J. (Hg.), Hamburg, Felix Meiner Verlag, 1996, pp. 74-75.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
109
sea los conceptos de causa y efecto, sino tan sólo la posibilidad misma de
emplear estos términos para acceder a la realidad30.
Esta formulación, como ha expresado Dalia Nassar en su formidable
artículo «Pure versus Empirical Forms of Thought»31, según la cual es el
Yo el régimen desde el que, gracias a las categorías de modalidad puestas
en juego en el Sobre el Yo, nacen las representaciones de las cosas, permite
pensar al Yo como instancia desde la que el mundo se pone fuera del Yo,
permitiendo que las cosas se desplieguen en su naturaleza propia, donde el
Yo es únicamente el encargado de ir expresando el mundo conforme a las
exigencias de sus categorías, para lo cual debe contar en todo momento con
el acercamiento constate a los modos como se muestra lo real por medio
de la validación empírica. De este modo, la autoconciencia tiene como
recurso más cercano la salida de sí a un mundo externo. La conciencia se
tiene a sí misma, pero no sabe nada de sí misma, contradicción flagrante,
pues la autoconciencia lo es porque sabe de sí misma. Pero auténticamente
la conciencia no comienza a conocerse a sí misma hasta que no observa
a su capacidad lógica operar sobre el mundo externo. De esta manera,
como asegurará en las Ideas, no debe de tomarse «el sistema de nuestras
representaciones en su ser, sino en su devenir»32. Esto quiere decir que la
conciencia debe de poder confirmarse a sí misma gracias a su despliegue;
esto es, que el carácter de la conciencia, y de toda filosofía que quiera versar
sobre la conciencia, deberá hacerlo más bien sobre su historia.
La conciencia, así, debe de poder usar los criterios lógicos que le son
propios y validarlos y ponerlos a prueba en los distintos fenómenos del
mundo entorno. De este modo, la autoconciencia, que al principio se tenía
a sí misma en toda su plenitud, queda confirmada, gracias a la experiencia,
en su verdad absoluta y positiva. Por ello, dirá Schelling más adelante
que queda asegurada la vinculación «entre especulación y experiencia»33,
dado que el aparato propiamente sintético de la razón precisa del ámbito
analítico que obtiene en la experiencia para poder comprobar la validez
30 S.W., Schröter, I, pp. 666-667; Esposito, J. L.; Schelling’s Idealism and Philosophy of
Nature, London, Bucknell University Press, 1977, pp. 108-109.
31 Nassar, D.: «Pure versus Empirical Forms of Thought: Schelling’s Critique of Kant’s
Categories and the Beginnings of Naturphilosophie», en Journal of the History of
Philosophy, Vol. 52, nº 1, Johns Hopkins University Press, 2014, p. 119.
32 S.W., Schröter, I, p. 689.
33 S.W., Schröter, I, p. 689.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
110
Miguel Ángel Ramírez Cordón
de su síntesis. Como se preconizaba ya en el Sobre el Yo, el conjunto del
trabajo llevado a cabo por la inteligencia sobre la realidad sirve de sustrato
para confirmar que es sólo el Yo el que puede organizarla por medio de sus
determinaciones, y sólo así, el Yo adquiere el dominio de sí mismo como
principio, pero sólo como culminación y episodio final del conjunto de
todas las demostraciones34. Si, por tanto, la conciencia, en un principio, se
tiene únicamente en sí, y si debe, como fin más propio, alcanzar a conocerse
a sí misma, y con sus propios recursos no puede alcanzarse a sí misma,
la experiencia se pone, entonces, como primer escalón en el camino de
poder tener un dominio sobre el saber de sí. La experiencia en Schelling,
igual que en Aristóteles, es lo primero, si de ella pretendemos alcanzar los
principios de las cosas. Ahora bien, en Schelling la experiencia, pese a ser
lo primero, lo más inmediato, es únicamente un medio y nada más que
un medio para la consecución del fin último que es la recuperación de la
conciencia de sí.
IV. Sobre el fin final de la ciencia teorética
El orden metodológico dado por Schelling a la relación entre lo ideal y
lo real es idéntico, en este sentido, al de Aristóteles, y supone propiamente
el mimbre para el impulso de la filosofía positiva. De este modo, como dice
en las Conferencias de Stuttgart, «lo real es natura prius; lo ideal es posterius»35.
Ahora bien, seguidamente afirma que lo primero es, en cambio, inferior en
dignidad a lo segundo; esto es, a lo ideal. Lo ideal, por tanto, si tenemos en
cuenta únicamente su estatuto epistemológico, es lo más deseable, lo que
tiene, frente a la experiencia, mayor estima36.
Podemos afirmar que Aristóteles se encuentra en la misma posición. Si
volvemos a las primeras páginas de la Metafísica, encontramos que, pese
a que la experiencia es, insistimos, el primer episodio que debe recorrerse
de cara a poder entender el modo como está estructurada la naturaleza,
34 S.W., Schröter, I, p. 88.
35 S.W., Schröter, IV, p. 319. [La traducción es mía].
36 Bubner, R.: «Dieu chez Aristote et Schelling», en Le dernier Schelling. Raison et
positivité, Paris, Vrin, 1994, p. 123 y ss., donde el posterius no se pone para confirmar el
prius, sino que existe desligadamente como prueba de la existencia de un prius trascedente
a la experiencia, la que, a su vez, confirma la naturaleza de un «Dios creador». ChalliolGillet, M.-C.: «De l’empirisme a la philosophie positive», en Schelling et l’élan du Système
de l’idéalisme trascendental, Paris, L’Harmattan, 2001, p.223.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
111
en cambio el fin más eminente no es ninguna de las ciencias productivas,
asegura Aristóteles, ni siquiera la ciencia que lo es porque, por el mero uso
o costumbre, ha dado la guía para saber hacer navegar un barco, incluso
aunque éste sea más sabio que aquel que únicamente se deja gobernar
por sus sensaciones más primarias. La ciencia más excelente es aquella que
sabe de las causas y de los principios, pongamos por caso, del hecho que
permite que la nave se mantenga a flote. Sólo esta ciencia que conoce las
causas formales de los fenómenos, y que a través de ella puede determinar
el otro conjunto de causas de los objetos, es propiamente lo que se llamaría
sabiduría37, y como dirá Aristóteles reiteradamente, alcanzar la sabiduría es
el fin más propio del hombre.
Si la sabiduría es lo que permite al hombre determinar la causa de algo,
cabe pregunta cuál es, a su vez, el contenido de esta sabiduría, pues el
propio Aristóteles ha denominado la sabiduría como ciencia, y la ciencia
se encarga de aspectos particulares de la realidad. Si la sabiduría es ciencia,
debe de existir, por tanto, el terreno en el que la sabiduría pueda hacerse
valedora de su conocimiento, y saber a qué ámbito de conocimiento
nos referimos cuando hablamos de ella. Este orden de determinación
es sin duda largo y espinoso y ha enfrentado de un modo notable a los
expertos más indicados sobre la cuestión, no es el lugar de este trabajo
explicar el lugar sistemático de la sabiduría en Aristóteles, como trazar un
puente que vincule el pensamiento de Aristóteles con el de Schelling. A
este tenor, pues, resulta llamativo que el primer calificativo con el que
Aristóteles designa esta ciencia es como la «única ciencia libre»38, dado que
es la que no tiene como meta ningún fin, pongamos por caso, construir
un barco una vez descubiertas las leyes de flotación, sino que la finalidad
es sencillamente conocer estas leyes; es decir, no hay otro motivo en el
inicio de una investigación que el conocimiento mismo de aquello que se
buscaba, y por tanto tiene el fin no fuera de sí, sino en sí misma. Lo libre
entonces, en Aristóteles, tiene que ver con el contenido del objeto mismo
de conocimiento, y no tanto con el fundamento del mismo, como ocurre
en el Idealismo alemán.
Como es bien sabido, en este sentido, el objeto es aquello de lo que
tengo una definición que se corresponde con la cosa, y ésta depende, a su
37 Aristóteles: Metafísica, 982a.
38 Aristóteles: Metafísica, 982b.
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112
Miguel Ángel Ramírez Cordón
vez, tanto de las propiedades de atribución, como del juicio que emite el
sujeto sobre la cosa, de modo que de ninguna manera sería lo libre. Ocurre
otro tanto si lo que siento es el conocimiento firme del sujeto mismo,
del Yo o de la fuente de la predicación, dado que en ese mismo instante
deviene objeto. Este será el ataque fundamental lanzado por Schelling a la
línea de flotación del sistema de la Doctrina de la Ciencia. En este sentido,
no es el Yo mismo la instancia que actúa como fundamento del sistema,
sino la propia disposición lógica inscrita en todos los yoes, y que llamamos
Yo absoluto. Sólo así localizamos un verdadero fundamento libre porque
no se vincula a ninguna entidad particular, sino que puede expresarlas
todas; dicho de otro modo, el contenido del yo empírico está subsumido
bajo el del Yo absoluto39. El objeto, con todo, no es, para Schelling, una
mera materia muerta, sino que tiene una estructura orgánica; es decir, tiene
un conjunto de partes que, porque están internamente organizadas, puede
verdaderamente ser subsistente, valerse por sí mismo. Pero, con todo, es lo
que todavía no tiene una organización por sí mismo en relación al conjunto
de partes o de elementos que compone un mundo determinado. Cuando
el objeto asume el papel de la parte organizada en un conjunto más amplio
es únicamente gracias a algo que no está ya en sí, sino fuera de sí, y esto
que está fuera de sí es el concepto40. El concepto es, en cambio, lo que
queda fuera de la cosa, pero que al mismo tiempo lo expresa como lo que
es, y por tanto es también lo que deviene interno a la cosa misma. En este
caso la sustancia empírica deviene interna a la naturaleza incondicionada
del Absoluto41.
Cuando el Yo logra vincular la naturaleza con el carácter predicativo
del sustrato lógico, entonces el Yo tan sólo alcanza a predicar algo de algo
con verdad, pero tampoco por medio de sí mismo, sino por medio de una
mediación, por medio del Logos, que cuando expresa la verdad del objeto, se
desase a su vez del enunciado porque el juicio emitido es válido y por tanto
universal; es consistente de una manera indiferente a la existencia de la
relación sujeto/objeto. Otro tanto ocurrirá, así, con el objeto que depende
de su predicado. En ese sentido es lo limitado, lo cual no condiciona la
39 S.W., Schröter, I, pp. 160-161.
40 S.W., Schröter, I, pp. 690-691.
41 Hamilton Grant, I.: «Philosophy become genetic»: The Physics of the World Soul»,
en The new Schelling, Norman, J. y Welchman, A. (eds.), London, Continuum, 2004, p.
136.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
113
validez misma del juicio. Entonces podemos decir que la relación fundada
entre las partes del conjunto es libre, y que va más allá del propio apartado
analítico de la investigación empírica42.
De esta manera, en su ensayo sobre el posible objeto de una filosofía de
la naturaleza, Schelling termina por aclarar la respuesta a cómo es posible
un mundo fuera del Yo que, con todo, afecte también en alguna medida al
Yo o, dicho de otra manera, cómo es posible la experiencia43:
«Pues nosotros queremos no que la naturaleza concuerde con las leyes de nuestro
espíritu de una manera contingente (por la mediación de un tercero), sino que ella no
sólo exprese sino que incluso realice de una manera necesaria y originaria las leyes de
nuestro espíritu, y que ella sea y se llame naturaleza en tanto que haga esto.
La naturaleza debe ser el espíritu visible; el espíritu, la naturaleza invisible. Por
consiguiente, aquí, en la absoluta identidad del espíritu en nosotros y de la naturaleza
fuera de nosotros, tiene que resolverse el problema de cómo es posible una naturaleza
fuera de nosotros.»
Una naturaleza es invisible en este sentido, y se vincula no menos al
espíritu, cuando el Yo ha logrado, pues, expresar contadamente aquellas
leyes que estructuran su constitución interna. Es decir, cuando se ha
culminado la investigación con el descubrimiento de su esencia, que es
lo que libera tanto a la cosa misma como al Yo absoluto o espíritu. Puede
avanzarse ahora, por tanto, el concepto de Schelling de naturaleza, y cómo
se distancia del de Aristóteles, donde este únicamente tiene que ver con la
propia organización interna del objeto. En Schelling, por tanto, la naturaleza
alcanza este estatuto únicamente después de su relación predicativa con el
Espíritu, de donde se deduce que, la experiencia, también aquí, es algo que,
pese a ser primero en el orden del trabajo del entendimiento que ordena
los datos de la realidad, no lo es de cara a la composición racional impuesta
en un conjunto dado por la razón, de donde por tanto, la experiencia
resulta más bien un producto o algo segundo en el orden intelectivo. Esto
no es así en Aristóteles, para quien la experiencia es ya directamente el
contacto primero de la sensación con la presencia directa de las cosas, y
es ya directamente uno de los modos de conocer, aunque quizá no el más
42 Marquet, J.- F.: «L’articulation sujet-objet dans la dernière philosophie de Schelling»,
en Le dernier Schelling. Raison et positivité, Paris, Vrin, 1994, p. 181 y ss.
43 S.W., Schröter, I, pp. 705-706; trad. Schelling, F.W.J.: Experiencia e historia. Escritos de
juventud, Madrid, Tecnos, 1990, p. 198.
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114
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excelente de todos, mientras que para todo el racionalismo en general,
incluyendo el Idealismo alemán, la experiencia por sí sola no puede aportar
un contenido completo de conocimiento por sí mismo, y es una pieza
incompleta sin el apoyo de las categorías del entendimiento.
Cabe considerar, a su vez, si Aristóteles tiene o no una lectura parecida a
la esencia que quepa entroncarlo con el pensamiento del Idealismo alemán.
La esencia, en este sentido, no sirve de fundamento para el órgano de la
predicación, como tampoco en Schelling. Como dice Pierre Aubenque, la
esencia no es principio alguno, pero sí es, más bien, el orden de referencia
con el que se entronca el ser en cada juicio44. En un interesante capítulo
de la Física sobre esta cuestión, donde se habla sobre la relación de las
matemáticas y de la física con la filosofía primera, Aristóteles introduce
las dos nociones que hay en el concepto de naturaleza, uno formal; el otro
material. El primero se refiere al contenido esencial o, por mejor decir,
conceptual, como veremos más adelante, mientras el segundo se refiere a
la materia sensible del objeto en cuestión. Con todo, la esencia no apunta
unilateralmente ni a una ni a otra aisladamente, sino más bien al conjunto
hylemórfico que compone un cuerpo determinado. Aristóteles dice en la
Física que toda ciencia en general se ocupa no exclusivamente de la parte
formal, sino que precisa también del soporte de la materia que reviste a
la cosa de su estructura material con la que se produce su acomodo con
el concepto. Aunque ninguna ciencia debe sustraerse de este cometido,
Aristóteles certifica como labor propia de la filosofía encargarse del estudio
completo de las cosas compuestas de materia y de forma cuyo resultado
último es la sustancia que debe de darse no sólo en el pensamiento,
sino inexcusablemente también en la experiencia45, pero aquí no estaría
distinguida la especificidad de la filosofía respecto de otras ciencias, pues
también el físico ha de ocuparse de la estructura hylemórfica del sol si
quiere llegar a conocerlo. Así, más adelante dirá que la filosofía, además,
se ocupa del «para lo cual»46 de la cosa; esto es, de su finalidad, pues la
naturaleza no consta menos de aquello a lo cual tiende la cosa, y este
conjunto de elementos es el que acaba componiendo el conjunto limitado
44 Aubenque, P.; El problema del ser en Aristóteles, Madrid, Escolar y Mayo, 2008, p. 167.
45 Aristóteles: Física, 194a. Vial Larraín, J. D.: «El tiempo en Aristóteles», en Enrahonar,
15, 1989, p. 16.
46 Aristóteles: Física, 194a.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
115
de todo lo que la cosa es; es decir, su quid o esencia. Y cuando la marcha
de una ciencia se dirige hacia el descubrimiento de esta esencia, entonces la
ciencia que tenemos no es la física, o no es la matemática, sino la filosofía
primera47. Un tipo de conocimiento distinto al que puede ofrecer la filosofía
únicamente proporcionará datos sobre el comportamiento de la materia en
sí y la tendencia a la que se conduce la parte sensible, pero no estará volcada
en el conocimiento de su forma o de su esencia. Así se comportan con su
objeto de interés, dirá Aristóteles, el médico o el herrero, por ejemplo.
Pero la esencia tiene una última nota no menos importante que aparece
fundamentalmente en la Metafísica, y es el estar ligado a su definición o a
su universal; esto es, a su concepto. La esencia, cualquiera sea la que da la
respuesta sobre la naturaleza de la cosa, ya bien sea su causa, o su «para lo
cual», se atañe, en este sentido, a la explicación material o física de la cosa,
pero al mismo tiempo debe de estar encerrada en una formulación lógica
que contenga el conjunto de las notas de la cosa y la distinga del resto. El
conjunto de las características de la cosa será, así, el compuesto de lo que
está organizado, pero ello se verá aquilatado en el término conceptual que
supone la unidad de la cosa48. De este modo se responde por la entidad de
la cosa, dirá Aristóteles, y en esa organización de elementos se condensa
«la causa primera de su ser»49. Este enunciado, por tanto, como termina de
aclararse en el Libro H, que responde al conjunto de las notas de la cosa de
un modo lógico, pero donde se ven reunidas sus condiciones materiales, es
propiamente su definición.
Pero que la definición responda no sólo a la parte sensible, sino a la
parte formal o lógica no es menos importante. Tratando de alejarse de las
posiciones eléatas y de Platón mismo, para quien, siempre según Aristóteles,
las Ideas es lo separado del compuesto, Aristóteles tratará de demostrar
que, en efecto, de una cosa es posible separar, por medio del pensamiento,
igual que hace el matemático cuando separa las realidades cuantitativas de
la superficie de un objeto dotado de movimiento50, la materia de una cosa
de un lado, de otro su forma, e igualmente su definición, pero que por
último, cabe pensar en el compuesto de todas estas partes como un grupo
47 Aristóteles: Física, 194b.
48 Aristóteles: Metafísica, 1041b.
49 Aristóteles: Metafísica, 1041b.
50 Aristóteles: Física, II, 2.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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Miguel Ángel Ramírez Cordón
cohesionado y coherente, y de este último compuesto dirá que «sólo él es
separado en sentido absoluto»51; es decir, responde a la esencia de un modo
eminente, y de esta manera responde a la cosa con verdad. Ahora bien, este
proceso por el que se construye una definición es más bien un resultado
final que ha debido de contar previamente con todas las partes anteriores
que componen la definición; es decir, la que atañe a lo material, a lo formal
y así sucesivamente, aunque puedan no mostrarse explícitamente en esta,
pero sí refleje su fondo esencial por medio del compuesto52.
La esencia de la cosa se juega precisamente en poder aprehender
todos los distintos modos como se da el ser en la cosa. En función de
las diferentes variantes como se muestra el ser en el ente, podremos decir
que se trata de tal o de cual cosa, pues la cosa únicamente puede arrojar
unos modos precisos de manifestarse en los fenómenos que lo diferenciará
de otra distinta. Poder registrar todas estas maneras como los objetos del
mundo se muestran a los sentidos permitirá al investigador predicar unas
cosas u otras del objeto. Ello obliga a hacer un rastreo constante de los
modos como se da el ser en la materia de la investigación, cuyo fin es, no
únicamente la percepción sensorial, primera de las cosas sensibles, sino a
partir de ella, poder dar en la cuenta de su esencia, responder por su forma
y por el fin de la cosa misma. No se trata, de momento, de la pregunta
inicial lanzada por el investigador, y en lo que se juega, pues, el estatuto
de la ciencia en cuestión. Por tanto, es una obligación del científico que
se ocupa de la esencia cotejar el orden de su manifestación en las cosas. La
experiencia es común, así, a este tipo de científico, así como lo es para el que
sólo quiere solazarse en la contemplación sensorial de los objetos, o como
lo es para quien quiere imitar a la naturaleza por medio de la reproducción
técnica (techné) de algún fenómeno mecánico de la misma53. Frente a estos,
el filósofo se diferenciará porque en la finalidad de su tarea se encuentra
responder al conjunto de causas que rodean a la cosa, pero la afirmación
de lo que la cosa es en el plano de la forma, precisa con anterioridad haber
recabado toda la información posible sobre la misma en el plano de la
experiencia. Sólo desde este punto es posible fijar la entera naturaleza de la
51 Aristóteles; Metafísica, 1041b.
52 Seggiaro, C. M.: «La relación entre phýsis y téchne en el Protréptico de Aristóteles y en
Física II: sentido metodológico del uso de la analogía», en Páginas de Filosofía, XVIII, nº
21, 2017, p. 169.
53 Aristóteles; Física, 194a.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
117
cosa en un estatuto de otro tipo, a saber, su forma o su esencia, la cual queda
reflejada en su concepto o definición. En este sentido, cuando el objeto o el
fin de la ciencia del filósofo queda enmarcado por la necesidad de aglutinar
la manifestación empírica de la cosa en la unidad del pensamiento o de un
concepto universal, podemos decir que su ciencia, frente a la del resto, es
teorética54.
El conjunto de las diferencias que constituyen a la cosa no son la entidad
de la cosa misma, dice Aristóteles, pero el conjunto de sus propiedades
sí termina de dotarla de entidad. En todo caso, no podremos decir que
conocemos a la cosa como es en sí misma si su definición no reúne con
todo rigor todo el conjunto de sus variaciones materiales, pero también la
definición responderá a la forma y al acto en que se produce la cosa. Toda
definición que responda acabadamente por su esencia se atendrá por tanto
al conjunto de ámbitos en los que cabe expresar a la cosa; es decir, tanto en
su plano material, como en su plano formal, como en el plano que afecta
al objeto en acto, y únicamente cuando el conjunto de lo que constituye
la experiencia de la cosa quede englobado en un término unificador de
todas sus partes formales y materiales, entonces diremos que tenemos una
definición exacta o verdadera de la cosa, habremos alcanzado su concepto55.
Únicamente por medio de la composición de conceptos, dirá
Aristóteles en el capítulo IX del Acerca del alma, podemos acercarnos a
la verdad de la cosa, y en este juicio emitido por el que está dotado de
alma intelectiva, se expresa la naturaleza inteligible de la cosa en cuestión.
Pero atención, esta naturaleza eidética de la cosa, aunque, bajo la forma
de la mera definición formal es separada, no lo es en cambio a través del
proceso de la formación del concepto, y este está más bien ligado a las
condiciones sensibles de la cosa, aquello que lo diferencia específicamente
respecto de lo que pertenece al género56; esto es, a su experiencia57. Con la
culminación de esta tarea queda satisfecha la función del alma intelectiva,
como su propiedad más eminente o característica, y la finalidad del hombre
queda a su vez cumplida. Ahora bien, es importante señalar que el alma
54 Aristóteles; Metafísica, 1075a.
55 Aristóteles; Metafísica, 1043a-1044a.
56 Giráldez, E. I.: «Sobre la investigación aristotélica en torno a las Archaí del saber
relativo a la Physis», en LOGOS. Anales del Seminario de Metafísica, vol. 41, 2008, pp.
300-301.
57 Aristóteles; Acerca del alma, 432a.
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Miguel Ángel Ramírez Cordón
no conoce de un modo inmediato las cosas que le proporciona su aparato
sensitivo, no absorbe las esencias en el momento en el que topa con los
objetos de conocimiento, sino que su tarea es más bien metódica y se hace
más precisa con el paso del tiempo. El alma intelectiva, dice Aristóteles,
conoce a través de las distintas limitaciones con que se muestran las cosas,
y engloba los distintos modos de aparición del ser en categorías en las que
se refieren las variadas formas de presencia de los entes. El alma, como se
dice en el Libro I, está ligada al cuerpo58, y ello fuerza a que dependa de la
información que le transmite una entidad finita como el órgano sensitivo,
pero más importante aún, el ámbito intelectivo nada puede inteligir si
no puede traducir a sus coordenadas la información que los sentidos le
comunican de la experiencia sensible59. Por ello es que el alma debe de
referirse a su vez a cada uno de los elementos que de la cosa se pueden
contar en la experiencia, debiendo en todo momento ceñirse a las distintas
proporciones o combinaciones que arroja el contacto con lo empírico60.
Así pues, aunque el alma agente está en todo momento capacitada, por
su estructura lógica, para conocer intelectivamente todo aquello que se le
presenta, es una parte inválida sin el concurso de los datos aportados por
la facultad sensitiva61.
El reparto que hemos visto en Schelling, donde lo ideal, aunque
prioritario bajo un orden lógico o racional, es per posterius frente a la
experiencia, hace que, igual que en Aristóteles, la experiencia sea la
muleta de lo racional. Un texto que antecede en un año al Sistema del
Idealismo trascendental, la Introducción al proyecto de un sistema de filosofía
de la naturaleza de 1799, es el mejor lugar quizá para rastrear la relación
entre la experiencia y lo racional. Ahí se dice que el trabajo de la filosofía
consiste en llevar el terreno de lo real al de lo intelectual. El ámbito de la
filosofía, si entendemos por esta una labor puramente ideal, es el espacio
de lo inconsciente, de la pura posibilidad de expresar la totalidad pero que
nada dice porque le falta el mundo. El recurso de recurrir a la experiencia
para trasladar lo sensible a las categorías de lo racional es lo que se llamará
aquí propiamente «filosofía trascendental»62. El sustento de esta filosofía es
58 Aristóteles: Acerca del alma, 407b.
59 Aristóteles: Acerca del alma, 408b.
60 Aristóteles: Acerca del alma, 409b.
61 Aristóteles: Acerca del alma, 426a.
62 S.W., Schröter, II, p. 271.
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Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
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por tanto lo real, y sin lo real, sin la experiencia, no habría propiamente
ni podría haber filosofía. En el ámbito ideal del Yo absoluto residen
proposiciones lógicas que pueden albergar la solución a preguntas surgidas
ante ciertos fenómenos que no tienen, inicialmente, explicación. Pero la
pregunta es inducida directamente por la experiencia, en lo que es un
tipo de intervención racional en la naturaleza que Schelling denominará
«experimento»63. Lo ideal, así, únicamente debe de poder validar sus juicios
sobre la base de la experimentación, del contacto con lo real, y establecer
que sobre el ámbito de lo real cabe expresar ciertos procesos mecánicos o
de la física como necesarios64:
«... la diferencia entre las proposiciones a priori y a posteriori no es, como algunos
pueden haber imaginado, una diferencia inherente originariamente a las propias
proposiciones, sino una diferencia que sólo se constituye en atención a nuestro saber
y al género de saber que tenemos de estas proposiciones, de tal manera que toda
proposición que para nosotros sea sólo histórica, se convierte en una proposición de
la experiencia, pero la misma proposición se convierte en una proposición a priori en
cuanto de forma inmediata o mediata llegamos a conocer su interna necesidad.»
La naturaleza propiamente, dirá Schelling más adelante, es el concepto
necesario que hemos podido conocer por medio de conceptos a priori.
Dada esta relación de dependencia, cabe decir que la naturaleza en sí
misma es un eterno campo de producción de fenómenos (explanandum)
que deben de poder convertirse en proposiciones explicativas de los
mismos (explanans); es decir, han de poder convertirse en ciencia de la
naturaleza65. Pero esta productividad es infinita, por eso en un momento
dado Schelling denomina a la naturaleza no ya como objeto, sino como
sujeto66, pues deviene idéntico al Yo respecto de su carácter infinito. Gracias
a este punto en el que el Yo y la naturaleza resultan análogos, cabe decir
que la naturaleza empírica de la absoluta productividad del ámbito físico
se corresponde con una infinitud, esta vez, de carácter ideal, y que una
63 S.W., Schröter, II, p. 276.
64 S.W., Schröter, II, p. 278; trad. Schelling, F. W. J.; Escritos sobre filosofía de la naturaleza,
Madrid, Alianza, 1996, p. 126.
65 Hogrebe, W.; Prädikation und Genesis. Metaphysik als Fundamentalheuristik im Ausgang
von Schellings »Die Weltalter«, Suhrkamp, 1989, Frankfurt am Main, p. 58, donde puede
atestiguarse la tendencia monista del pensamiento de Schelling a partir del dualismo
implícito en el ámbito de la experiencia que encierra el mundo.
66 S.W., Schröter, II, p. 284.
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Miguel Ángel Ramírez Cordón
y otra se co-determinan en su propio devenir67, de igual manera que, en
Aristóteles, el alma intelectiva dependía en todo momento del sustrato que
le proporciona la parte sensitiva con la que poder establecer sus juicios.
V. Conclusión
Dentro de estas condiciones de dependencia entre la experiencia y lo
ideal podemos hablar de lo que Schelling llamó filosofía positiva. Esta
etapa de su filosofía no es postrera, por tanto, sino que está operativa de un
modo germinal en su Naturphilosophie y en su mal llamada filosofía de la
identidad. Como vemos, pues, en su Filosofía de la naturaleza, la filosofía
positiva no es una fase que debe comenzar sólo una vez que la filosofía
negativa o racional haya concluido su tarea, sino que depende en todo
momento de los problemas que le remite la existencia; es decir, del ámbito
de la experiencia68. No cabe pensar, pues, que haya dos filosofías, una
negativa y otra positiva que le anteceda, sino que, dado que la dependencia
es mutua, cabe pensar sólo en una filosofía, una filosofía absoluta69, lo cual
echa por tierra la división escolástica de la filosofía de Schelling en distintas
fases, únicamente cuando quiere ser considerada desde el punto de vista
de los problemas que pretende plantear esta sistemática. Únicamente, de
cara a poder afrontar la labor de racionalización de la realidad es preciso
establecer un trabajo metodológico donde establecer el orden en que deben
coordinarse ambos terrenos. En este sentido cabe señalar que la elección
de Schelling es la misma por la que opta Aristóteles: poner primero a la
experiencia para llevar los datos de la existencia al orden de categorización
lógico-racional, a partir de donde la existencia ha de poder de dejar de ser
existencia y devenir naturaleza; es decir, realidad efectiva explicada bajo
la pauta de un lenguaje racional. No habrá en ambos filósofos un interés
por la existencia como tampoco por el mero ámbito ideal, sino más bien
una búsqueda del vínculo de ambos ámbitos; es decir, un interés por el
Absoluto.
67 S.W., Schröter, II, p. 285. Schlanger, J.; Schelling et la réalité finie. Essai sur la philosophie
de la Nature et de l’Identité, Paris, PUF, 1966, pp. 93-95.
68 Challiol-Gillet, M.-C.: «De l’empirisme a la philosophie positive», en Schelling et l’élan
du Système de l’idéalisme trascendental, Paris, L’Harmattan, 2001, p. 223.
69 S.W., Schröter, II, VI, p. 152.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
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Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Schelling y Aristóteles: la cuestión de la experiencia
123
Miguel Ángel Ramírez Cordón es doctor en Filosofía por la UCM y
Colaborador Honorífico en esta misma institución. Actualmente es docente de
filosofía en secundaria mientras compagina su labor investigadora.
Líneas de investigación:
Metafísica, Filosofía del Derecho y Antropología Filosófica.
Publicaciones recientes:
- «Schelling and the different forms of State from his New Deduction of
Natural Law», Diacrítica. Revista do centro de estudos humanísticos, nº30/2,
Húmus, 2016, pp. 53-72.
- «Trinidad en S. Agustín y parentesco adánico: identidad, conocimiento y
escatología», Enrahonar, nº extra 1, Barcelona, 2018.
- «La cuestión doble del fundamento y el principio de identidad en las
Lecciones de Erlangen de F.W.J. Schelling», Pensamiento. Revista de investigación
e información filosófica, vol. 75, nº 284, 2019.
Dirección electrónica: miguelramirezcordon@gmail.com
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre
φύσις y ἀλήθεια.
Apuntes para una reconsideración crítica.
Heidegger on the connection between φύσις and ἀλήθεια.
Notes for a critical reconsideration.
Alejandro G. Vigo
Universidad de los Andes (Chile)
Recibido: 27.09.2020
Aceptado: 25.01.2021
RESUMEN
El presente trabajo ofrece un intento de reconstrucción del modo en el que
Heidegger llega a su peculiar interpretación de la conexión entre φύσις y
ἀλήθεια, que constituye un elemento clave de la «hermenéutica de los dos
comienzos» presentada en Beiträge zur Philosophie, y que juega de allí en más
un papel importantísimo en el marco del «giro» (Kehre) que da lugar al «pensar
ontohistórico» (seinsgeschichtliches Denken). A tal fin se considera el modo en que
Heidegger interpreta el pensamiento de Heráclito. Además de intentar aportar a
una mejor comprensión del desarrollo interno del pensamiento heideggeriano, la
discusión apunta también a hacer posible una evaluación crítica de la plausibilidad
de construcción interpretativa elaborada por Heidegger.
PALABRAS CLAVE
ΦΎΣΙΣ; ἀΛΉΘΕΙΑ; HERÁCLITO; PENSAMIENTO ONTOHISTÓRICO
ABSTRACT
This paper offers an attempt to reconstruct the way in which Heidegger arrives at
his peculiar interpretation of the connection between φύσις and ἀλήθεια, which
constitutes a key element of the «hermeneutics of the two beginnings» presented
in Beiträge zur Philosophie, and which from then on plays a very important role
within the framework of the «turn» (Kehre) that gives rise to «ontohistorical
thinking» (seinsgeschichtliches Denken). For this, the way in which Heidegger
interprets the thought of Heraclitus is considered. In addition to trying to
contribute to a better understanding of the internal development of Heideggerian
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 125-148.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
126
Alejandro G. Vigo
thought, the discussion also aims to make possible a critical evaluation of the
plausibility of the interpretive construction elaborated by Heidegger.
KEY WORDS
ΦΎΣΙΣ; ἀΛΉΘΕΙΑ; HERACLITUS; ONTOHISTORICAL THOUGHT
I. Introducción
Lo que me propongo llevar a cabo a continuación es un intento
de reconstrucción del modo en el que Heidegger llega a su peculiar
interpretación de la conexión entre φύσις y ἀλήθεια, que constituye un
elemento clave de la «hermenéutica de los dos comienzos» presentada en
Beiträge zur Philosophie1, y que juega de allí en más un papel importantísimo
en el marco del «giro» (Kehre) que da lugar al «pensar ontohistórico»
(seinsgeschichtliches Denken). En esta ocasión mi discusión del asunto tendrá
un carácter marcadamente histórico-filológico, porque, además de intentar
aportar a una mejor comprensión del desarrollo interno del pensamiento
heideggeriano, apunta también a hacer posible una evaluación crítica de
la plausibilidad de construcción interpretativa elaborada por Heidegger.
El marco más amplio en el que se inscribe mi interés por el tema
que abordaré aquí viene dado por el intento de lograr mayor claridad
sobre aspectos centrales del pensamiento de Heidegger y su evolución,
en la importantísima fase de gestación que va desde los trabajos del que
llamo «período de transición», entre 1927 y 1930, hasta el «giro» hacia
el «pensar ontohistórico», tal como éste irrumpe de modo más o menos
oficial a mediados de los años ’30. Tiene lugar en estos años un proceso
de profundización y radicalización de la posición alcanzada en Sein und
Zeit2 que conduce a lo que puede llamarse la «transformación eventualistakairológica» de la aleteiología. En trabajos precedentes he ofrecido una
discusión de algunos aspectos de dicho proceso de profundización y
radicalización, tal como éste puede reconstruirse en la secuencia de escritos
que va desde Sein und Zeit hasta el escrito Von Wesen der Wahrheit de 1930,3
pasando por la lección Die Grundbegriffe der Metaphysik del semestre de
1 Cf. M. Heidegger, Beiträge zur Philosophie (Vom Ereignis) (1936/1938), GA Bd. 65. ed.
Fr.-W. von Herrmann, Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 1989.
2 Cf. M. Heidegger, Sein und Zeit, Tübingen: M. Niemeyer, 1986, reimpresión de la 7a.
edición de 1953, con el agregado de las notas del ejemplar de mano del autor.
3 Cf. M. Heidegger, «Vom Wesen der Wahrheit» (1930), en: Wegmarken, Frankfurt a.
M.,1978: V. Klostermann, p. 175-199.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
127
invierno 1929/19304 y el escrito Vom Wesen des Grundes de 1929.5 Sin
entrar en mayores complicaciones creo que se puede distinguir cuatro
estaciones en el mencionado proceso. La primera de ellas corresponde a la
radicalización de la problemática de la verdad llevada a cabo en Sein und
Zeit, sobre la base de toda una serie de intentos precedentes realizados en la
prolongada etapa de gestación de la obra. El interés central de Heidegger se
concentra aquí en el rescate de un concepto esencialmente manifestativo de
la verdad, tal como aquel al que apunta, según Heidegger, la noción griega
de ἀλήθεια y, a una con ello, en la reconducción de la verdad, a través
de los diversos estratos de la experiencia antepredicativa, hasta sus raíces
últimas en el «estado de abierto» (Erschlossenheit) del Dasein, poniendo
de manifiesto así el carácter derivativo y, por tanto, no autosustentado de
la verdad proposicional. Sobre esta base, una segunda estación, que está
representada por la lección de 1929/1930, corresponde a la profundización
en los presupuestos del enunciado en el ámbito de lo «prelógico» (vorlogisch),
con la puesta de relieve de los momentos de 1) el «ser libre» (Frei-sein) del
Dasein, en cuanto «trascendente», 2) la co-apertura de un plexo total total
de significación, a la que Heidegger denomina aquí la «complementación»
o «totalización» (Ergänzung); y 3) la «revelación» (Enthüllung) del ente
intramundano al que se refiere el enunciado, en su ser de tal o cual manera
(cf. Die Grundbegriffe der Metaphysik esp. § 73 p. 492-507). En una tercera
estación, que corresponde al escrito sobre la esencia del fundamento de
1929, Heidegger enfatiza de modo mucho más marcado los aspectos
referidos al papel fundamental que corresponde al trascendente «ir más
allá» del ente en dirección del mundo, en la posibilitación de la verdad
óntica como manifestación del ente mismo. La trascendencia del Dasein
queda redescripta ahora ella misma en términos de libertad, a saber:
como libertad del «ente intramundano» para el «mundo» (Welt), en su
función de medida del ente intramundano, y para el «ser» (Sein) mismo,
4 Cf. M. Heidegger, Die Grundbegriffe der Metaphysik. Welt – Endlichkeit – Einsamkeit
(1929/1930), GA Bd. 29/30, ed. Fr.-W. von Herrmann, Frankfurt a. M.: V. Klostermann,
1992 (= 1983).
5 Cf. M. Heidegger, «Vom Wesen des Grundes» (1929), en: Wegmarken, op. cit., p. 123173. Para una elaboración más amplia de la línea de interpretación aquí presentada, véase
esp. «Verdad, libertad y trascendencia en Heidegger. La radicalización de un motivo central de Sein und Zeit en los escritos de los años 1929-1930» (2003), en: A. G. Vigo, Arqueología y aleteiología. Estudios heideggerianos, Berlin: Logos, 2014, p. 159-205.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
128
Alejandro G. Vigo
tal éste como queda abierto en la comprensión (pre)ontológica. Con ello
queda puesto de manifiesto, a la vez, el papel posibilitante de la «verdad
ontológica» (ontologische Wahrheit) respecto de toda posible «verdad
óntica» (ontische Wahrheit). Esta «bifurcación» óntico-ontológica, que
pertenece a la esencia misma de la verdad, es puesta en directa conexión
con la «diferencia ontológica» (ontologische Differenz), cuyo fundamento
se retrotrae, en último término, a la trascendencia misma del Dasein (cf.
Vom Wesen des Grundes esp. p. 129-132). La cuarta estación, en la que el
proceso de produndización y radicalización de la aleteiología culmina en
su transformación eventualista-kairológica, corresponde al escrito sobre la
esencia de la verdad de 1930. Aquí alcanza Heidegger la posición desde
la cual para consumar el giro hacia el pensar ontohistórico media, por así
decir, tan solo un paso. En efecto, Heidegger no se limita ahora a buscar el
fundamento de la verdad en la trascendencia, caracterizada como libertad,
sino que, desde una perspectiva de análisis diferente, piensa a ésta última
como fundada, a su vez, en una dimensión más profunda de la verdad
misma, de carácter esencialmente histórico y eventualista. Pensada por
referencia al modo en que tiene lugar en cada caso la venida a la presencia
del ente en su totalidad, la verdad aparece así esencialmente vinculada a la
historia como acontecer (Geschichte), un acontecer que no es reductible al
hacer o no-hacer del hombre, sino que lo trasciende y, en cierto modo, lo
determina. Los diferentes momentos en el acontecer de la verdad, tal como
tiene lugar en y a través del imperar de un cierto mundo históricamente
determinado, quedan documentados en las sucesivas determinaciones del
ser del ente en su totalidad, que están consignadas en la historia de la
metafísica o, de modo más amplio, del pensamiento filosófico, desde sus
más remotos orígenes griegos (cf. Vom Wesen der Wahrheit esp. p. 185-188).
Pues bien, es en este preciso contexto de consideración donde aparece
de modo expreso la referencia de Heidegger a lo que sería la originaria
determinación griega del ser como φύσις, en el sentido del «brotar» o
«surgir» que viene y deja venir a la presencia. En la versión original del texto
del escrito de 1930, la referencia ocurre poco menos que al pasar (cf. p.
187). Sin embargo, es justamente este aspecto es el que el propio Heidegger
destaca en el párrafo inicial de la nota final del texto agregado con ocasión
de la segunda edición publicada en 1949. En efecto, Heidegger remite
allí expresamente a la noción de «historia del ser» (Geschichte des Seyns), y
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
129
enfatiza la esencial pertenencia del momento de la sustracción ocultante
(der verbergende Entzug) al ser mismo, pensado a partir de la ἀλήθεια
(cf. p. 199). Naturalmente, lo que se tiene aquí es una retroproyección
al escrito de 1930 de elementos centrales de la concepción ontohistórica
elaborada desde mediados de los años ’30 en adelante. Veamos ahora cuál
es el contexto más amplio en el que se inscribe el intento de Heidegger por
establecer una conexión intrínseca entre φύσις y ἀλήθεια.
II. La retirada ontohistórica hacia los presocráticos
Se ha observado con frecuencia que, en el marco del pensamiento
ontohistórico, tiene lugar lo que podría caracterizarse como un doble
movimiento de «retirada», por no decir de «huida», en el intento por lograr
desmarcarse de la matriz principal del pensamiento metafísico tradicional,
a saber: por un lado, hacia la poesía, en particular, la de poetas alemanes
como R. M. Rilke, G. Trakl y, sobre todo, ya desde mediados de los años
’30, F. Hölderlin; por otro, hacia los pensadores de la tradición presocrática,
en particular, Heráclito y Parménides, pero también, aunque de modo más
ocasional, Anaximandro. No resulta difícil ni muy aventurado establecer
una conexión de cada una de esas «retiradas» con la hermenéutica de los dos
comienzos, tal como aparece, sobre todo, en la concepción de Beiträge zur
Philosophie: la «retirada hacia los poetas», en particular, Hölderlin, parece
estar vinculada, sobre todo, con el motivo de la preparación meditativa del
«nuevo comienzo», que, a juicio de Heidegger, como se sabe, sólo puede
proceder de Alemania; por su parte, la «retirada hacia los presocráticos» se
vincula, en cambio, con la tarea de repensar meditativamente el «primer
comienzo», desde su trasfondo histórico más profundo, tarea que, por
lo demás, es ella misma un momento imprescindible de la preparación
meditativa del «nuevo comienzo». No me pronunciaré aquí sobre la
pertinencia filosófica de esta construcción interpretativa, ni haré referencia
tampoco a los aspectos vinculados, de modo más específico, con el intento
de incorporar en la preparación del «nuevo comienzo» la meditación de la
poesía alemana, en particular, la de Hölderlin, a quien Heidegger, como
se sabe, concede un lugar especialísimo, al considerarlo como «el poeta del
poeta». Me limitaré, pues, exclusivamente a los motivos vinculados con la
retirada hacia los presocráticos y ofreceré sólo unas pocas consideraciones
de carácter orientativo, con la intención de precisar un poco mejor su
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
130
Alejandro G. Vigo
motivación y su alcance.
Una primera consideración, de carácter más general, tiene que ver con
el impacto hermenéutico que produce el giro hacia el pensar ontohistórico,
en particular, en lo que concierne a la necesidad de proceder a un adecuado
emplazamiento de las concepciones de Platón y Aristóteles, con arreglo al
marco general provisto por la hermenéutica de los dos comienzos.6 Como es
natural, la retirada hacia los presocráticos no puede comprenderse más que
por referencia al marco provisto por el giro hacia el pensar ontohistórico.
Sin embargo, esta constatación es todavía demasiado general. De modo
más específico, hay que hacer referencia aquí a una convicción a la que
Heidegger llega en los años ’30, con toda probabilidad, ya a comienzos
de la década, y que trae como consecuencia una drástica reformulación de
la política de alianzas a la que se había atenido hasta entonces su intento
por entrar en un diálogo productivo con los autores de referencia más
importantes de la tradición metafísica. Aunque su operatividad se pone de
manifiesto claramente ya desde bastante antes, dicha convicción se hace
expresa del modo más nítido en una reflexión contenida en Besinnung, la
obra de 1938-1939, que puede verse como una suerte de complemento de
Beiträge zur Philosophie.7 En efecto, en el marco de una consideración referida
específicamente al caso de Kant y su propio intento de interpretarlo, desde
su redescubrimiento en 1925 hasta el Kant-Buch de 1929,8 en términos
de la concepción elaborada en Sein und Zeit, Heidegger señala que no
es posible superar la metafísica desde la metafísica misma, de modo tal
que resulta vano el intento de «hacer visible la meta-metafísica», buscando
para ello puntos de partida en los representantes más característicos del
pensamiento metafísico mismo (cf. Besinnung § 109 p. 377). Aunque
se trata aquí del caso particular de Kant (cf. también Beiträge § 134 p.
253 s.; Besinnung § 20 p. 88 s.), también en el caso de Aristóteles, su
6 Para una discusión de conjunto del modo en el que el giro hacia el pensar ontohistórico
impacta sobre la interpretación de Platón, Aristóteles y Kant, me permito remitir a A. G.
Vigo, «Kehre y destrucción. Sobre el impacto hermenéutico del ‘giro’ hacia el pensar ontohistórico», en: A. Xolocotzi (ed.), Heidegger: caminos y giros del pensar, Ápeiron. Estudios
de filosofía (Madrid) 9 (2018) p. 115-133.
7 Cf. M. Heidegger, Besinnung (1938/1939), GA Bd. 66, ed. Fr.-W. von Herrmann,
Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 1989.
8 Cf. M. Heidegger, Kant und das Problem der Metaphysik (1929), 5a. ed. aumentada, ed.
W.-Fr. von Herrmann, Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 1991.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
131
aliado preferente entre 1921 y 1925, Heidegger produce una retractación
comparable y declara nada menos que superado y eliminado todo lo que
había podido producir la tarea interpretativa llevada a cabo en esos años,
mientras que la tarea que queda hora por delante, desde la perspectiva
propia de la hermenéutica de los dos comienzos, es completamente
diferente: consiste en interpretar a Aristóteles como el «primer cierre del
primer comienzo» de la filosofía occidental (cf. Besinnung, «Ein Rückblick
auf den Weg», p. 420 ss.). Por su parte, en el caso de Platón, Heidegger
nunca llegó a sellar una alianza del tipo de la que buscó mantener con
Aristóteles y Kant, en el camino que va desde la etapa de gestación de Sein
und Zeit hasta fines de los años ’20. Más allá de alguna observación sin
ulteriores consecuencias contenida en el seminario sobre el Parménides del
semestre de invierno de 1930/1931,9 lo cierto es que Platón es visto desde
comienzos de los años ’30, tal como lo muestra la famosa interpretación
de la Alegoría de la Caverna en la lección del semestre de invierno de
1931/1932,10 como el verdadero iniciador de la reinterpretación reductiva
de la verdad, entendida originariamente como ἀλήθεια, en términos de
mera corrección del representar. En consonancia con ello, en el marco de
la hermenéutica de los dos comienzos se presenta a Platón y Aristóteles
como protagonistas principales en la crisis de la historia de la verdad como
ἀλήθεια, en la medida en que marcan, por así decir, el punto de transición
entre su último resplandor y su completo desmoronamiento (cf. Beiträge
§ 211). Dentro del nuevo marco interpretativo elaborado con arreglo a la
hermenéutica de los dos comienzos, que se mantiene con pocos cambios
desde mediados de los años ’30 hasta fines de los años ’50, por lo menos,
la retirada hacia los presocráticos toma, pues, la forma de un intento por
rastrear algo así como una experiencia originaria de la ἀλήθεια, en el sentido
radicalizado que hace referencia a la «verdad del ser» (Wahrheit des Seyns),
una experiencia que no esté lastrada todavía por el pensar metafísico al que
dan lugar Platón y Aristóteles.
Una segunda consideración concierne, de modo más específico, a lo que
puede llamarse el descubrimiento o redescubrimiento de la φύσις, en su
9 Cf. M. Heidegger, «Platon, Parmenides», en: Seminare. Platon – Aristoteles – Augustinus,
GA 83, ed. M. Michalski, Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 2012, p. 25-37.
10 Cf. M. Heidegger, Vom Wesen der Wahrheit. Zu Platons Höhlengleichnis und Theätet
(1931/1932), GA 34, ed. H. Mörchen, Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 1997.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
132
Alejandro G. Vigo
sentido supuestamente originario. Como se vio ya, tal (re)descubrimiento
tiene lugar en el marco de la transformación eventualista-kairológica de la
aleteiología, tal como ésta se anuncia y lleva a cabo en el escrito sobre la
esencia de la verdad de 1930. Y esto es lo que determina, desde el comienzo
mismo, la dirección a la que apunta el intento de apropiación llevado a cabo
por Heidegger de allí en más. Así, la noción de φύσις, en el sentido que
supuestamente tendría en el pensamiento griego y, más específicamente,
presocrático, es interpretada por Heidegger en términos estrictamente
aleteiológicos. Por lo mismo, es la ἀλήθεια, tomada en el sentido radicalizado
que Heidegger busca concederle, la que provee la clave hermenéutica
para su propia interpretación de la φύσις, y no viceversa. Ahora bien,
esto trae consigo algunas consecuencias obvias, pero de gran importancia
sistemática. En particular, Heidegger busca evitar toda inflexión causalista
en su interpretación del significado del término, y ello, en contra de lo que
fue, de hecho, la línea de pensamiento dominante en la posterior tradición
metafísica, incoada ya, en cierto modo, en Platón y Aristóteles. Pero,
además, dadas las peculiares características que adquiere desde mediados
de los años ’30 la interpretación heideggeriana de la ἀλήθεια, radicalizada
en los términos que demandan la transformación eventualista-kairológica
de la aleteiología y el giro hacia el pensar ontohistórico, ocurre que la
interpretación de la φύσις, en su sentido pretendidamente originario, está
desde el comienzo destinada a reflejar, por así decir, los rasgos determinantes
de la interpretación radicalizada de la ἀλήθεια que el propio Heidegger
elabora en esos años. Tal es, en efecto, uno de los objetivos específicos más
importantes de la retirada hacia los presocráticos, tal como se lleva a cabo
en el marco del pensamiento ontohistórico y con arreglo a la hermenéutica
de los dos comienzos.
Por último, una tercera consideración concierne a la estrategia
interpretativa por medio de la cual Heidegger intenta llevar a cabo su
intento de recuperación interpretativa de la ἀλήθεια, en el sentido originario
que estaría documentado en los pensadores de la tradición presocrática.
A la hora de caracterizar dicha estrategia, hay que poner de relieve dos
elementos o rasgos fundamentales, que denomino, respectivamente,
«totalización» y «verbalización». «Totalización» remite aquí a la inflexión
holística que adquiere necesariamente la noción de verdad, entendida
como ἀλήθεια, al quedar proyectada al plano que hace referencia al
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
133
mundo y, en último término, al ser mismo. Por su parte, «verbalización»
remite al sentido eminentemente verbal-dinámico, por oposición al sentido
habitual de carácter nominal-estático, que Heidegger imprime a la noción
de verdad, entendida como ἀλήθεια, en el camino que lleva, a través de
la transformación eventualista-kairológica de la aleteiología, hasta el giro
hacia el pensar ontohistórico. Traspuesta al plano de consideración que
corresponde a la «verdad del ser», la noción misma de verdad, entendida
como ἀλήθεια, queda referida a la «esencia» (Wesen) del ser mismo. Esta
última debe ser entendida a su vez, y sobre la base de la misma estrategia
de totalización y verbalización, de modo dinámico, como un «esenciar»
(wesen). Es, pues, este conjunto de conexiones el que da cuenta del intento,
elaborado de modo detallado a partir de la segunda mitad de los años ’30, de
pensar el «ser» y su «verdad» en términos de la noción de «acontecimiento»
o «evento» (Ereignis). Y en este mismo contexto se inscribe también,
para bien o para mal, el modo en el que Heidegger intenta apropiarse
interpretativamente de la experiencia originaria del «ser» y su «verdad»,
previa a toda sobredeterminación metafísica, que quedaría articulada en el
discurso sobre la φύσις de los pensadores presocráticos más importantes.
Como se vio, ya en el escrito sobre la esencia de la verdad de 1930
Heidegger hace referencia, aunque sólo al pasar, a los diferentes momentos
del acontecer histórico-epocal de la verdad y menciona expresamente la
determinación griega del ser como φύσις. En la versión de 1930 esto no
pasa de ser una nota marginal. Pero el punto es enfatizado y puesto en
conexión con la temática de la «historia del ser» en la nota final añadida
en la segunda edición de 1949. Heidegger pone de relieve allí el momento
de la sustracción ocultante que pertenece esencialmente al ser, pensado
en su verdad a partir de la ἀλήθεια. Ahora bien, este nuevo énfasis está
en conexión directa, como se verá, con los esfuerzos interpretativos
llevados a cabo en esos mismos años, en particular, en la confrontación
con el pensamiento de Heráclito. Por lo mismo, consideraré brevemente
a continuación el modo en el que Heidegger pone a prueba su intento de
establecer una conexión intrínseca entre φύσις y ἀλήθεια por medio del
recurso a Heráclito.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
134
Alejandro G. Vigo
III. Heráclito, leído en clave aleteiológica
Para ilustrar el punto referido a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια,
resulta conveniente acudir a la interpretación de Heráclito que Heidegger
ofrece en el escrito «Aletheia (Heraklit, Fragment 16)», incluido en
el conocidísimo volumen titulado Vorträge und Aufsätze.11 Como se
explica en la indicación de las fuentes, el texto había sido publicado ya
en un volumen de homenaje al Gimnasio Humanístico de Konstanz y
remonta en su origen a la lección sobre Heráclito dictada en el semestre
de verano de 1943 (cf. p. 276). La lección ha sido publicada con el título
«Der Anfang des abendländischen Denkens. Heraklit» en el volumen
55 de la Gesamtausgabe, titulado Heraklit,12 lo cual permite reponer el
contexto más amplio en el que se inscribe el ensayo, publicado de modo
independiente 25 años antes. En particular, desde el punto de vista que
aquí interesa, hay que señalar que la lección pone claramente de manifiesto
la estrategia de totalización y verbalización que adopta Heidegger en su
aproximación al pensamiento presocrático, en general, y a Heráclito, en
particular (cf. Heraklit esp. §§ 2-3). Ahora bien, en el ensayo publicado
de modo independiente Heidegger emplea como punto de partida de la
interpretación el fragmento 16, que cita en el original y en la traducción
alemana de H. Diels y W. Kranz (cf. «Aletheia» p. 251):
«τὸ μὴ δῦνόν ποτε πῶς ἄν τις λάθοι;» (22 B 16 DK)
«Wie kann einer sich bergen vor dem, was nimmer untergeht?»
Una traducción española correspondiente a la ofrecida por Diels y
Kranz debería rezar como sigue:
«¿Cómo podría uno ocultarse (esconderse) de aquello que nunca se pone?»
De acuerdo con la interpretación más difundida, el fragmento debería
leerse como una referencia al sol, en su advocación tradicional de ἥλιος
πανόπτης, es decir, como guardián supremo que todo lo ve y custodia
la justicia. Según indica Platón (cf. Crátilo 413b-c), Heráclito estaría
criticando aquí la idea tradicional que asigna dicha función de custodia
11 Cf. M. Heidegger, Vorträge und Aufsätze, Pfüllingen; G. Neske, 1990 (= 1954), p.
240-274.
12 Cf. M. Heidegger, Heraklit, GA Bd. 55, ed. M. S. Frings, Frankfurt a. M.: V.
Klostermann, 1979, p. 1-181.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
135
al dios Helios, es decir, el sol mismo, por la sencilla razón de que el sol
se pone cada día, de modo que, tras el ocaso, no quedaría en funciones
ningún guardián de la justicia cósmica. Por su parte, Heráclito reemplaza
el sol por el fuego, que, a diferencia de aquel, nunca se pone y cumple así
ininterrumpidamente el papel tradicional de guardián de la justicia, una
función asociada también con el rayo, como atributo de Zeus.13 Sin entrar
en otros detalles de la discusión, baste señalar que lo que explica el amplio
consenso consistente en ver aquí una referencia al sol, aunque inserta en
una crítica a la concepción tradicional del dios Helios, es la expresión
«τὸ μὴ δῦνόν ποτε». En efecto, el verbo δύνω (= δύω, δύομαι) significa
tanto como «sumergir(se)», «hundir(se)», «introducirse» y, derivadamente,
también «esconderse«, «ocultarse». Y se emplea para hablar del sol que
se pone en el ocaso, lo cual, visto desde la Grecia insular, supone que se
hunde en el mar, tal como lo muestra el testimonio de Homero (cf. Ilíada
18, 241; Odisea 13, 35).
A Heidegger este contexto astronómico-mitológico no le interesa y no
hace la menor referencia a él.14 Remite, en cambio, a la interpretación de
Clemente de Alejandría, que trae el fragmento en su Paidagogos (cf. II
9). En su lectura del texto Clemente opera con el contraste entre la luz
sensible, que se oscurece, y la luz suprasensible, siempre brillante, que es la
omnipresencia de Dios (cf. «Aletheia» p. 252). Naturalmente, Heidegger
rechaza esta interpretación teológica, y subraya que Heráclito «habla de
13 Para la discusión del fragmento, véase M. Marcovich, Heraclitus, Sankt Augustin:
Academia 22001 (Mérida 1967), p. 431 ss.; Ch. Kahn, The Art and Thought of Heraclitus,
Cambridge; CUP, 1979, p. 274 s.; D. W. Graham, The Texts of Early Greek Philosophy, Part
I, Cambridge: CUP, 2010, p. 193. Como indica Marcovich, la interpretación tradicional
se encuentra ya en H. Diels y otros intérpretes de la época. Por tanto, no se puede suponer
que fuera desconocida para Heidegger, y el propio texto del ensayo da alguna señal de
que Heidegger efectivamente la conocía, pues remite, al pasar, a la interpretación habitual
del uso del verbo δύνω. Véase también «Der Anfang des abendländischen Denkens» § 3
p. 46 ss.
14 Resulta muy instructiva en este sentido la confrontación de opiniones en el seminario
sobre Heráclito del semestre de invierno 1966/1967 dictado en conjunto con E. Fink.
Mientras Fink prefiere una interpretación de corte cosmológico, Heidegger insiste en
la necesidad de leer a Heráclito desde la perspectiva que abre la referencia a la «verdad
del ser». Véase M. Heidegger – E. Fink, Heraklit. Seminar Wintersemester 1966/1967,
Frankfurt a. M.: V. Klostermann, 1970, p. 116 ss., donde se discute también de modo
específico el texto de 22 B 16 DK.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
136
Alejandro G. Vigo
un modo diferente» que Platón, Aristóteles, los Padres de la Iglesia, Hegel
o Nietzsche (cf. p. 253). Por su parte, el propio Heidegger cita también a
Homero, pero, significativamente, no lo hace para explicar el significado
del verbo δύνω, sino más bien el del verbo λανθάνω. Más precisamente,
Heidegger remite a un pasaje en el cual se dice que Odiseo llora en secreto,
ocultando sus lágrimas (cf. Odisea VIII 83 ss.) (cf. p. 253 ss.). El objetivo
de Heidegger es llamar así la atención sobre el hecho de que «los griegos»
experimentaron el «olvido» (ἐπιλανθάνειν, verbo empleado en 22 B 1
DK) a partir del ocultamiento, el cual constituiría, a su vez, un «rasgo
fundamental» (Grundzug) de todo comportamiento, tanto respecto de lo
presente como de lo oculto (cf. p. 257).
A los fines que aquí interesan hay atender, sobre todo, a la interpretación
que Heidegger ofrece de la expresión «τὸ μὴ δῦνόν ποτε», porque es
de central importancia en su construcción de conjunto (cf. p. 258 ss.).
Heidegger indica expresamente que el verbo δύνω significa «sumergir(se)»
o «hundir(se)» y se emplea para referir a la aparente entrada del sol en el
mar en el ocaso (cf. p. 258). Sin embargo, deja de lado sin más comentario
la posibilidad de entender el fragmento de Heráclito precisamente por
referencia a este contexto. Más bien, Heidegger insiste en la supuesta
conexión semántica entre δύνω y λανθάνω, señalando que en el fragmento
ambas expresiones, que son las fundamentales, «hablan de lo mismo»
(sagen vom Selben) (cf. p. 259). El objetivo de esta maniobra interpretativa
queda claro de inmediato, a saber: se trata de establecer la equivalencia de
«τὸ μήποτε δῦνόν», por un lado, y «τὸ ἀεὶ φῦον», por el otro, para luego,
a partir de ahí, concluir que el fragmento heraclíteo habla de la φύσις (p.
259). Esto último tiene lugar, sin embargo, ya sin ningún respaldo textual.
Heidegger indica, por cierto, que la expresión «τὸ ἀεὶ φῦον» no aparece en
el texto, pero se contenta diciendo que «el pensador», es decir, Heráclito,
«habla de la φύσις» (cf. p. 259: «Allein der Denker spricht von der φύσις»).
De modo complementario, Heidegger ensaya también un juego altamente
dudoso con la posición de los adverbios. Sostiene que la expresión «τὸ
μὴ δῦνόν ποτε» puede leerse, por medio de una «transposición menor»
(«geringe Umstellung»), como «τὸ μήποτε δῦνόν», lo cual permitiría
dejar en claro que se habla aquí «de lo que jamás se pone (hunde)» (von
niemals Untergehendem), es decir, de aquello que jamás se adentra en un
ocultamiento (niemals in eine Verbergung eingeht) (p. 259). En la lección
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
137
del semestre de verano de 1943 se sugería, en cambio, que la forma «τὸ μὴ
δῦνόν ποτε» estaría destinada a dar expresión a «la esencia de lo nombrado,
en su carácter de acontecimiento (o evento)» (das ereignishafte Wesen des
Genannten) (cf. «Der Anfang des abendländischen Denkens» § 4 p. 86).15
Ambas interpretaciones, la del ensayo y la de la lección, no enfatizan el
mismo aspecto, pero el objetivo es claramente el mismo en ambos casos: a
través de la forzada asociación de «τὸ μὴ δῦνόν ποτε» con la φύσις se pone
en marcha una interpretación basada en la estrategia de «totalización +
verbalización», que resulta acorde con el marco interpretativo provisto por
la concepción del ser y su verdad propia del pensar ontohistórico.
Sobre esta base, Heidegger concluye entonces que «τὸ μὴ δῦνόν ποτε»
debe ser comprendido a partir de la φύσις, la cual estaría experimentada
(erfahren), a su vez, como «lo que está constantemente brotando (saliendo
a la luz)» (das ständig Aufgehende) (cf. «Aletheia» p. 260). A continuación,
por medio de una reflexión ciertamente oscura acerca del papel que
cumplirían los adverbios μὴ y ποτέ situados en torno del participio δῦνον,
Heidegger señala que la expresión debe entenderse en un sentido que toma
«desocultamiento y ocultamiento» (Entbergung und Verbergung), así con
la conjunción «y» subrayada, no como dos acontecimientos diferentes y
separados, sino como referencia a una y la misma cosa (als Eines und das
Selbe) (cf. p. 262). La confirmación de que Heráclito habría pensado la
unidad estructural de desocultamiento y ocultamiento, constitutiva de lo
que Heidegger mismo entiende por ἀλήθεια, en el sentido radicalizado,
vendría dada por el famoso fragmento 22 B 123 DK: φύσις κρύπτεσθαι
φιλεῖ. Heidegger rechaza de plano la interpretación habitual según la cual
la palabra φύσις designa aquí «la esencia de las cosas» (das Wesen der Dinge)
y está tomada, por tanto, en un sentido individualizante y nominalizado.
Y propone, en cambio, reemplazarla por una interpretación de carácter
totalizador y verbalizado: si se traduce φύσις por «esencia» (Wesen), cosa
altamente dudosa, la expresión debe tomarse entonces, explica Heidegger,
en sentido totalizador y eminentemente verbal. Según esto, en 22 B 16
DK no se piensa lo que Heidegger denomina «die Wesenheit der Dinge», la
15 Véase también p. 101, donde se enfatiza el carácter esencialmente dinámico de lo
designado por las expresiones verbales empleadas: el «no ponerse (hundirse) nunca» (das
niemals Untergehen) equivale al «estar constantemente brotando (saliendo a la luz)» (das
ständig Aufgehen).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
138
Alejandro G. Vigo
«esencialidad de las cosas», sino, más bien, «das Wesen (verbal) der φύσις»,
es decir, el esenciar de la φύσις, como «desocultamiento / ocultamiento»
(cf. p. 262 s.). Lo mismo valdría, señala Heidegger sin más explicaciones,
para el empleo de la expresión κατὰ φύσιν en 22 B 1 DK (cf. p. 263). La
traducción de 22 B 123 DK que Heidegger propone sobre esta base reza:
«Das Aufgehen (aus dem Sichverbergen) dem Sichverbergen schenkt die
Gunst», o sea: «el brotar / surgir (a partir del ocultarse) al ocultarse concede
el favor». La estructura de la ἀλήθεια, en el sentido radicalizado que tiene
en vista el pensar ontohistórico, queda así traspuesta interpretativamente al
interior de la φύσις misma. Se trata, pues, de lo que Heidegger denomina
aquí «la ondulante intimidad de desocultamiento y ocultamiento» (die
schwebende Innigkeit von Entbergen und Verbergen) (cf. p. 264).
IV. El significado de φύσις
Como se vio, ya en el escrito sobre la esencia de la verdad de 1930
Heidegger sugiere que φύσις es una palabra clave a través de la cual viene
a la expresión la experiencia griega originaria del ser y su verdad, tal como
ésta queda articulada en el pensamiento presocrático. Los posteriores
intentos de apropiarse interpretativamente de esta experiencia originaria,
no lastrada metafísicamente, de la φύσις profundizan en la misma línea
que marca dicha sugerencia. Uno de los intentos más importantes llevados
a cabo sobre esa base se encuentra, precisamente, en la interpretación de 22
B 16 DK que Heidegger elabora en el ensayo y la lección sobre Heráclito,
en los primeros años de la década del ’40. La construcción elaborada por
Heidegger en su confrontación interpretativa con los textos de Heráclito
posee, sin duda, un enorme poder de interpelación y ha logrado cautivar
a muchos. Sin embargo, es imprescindible plantear aquí la pregunta de si
resulta plausible o siquiera defendible, desde el punto de vista históricofilológico. Y la respuesta es claramente que no. La razón es que Heidegger se
apoya aquí en suposiciones endebles, por no decir simplemente erróneas, al
poner consideraciones etimológicas y gramaticales de carácter puramente
especulativo por delante de la debida atención al uso lingüístico concreto.
Como nadie ignora, se trata de un error en el cual Heidegger ha incurrido
en más de una ocasión. Sin ir más lejos, el propio intento de conceder a
la noción de ἀλήθεια un significado de alcance totalizador y verbalizado,
como el que tiene en vista Heidegger en el marco del pensar ontohistórico,
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
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presenta exactamente las mismas deficiencias de base que afectan a su
interpretación de la φύσις presocrática, algo que, como se verá, el propio
Heidegger terminó por reconocer de modo expreso.16 En el caso concreto
de la interpretación de 22 B 16 DK, se añade, además, el recurso a una
indebida manipulación del texto, destinada forzar la interpretación en una
dirección preconcebida: la pretendida asociación de «τὸ μήποτε δῦνόν» y
«τὸ ἀεὶ φῦον», establecida sin apoyo textual, provee, como se vio, la base
para establecer que Heráclito habla aquí de la φύσις (cf. «Aletheia» p. 259).
Tal conclusión resulta, a todas luces, infundada.
Ahora bien, más allá de lo que concierne específicamente a la
interpretación de 22 B 16 DK, hay que preguntarse, de modo más
general, por el significado preciso que Heidegger pretende atribuir a
la palabra φύσις, en el marco de la hermenéutica de los dos comienzos
perteneciente al pensar ontohistórico. ¿Resulta aceptable y verosímil la
estrategia de totalización y verbalización que Heidegger pone en juego a la
hora de dar cuenta del significado de esta palabra, que él mismo considera
clave? También en este caso la respuesta no puede ser otra que un rotundo
16 Lo dicho no pone en cuestión, en cambio, los intentos más tempranos de Heidegger,
que cristalizan en la concepción de Sein und Zeit, de tomar en sentido ontológico la
noción griega de ἀλήθεια, entendida como «desocultamiento», en el marco del desarrollo
de una concepción que rompe con la tesis tradicional que ve al juicio como el lugar
originario de la verdad. Como se sabe, en la primera edición del primer volumen de su
importante libro sobre Platón, de 1928, P. Friedländer había cuestionado la interpretación
heideggeriana de la ἀλήθεια como «desocultamiento», pero posteriormente, con ocasión
de la preparación de la edición inglesa de la obra (1958), se vio llevado a reconsiderar su
posición y se retractó sobre este punto, aunque sin avalar de modo general la interpretación
de Platón elaborada por Heidegger (véase P. Friedländer, Plato. An Introduction, London:
Routledge, 1958, cap. XI). La investigación platónica ha establecido posteriormente,
con suficiente claridad, la presencia de un sentido ontológico de la noción de ἀλήθεια
en Platón. Véase J. Szaif, Platons Begriff der Wahrheit, Freiburg – München: K. Alber,
1996, esp. p. 132-152, donde el autor discute, en conexión con la interpretación de
Heidegger, el problema de si el significado etimológico de ἀλήθεια juega o no un papel
en la concepción que Platón presenta en los tres símiles de República. Curiosamente, en la
fase más tardía de su pensamiento, Heidegger concedió a la crítica de Friedländer incluso
más de lo que hubiera sido necesario, al admitir que, en el uso habitual y filosófico de la
lengua griega, ἀλήθεια nunca remitió realmente al desocultamiento del ente mismo, sino
sólo a la corrección del representar y el enunciar. Véase M. Heidegger, «Das Ende der
Philosophie und die Aufgabe des Denkens» (1966), en: Zur Sache des Denkens, Tübingen:
M. Niemeyer 31988 (= 1969), p. 61-80, esp. p. 77 s.
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Alejandro G. Vigo
«no». En efecto, los resultados de la investigación especializada no dejan
aquí margen para la duda: no hay lugar, en sede presocrática, ni para la
totalización ni para la verbalización, a la hora de establecer el significado
de la expresión. Veamos, pues, brevemente lo que se puede decir sobre la
palabra φύσις, tanto desde el punto de vista de la etimología como desde
el punto de vista de su significado y su empleo.
Respecto, del origen y el significado del término,17 hay que decir, ante
todo, que se trata de un sustantivo verbal derivado del verbo φύω, cuyo
significado básico es «nacer», «brotar», «crecer», como lo hace, por caso,
un brote, un tumor o una excrecencia: φῦμα, o bien, tomado en sentido
causativo, «hacer nacer», «hacer brotar», «hacer crecer». Junto a este
significado básico coexiste, en la lengua corriente, también uno derivado,
que el verbo adquiere en los tiempos aoristo y perfecto, ya que «haber
nacido (con tal o cual característica o condición)» (φῦναι, πεφυκέναι) se
entiende, en definitiva, como equivalente a «ser por naturaleza (de tal o
cual característica o condición)». Aquí el énfasis recae sobre el estado o la
condición resultante, y no sobre el correspondiente proceso de formación
o desarrollo. Ahora bien, el sufijo griego –σις, que en su significación
fundamental equivale al latino –tio, indica la acción verbal. Por lo mismo,
el término φύσις tiene, al menos, en principio, una connotación de
actividad y dinamismo. La presencia de dicha connotación en la formación
originaria del término no impide, sin embargo, que el sustantivo verbal
φύσις presente en el uso, ya desde tiempos muy tempranos, una duplicidad
de significados análoga a la propia del verbo φύω: puede referir tanto a la
acción del nacimiento o el surgimiento o desarrollo inicial de algo, como
también a la constitución adquirida al cabo de dicho proceso, vale decir, a
la índole o el modo de ser que caracteriza a la cosa ya constituida. Así, se
puede distinguir aquí, al menos, tendencialmente, dos sentidos diferentes
del término φύσις, a saber: un sentido dinámico-procesual y uno estáticoresultativo.
17 Para el origen, el significado y el empleo de φύσις en la literatura y la filosofía puede
verse W. J. Beardslee, The Use of Physis in the Fifth-Century Greek Literature, Chicago:
Chicago Un. Press, 1918; A. Burger, Les mots de la familie de phyô en grec ancien, Paris:
Librairie Ancienne Honoré Champion, 1925; D. Mannsperger, Physis bei Platon, Berlin:
W. De Gruyter, 1969; y, especialmente, G. Naddaf, L´origine et l´evolution du concept grec
de phýsis, Lewiston: The Edwin Mellen Press, 1992 (versión inglesa: The Greek Concept of
Nature, Albany [New York]: SUNY Press, 2005).
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Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
141
Una segunda distinción importante, que se cruza con la anterior, es
la de un sentido distributivo-individualizante, que alude al nacimiento o
la constitución (modo de ser) de algo particular, y un sentido colectivototalizador, que alude al conjunto de las cosas naturales o bien al orden que
las comprende y regula, y que está muy próximo en el uso al sentido colectivo
del término κόσμος, empleado para referir a la totalidad del «universo» o
«cosmos». Esta distinción entre el sentido distributivo-individualizante y
el colectivo-totalizador corresponde, en términos generales, a la que en
español y otras lenguas modernas se establece al hablar de la «naturaleza
de…» una determinada cosa, por un lado, y de «la naturaleza», a secas,
por el otro. Ahora bien, contra lo que a primera vista podría parecer
esperable, el sentido colectivo-totalizador debe verse, en el caso del término
φύσις, como resultado de una evolución semántica posterior, impulsada
seguramente también por el uso filosófico de la expresión, allí donde el
sentido distributivo-individualizante –que está documentado desde muy
antiguo, a saber: de Homero en adelante– se emplea con referencia a todas
y cada una de las cosas. Así, de «la naturaleza de (todas o cada una de) las
cosas» se pasa, con relativa facilidad, a «la naturaleza», a secas.
En lo que concierne al empleo filosófico del término, desde los
presocráticos hasta Platón, hay que hacer algunas precisiones importantes.
Como se sabe, a muchos de los presocráticos, desde Anaximandro en
adelante, la tradición doxográfica les atribuyó haber compuesto escritos
«acerca de la naturaleza» (περὶ φύσεως). Se trata en este caso, sin embargo,
de un título genérico, de carácter convencional, colocado en tiempos muy
posteriores, probablemente, por escritores o bibliotecarios alejandrinos,
con la intención de referir al contenido de las obras de los pensadores a
los que Aristóteles había englobado bajo la denominación de los «físicos»
(φυσικοί).18 En dicho título, el término φύσις está tomado, evidentemente,
18 A. Laks y G. W. Most señalan que la extensión de φύσις para designar no la naturaleza
de una cosa individual, sino la naturaleza en su conjunto puede detectarse ya en
Empédocles (cf. 31 B 8 DK), aunque su interpretación del pasaje es dudosa. Respecto del
título convencional περὶ φύσεως, señalan que comenzó a ser aplicado de modo genérico
en el último tercio del siglo V a. C., en conexión con la idea de una ἱστορία τῆς φύσεως,
pero que, en el caso de los escritos de autores tan antiguos como Heráclito y Parménides,
no puede ser original (cf. A. Laks – G. W. Most, Early Greek Philosophy, vol. I: Introductory
and Reference Materials, Cambridge (Mass.) – London: Harvard Un. Press, 2016, p. 250
s. v.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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Alejandro G. Vigo
en el sentido colectivo-totalizador, que remite a la naturaleza en su
conjunto. Sin embargo, dicho sentido no parece estar atestiguado antes
de la mitad del siglo V a. C. Ciertamente, los cosmólogos del siglo VI a.
C. dirigieron su interés de modo primario a la naturaleza en su conjunto y
preguntaron por el origen del orden cósmico, como un todo. Sin embargo,
su empleo del término φύσις en los fragmentos conservados es bastante
menos frecuente de lo que en principio podría suponerse y parece atenerse,
más bien, al sentido distributivo-individualizante. Así ocurre, por ejemplo,
precisamente en el caso de Heráclito, quien emplea el término en dos
ocasiones y en ambas con referencia a la «naturaleza de» algo determinado,
en el sentido de su «constitución real» (G. S. Kirk). En dicho empleo se
tiende a enfatizar, al mismo tiempo, el hecho de que tal constitución real
de las cosas tiende a sustraerse por detrás de lo que se muestra a primera
vista.19 De igual modo, en el caso de Parménides, el empleo del término
apunta a señalar el contraste entre el verdadero «ser» de algo (p. ej. el éter),
frente a los rasgos que presenta de modo inmediato (cf. 28 B 10 DK).
Por su parte, el uso platónico del término continúa esta misma tendencia,
dentro del marco más general que provee el desarrollo de la concepción
que conduce a la así llamada «Teoría de las Ideas«: la «naturaleza» (φύσις),
entendida como el verdadero «ser» o la «constitución esencial» de algo, es
aquello que permite, a la vez, dar cuenta de la cognoscibilidad de esa cosa
(cf. p. ej. Menón 81c-d; Crátilo 389c; Fedro 270b-e).
Esta situación no cambia radicalmente tampoco en el caso de Aristóteles,
cuyo empleo del término φύσις se caracteriza, precisamente, por poner en
el centro de la atención el sentido de carácter distributivo-individualizante,
tanto allí donde discute los diferentes empleos de la expresión (cf. Metafísica
V 4, donde los cinco sentidos considerados son de carácter distributivoindividualizante), como también allí donde desarrolla su propia concepción
de lo que debe entenderse por la «naturaleza» de algo, en el sentido de su
principio inmanente de movimiento y el reposo (cf. Física II 1). Por cierto,
19 Cf. 22 B 1 DK: «… dividiendo cada cosa según naturaleza (κατὰ φύσιν) y declarando
cómo es…»; véase también 22 B 123 DK: «<la> naturaleza (φύσις) gusta de ocultarse»,
donde, de acuerdo con la interpretación más plausible, el término φύσις alude a la «real
constitución» de cada cosa, y no, pace Heidegger, a la naturaleza en su conjunto. Para la
interpretación de 22 B 123 DK y el sentido que debe darse a φύσις, véase esp. G. S. Kirk,
Heraclitus. The Cosmic Fragments, London – New York: CUP, 1975 (= 1954), p. 227-231.
Véase también Ch. Kahn, The Art and Thought of Heraclitus, op. cit., p. 105.
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Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
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en formulaciones que no poseen carácter técnico, como la máxima de que «la
naturaleza no hace nada en vano» y otras expresiones similares, Aristóteles
emplea el término, a veces, en el sentido colectivo-totalizador, que remite a
la naturaleza en su conjunto (cf. p. ej. De caelo II 8, 290a31; De anima III
9, 432b21; Metafísica III 3, 1005a33; Política II 8, 1267b28). Pero queda
en pie que su empleo técnico-terminológico se orienta exclusivamente
a partir del sentido distributivo-individualizante. Es, más bien, en la
filosofía helenística donde el sentido colectivo-totalizador del término
φύσις adquiere un protagonismo que nunca había tenido hasta entonces
en el discurso filosófico. Así, refiriéndose al universo, Epicuro habla alguna
vez de la «naturaleza del todo» (ἡ τοῦ σύμπαντος φύσις) (cf. Máximas
Capitales 12), un empleo del término que parece situado, por así decir, a
medio camino entre ambos sentidos, el distributivo-individualizante y el
colectivo-totalizador, y su enciclopédica obra fundamental en 37 libros, de
la que conservamos sólo algunos fragmentos, llevaba el título «Acerca de la
naturaleza», que en este caso no parece haber sido añadido posteriormente.
Con todo, mucho más decidida es aún la orientación a partir del sentido
colectivo-totalizador de φύσις en el estoicismo, por la sencilla razón de
que la cosmología estoica asume expresamente la existencia de un orden
natural omniabarcante, que, regido por la razón cósmica, constituye una
verdadera unidad orgánica, de la cual las cosas individuales son partes (cf.
p. ej. SVF II 937, 21-33, con referencia a Crisipo).
Pues bien, a tenor de lo dicho, la conclusión no puede ser más clara,
aunque sea altamente decepcionante respecto de Heidegger mismo, a saber:
todo intento por proyectar hacia los pensadores presocráticos del siglo VI
a. C. un significado de φύσις, de carácter totalizador y verbalizado, como
el que Heidegger tiene en vista en su interpretación de Heráclito y en otros
contextos afines, debe descartarse de plano como inviable, desde el punto
de vista histórico-filológico. Las razones para ello son suficientemente
contundentes.
V. Consideraciones finales
Como se dijo ya, el giro hacia el pensar ontohistórico a mediados de
los años ’30 trae consigo, a modo de impacto hermenéutico, no sólo la
necesidad de emplazar adecuadamente los principales autores de referencia
de la tradición metafísica (vgr. Platón), sino también una drástica
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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reformulación de la política de alianzas mantenida hasta fines de los años
’20 y comienzos de los años ’30 con algunos de ellos (vgr. Aristóteles y
Kant). En un primer momento, esto no altera, sin embargo, la política más
general de buscar en la historia del pensamiento occidental precedentes y
huellas a los cuales pudiera atenerse meditativamente el «pensar del ser»,
consciente de su propia precariedad, al quedar situado en la inhóspita
intemperie que media entre el fin del «primer comienzo» y el advenir, por
lo pronto, sólo barruntado, del «nuevo comienzo». La retirada hacia los
presocráticos juega aquí, junto con la complementaria retirada hacia la
poesía, un papel fundamental.
Cambian, pues, las alianzas, pero se mantiene todavía, y durante
bastante tiempo, a lo largo de varias décadas, la política más general de
buscar alianzas por medio de una meditación filosófica que ahora se
pretende «ontohistórica». En el marco de dicha política general, el intento
de apropiación interpretativa de pensadores como Heráclito, Parménides
y, en menor medida, Anaximandro cumple un papel muy preciso y muy
importante, puesto que apunta a hacer accesible una experiencia originaria
del ser y su verdad, que quedaría documentada en el discurso presocrático
sobre la φύσις. El intento de hacer visible, sobre esa misma base, lo que
sería una conexión intrínseca entre φύσις y ἀλήθεια, tomadas en su sentido
más originario, debe verse, por lo mismo, como orientado a un objetivo
teórico central, dentro de la hermenéutica de los dos comienzos por
medio de la cual Heidegger busca dar un contenido más concreto a su
modelo más general de un pensar ontohistórico, de carácter no metafísico.
Dada la nueva política de alianzas que trae consigo la retirada hacia los
presocráticos, los intentos paralelos por presentar la concepción aristotélica
de la naturaleza, como una forma degradada de comprensión que ya no
logra mantener viva la experiencia originaria de la φύσις de la que en
último término ella misma se nutre, deben verse como un complemento
natural de los esfuerzos realizados de la mano de los grandes presocráticos:
en tal sentido, la caracterización aristotélica de la οὐσία como φύσις τις
constituye, explica Heidegger en su notable ensayo sobre Aristóteles de
1939,20 todavía un «eco» (Nachklang) del «gran comienzo» (großer Anfang)
20 Cf. M. Heidegger, «Vom Wesen und Begriff der Φύσις. Aristoteles, Physik B, 1»
(1939), en: Wegmarken, op. cit., p. 237-299.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Heidegger en torno a la conexión entre φύσις y ἀλήθεια
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de la filosofía griega y «primer comienzo» (erster Anfang) de la filosofía
occidental (cf. p. 298).
Sin embargo, también esta nueva política de alianzas, trabajosamente
elaborada a lo largo de muchos años, resulta finalmente abandonada. De
ello da testimonio, como es sabido, el notable ensayo sobre titulado «Das
Ende der Philosophie und die Aufgabe des Denkens», que en versión
francesa data de 1966 y cuya versión alemana fue publicada en 1969 en el
volumen Zur Sache des Denkens,21 la última obra de Heidegger publicada
en vida. Allí, en el marco de una reconsideración de la problemática de
la verdad del ser, pensada a partir de la noción del «claro» (Lichtung),
Heidegger concede expresamente el error de su intento por atribuir al
pensamiento griego de los orígenes una genuina experiencia de la ἀλήθεια.
En tono a la vez concesivo y defensivo, Heidegger declara allí lo siguiente:
«Si traduzco obstinadamente el nombre ’Αλήθεια por «desocultamiento» (Unverborgenheit), no es por amor a la etimología, sino por la cosa (Sache) que debe ser
pensada, cuando pensamos lo que se llama ser (Sein) y pensar (Denken) de modo
correspondiente a la cosa. El desocultamiento es, por así decir, el elemento en el que
por primera vez se da (es gibt erst) el ser como también el pensar y su copertenencia
(Zusammengehörigkeit). La ’Αλήθεια está nombrada, ciertamente, en el comienzo de
la filosofía, pero en lo sucesivo nunca fue propiamente (eigens) pensada como tal (als
solche) por la filosofía <misma>. En efecto, la cosa de la filosofía como metafísica
(als Metaphysik) es, desde Aristóteles, pensar el ente como tal (das Seiende als solches)
ontoteológicamente (ontotheologisch) (...) El concepto natural de verdad no mienta
el desocultamiento, tampoco en la filosofía de los griegos (...) ni los poetas ni el uso
cotidiano del lenguaje, ni siquiera la filosofía se vieron enfrentados con la tarea de
preguntar en qué medida la verdad, es decir, la corrección (Richtigkeit) del enunciado
(Aussage), sólo queda concedida en el elemento del «claro» de la presencia (im Element
der Lichtung der Anwesenheit) (...) Por tanto, tampoco es sostenible (haltbar) la afirmación de un cambio esencial (Wesenswandel) de la verdad, esto es, del desocultamiento
a la corrección» (cf. «Das Ende der Philosophie und die Aufgabe des Denkens» p.
76-78; traducción mía).
Como a nadie escapa, estas declaraciones ponen en cuestión también,
de modo inevitable, los intentos por pensar la φύσις presocrática a partir de
una experiencia de la ἀλήθεια, que, aunque nombrada en los comienzos,
no pudo jamás ser elevada propiamente al plano del pensar mismo por
la filosofía, tampoco la griega. Lamentablemente, este reconocimiento de
Heidegger –tardío, sin duda, pero suficientemente expreso y honesto–
21 Cf. M. Heidegger, «Das Ende der Philosophie und die Aufgabe des Denkens», op. cit.
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no ha impedido que los intentos interpretativos llevados a cabo entre
mediados de los años ’30 y fines de los ’50 hayan sido objeto, con
abrumadora frecuencia, de una recepción poco menos que acrítica, cuando
no directamente dogmática. Sorprende, además, que hayan sido quienes
más a menudo apelan a la famosa consigna «Wege, nicht Werke» hayan sido
también quienes con más frecuencia hayan caído también presa de este
embrujo dogmático.
En un notable libro, casi ignorado, Kurt Fischer ha interpretado
el movimiento del pensar de Heidegger en términos de la noción de
«despedida» (Abschied), y ello en el sentido preciso en que ésta se aplica a
un pensamiento que jamás se instala definitivamente en lo ya alcanzado,
porque va siempre de camino, por las sendas desconocidas que abre
originariamente un preguntar genuino.22 Así entendida, la «despedida»
es un dejar atrás, sin aferrarse, para poder seguir andando. Flaco favor
haríamos, pues, a un pensamiento siempre dispuesto a despedirse de sus
supuestos logros, por notables que éstos pudieran parecer a primera vista,
si, a nuestra vez, no estuviéramos dispuestos a acompañarlo también en
su desprendimiento respecto de sí mismo, y pretendiéramos, en cambio,
forzarlo a quedar nostálgicamente aferrado a lo que ya no puede conservarse.
Por lo mismo, como intérpretes que buscan hacer justicia a la grandeza de
un pensamiento tan notable y tan decisivo como el de Heidegger, nosotros
mismos no tenemos excusa, pienso, para no cultivar, por nuestra parte,
una actitud serena y agradecida de desprendimiento, que, sin olvidar lo
mucho que debemos, nos permita aprender también el sentido profundo
de la despedida.
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Alber.
Xolocotzi, A. (ed.) (2018), Heidegger: caminos y giros del pensar, Madrid:
Ápeiron. Estudios de filosofía 9.
Alejandro G. Vigo es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad
de Buenos Aires, y Doctor en Filosofía por la Universidad de Heidelberg
(Alemania). Ha sido becario del CONICET (Argentina), el DAAD (Alemania) y
la Fundación Alexander von Humboldt (Alemania). Actualmente, es Profesor del
Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes (Santiago, Chile).
Líneas de investigación:
Filosofía Antigua, esp. Platón y Aristóteles.
Kant y la tradición (neo)kantiana (R. H. Lotze, E. Lask).
Fenomenología (E. Husserl y M. Heidegger) y hermenéutica.
Teorías clásicas y contemporáneas de la racionalidad práctica.
Publicaciones recientes:
- Filósofos Griegos: De los sofistas a Aristóteles, EUNSA, Pamplona, 2017; en
colaboración con A. Vallejo Campos.
- Platón, Apología de Sócrates, edición bilingüe con traducción revisada, análisis
y notas, Editorial Colihue, Buenos Aires, 2018.
- Conciencia, ética y derecho. Estudios sobre Kant, Fichte y Hegel, Georg Olms
Verlag, Hildesheim – Zürich – New York, 2020.
Dirección electrónica: avigo@uandes.cl
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La interpretación de la naturaleza:
metafísica y teleología. Nietzsche lector
de Platón
The interpretation of nature: metaphysics and
teleology. Nietzsche’s reading of Plato
Álvaro Pablo Vallejo Campos
Universidad de Granada (España)
Recibido: 30.09.2020
Aceptado: 08.10.2020
RESUMEN
La metafísica puede entenderse como una disciplina cuyo objeto son entidades
inteligibles, pero es también y, sobre todo, comienza siendo una interpretación
de la naturaleza. La inversión nietzscheana del platonismo tiene en la crítica del
finalismo uno de sus rasgos principales. La oposición aparente/verdadero, desde
esta perspectiva, se explica en función de la ausencia o la presencia de finalidad
en la interpretación de la naturaleza, pero a juicio de Nietzsche la finalidad forma
parte de la apariencia y no de la realidad del mundo natural. Independientemente
de la valoración y de la genealogía que atribuye al pensamiento platónico, a mi
entender, su interpretación del platonismo es en lo esencial certera, pues Platón
intentó ofrecer con la teoría de las ideas una concepción de las causas del devenir,
basada en las categorías de finalidad y unidad, que calificó como «segunda
navegación» precisamente porque constituía una alternativa a la teoría de la
naturaleza transmitida por los presocráticos.
PALABRAS CLAVE
PLATÓN; NIETZSCHE; NATURALEZA; METAFÍSICA; TELEOLOGÍA;
FINALISMO; AZAR
ABSTRACT
Metaphysics can be understood as a discipline whose object is the intelligible
entities, but it is also an interpretation of nature, which is its real beginning as
Plato´s «second sailing». Nietzsche´s inversion of Platonism has in the critique of
finalism one of its main points. The opposition apparent/true world, from this
perspective, can be explained in terms of the absence or presence of teleology
in the interpretation of nature, but in Nietzsche´s view finalism belongs to the
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 149-170.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
150
Álvaro Pablo Vallejo Campos
apparent and not to the real world. Leaving aside his critique and the genealogy
that he attributes to Platonism, his interpretation of Plato´s philosophy in
this point in accurate, because Plato tried to deliver with his theory of ideas a
conception of the real causes of becoming, based on the categories of finality and
unity, just what he called his «second sailing», as an alternative to the theory of
nature proposed by Presocratic philosophy.
KEYWORDS
PLATO; NIETZSCHE; NATURE; METAPHYSICS; TELEOLOGY;
FINALISM; CHANCE
I. Introducción: la metafísica como interpretación de la
naturaleza
Respecto a la PHÝSIS ha tenido lugar en la filosofía contemporánea una
polémica de gran trascendencia filosófica en la recepción del platonismo,
como puede comprobarse en la obra de dos grandes pensadores, como
Nietzsche y Heidegger. En una de sus acepciones la palabra metafísica hace
referencia al estudio de una realidad que está más allá de los entes físicamente
constituidos. El mismo Aristóteles, en una de sus caracterizaciones de
la filosofía primera, da este título a una ciencia que tiene como objeto
realidades desprovistas de materia y, por tanto, pertenecientes a un orden
diferente de las que tienen un carácter físico y están sujetas a movimiento.
Esto significaba en realidad dividir el mundo en dos y asignar el estudio de
cada uno de estos dominios a dos ciencias diferentes, la física y la filosofía
primera. El descubrimiento de lo inteligible que Platón había logrado con
su teoría de las ideas dio pie a una escisión en la realidad que confiere a lo
inteligible un estatuto ontológico distinto de lo físico, aunque el Estagirita
interpretara esta realidad como una actividad pura e inmóvil, en la línea
de lo que W. Jaeger llamó un intento de rehabilitación de la concepción
platónica de lo inteligible1. El mismo Platón con su metáfora de la Caverna
parece a primera vista inducirnos en tal sentido, porque esta imagen podría
ser interpretada en el sentido de que la verdadera filosofía tiene como
objeto teorizar sobre un «mundo verdadero», situado fuera o «más allá»
de la región subterránea con la que compara la realidad sensible en la que
vivimos.
1 Cfr. W. Jaeger, Aristóteles, bases para la historia de su desarrollo intelectual, trad. de J.
Gaos, F.C.E., México, 1983, p. 227.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
151
Sin embargo, Nietzsche no perdió de vista el hecho de que la metafísica
platónica no fue originalmente el descubrimiento inocuo de una realidad
situada fuera del mundo en que vivimos, sino una interpretación diferente
de este, como no se había hecho nunca anteriormente. En su análisis del
problema hay dos aspectos. Por un lado, está la conexión de esta metafísica
del «mundo verdadero» con el problema del nihilismo. Efectivamente, en
el famoso capítulo del Crepúsculo de los ídolos, titulado «Como el “mundo
verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula»2, Nietzsche traza, como
ha dicho F. Volpi3, una especie de compendio del nihilismo en seis etapas
utilizando como nervatura de este fenómeno precisamente los diversos
momentos por los que atraviesa históricamente «la forma más antigua de
la Idea», tal y como se halla en el surgimiento de la metafísica platónica. En
realidad, todo este pequeño capítulo es un diálogo discrepante con Platón
a quien cita directa o indirectamente en todas las etapas. En los Fragmentos
y en sus obras publicadas queda clara la crítica desde un punto de vista
valorativo que Nietzsche realiza de esta metafísica, porque sostiene que la
idea del «mundo verdadero» forma parte de «la escuela de la calumnia»,
que «inventa un mundo para poder calumniar y ensuciar este mundo» en
el que vivimos4. Podríamos decir que esta perspectiva es la crítica valorativa
que nos permite enjuiciar retrospectivamente su afirmación de 1870-1
cuando declara que su «filosofía es un platonismo invertido (“umgedrehter
Platonismus”)5». Pero, luego, por otro lado, está la cuestión de las categorías
en las que se sustenta esta metafísica, que es el aspecto que quisiera examinar
en la presente ocasión, comparándolo con lo que dice el mismo Platón en
los diálogos. El interés de esta cuestión radica no solo en la recepción del
platonismo en Nietzsche, sino también en el análisis del sentido mismo
2 Crepúsculo de los ídolos, Introd., trad. y notas de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza,
1973, pp. 51-2.
3 F. Volpi, Il Nichilismo, Laterza, Roma, 2004, p. 55.
4 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, trad. de J.L. Vermal-J.B. LLinares, Tecnos,
Madrid, 2006, p. 570, frag.14 [134]. Sobre la importancia de los Fragmentos póstumos
de Nietzsche para comprender mejor su pensamiento, no podemos sino manifestar el
más completo acuerdo con D. Sánchez Meca (cfr. El itinerario intelectual de Nietzsche,
Tecnos, Madrid, 2018, pp. 271 y ss.) y el agradecimiento más profundo a él y a todos los
colaboradores que han intervenido en la edición castellana tanto del Nachlass como de las
Obras completas.
5 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. I, trad. de L.E. de Santiago Guervós,
Madrid: Alianza 2007, p.185, frag. 7 [156].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
152
Álvaro Pablo Vallejo Campos
que tiene la metafísica para Platón, que tendemos a ver más como una
duplicación del mundo que como una interpretación de la naturaleza.
La metafísica, para Nietzsche, como vamos a ver, es una interpretación
del devenir, el cual se convierte a raíz de los conceptos metafísicos en un
«mundo aparente». Pero el mismo Platón plantea en el Fedón su «segunda
navegación» (δεύτερος πλοῦς, 99c9), que inaugura la metafísica con el
descubrimiento de las formas inteligibles, como una alternativa a la
«investigación sobre la naturaleza» (περὶ φύσεως ἱστορία, 96a8) que se
había practicado hasta el momento. Podemos estar de acuerdo o no con
la implicación de Platón en el nihilismo o con la valoración que hace
Nietzsche de la metafísica platónica, pero no hay duda, a mi juicio, de
que su interpretación describe con bastante clarividencia las categorías en
las que se fundaba verdaderamente. Para los propósitos de estas páginas, si
quisiéramos elegir una sola frase en la que se concentrara la interpretación
nietzscheana del pensamiento platónico, podríamos seleccionar un
fragmento de 1887, en el que afirma que Platón fue «el primero en
malentender la naturaleza (die Natur) dentro de la moral»6. A su juicio,
Platón puso las bases de una metafísica que conducirá al nihilismo. Pero este
resultado se alcanzará en una fase ulterior de la cultura cuando aparezca un
hombre que ha perdido la fuerza de interpretar metafísicamente el mundo
y de crear las ficciones7 que habían soportado la totalidad de los valores
existentes hasta ese momento. Nietzsche analiza las categorías metafísicas
y los fundamentos psicológicos del nihilismo en un conocido fragmento
titulado Crítica del nihilismo, pero en él no menciona a Platón, tal vez
porque tiene en primer término de sus consideraciones los desarrollos
posteriores del platonismo más que al filósofo mismo que había dado pie a
la teoría del «mundo verdadero». En realidad, el nihilista no es el que crea
ese mundo de ficciones, sino una especie sufriente de hombre «en un estado
más pobre». «El nihilista es el hombre que, respecto del mundo tal como
es, juzga que no debería ser, y, respecto del mundo tal como debería ser,
juzga que no existe»8. Sin embargo, se comprende la implicación directa
que debía de tener la metafísica platónica a sus ojos cuando afirma en este
fragmento que el nihilismo aparecerá, entre otras razones, por «la creencia
6 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 367, frag.10 [201].
7 Cfr. ibíd., p.250, frag. 9 [60].
8 Cfr. ibíd., ídem.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
153
en la absoluta inmoralidad de la naturaleza» (die absolute Immoralität der
Natur) y en «la falta de finalidad y de sentido»9. Esta circunstancia crea,
según dice ahí, «el afecto psicológicamente necesario» para desconfiar de
todas las interpretaciones metafísicas y llegar a la conclusión de que todo
es en vano, con lo cual los valores no aparecerán más que como «señuelos»
con los que hemos sido engañados acerca del valor de la existencia.
Dejemos, sin embargo, en esta ocasión el problema del nihilismo, que
en realidad forma parte del futuro desarrollo del platonismo, y vayamos,
por tanto, al carácter que Nietzsche atribuye a la metafísica platónica en sí
misma10.
II. La metafísica platónica como teleología de la naturaleza
«Malentender la naturaleza dentro de la moral», la frase a la que he
hecho referencia anteriormente, resume un punto esencial de su posición,
porque muestra que la metafísica platónica consiste a su juicio en una
interpretación moral de la phýsis y no simplemente en la invención de
otro mundo que constituyera el objeto de la disciplina en cuestión. La
interpretación platónica se basa fundamentalmente en la atribución al
devenir de un sentido y una finalidad de la que este carece por sí mismo,
que es en lo que descansa en definitiva la moralidad («Die Moral als Sinn,
Zweck»), según lo que Nietzsche afirma en dicho fragmento11. La «oposición»
creada por la metafísica platónica entre un «mundo verdadero» y un
«mundo aparente» es reconducida, como él mismo dice, a «relaciones de
valor» (Werthverhälnisse)12. La vinculación entre la interpretación platónica
de la naturaleza, la metafísica y la moralidad descansa sobre la atribución
de una finalidad al devenir, que arrebata a este la inocencia originaria con
que era caracterizado en la filosofía de los pensadores preplatónicos. En
un fragmento de 1887, Nietzsche afirma de hecho que «la necesidad de
9 Cfr. ibíd., p.165, frag. 5 [71].
10 Sobre la metafísica platónica y el problema del nihilismo en Nietzsche, hemos tratado
en otro lugar: A.Vallejo Campos, «De Nietzsche a Heidegger: Platón y el problema del
nihilismo», en L. Sáez, J. de la Higuera y J.F.Zúñiga, Pensar la nada, Biblioteca Nueva,
Madrid, 2007, 105-158.
11 Cfr. ibíd., p. 367, frag. 10 [201].
12 Cfr. ibíd., p. 243, frag. 9 [38].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
154
Álvaro Pablo Vallejo Campos
un mundo metafísico es la consecuencia de que no se ha sabido extraer un
sentido, un ¿para qué? del mundo existente»13.
Es muy interesante subrayar que la categoría metafísica de mundo
«aparente» se deriva, entre otras razones, a juicio de Nietzsche, de la
negativa a aceptar un mundo que en términos puramente físicos no se
deja describir teleológicamente. La oposición aparente/verdadero, desde
esta perspectiva, se explica, por tanto, en función de la ausencia o la
presencia de finalidad en la interpretación de la naturaleza. El nihilismo,
producido por esta metafísica en otra fase histórica del pensamiento
occidental, se deberá precisamente, en primer lugar, al desengaño «sobre
una supuesta finalidad del devenir».14 Afirma Heidegger con razón que
«el pensamiento de Nietzsche era y es en todas partes un único y con
frecuencia discrepante diálogo con Platón»15. Pues bien, en la inversión del
platonismo que Nietzsche pretendió a lo largo de toda su obra, a pesar de
sus ambigüedades y variaciones respecto a diversos aspectos de la filosofía
platónica16, la finalidad atribuida al devenir en la interpretación metafísica
de la naturaleza fue siempre un punto esencial de la diatriba.
Nietzsche habla en el fragmento citado, 9 [73], de «la relación de la
apariencialidad (Scheinbarkeit) con la falta de sentido (Sinnlosigkeit) y
de finalidad (Zwecklosigkeit)». Para comprender adecuadamente estas
palabras, hay que tener presente el proyecto de inversión al que venimos
refiriéndonos. Para Platón, como vamos a ver, la falta de sentido en la
imagen de la naturaleza construida por los presocráticos, sería una
característica del mundo aparente, mientras que ese mismo mundo natural,
interpretado metafísicamente por medio de la acción causal del Bien,
puede ser comprendido, desde su punto de vista, más verdaderamente
como un orden teleológico producido por la Inteligencia. La posición de
13 Cfr. ibíd., p. 255, frag. 9 [73].
14 Cfr. ibíd., p. 395, frag. 11 [99].
15 M. Heidegger, Nietzsche, vol. II, trad. de J.L. Vermal, Destino, Madrid, 2000, p. 179.
16 La relación de Nietzsche con Platón es compleja y no se deja reducir a tintes meramente negativos, como han mostrado D. Bremer, «Platonisches, Antiplatonisches. Aspekte der Platon-Rezeption in Nietzsches Versuch einer Wiederherstellu des frühgriechischen Daseinsverständnisses», en Nietzsche Studien, 1979, Band B, 39-103, p.83 y ss. y
F. Ghedini, «Il Platone di Nietzsche. Aurora», en Rivista di Storia della Filosofia, 2005, 1,
61-87, p.65 y ss; sobre la continuidad del joven Nietzsche con el pensador maduro que
se enfrenta a la metafísica generada por el platonismo, cfr. también, J.I. Galparsoro Ruiz,
«El joven Profesor Nietzsche y Platón», Enrahonar, 24, 1995, 47-72.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
155
Nietzsche contra la metafísica platónica y contra la teleología en general
es la contraria: la finalidad forma parte de la apariencia y no de la realidad
del mundo natural. Este punto acerca del finalismo en la naturaleza lo
tenía claro desde sus apuntes Sobre la teleología, donde podemos leer ya
en 1868 que «los fenómenos que responden a un fin» en la naturaleza
«no son más que aparentes», pues el finalismo es introducido en ella «por
nuestro entendimiento»17. Lo que dice Nietzsche del curso de una acción
supuestamente fundada en una intención o en un fin, es aplicable a su idea de
la naturaleza: el fin es una apariencia, «un epifenómeno (Begleiterscheinung)
en la serie de alteraciones de las fuerzas actuantes que provocan la acción
conforme a un fin»18. De acuerdo con esta audaz inversión, Nietzsche
afirma que «el mundo verdadero», de cualquier de las maneras en que se ha
concebido hasta ahora, «ha sido siempre una vez más el mundo aparente»19,
lo cual aplicado a nuestro tema significa que «la finalidad» es en realidad
una mera apariencia con la que se «ha fabricado» lo que se ha considerado
hasta ahora el «mundo verdadero»20. La necesidad, la causalidad y la
adecuación al fin (Zweckmässigkeit) no son más que «apariencialidades
útiles» (nützliche Scheinbarkeiten)21, en determinados casos en los que el
hombre debe enfrentarse a la naturaleza.
No es necesario insistir mucho, aunque sea a efectos puramente
aclaratorios, en la posición que el propio Nietzsche defendía al respecto
tanto en sus cuadernos del Nachlass como en sus obras publicadas. En
1881, anotaba que «la supuesta finalidad de la naturaleza» y los efectos
que se describen en concordancia con la hipótesis teleológica no son más
que «invenciones»22, de manera que «la finalidad» y «la inteligencia» de
la naturaleza no existen en absoluto». Lo que parece una finalidad, como
ocurre en el caso del hombre, con la inteligencia y la bondad que parece
17 F. Nietzsche, Obras completas, vol. I, Escritos de juventud, trad. de J.B.Llinares, D.
Sánchez Meca, L. E de Santiago Guervós, Tecnos, Madrid, 2ª ed., 2016, pp. 311 y 304320.
18 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, IV, p. 187, frag. 7 [1]. Nietzsche habla «de la más
refinada apariencia de ese finalismo natural propio de la orgánico»; cfr. Fragmentos póstumos, trad., introd. y notas de D. Sánchez Meca y J. Conill, vol III, p. 447, frag. 24 [16].
19 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 380, frag. 11 [50].
20 Cfr. ibíd., págs. 262-3, 9 [5] y 9 [6].
21 Ibíd., p. 388, frag. 11 [74].
22 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. II, trad., introd. y notas de M. Barrios y J.
Aspiunza, Tecnos, Madrid, 2008, p. 762, frag. 11 [16].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
156
Álvaro Pablo Vallejo Campos
haber alcanzado por el efecto de un designio intencionado, no es más que
el producto de «una suma de azares favorables»23. Posteriormente, en los
años en los que analizaba con todo detalle «la ascensión del nihilismo»
(11[411]) y las categorías metafísicas que habían conducido a él, declaraba
que su pensamiento obedecía al impulso de buscar «una concepción del
mundo» (Weltconception) en la que el devenir tiene que ser explicado sin
recurrir a «intenciones finales». La justificación (gerechtfertig) antimetafísica
del devenir que pretendía tenía como objetivo que este fuera «indevaluable»
(unabwerthbar)24, lo cual nos muestra una vez más la relación estrecha que
existe en su pensamiento entre la interpretación teleológica de la naturaleza,
la metafísica y el valor.
En sus obras publicadas, recordemos las palabras de Zaratustra, que
declara haber redimido a todas las cosas «de la esclavitud de la finalidad»
con su exaltación del azar (Zufall) o la casualidad (Ohngefähr)25. Desde este
punto de vista, la justificación antimetafísica del devenir halla su expresión
perfecta en la doctrina del eterno retorno, como ha sido señalado por
muchos autores26, porque este representa una concepción de «la existencia,
tal como es, sin sentido y sin meta» (ohne Sinn und Ziel). Es «la gran
cosmodicea», como ha dicho Montinari, con la que Nietzsche proclama
el fin de toda teleología27. El eterno retorno impide, efectivamente, una
finalidad del devenir que pudiera redimirlo con una meta fuera de sí
mismo. Esta doctrina significa, efectivamente, la absoluta inmanencia
y equivale tanto a la carencia de sentido como a la negación de «fines
últimos» (Schluss-Ziele) diferentes del mero acontecer, el cual se justifica
por sí mismo en virtud de su mera repetición28. De ahí que la forma más
extrema de nihilismo tenga a la vista un modelo de existencia para su
23 Ibíd., p.771.
24 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 387, frag. 11 [72].
25 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, en F.Nietzsche, Obras completas, vol. IV, trad. y
notas de A. Martín Navarro, p. 172.
26 Cfr., p.ej., J.L.Vermal, en «Introducción al vol IV», Fragmentos, IV, p.20.
27 M. Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, Barcelona, 2003, p. 114. Como
subraya M. Ferraris (Nietzsche y el Nihilismo, Akal, Madrid, 2000, p. 69), es la «visión
terapéutica» que elimina el finalismo y con ello una de las bases fundamentales del
nihilismo.
28 Cfr. F. Nietzsche, «El nihilismo europeo», Fragmentos, vol. IV, p. 165, frag. 5 [71].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
157
superación que consiste, entre otras cosas, en un tipo humano preparado
para «amar una buena porción de azar y sin sentido (Zufall, Unsinn)»29.
El hecho de que la metafísica consista, entre otras cosas, en una
interpretación de la naturaleza basada en la teleología es, por otra parte,
una cuestión que Nietzsche siempre tuvo presente en su lectura de Platón.
Aunque no confunda la posición de este con las versiones del «mundo
verdadero» adoptadas por la metafísica en épocas posteriores, sus referencias
en este punto concreto no dejan tampoco lugar a dudas respecto a cuál era
a su juicio la posición del filósofo ateniense y las consecuencias que ello
tuvo para la cultura griega. Vamos a ceñirnos en este caso al problema de la
teleología en su relación directa con la interpretación de la naturaleza y la
metafísica, pero no está de más recordar que la teoría de las ideas, que está
en el centro mismo de la metafísica platónica, para Nietzsche, con muy
buen sentido hermenéutico, obedecía a un impulso fundamentalmente de
carácter moral más que estético o de cualquier otro tipo30. La idea platónica
del mundo verdadero surge de esta raíz y la oposición de Nietzsche a esta
metafísica está ligada al carácter teleológico y optimista que le atribuye
desde sus primeros escritos al pensamiento socrático-platónico, frente al
espíritu trágico que dominaba en los filósofos preplatónicos.
En su primera época de Basilea, en la que escribe sus apuntes para las
lecciones correspondientes a Los filósofos preplatónicos y La filosofía en la
época trágica de los griegos, que no llegaron a publicarse en vida, y después
de mostrar lo que significó la irrupción del racionalismo socrático para la
cultura griega en El nacimiento de la tragedia, hallamos un complemento
muy interesante en el que Nietzsche contempla la ciencia de la naturaleza
a una luz en cierto modo diferente de lo que había dicho en esta última
obra31. Ahora se nos hace ver que también en los dominios del pensamiento
racional podía hallarse una concepción trágica y pesimista de la existencia,
muy diferente de la metafísica socrático-platónica, que Nietzsche contempla
como un atentado contra la cultura griega. En un apunte correspondiente a
los años 1872-1873, bajo el título de El filósofo entre los griegos, en el meollo
29 Cfr. ibíd., p. 167, frag. 5 [71]. Sobre «la redención del azar», cfr. el libro con este mismo título de R. Ávila Crespo (Editorial de la Universidad de Granada, Granada, 1986).
30 Cfr. D. Sánchez Meca, «Introducción al volumen II», en F. Nietzsche, Obras completas,
Escritos filológicos, vol. II, Tecnos, Madrid, 2013, p. 58.
31 Cfr. sobre este punto D. Sánchez Meca, «Introducción al volumen I», en F. Nietzsche,
Obras completas, vol. I, p. 42.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
158
Álvaro Pablo Vallejo Campos
de cuestiones abordadas en esta época, Nietzsche habla de una «metástasis
del impulso trágico-artístico en la ciencia» y, al lado, junto a los nombres
de Sócrates y Platón, escribe la siguiente anotación: «Hostilidad contra la
explicación científico-natural»32. Nietzsche ve en filósofos como Heráclito,
Empédocles, Anaxágoras y Demócrito una concepción de la naturaleza
muy diferente de la que encuentra en el espíritu de la tradición racionalista
de la metafísica platónica. El punto de vista de la confrontación con Platón
y, además, de la defensa que hace Nietzsche de esa interpretación jónica de
la phýsis se centra precisamente en la teleología, porque cita la ausencia de
la interpretación finalista en el caso de todos estos filósofos como uno de
los méritos indudables de estos hombres extraordinarios que precedieron
a Platón.
El caso más célebre que debemos recordar ahora es el de Anaxágoras,
no porque la ausencia de teleología llegue en él a su máxima expresión,
sino por la decidida defensa que hace Nietzsche de su posición frente a las
críticas que Platón le dirige en el Fedón. En esta obra, como vamos a ver,
aparece la metafísica como la respuesta deliberada del filósofo ateniense
ante las insuficiencias de la perì phýseōs historía. El motivo fundamental
de la decepción del Sócrates platónico ante el Noûs de Anaxágoras, como
recordaremos, se centra en la insuficiente teleología que este vino a
suponer. Sócrates creía haber encontrado en Anaxágoras a «un maestro
de la causalidad» (97d6) que iba buscando, pues, en su opinión, la
inteligencia como causa ordenadora de todas las cosas no podía tener otro
fundamento que una acción fundada en la intención racional de producir
el bien. El presupuesto que sirve al Sócrates de Platón para impugnar toda
la investigación presocrática de la naturaleza es que no encontró en ella
realizado el programa de dicha causalidad, pues esta suponía, en relación
con «la generación, la destrucción o el ser de cada cosa», encontrar «la causa»
en virtud de la cual se cumple aquello que, respecto a ella, es «lo mejor para
ser, padecer o hacer cualquier cosa» (97c6-d1) que se trate de investigar.
No bastaba, pues, con decir si la Tierra es llana o esférica, sino que había
que proporcionar una justificación de este hecho en términos de una causa
final que explicara en términos de «lo mejor» dicha forma. Sin embargo,
la desilusión para las expectativas de esta teleología racional se produjo al
no recurrir Anaxágoras para nada a una inteligencia ordenadora. El lugar
32 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. I, p. 436, frag. 23 [22].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
159
del Noûs que él mismo había propuesto fue sustituido por la causalidad
meramente mecánica de «otras muchas cosas absurdas (ἄτοπα, Fed. 98c2)»,
como «el aire y el éter», que Sócrates considera decepcionantes, porque no
pueden obrar por la representación de un fin que explique el sentido del
devenir. Toda la perì phýseōs historía (Fed. 96a8), a la que Nietzsche se refería
en su explicación de los diálogos33, quedaba impugnada por el Sócrates
platónico, porque esta indagación había «descuidado decir las verdaderas
causas» (Fed. 98e1) y había proporcionado, para decirlo con el lenguaje
utilizado por el propio Nietzsche en su comentario de estos pasajes34, solo
«la causa efficiens» en lugar de la «causa finalis». En concordancia con lo
que venimos diciendo, Nietzsche hace una defensa cerrada de Anaxágoras
y lo distingue de la metafísica platónica, que, a su juicio, iba buscando
«la máxima belleza y adecuación a un fin» (am schönsten besten und
zweckmäßigsten) en la existencia de todas las cosas. Platón no supo ver que
no se trataba de escamotear las verdaderas causas, sino de una interpretación
de la naturaleza diferente de la suya que no aspiraba a presentar «el mundo
existente» como «el más perfecto que se pudiese pensar» y que explicaba
«el orden y el finalismo de las cosas» como «el resultado de un movimiento
mecánico ciego»35. Nietzsche, que cita a Schopenhauer en ese pasaje,
defiende a Anaxágoras de «la habitual confusión del teleólogo» y apoya
en otro lugar «el rigor de su entendimiento», ya que Anaxágoras «quería
explicar el mundo existente aplicando el menor número de teorías no
físicas»36.
La crítica de la teleología está muy presente en la lectura que hace
Nietzsche de otros filósofos presocráticos. Este es el caso de Heráclito y
de Empédocles. Respecto al primero, también quiere defenderlo de la
apropiación finalista intentada por los estoicos, pues, a su juicio, hay que
descartar en el pensamiento de Heráclito tanto «la interpretación moral del
todo como la teleología», ya que «el niño del mundo no actúa según fines,
sino según una díkē inmanente»37. En el caso de Empédocles, Nietzsche ve
33 Cfr. F. Nietzsche, Introducción al estudio de los diálogos de Platón, en Obras completas,
vol. II, pp. 500 y 550.
34 Cfr. F. Nietzsche, Los filósofos preplatónicos, en Obras completas, vol. II, p. 389 y La
filosofía en la época trágica de los griegos, en Obras completas, vol. I, pp. 617-8.
35 F. Nietzsche, La filosofía en la época trágica de los griegos, loc. cit., p. 618.
36 F. Nietzsche, Los filósofos preplatónicos, loc. cit., p. 390.
37 Ibíd., p. 371.
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160
Álvaro Pablo Vallejo Campos
que su problema, dada su interpretación del Amor y el Odio, como fuerzas
impulsoras de los movimientos cósmicos, era «hacer surgir el mundo
ordenado» «sin finalidad alguna». Su método será ya adoptado por todas
las interpretaciones materialistas de la naturaleza y se tratará de explicar,
como ocurre en el caso de la teoría darwinista mencionada en estos pasajes,
la finalidad aparente de los organismos naturales como un producto
fortuito que surge junto a «innumerables formas fracasadas e incapaces de
vivir»38. En sus anotaciones de 1868, Nietzsche había dejado un apunte del
principio que guía su interpretación antifinalista de Empédocles: se trata
de explicar «lo que responde a un fin como un caso más entre lo que no
responde a un fin», ya que esta es la mejor manera de no «quedar enredados
en la metafísica»39.
La mayor exaltación de estos filósofos preplatónicos, empeñados contra
el antropomorfismo del mito en su interpretación de la naturaleza, llega,
sin embargo, con la figura de Demócrito, lo cual pone de manifiesto a
la vez los motivos de Nietzsche para su crítica de la metafísica platónica.
Las noticias transmitidas por Diógenes Laercio según las cuales Platón
habría querido quemar los escritos de Demócrito le parecen «la maldad
más grande del supranaturalismo»40. Desde muy temprano Nietzsche tiene
claro cuáles son las razones que han inspirado «la escasa consideración»
que se ha tenido por el pensamiento del Abderita: a su juicio, radican «en
su decidida oposición a la teleología»41. Nietzsche se plantea, como otros
muchos estudiosos de la Antigüedad, el enigma de que Platón no haya
citado nunca a Demócrito, a pesar de hacer comparecer en sus diálogos a
la mayoría de los filósofos griegos anteriores a Sócrates. No duda de que
esta circunstancia pone de manifiesto «la dura condena» y «el desprecio»
que el filósofo ateniense albergaba por Demócrito42. Nietzsche se refiere
en ese pasaje al «odio inmenso y devorador que el fundador de la teoría
de las ideas, el discípulo de Sócrates en teología, sentía por Demócrito».
Como es natural, no se trataba de un mero disgusto personal, sino de una
exclusión deliberada basada en la consciencia platónica acerca del peligro
que representaban sus escritos. Estos, efectivamente, consolidaban una
38 Ibíd., p. 402.
39 F. Nietzsche, Obras completas, vol. I, p. 305, frag. 62 [4].
40 Ibíd., p. 276, frag. 58 [16].
41 Ibíd., p. 251, frag. 57 [34].
42 Ibíd., p. 287.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
161
interpretación de la naturaleza completamente antitética del teleologismo
exigido por Platón a la ciencia de la phýsis: de ahí que hayan sido «teólogos y
metafísicos» los que han descargado «su furia visceral contra el materialismo»
que Demócrito encarnaba43. Ya hemos visto que para Nietzsche, a pesar de
las diferencias que a veces establece entre ambas figuras, Sócrates y Platón
iban juntos en su hostilidad contra la explicación científico natural. En
un apunte correspondiente a los años de estas lecciones (1872-3), junto
a los nombres de Heráclito, Anaxágoras y Demócrito, si teníamos alguna
duda al respecto, Nietzsche describe sintéticamente el motivo de esta gran
animadversión: «el mundo sin significado moral o estético, pesimismo del
azar»44. Los tres filósofos mencionados encarnan el espíritu trágico que
está presente también en la ciencia natural contra la que combatirá el
«optimismo» socrático, basado en «la teleología y la fe en el buen dios».
Demócrito representa para Nietzsche en ese sentido el más puro paganismo
heleno y por ello será combatido por el cristianismo inspirado en la
metafísica platónica. En esto una vez más, nuestro filósofo podría decir de
Platón, como escribirá más tarde, que este representa «el puente que llevaba
hacia la cruz»45. No podemos extendernos en todas las implicaciones que
los ideales metafísicos de Platón y su defensa del optimismo teleológico
tenían a juicio de Nietzsche para el destino de Grecia y toda la cultura
occidental, ya que queremos centrarnos en las relaciones de su metafísica
con la interpretación de la naturaleza.
Estas referencias a Platón, en las que comprobamos cómo su oposición
a la metafísica platónica y su propósito de presentar el propio pensamiento
como una impugnación del platonismo son una constante que se manifiesta
en sus escritos más tempranos, continúan en sus obras posteriores. Su
inversión del platonismo, como hemos visto en sus fragmentos póstumos
de los últimos años, tenía como consecuencia atribuir el carácter teleológico
del mundo a su «apariencialidad», que va de la mano de su tendencia a
«malinterpretar la naturaleza dentro de la moral». En un apunte de 1885,
Nietzsche reflexiona sobre aquello que le separa de otros filósofos, entre
los que menciona a Platón, y afirma: «nosotros creemos en el devenir… El
43 Ibíd., p. 292.
44 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. I, p. 441, frag. 23 [35].
45 F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, ed. cit., p. 131.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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modo de pensar de Heráclito y de Empédocles ha resurgido de nuevo»46.
Platón representa frente a Nietzsche y a otros sabios de la propia cultura
helénica, como Tucídides, cuyo realismo considera un antídoto del
idealismo platónico, la huida al ideal y la cobardía incapaz de aceptar
la realidad tal como es47. En un fragmento de 1887, encontramos una
definición general de aquello que significa la metafísica platónica. Por
supuesto, ya sabemos que Nietzsche le atribuye el origen de «la Idea» y la
creación de la metafísica del mundo verdadero. Pero antes incluso que la
invención «artística» de un ámbito destinado a convertirse para la tradición
occidental en el objeto de esta ciencia, la metafísica es una inversión de
la realidad y una interpretación de la naturaleza, en la que el platonismo
demostró, según leemos en dicho fragmento, la mayor «audacia», ya
que consistió en «medir el grado de realidad de acuerdo con el grado
de verdad» y en «preferir el valor al ser»48. Esta es, en definitiva, la razón
por la que la metafísica con su invención de la idea representa a la vez la
minusvaloración y la calumnia del mundo aparente, que desencadenará
el nihilismo de la tradición occidental. En esta subversión del espíritu
trágico característica de Platón, «el valor ‘fue’ pensado como causa»49.
Nietzsche menciona en 1884 su «vieja aversión a Platón», «en cuanto antiantiguo»50 y posteriormente seguirá considerándolo «antiheleno y semita
por instinto»51, contraponiéndolo a la cultura realista de los sofistas que
continúan la obra de Heráclito y Demócrito52. Aunque el tema tiene
muchas dimensiones en la moralidad y otros aspectos de la cultura griega,
limitémonos a la cuestión que estamos estudiando. La teoría platónica
del «mundo verdadero» ha creado una especie de matriz que se adapta
perfectamente a lo que Nietzsche llama «la psicología de los metafísicos».
Además de otros muchos aspectos, determina un odio a «la sinrazón, lo
46 Fragmentos póstumos, vol. III, p. 730, frag. 34 [73].
47 Cfr. Crepúsculo de los ídolos, ed. cit., p. 131; cfr. también Aurora, en Obras completas,
Obras de madurez I, Tecnos, Madrid, 2014, p. 448 y Ecce homo, en Obras completas, vol.
IV, p. 818.
48 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 190, frag. 7 [2].
49 Ibíd. ídem.
50 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. III, p. 473, frag. 25 [101].
51 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p.441, frag. 11 [294].
52 Ibíd. p. 555, frag. 14 [116]; cfr. p. 673, frag. 16 [15]. Ya en los apuntes tomados para
Los filósofos preplatónicos, encontramos esta calificación de Platón, como el filósofo «que
combate lo helénico», Fragmentos póstumos, vol. I, p. 331, frag. 16 [17].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
163
arbitrario y lo casual», que les ha llevado a negar este elemento «en lo que
es en sí» para concebirlo como «racionalidad y finalidad absolutas»53. La
interpretación metafísica de la naturaleza, desde la luz que proyecta sobre
ella «el mundo verdadero», viene a eliminar ese «faktum» y esa «necesidad»
que el pensamiento puramente físico del atomismo antiguo identificaba
como el dominio del puro azar no determinado teleológicamente54.
III. Nietzsche lector de Platón: el proyecto teleológico y el
DÉUTEROS PLOÛS
En las líneas precedentes hemos abundado en los calificativos rotundos
de carácter crítico y, especialmente, en la continuidad que nos ofrece la
actitud de Nietzsche hacia Platón en el tema que estamos estudiando. Pero
dicha actitud experimenta variaciones y tiene una ambigüedad de registros
que lo separan notablemente tanto de Sócrates, con el que lo hemos asociado
siguiendo sus propias afirmaciones, como del cristianismo, que para él era
una metafísica mucho más simple como mero «platonismo para el pueblo».
Es el propio Nietzsche el que a pesar de la rotundidad con que descalifica
al platonismo llega a decir que «Platón se vuelve en mí una caricatura»55.
Por otra parte, desde el comienzo hasta el final de su obra hay multitud
de alusiones a la naturaleza artística de Platón y a su disposición favorable
hacia el uso de la mentira. Esto no tiene solo las obvias consecuencias
que ya conocemos en el ámbito de la «mentira educativa» y la política,
donde Platón recomienda el uso de las «nobles mentiras», sino que afecta
también a la misma construcción metafísica del platonismo. Recordemos
que el capítulo titulado «Como ‘el mundo verdadero’ acabó convirtiéndose
en una fábula», en la quinta fase por la que atraviesa históricamente la
Idea platónica, nos habla del «rubor avergonzado de Platón», cuando se
descubren las ficciones que había generado su metafísica56. A juicio de
Nietzsche, debajo de la metafísica del valor, no hay otra cosa que el Platón
«artista», que «prefirió en el fondo la apariencia al ser, o sea la mentira y la
53 Ibíd., p. 707, frag. 18 [16].
54 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. II, p. 591, frag. 4 [288]: «Cuando los antiguos hablan de necesidad (anánkē), se refieren al reino en que las cosas ocurren caprichosamente (fortuitamente)…».
55 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 335, frag. 10 [112].
56 Cfr. F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, en Obras Completas, IV, p. 635.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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invención a la verdad, y lo irreal a lo existente»57. Una vez lo llama «un gran
Cagliostro»58, es decir, una especie de embaucador, como el personaje de la
época novelado por A. Dumas, o habla incluso de su dualismo como «un
disfraz» (in der Verkleidung des Dualisten)59. En cualquier caso, Nietzsche, a
pesar de sus descalificaciones, a veces groseras, nunca dejó de reconocer, a
mi juicio, que estaba ante un pensador y «un hombre con muchos recovecos
y fachadas»60. En este último fragmento se refiere a la ironía y a las almas
diversas tras las que se esconden tanto Sócrates como Platón.
Toda esta ambigüedad está implicada en la lectura que hace Nietzsche
de la metafísica platónica, pero observemos que esta es ambigua ella
misma, porque muchas veces nos dejamos llevar por la propia iconografía
platónica del mundo inteligible representada en la Caverna y lo concebimos
como si fuera otra realidad desgajada o, como diría Aristóteles, «separada»
sin más del mundo en que vivimos. Pero la metafísica surge como una
interpretación causal de la naturaleza que procura dotar al devenir de
un sentido del que este carece cuando se juzga a la luz de los principios
puramente mecanicistas que habían empleado los presocráticos. Se puede
estar de acuerdo con Nietzsche o no en sus apreciaciones valorativas
del platonismo, pero hay que reconocer que nunca perdió de vista esta
perspectiva, que, a mi juicio, es verdadera. El platonismo no es todavía
el cristianismo que separa burdamente los dos mundos y convierte el
mundo verdadero en «inasequible por ahora», aunque «prometido al sabio,
al piadoso y al virtuoso»: esa es una forma «más sutil, más capciosa» de
la Idea, ya que en el platonismo el mundo verdadero es aquel en el que
vive «el sabio» y «el virtuoso»61. En la época juvenil en que estudiaba los
filósofos preplatónicos, Nietzsche ya sabía que «el déuteros ploûs», es decir, la
navegación socrático-platónica emprendida en la búsqueda de las entidades
inteligibles, con la que se inaugura la metafísica, vino de las insuficiencias
detectadas en la «teleología» de Anaxágoras62. En sus notas del Fedón,
pertenecientes a la Introducción al estudio de los diálogos de Platón, Nietzsche
observa que es la teoría de las causas, en la que se confunde «la causa y el
57 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, IV, p.190, frag. 7 [2].
58 Ibíd., p. 555, 14 [116].
59 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. II, p. 577, frag. 4 [190].
60 F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. III, p. 729, frag. 34 [66].
61 Cfr. F. Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, ed. ya cit., p. 61.
62 Cfr. F. Nietzsche, Obras Completas, vol. I, p. 57 [34]
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
165
medio» (cfr. Fedón 99b3), y la crítica de la teleología, decepcionantemente
elaborada por Anaxágoras, la que constituye el punto de partida que daría
lugar a la metafísica: «Por eso, dice él63, Sócrates ha tomado otro camino
distinto. Ha escogido los conceptos. Únicamente las Ideas son las causas».
La polémica en torno a la interpretación de la naturaleza es, como
estamos viendo, uno de los componentes esenciales del marco constituido
por el platonismo, la metafísica y el nihilismo, en el que tiene lugar la
recepción de Platón en el gran autor que abre la filosofía contemporánea.
Hablar de una metafísica de la naturaleza podría parecer hasta un oxímoron,
ya que la palabra metafísica designa otro ámbito, que se sitúa más allá del
orden de los fenómenos físicamente constituidos. Pero que tal fue el origen
de lo que posteriormente se llamó metafísica, independientemente de las
valoraciones genealógicas de Nietzsche, es lo que nos dice el mismo Platón
en el Fedón.
Platón, efectivamente, había impugnado la supuesta sabiduría de la
«perì phýseōs historía» por el hecho, fielmente reseñado por Nietzsche, de
que estos filósofos se plantean la pregunta por el porqué de las cosas, en
el sentido de la causa efficiens, y nunca la cuestión del para qué o la causa
finalis64. El acto de inauguración de la metafísica, que Platón va a abrir con
su «segunda navegación», es en un principio el ideal de una nueva física a la
que se le exige no confundir «aquello que en realidad es la causa» (tò aítion)
con aquella otra cosa «sin la cual la causa no podría ser causa» (99b3). La
investigación de la naturaleza practicada hasta entonces se fundaba, a juicio
de Platón, por tanto, en una comprensión equivocada del devenir, por
confundir las meras condiciones con las verdaderas causas del acontecer. Lo
que el Sócrates platónico buscaba en Anaxágoras es, como hemos visto, «un
maestro de la causalidad» y esto implicaba proporcionar una explicación
del porqué en términos de una causa final que mostrara el para qué de los
hechos físicos y el sentido teleológico que tenía en su opinión la naturaleza.
Lo que estos supuestos sabios no investigaron fue «el poder» (δύναμιν) o
«la fuerza divina» (δαιμονίαν ἰσχὺν, 99c2-3) en virtud de la cual es «el
bien y lo debido» (τὸ ἀγαθὸν καὶ δέον, 99c5) lo que se constituye como el
objeto de una intención racional que «vincula y contiene todas las cosas»
(99c6). La finalidad del devenir y la concepción de la naturaleza como una
63 Cfr. F. Nietzsche, Obras Completas, vol. II, p. 500.
64 Cfr. F. Nietzsche, Obras completas, vol.I, pp. 617-618.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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unidad y un todo que responde a una intención racional es justamente lo
que Platón no ve plasmado en la teleología insuficiente de Anaxágoras. Esta
circunstancia es la que, según dice a continuación, le anima a emprender
el camino de los lógoi y la «segunda navegación en pos de la investigación
de las causas» (δεύτερον πλοῦν ἐπὶ τὴν τῆς αἰτίας ζήτησιν, 99d1). Este
es el nacimiento de la metafísica, como Nietzsche ha visto certeramente,
independientemente de la valoración que en sus diversas épocas le haya
merecido este cobarde, que, según sus palabras, huye al ideal o lo embellece
con las formas artísticas de la apariencia.
En el fragmento antes citado, Crítica del nihilismo, en el que Nietzsche
analiza las categorías de la metafísica que conduce al nihilismo, figura,
en primer lugar, la finalidad, pero, en segundo lugar, cita «la totalidad,
la sistematización, incluso una organización» que se supone «bajo todo
acontecer». La categoría de finalidad es demasiado frágil para que funcione
por sí sola, porque se vería fácilmente desmentida por el curso de los
acontecimientos mundanos. De ahí que la interpretación metafísica de
la naturaleza tenga que recurrir a insertar el devenir en la perspectiva
totalitaria de una «unidad» que dé sentido a aquellos hechos desgraciados
que parecen no tenerlo. Pero esto es justamente lo que dice Platón en
las Leyes, un diálogo que Nietzsche conocía bien65, cuando se propone
una auténtica teodicea que redima el mal con la perspectiva del todo. El
Ateniense, que es el personaje a través del cual se expresa Platón en la obra,
se dirige al joven atrevido que pudiera cuestionar la finalidad del devenir,
como hace Nietzsche cuando menciona el todo como el refugio psicológico
en el que parece cobijarse quien se ha desengañado sobre dicha teleología.
«El que cuida el universo tiene todas las cosas ordenadas para la salvación y
la virtud del todo» (trad. de F. Lisi, levemente alterada, Leyes, X 903b4-5).
65 En el caso concreto del fragmento en cuestión, Nietzsche tiene a la vista probablemente otros ejemplos de pensadores que han recurrido a la categoría de totalidad, como es
el caso de E. von Hartmann, que es a quien parece pertenecer la cita de que «El bien de lo
universal exige la entrega de lo individual» y «el monismo» en cuestión, pero en cualquier
caso Nietzsche conocía bien en qué medida el pensamiento teleológico en general necesita apoyarse en la categoría de totalidad. Sobre el interés de Nietzsche en determinados
diálogos platónicos, entre los que se encuentra las Leyes, en detrimento de otros, véase
M.Dixsaut, «Nietzsche, Lecteur de Platon», en A.Neschke-Hentschke, Images de Platon et
lectures de ses oeuvres, Lovaina-París, 1997, 295-313, p.310 e, igualmente, sobre las Leyes,
F. Ghedini, loc. cit., p.70.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
167
Así es como se alcanza «la finalidad» (τέλος, 903b9), en un acontecer que
es el que «conviene al todo» (τῷ παντὶ συμβαίνει, 903d2), del cual forma
parte el sujeto indignado al que no le sonríe la suerte. La interpretación
teleológica de la naturaleza necesita descansar en el concepto de todo: esto
es lo que nos dice Platón no solo en el Fedón, sino en las expresivas palabras
de la teodicea que el Ateniense dirige al jovenzuelo descreído por efecto de
la ciencia de la naturaleza que se le había enseñado. No se puede admitir
una contradicción entre las series del devenir, si queremos que triunfe la
teleología: es «la parte» la que tiene que estar en «función del todo y no
el todo en función de la parte» (ἕνεκα ὅλου καὶ οὐχ ὅλον μέρους ἕνεκα,
903d1). Esto también lo sabía el propio Nietzsche desde que hacía sus
anotaciones Sobre la teleología, donde decía que «el concepto de todo es
obra nuestra» y que es «aquí» donde «está la fuente de la representación de
un fin»66. Posteriormente, cuando estas reflexiones se inserten en su análisis
del nihilismo, su alternativa a esta segunda categoría metafísica que acaba
generando dicho fenómeno consistirá en la recomendación de que hay que
«desprenderse» de ella y «hacer pedazos el todo»67.
En el fragmento al que venimos refiriéndonos, la increencia en la
finalidad del devenir y en la existencia de un todo es el estado psicológico
que hace surgir como «escapatoria» la idea de un mundo verdadero,
diferente del mundo en el que vivimos. Cuando se produce también
la increencia en este mundo de la verdad y el ser, es cuando aparece
verdaderamente el nihilismo, al desposeer al mundo del valor que se había
construido sobre tales categorías. Como ya hemos visto, para Nietzsche
esta posición nihilista no es la del propio Platón, sino en todo caso la de
un individuo de la misma especie sufriente «en un estado más pobre» que
ya ha perdido su vigor artístico para transformar el mundo real en un
mundo aparente. Pero el nihilismo se apoya en otra decepción semejante,
aunque de sentido contrario, a la que experimentó el Sócrates de Platón
con la filosofía de Anaxágoras. Ahora la decepción surge de comprobar
la falsedad de toda esa interpretación de la naturaleza y el ser en el que se
habían fundado los valores. La posición de la propia metafísica platónica es
66 Cfr. F. Nietzsche, Obras completas, vol. I, p. 310, frag. 62 [28]. A propósito de la obra
de K. Fischer en la que este comenta a Kant, Nietzsche anota que «cuando se habla de
causas finales se está únicamente diciendo que la forma del todo precedería a la formación
de las partes» (ibíd., p. 316).
67 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. IV, p. 223, frag. 7 [62].
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168
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ambigua, porque no es aún «el platonismo» que viene después de Platón.
Como nos recuerda Heidegger, a este «platonismo» Nietzsche en etapas
ulteriores lo comprende como «una doctrina de los dos mundos»: por
encima de este mundo mutable y accesible a los sentidos está el mundo del
más allá, suprasensible, inmutable»68. En el cristianismo, por ejemplo, que
ha escindido los dos ámbitos en mundos separados, no se puede ir de uno
al otro, como no se puede transitar de aquí al más allá. Pero la metafísica
platónica no es esto, aunque a veces nos traicione la propia iconografía en
la que se sustenta, sino una interpretación de la naturaleza en la que hay
que «refugiarse en los conceptos» (εἰς τοὺς λόγους καταφυγόντα, 99e5)
para no quedar ciego de alma. Aunque llamemos metafísicas a las ideas
platónicas en virtud de su propia consistencia ontológica y no podamos
confundirlas con las categorías kantianas, que son solo puras formas a
priori del entendimiento, no debemos tampoco olvidar que lo inteligible
es el modelo teórico, «para examinar la verdad de los entes» (99e5-6) y
esto vale no para hablar de entidades situadas en un más allá separado,
que no es de este mundo, sino para «examinar las cosas» (100a2), en las
que están incluidas «las causas y todas las demás cosas que son» (περὶ
αἰτίας καὶ περὶ τῶν ἄλλων ἁπάντων [ὄντων], 100a6). El punto de vista
platónico es que sin lo inteligible no hay manera de extraer el sentido que
tiene la realidad natural. La metafísica surge con la segunda navegación
por el intento platónico, confesado expresamente en el Fedón, de sustituir
aquellas «causas» supuestamente «sabias» que no servían a su juicio para
explicar adecuadamente el devenir y sustituirlas por formas inteligibles,
como lo bello y lo bueno, capaces de arrojar luz sobre la multiplicidad
caótica y desordenada que nos brindan los sentidos. El dualismo de los dos
mundos, del cual encontramos no pocos indicios en el Fedón, es en gran
medida también una simplificación facilitada por la propia iconografía de
la teoría y por la tradición metafísica que vino después. ¿Querría decir
esto Nietzsche cuando anotó en su cuaderno de intuiciones geniales que
el dualismo es un disfraz tras el que se escondió un «panteísta» de muchos
recovecos como era Platón69?
68 M. Heidegger, Nietzsche, vol. II, p. 73.
69 Cfr. F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, vol. II, p. 577, frag. 4 [190].
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
La interpretación de la naturaleza: metafísica y teleología. Nietzsche lector de Platón
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Álvaro Pablo Vallejo Campos es en la actualidad catedrático de filosofía
antigua en la Universidad de Granada. Ha traducido al castellano obras de Platón
(Teeteto) y Aristóteles (Fragmentos) publicados en la Biblioteca Clásica de Gredos y
sus estudios han versado sobre el pensamiento griego y su recepción en la filosofía
contemporánea (Nietzsche, Heidegger, Gadamer, Popper, Berlin). Desde 1992
pertenece a la Sociedad Internacional de Platonistas, de la que ha sido miembro de
su Comité ejecutivo en representación de Europa (2004-2010).
Líneas de investigación:
Estudios de retórica y filosofía; pensamiento griego (Sofistas, Sócrates, Platón,
Aristóteles) en general y últimamente: la teoría cognitiva del deseo en Platón;
concepción platónica de la dialéctica; recepción del pensamiento platónico en la
filosofía contemporánea.
Publicaciones recientes:
- A. Vallejo Campos-A.Vigo, Filósofos griegos: de los sofistas a Aristóteles, Eunsa,
Pamplona, 2017.
- A.Vallejo Campos, Adonde nos lleve el logos. Para leer la República de Platón,
Trotta, Madrid, 2018.
- A. Vallejo Campos, «Dialectic in the Theaetetus», en B.Bossi-T.M.Robinson,
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Dirección electrónica: avallejo@ugr.es
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Repensando la onto-teo-logía hoy:
un diálogo con Gianni Vattimo
Rethinking the onto-theo-logy today:
a dialogue with Gianni Vattimo
Fernando Pérez Borbujo
Universitat Pompeu Fabra (España)
Recibido: 25.01.2021
Aceptado: 09.02.2021
RESUMEN
El pensamiento de Gianni Vattimo, padre del pensiero débole, se sitúa
conscientemente en el marco de una historia de la metafísica, que tiene en
Nietzsche y Heidegger, dos de los representantes más señeros de uno de sus giros
o momentos álgidos. El pensiero débole, redefinido en su últimos escritos como
comunismo hermenéutico, corresponde a un nuevo hito de esa historia de la
metafísica que no es otra cosa que la historia de la onto-teo-logía occidental,
donde los conceptos de Ser y Dios, configuran todo el espacio de esa ciencia o
filosofía fundamental, la metafísica, fundada por Aristóteles, reconfigurada por
Tomás de Aquino, criticada por Nietzsche y redefinida por Heidegger.
PALABRAS CLAVE
METAFÍSICA; ONTO-TEO-LOGÍA; PENSIERO DÉBOLE; COMUNISMO
HERMENÉUTICO; NIHILISMO
ABSTRACT
The thought of Gianni Vattimo, father of the pensiero débole, is consciously situated within the framework of a history of metaphysics, which has in Nietzsche
and Heidegger, two of the most outstanding representatives of one of its turns or
high points. The pensiero débole, redefined in his latest writings as hermeneutical
communism, corresponds to a new milestone in this history of metaphysics that
is nothing other than the history of Western onto-theo-logy, where the concepts
of Being and God, configure the entire space of that fundamental science or phiClaridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 171-188.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
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Fernando Pérez Borbujo
losophy, metaphysics, founded by Aristotle, reconfigured by Thomas Aquinas,
criticized by Nietzsche and redefined by Heidegger.
KEYWORDS
METAPHYSICS; ONTO-THEO-LOGY; PENSIERO DÉBOLE;
HERMENEUTICAL COMMUNISM; NIHILISM
I. La ontoteología: una definición.
¿Qué se entiende y qué podemos entender por onto-teo-logía? La ontoteo-logía, que para pensadores como Heidegger y Vattimo coincide con la
historia de la metafísica occidental, parece ser un extraño híbrido entre
pensamiento griego y filosofía cristiana. El primero, en su lento avance
hacia una filosofía del arché, del fundamento, que permita entender el
mundo como una totalidad organizada, llega a una extraña doble reflexión:
la metafísica es la ciencia del ser en cuanto ser, o sea, el fundamento, causa
y fin del movimiento. La otra, que se vuelve hegemónica desde la reflexión
socrático-platónica, que recoge la herencia pitagórica, identifica el ser con
la energeia, con el acto puro, y éste con el nous que encarna el movimiento
eterno en la esfera de lo mundano. El entrecruzamiento de ambas
concepciones de la metafísica tendrá lugar de un modo emblemático en
Aristóteles, quien formulará una extraña teoría en la que el ser, en tanto
que acto o energía, en tanto que agente capaz de actualizar la potencia en
el movimiento, ha de ser un puro pensamiento que se piensa a sí mismo1.
La naturaleza de dicho pensamiento que se piensa a sí mismo es la esencia
misma de lo divino personalizado.
Como es bien sabido este dios es tan sólo un polo atractor, ordenador y
finalizador que no posee capacidad de iniciar y principiar nada, ya que la
potencia pura, la materia segunda, está encarnada en la physis que es para
los griegos tan eterna como inagotable en su eterno manar. De ahí la eterna
ambigüedad de la metafísica que se mueve entre los polos de lo físico y lo
intelectivo, entre la base material viviente y el espíritu especulativo.
Esta hibridación entre ser y entendimiento divino pondrá las bases para
la posterior reflexión neoplatónica y plotiniana. Aquí el nous que se dirige
más allá del Uno, al Suprauno superabundante, debe confrontarse con la
profunda novedad del inicio, de la cuestión del principio2. Se nota ya la
1 Aristóteles, Sobre el alma, 430a5-25.
2 Plotino, Eneadas, I 7, 1-19-20.
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sombra del Timeo platónico, nuevo mito cosmogónico de cariz filosófico
en el que Platón aborda la explicación de la génesis del del cosmos, que el
pensamiento griego había abandonado al mito3.
Es sabido que la cuestión del inicio ya se había vuelto central en la
otra gran tradición, la del pensamiento hebreo de un Dios creador, que
constituye la tradición de la tierra del ocaso (Abendland). Dicha reflexión
se fue profundizando gracias a los ricos y abundantes comentarios de los
Padres de la Iglesia que pudieron, sin dificultades, ir adecuando la teología
naciente, con base en la escritura bíblica y en la tradición, a la figura de un
Dios Uno y Trino, Espíritu que se conoce y ama a sí mismo como principio
creador, que no sólo se relaciona con el ser en tanto que fin sino también
en tanto que principio (Weischedel, 1987: 69-119). De ahí que el Ser, en
la filosofía cristiana, se mueva en esa extraña ambigüedad que oscila entre
identificar al Ser con Dios mismo (la famosa y malentendida discusión
en torno a la no distinción de esencia y existencia en Dios mismo, lo que
haría de Dios el Ipsum Esse), o considerarlo el efecto de un principio divino
puramente espiritual, verdadera causa del Ser (reflexión heredada en parte
del pensamiento árabe y que vemos presente de un modo claro en Santo
Tomás de Aquino).
La onto-teo-logía resulta así el discurso que liga las modalidades del ser
(«el ser se dice de muchas maneras») con el Ser con mayúscula, identificado
así con la esencia y existencia de Dios mismo, volviéndose dicha relación el
objeto de toda reflexión posterior. Esta relación constituye la base metafísica
misma para fundamentar el principio de analogía que en el pensamiento
medieval viene a ocupar el lugar de la noción platónica de participación.
Quizá haya sido la crítica nominalista que problematiza el estatuto de los
modelos universales, de las verdades eternas del entendimiento divino,
reivindicando, como vemos en Duns Scoto, la haeccitas, el aquí y ahora
del ser, su individualidad irreductible, el que haya reducido el ser al ser
de los entes, y aún más, la figura del ser divino a la de un ente entre los
entes. Además, Duns Scoto, como otros, quiso reconducir la analogía y su
ambivalencia al principio de univocidad del Ser, lo que supuso en realidad
un corte con la tradición metafísica y el nacimiento de la modernidad4.
3 Platón, Timeo, 21e-d.
4 Resulta patente en el pensamiento de Martin Heidegger la impronta de Duns Scoto,
decisiva en su proyecto de construir una historia del Ser, y un pensar del Ser, que vaya más
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De aquí que la onto-teo-logía se haya redefinido a partir de entonces
como la que funde el Ser con el ente, a la par que reduce la entidad a
una relación de causalidad o fundamentación entre un Ente supremo y
los otros entes. Tal es la definición con la que trabajará Heidegger, y que
heredará Vattimo, como se ve a lo largo de sus reflexiones desde Essere,
storia e linguagio in Heidegger hasta Las aventuras de la diferencia.
II. La concepción onto-teo-lógica de Vattimo
Gianni Vattimo a lo largo de estos casi sesenta años de carrera filosófica
ha realizado una peculiar lectura o interpretación de Heidegger a la luz
de Nietzsche y de Nietzsche a la luz de Heidegger. En realidad, sorprende
la larga, pausada y minuciosa meditación que el autor ha hecho de la
producción filosófica de ambos autores. Se podría afirmar, sin miedo a
equivocarse, que si unimos el cristianismo de su infancia a estos dos autores
encontraremos la extraña trinidad de la cual ha nacido el pensiero débole y
el comunismo hermenéutico formulados por Vattimo.
Los pasos de la argumentación de Vattimo, en lo referente a la cuestión
de la ontoteología, desarrollados a lo largo de sesenta años, pueden
sintetizarse grosso modo en los siguientes hitos:
En primer lugar, la asunción en primera instancia de la crítica de
Nietzsche al cristianismo como «platonismo vulgar para el pueblo».
Dicha concepción asume claramente la proyección del Ser en el más allá
trascendente como una desontologización del mundo de la vida. La gran
aportación de Vattimo es haber descubierto en el Nietzsche positivista,
con su desenmascaramiento de la moral, la extraña ley de que la verdad, y
la conciencia cristiana de la verdad, ha conducido, una vez descubierto el
carácter ideal, metafórico y ficticio de todo ideal, a su supresión. Vemos así
que la idea de la «muerte de Dios», sumamente compleja, implica que la
metafísica, desarrollado coherentemente hasta sus últimas consecuencias,
conduce a su autosupresión. La metafísica platónica radicalizada lleva en sí
su germen de muerte y anulación (Vattimo, 1987a: 12-34).
allá de la metafísica entendida como onto-teo-logía, o sea, como la presencia de un Dios
creador, trascendente, participado y reflejado análogamente en su creación. La noción
fuerte de encarnación implica la presencia real y efectiva de Dios en el mundo, como ser
individualizado y diferenciado, inconfundible con su creación (Heidegger 1978).
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En segundo lugar, este platonismo de la conciencia se encuentra
reformulado de un modo nuevo en el marco de una filosofía de la conciencia
que intenta, siguiendo los imperativos de vitalidad e historicidad de la
segunda parte del siglo XX, reinventarse a sí mismo en la fenomenología
husserliana. Aquí encontramos una forma de trascendentalismo débil,
intrahistórico, que prepara el camino para la filosofía heideggeriana.
En tercer lugar, Heidegger ha sintetizado con éxito la herencia escotiana,
la fenomenología husserliana y la crítica nietzscheana, reformulando la
metafísica no desde la visión de un Dios creador, sino desde una teoría
de la Encarnación que pretende ser una alternativa a las concepciones
básicas de Idealismo alemán: Fichte, Schelling y Hegel. La mal formulada
antropomorfización de la metafísica no es tal cosa, sino la centralidad del
Dasein como lugar de la revelación del Ser, donde la prioridad e iniciativa
del Ser sobre el Dasein es absoluta.
Esta metafísica que Vattimo ha desglosado, con cuidado y
minuciosamente, desde sus lecturas nietzscheanas se enfrenta con múltiples
problemas: la cuestión del nazismo de Heidegger, la de la Kehre, el paso
de una concepción existencialista en el primer Heidegger a una nihilista y
posmoderna en el segundo, la importancia del análisis sobre la técnica y el
papel de la interpretación heideggeriana de Nietzsche, el papel del arte en
el mundo contemporáneo, etc.
Todos estos obstáculos irán modulando la onto-teo-logía vattimiana
hasta llegar a formular su peculiar concepción. Dicha concepción se
caracteriza por el peso que para él tiene la historicidad del Ser en su
relación con los entes. El Ser no puede ser identificado con los entes,
ni con el conjunto de los mismos, a la vez que no es nada que pueda
subsistir sin ellos. El Ser se da en su revelarse a-y-en los entes (revelación
que presupone como en el idealismo un velamiento, lo que se revela se
oculta a la vez), en su verdad entitativa, y los entes se muestran en su ser al
apropiarse dicha revelación. Esta copertenencia del Ser y de los entes, en
una relación que no es de identidad y diferencia, ni de fundamentación,
sino de oscilación y movimiento, de diferenciación de lo mismo, permitirá
a Vattimo configurar una historia no dialéctica del Ser.
Aquí el diálogo es, sobre todo, con Jaspers y contra Hegel. Vattimo
señala con acierto la influencia que tuvo la lectura de la Psicología de las
concepciones del mundo de Jaspers sobre Heidegger, como queda claramente
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reflejado en su texto La época de la imagen del mundo (1938) (Vattimo,
1987b: 103). Esa concepción conduce a entender la historia marcada por
la epocalidad. No existe una historia lineal, ni circular. No podemos hablar
de una tradición (Tradition) sino de épocas históricas. Dichas épocas
estás marcadas por una determinada relación del Ser con el ente. Resulta
llamativo que una época no es una mentalidad, ni por el posicionamiento
voluntario del Dasein hacia una determinada concepción del Ser, sino
donde esa determinada noción del Ser está marcada por un relampagueo
del ser, por un mensaje, por una revelación del Ser.
Esta concepción de la historia del Ser como epocalidades en las cuales se
marca una serie de hitos (olvido del Ser con Platón, pensamiento cristiano,
modernidad como imperio de la técnica, nihilismo, etc.) resulta uno de los
puntos más discutidos y controvertidos de la propuesta de Vattimo. Está
inspirada, como él mismo dice, por el impacto que en él tuvo la Segunda
Consideración intempestiva de Nietzsche, en su exposición del historicismo:
la cita más repetida de Vattimo es el de ese cuarto desordenado de
antigüedades, todas las facetas de la historia, en la cual uno puede ir
adoptando diferentes máscaras (Vattimo, 1987a: 25; Vattimo, 1989: 46).
En realidad, dicha consideración de Nietzsche casa bien con la crítica que
Ranke hizo de la posición de Hegel, y que retomaría Hans Jonas, discípulo
de Heidegger, según la cual «todas las épocas históricas están a la misma
distancia de Dios».
Se liquida de este modo cualquier concepción teleológica de la
historia (otro de los puntos centrales del cristianismo), cualquier visión
evolucionista, marxista o iluminista de la misma, y se concede a cada época
histórica un peso igual. Esta democratización de la historia le ofrecerá a
Vattimo nuevos problemas: el de la historia efectual de Gadamer en su
concepción hermenéutica; la de una ética de la interpretación que no
pierda su capacidad emancipatoria y crítica respecto a lo que se da; la
de la conexión entre los distintos hitos de la historia y de la transición
de uno a otro. Vattimo, como es sabido, reinterpretará aquí la idea de la
Überlieferung como transmisión y la de Verwindung como convalecencia
y restablecimiento (Vattimo, 1989b: 101-114). Como veremos, el
pensamiento del joven Vattimo y del de los últimos tiempos varían y oscilan
entre una interpretación equipolente de la historia del Ser y una historia
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orientada teleológicamente a una depotenciación del Ser que cumpla un
designio kenótico por parte de un principio divino.
III. La ontoteología vattimiana y los signos de los tiempos
El primer Vattimo se caracterizó por releer de un modo nuevo la
interpretación heideggeriana de Nietzsche. Como él mismo señala en
distintos lugares, resulta sumamente problemática esa lectura heideggeriana
que expone a Nietzsche como el triunfo de la modernidad metafísica, la
manifestación última del voluntarismo prometeico moderno, la voluntad
de voluntad que (en la línea de Max Weber y la sociología contemporánea)
brilla en el imperio contemporáneo de una voluntad universal de
organización, cálculo y manipulabilidad. O sea, Vattimo lee el texto de
Nietzsche desde las reflexiones del Heidegger tardío en torno a la Ge-stell
como destino de su época.
Este Nietzsche parece más cercano a la interpretación de Baumler y
los nazis, que no a la posterior interpretación de la hornada francesa de
izquierdas. Por eso Vattimo, en Las aventuras de la diferencia. Pensar después
de Nietzsche y Heidegger, tiene que recordar el papel del arte en Nietzsche,
aquel que refleja de un modo más transparente la voluntad de poder, y que
conduce a una desestructuración del sujeto creador que difícilmente parece
entrar en la interpretación de Heidegger (Vattimo, 1986: 85-109).
Vattimo se encuentra aquí de nuevo con inmensos problemas porque,
según su interpretación, el primer Heidegger es identificado con los
movimientos de las primeras vanguardias (surrealismo, dadaísmo,
expresionismo, futurismo), que el propio autor ha analizado en su libro
Poesía y ontología, como un intento de liberar el fondo dionisíaco frente
a lo apolíneo, como el anhelo de romper el palacio de cristal de la razón,
siendo así que el arte y la filosofía irían de la mano y, sin embargo, el
segundo Heidegger ve en la implantación provocadora de la técnica un
destino y una oportunidad. Si la técnica es el destino de nuestra época,
la técnica no puede ser lo negativo a humanizar o evadir mediante un
pensamiento poético que pretende habitar la Tierra, y aún menos, la huida
a un pensamiento pre-socrático en el cual se diera la Arcadia ego de las
relaciones del Dasein y la physis.
Aquí Heidegger echa mano de Gadamer para formular lo que será la
tercera fase de la argumentación de su onto-teo-logía: la koiné hermenéutica.
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Como expone con firmeza en su libro La sociedad transparente, y en muchos
de los artículos recogidos en su libro Ética de la interpretación, frente a
aquellos que querían ver en la sociedad de la información de la era digital
tan sólo la punta de lanza de la Ge-stell avasalladora e inhumana —que
puso en pie de guerra a Adorno, Bloch y la escuela de Fráncfort— para
Heidegger mismo el fenómeno contemporáneo de la técnica es mucho más
complejo y ambiguo (Heidegger, 2000: 113 y ss). Asistimos a la evolución
desde el imperio de la máquina y lo mecánico que era objeto de la reflexión
marxista, blochtiana y adorniana, en torno al trabajo alienado y alienante,
a la del ordenador y lo digital que prioriza sobre todo la dimensión de la
comunicación. La sociedad de la comunicación no es una sociedad de la
globalización que se muestre como puro dominio, sino que ha conseguido
introducir en el mundo el poliglotismo interpretativo que ha impedido el
monopolio imperial de la verdad (Vattimo, 1990: 36-56; Vattimo, 1991:
45 y ss)5.
Curiosamente, dicho destino del Ser se identificará en las obras
posteriores (Creer que se cree, El futuro de la religión y De la realidad. Fines)
con un proceso de depotenciación del Ser que dará lugar a la iniciativa
humana, fundamentando así una sociedad solidaria, caritativa e irónica
haciendo cierto, como decía Hölderlin, que «allí donde habita el peligro,
allí habita lo que nos salva». Aquí se inicia la polémica de Vattimo con
K. O. Apel, Habermas y Gadamer. Frente al ideal regulativo kantiano
de una comunicación sin interferencias, o la idea hermenéutica de una
fusión de horizontes que compone una historia efectual que prioriza una
línea humanística como modelo o canon, Vattimo propone una ética de
la interpretación que sería aquella que asume con Nietzsche que «no hay
hechos sino sólo interpretaciones», y esto es una interpretación. No olvidar
el carácter interpretativo de la propia posición es lo que permite iniciar a
Vattimo, releyendo al segundo Heidegger, el del Ereignis y die Sprache, una
depotenciación del Ser como Verwindung de la metafísica. Verwindung es
un término caro a Vattimo porque se opone a la Überwindung que tiene
5 Aquí el posicionamiento de Vattimo entra en conflicto con las interpretaciones vigentes
sobre la sociedad digital y de consumo, concebida como una sociedad de la transparencia,
invasora del espacio privado, al mismo tiempo que da lugar a formas de servidumbre
voluntaria, en las que el individuo se entrega libremente, e inadvertidamente, al control
de esa nueva forma de capitalismo de los big data que ha sido caracterizado como
«capitalismo de la vigilancia» (Han, 2013; Zuboff, 2020).
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para él las connotaciones idealistas de la Aufhebung hegeliana (Vattimo,
1987b: 19-25). La lucha aquí contra Hegel y Kant nos permite entender
muy bien su afirmación de un pensamiento latino opuesto al pensamiento
nórdico protestante, y su reevaluación de Nietzsche como un pensador
neo-barroco.
En esta línea queda claro que esta nueva epoché, —que en realidad
marca un tránsito del nihilismo negativo o reactivo a un nihilismo positivo
o constructivo que sigue al pie de la letra el programa nietzscheano—, la
de la koiné hermenéutica, no es la de un trascendentalismo débil (como
el ensayado por Apel, Habermas o, a su modo, Rawls) que permita
concebirnos como sujetos al margen de lo histórico o, aún menos, creer
que podemos privilegiar una línea de la historia que nos permita concebir
una reconciliación del pensamiento trágico en un domingo del espíritu: la
plasmación reconciliada de interioridad y exterioridad tal como la piensa
el pensamiento especulativo hegeliano. Baste recordar aquí las sugestivas
reflexiones de Vattimo en torno al Andenken heideggeriano como opuesto
a la Erinnerung hegeliana (Vattimo, 1987b: 153-158).
Verwindung quiere decir aquí tanto ‘convalecencia’ como
‘restablecimiento’. Se trata de que la enfermedad inoculada forme parte del
desarrollo del propio sujeto y se integre en él modificando el curso de su
salud. El Ser, tal como había sido entendido en las eras anteriores, aparecía
como un ser trascendente, como un más allá de plenitud y actualidad, de
indiferencia y omnipotencia. Tal es el Dios de los filósofos generado por
la metafísica al que se opondrá el Dios de Jesús como había resaltado el
romanticismo cristiano nórdico. El Ser, en la era del nihilismo, aparece
como interpretación, como lo que se da a pensar en el lenguaje, como lo
que pide ser rememorado e integrado. De aquí que para Vattimo, siguiendo
la interpretación heideggeriana de Schürmann, la filosofía del Ereignis, del
evento apropiador, transpropiador, tenga que ver directamente con esta
historia de mensajes y destinos, con este relampagueo epocal del Ser, que
concita a ser pensado rememorativamente por el Dasein. El Ser ya no es
al margen de su acontecer; tampoco es la historia de su acontecer, sino su
acontecer mismo. Dicha concepción ontoteológica no quiere reducir el Ser
al puro darse, a los hechos, a una visión historicista y positivista, sino a una
peculiar ecúmene hermenéutica en la que el Ser tiene que ser apropiado en
el lenguaje.
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IV. La teología negativa y la concepción KENÓTICA del Ser
Un segundo Vattimo emerge a partir de 1996 con la publicación de su
libro Creer que se cree, que como él mismo declara en su peculiar biografía,
libro escrito con su máximo opositor en la cabeza, Cacciari, intenta girar
su interpretación del pensamiento débil con su retorno al cristianismo
(Vattimo, 1996: 9-29). Resulta un tanto enigmático cómo dicho giro,
sosteniéndose en Nietzsche y Heidegger, máximos críticos del cristianismo,
pueda ser posible. La argumentación de Vattimo está motivada por la lectura
de René Girard sobre la violencia y el chivo expiatorio, y posiblemente, lo
cual se da por sobreentendido, por la herencia de Schleiermacher (Vattimo
1996: 44-49). De René Girard toma la idea de que los hombres en el
ámbito religioso vehiculizan socialmente su violencia descargándola en
un chivo expiatorio. El chivo expiatorio (el ejemplo de las brujas en el
siglo XVI), muestra cómo funciona una psicología social que culpabiliza y
proyecta su malestar sobre una víctima sacrificial expiatoria (Girard, 1986:
21-63)6. La figura de Cristo representa para Girard la culminación de este
mecanismo primitivo donde ahora la víctima sacrificial tiene la pretensión
(al ser de naturaleza divina e inocente) de reabsorber mágicamente toda
la violencia de los pueblos pasados y venideros (Girard, 1986: 130-166).
Para Vattimo, siguiendo en esto la crítica de Nietzsche, plenamente
decimonónica, y vigente hasta el inicio de la década de los sesenta, la historia
de la metafísica es la historia de la violencia. La violencia es congénita
a la fabulación de un mundo de certezas y seguridades, de evidencias y
absolutos, de naturaleza ficcional y metafórica que violenta el mundo de la
vida, de las pasiones y de los afectos, porque, en realidad, nos encontramos
con una interpretación que ha olvidado su carácter interpretativo, de un
sueño que se cree realidad y olvida su naturaleza onírica. El grandísimo
tema de la verdad, como veremos, junto con la libertad, constituyen los
dos grandes motivos de la ontoteología vattimiana. De ahí que Vattimo
sea especialmente sensible a esta lectura de la religiosidad de Girard7 en
6 Baste recordar aquí los intensos y largos comentarios a lo largo del siglo XX sobre la
figura trágica de Antígona. A título ilustrativo véanse las obras de Steiner y Zambrano
sobre la figura de Antígona (Steiner, 1987; Zambrano, 2012).
7 En realidad, Girard está dando vueltas a un tema muy caro al catolicismo, y punto de
conflicto con el luteranismo en su referencia sacramental, y que no es otro que el carácter
sacrificial de las religiones que había sido pospuesto y minusvalorado respecto al potencial
poético-simbólico de las religiones.
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torno a los mecanismos sociales de la violencia (Girard, 2005: 46-76). Pero
Vattimo relee a Girard desde la teología kenótica, sobre todo idealista, para
la que la Encarnación del Verbo es entendida como una renuncia del Verbo
a su divinidad para asumir la condición de Siervo. Esta interpretación,
maximizada y dialectizada en Hegel, acaba entendiendo, como la vieja
teología, el mundo, el cosmos desde su inicio, como la encarnación
del Verbo, como el proceso de abajamiento (Herablassung) de un Jesús
cósmico. Creación y Encarnación se identifican y unifican aquí. Desde
esta concepción Cristo, el Verbo encarnado, el chivo expiatorio que abraza
el mundo desde su inicio hasta su fin, cancela, con esta depotenciación de
su divinidad, toda violencia, que es ejercida de modo ejemplar sobre su
cuerpo cósmico. En una extraña hibridación onto-teo-lógica la historia
del ser aparece aquí como el proceso de nihilización consumado del que
nace un nuevo mundo redimido. La onto-teo-logía ya no es la historia del
Dios omnipotente, Señor del Ser, Cristo-Rey, alfa y omega, en el cual la
Verdad y el Poder se identifican. Aquí el Ser es el que se da, se abaja y sufre
en sí para cancelar y anular toda violencia, toda relación de dominio y
poder humanos. De ahí que la máxima esencial que para Vattimo sintetiza
el cristianismo sea la de la caridad como aquella que niega el recurso a la
violencia cuando se produce la diferencia. Además, la caridad que depone
el recurso a la violencia encarna en sí el ideal de igualdad (Nihilismo y
emancipación, Comunismo hermenéutico) en forma de fraternidad, lo que
supone que en una comunidad hermenéutica los mínimos sean establecidos
por el único criterio hermenéutico claro que es la caridad.
Pero si se hace presente aquí una relectura, en clave de la izquierda
heideggeriana, de la historia del Ser hacia su nihilismo consumado,
también se hace patente la herencia de los orígenes, aquellos donde brillaba
la figura de Schleiermacher, y su ciencia de la adivinación, en la cual la vieja
regla interpretativa bíblica vuelve a iluminar el hecho de que la palabra
bíblica sirve para iluminar, interpretar y curar. Se trata de una pragmática
hermenéutica que quiere establecer un principio valorativo y axiomático
en la aplicación de reglas a la vida.
V. De la realidad: fines de la filosofía
El último paso de la onto-teo-logía vattimiana supone una vuelta de
tuerca que posee un especial interés: la cuestión de la verdad en relación a
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la realidad. La base de esta vuelta de tuerca son las conferencias recogidas
en las Gifford Lectures y en Glasgow donde Vattimo se enfrenta con lo
que, podríamos denominar, un giro epocal (Vattimo, 2013: 23 y ss). Uno
de los grandes enigmas del planteamiento onto-teo-lógico de Vattimo
es qué, quién o cómo marca el inicio de una nueva época en la historia
del Ser. Seguir los hitos heideggerianos, y postular, como hace el propio
Vattimo, la época de una koiné hermenéutica que viene a sustituir el
estructuralismo y el marxismo de los años 60 y 70, o el existencialismo
de posguerra, nos enfrenta con el grave problema de establecer qué marca
cada período histórico-epocal (es fácil entrever, el propio Vattimo lo hace,
que los totalitarismos marcan también una época en la historia del Ser). De
hecho, Vattimo nota un cierto signo de los tiempos en la vuelta, neurótica
dice, al concepto de ‘realidad’8. Su discusión es del máximo interés porque
Vattimo intenta demostrar, en la línea de un recién descubierto Rorty y
el neopragmatimo americano, que toda concepción de la realidad resulta
imposible en un entorno en el cual cualquier aseveración o afirmación
relevante se ve sometida a un paradigma que se encuentra en continuo
cambio. La disolución de los paradigmas científicos, la hiperproducción de
mundos alternativos, nos enfrenta con el grave problema de disolver todo
intento de concepción fuerte de la verdad, ya que vivimos en un mundo
donde la globalización ha producido una hiperinflación de imágenes del
mundo conviviendo juntas.
Si, como ya vimos, la verdad para Vattimo es indisoluble de un revelarse
el evento del Ser en cada época de su historia, para él el paradigma de la
comunidad hermenéutica, o del comunismo hermenéutico, implica que
tan sólo la conciencia de una imposibilidad de la verdad absoluta permite
emerger la regla de la caridad que daría cumplimiento al cristianismo. En
realidad, como se postula ya en La aventura de las diferencias y en Más
allá del sujeto, el Ser como apertura, como origen de la donación y del
darse, lo que inaugura cada época histórica, lo que funda mundo, no se
8 Evidentemente, hay una solapada guerra con otro filósofo italiano, colega suyo de
Turín: Maurizio Ferraris, quien encabezará, en su famosa proclama de un Manifiesto
de un nuevo realismo, a la que se unirá el filósofo alemán, Markus Gabriel. Esta guerra
particular alcanzará dimensión académica internacional bajo la insignia de la lucha
entre posmodernismo y nuevo realismo. En realidad, como se puede ver consultando las
siguientes obras de ambos autores, el nuevo realismo no es tal sino una nueva forma de
posmodernismo redefinido (Ferraris, 2012: 33-62; Gabriel, 2013: 9-24).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Repensando la onto-teo-logía hoy: un diálogo con Gianni Vattimo
183
muestra como un puro darse sin más, ni como un envío o mensaje, sino
con un talante o temple éticos: se depotencia permitiendo la pluralidad
de interpretaciones conflictivas que den lugar a una norma de la caridad y
asumiendo sobre él todo el peso de la violencia9.
De un modo sumamente irónico y divertido, como se ve en las diferencias
entre los planteamientos de Rorty y Vattimo, dicha ecúmene no es sino el
resultado de la impronta del cristianismo en la historia de Occidente. Para
Vattimo nos hemos vuelto tolerantes, solidarios y demócratas por nuestra
herencia cristiana. En esta línea, habría que entender con sumo cuidado
el concepto de secularización10. La secularización no sería el resultado
de la victoria del modernismo liberal sobre el cristianismo eclesiástico,
principalmente católico, sino la realización máxima del cristianismo
evangélico primitivo (Vattimo se remonta a Bultmann y Tillich), per
contrarium.
De este modo se produce la ironía11, como no, de que el cristianismo
vence a sus enemigos allí donde parece totalmente derrotado. Seguramente,
habría mucho que discutir sobre qué entiende Vattimo por amor y por
amor cristiano, sobre sus raíces, sus efectos, su praxiología y etiología.
Seguro que si el amor es tan sólo solidaridad, respeto y libertad, es sin
duda ya mucho, pero aquí podrían tener cabida muchas éticas modernas
y posmodernas, desde el liberalismo al marxismo, y mucho más. También
sería bueno saber qué ocurre con el famoso principio «del amor o caritas
universal», y la problemática fórmula del «amor al enemigo», que incluye
9 Aquí se encuentra el nudo gordiano de la discusión de Vattimo contra el pensamiento de
la diferencia, clave para entender su propio pensamiento. Vattimo, en la línea de Heidegger,
sigue concibiendo epocalmente el Ser, lo cual supone una pauta para la condición humana
en su momento histórico concreto. Nos encontramos con un concepto débil de verdad
y realidad, que rectamente entendido, debe impedir la lucha de todos contra todos en el
ámbito de la pura arbitrariedad o conflicto de las interpretaciones, donde el nihilismo ha
devenido violencia oculta. Verdad y libertad vuelven a hermanarse aquí en una versión
nuevo, irónica y posmoderna, en realidad hiperilustrada, que se opone a la concepción
clásica, medieval, de las conexiones entre verdad y libertad.
10 A modo de ejemplo consúltese la panorámica esbozada por Charles Taylor en su libro
La era secular (Taylor, 2014, 2 vols.).
11 Se nota aquí la impronta de la ironía romántica, que concibe un Dios que se burla de
la apariencia, jugando con ella el juego de la contradicción y la paradoja. Como afirmaba
el propio Yahveh: «Porque mis pensamiento nos son vuestros pensamientos, ni vuestros
caminos mis caminos» (Isaías 55, 8).
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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Fernando Pérez Borbujo
sin duda una concepción heroica de la virtud, superrogatoria dice Agnes
Heller (Heller, 1995: 47-65), y que entendería otra vez el cristianismo en
clave de modelo y copia, o sea, de imitatio Christi, en la que el amor capaz
de cancelar la violencia, toda forma de violencia, se vuelve el principio de
vida de todo creyente, o medio creyente, en una especie de evangelio de la
paz que implica necesariamente la via Crucis.
En cualquier caso resulta evidente de la argumentación de Vattimo que
toda su reflexión final quiere ver en la asunción del nexo verdad-caridad,
que anula el viejo nexo de verdad-poder, una redefinición de la verdad y de
la realidad compatible con la libertad humana y el nuevo concepto epocal
del Ser.
VI. Del Apocalipsis al Nuevo Nacimiento
La prosecución de los principales hitos de la ontoteología vattimiana
nos muestra, a las claras, una Kehre o giro en el pensamiento vattimiano.
Las primeras lecturas meditativas de Nietzsche y Heidegger (desde Essere,
storia e linguaggio in Heidegger hasta Las aventuras de la diferencia) nos
presentan una ontoteología que se enfrenta con la crítica de la metafísica
y el problema del nihilismo. Allí todas las notas sobre la disolución del
sujeto, sobre el problema de la muerte, sobre el desenmascaramiento de la
moral nos hablan del problema del fin y la ausencia de reflexión en torno
a la cuestión del inicio.
Podríamos afirmar que, como se ha dicho del pensamiento débil,
dicho discurso es fundamentalmente deconstructivo y, en cierto modo,
apocalíptico. Intenta leer las señales de los tiempos, interpretar los signos,
definir el tono de una época final. De aquí la ausencia de propuestas
constructivas, de carácter individual o social, o cuando las hay, su carácter
fuertemente utópico e idealista.
Será en un segundo momento, entre El fin de la Modernidad, Las
aventuras de la diferencia y Ética de la interpretación, pero sobre todo en La
sociedad transparente, donde se prepara, siguiendo al segundo Heidegger
del Ereignis, una ética, que luego dará lugar a una relectura de la religión y
a una política. Como el mismo Vattimo subraya en numerosas ocasiones,
de repente la hermenéutica se muestra como una filosofía de praxis
(con sus vertientes ética, religiosa y política, indisolublemente unidas).
Curiosamente, dicha Kehre propicia el reencuentro con la matriz religiosa
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Repensando la onto-teo-logía hoy: un diálogo con Gianni Vattimo
185
originaria del cristianismo releída a la luz del conflicto que mueve y motiva
toda la reflexión vattimiana, en mi opinión: el conflicto entre verdad y
libertad, y la génesis interna de la violencia entre los mismos.
De ahí que su última obra, incluidos sus apéndices, resulte del máximo
interés para la ontoteología vattimiana: el verdadero Nietzsche póstumo es
redescubierto en su retorno schopenhaueriano a una ética de la moderación
y el equilibrio; Heidegger, tras su penosa experiencia con el nazismo y una
exaltación del peligro apocalíptico de la técnica, se abre al silencio de un
Ser que habla en los poetas y los presocráticos, que ilumina el Andenken
y la nueva tarea del pensar; el cristianismo muestra en su dimensión
kenótica, la de un Dios encarnado y sufriente, la renuncia a la violencia
y la imposición a favor de la caridad como regla para una acción que se
encamina a la verdad desde una libertad no castrada; el ser epocal se vuelve
tarea ética para dar voz a los que no la tienen, los silenciados y oprimidos
(los vencidos de la historia contemporánea), a la par que solución para
entender el diálogo interreligioso e intercultural de una sociedad volcada al
conflicto, y cuya resolución no puede ser el diálogo de los que asumen una
posición neutral y simétrica, sino de los que se comprometen y deponen
la violencia sin renunciar a la interpretación propia que no sea hiriente y
violenta para otros.
Si bien, a primera vista, la inversión aparentemente irónica que Vattimo
hace de la máxima evangélica «veritas liberabit vos» (Jn 8, 32), «la verdad
os hará libres», por aquella de «lo que os libera es la Verdad», parece
subjetivar de un modo irresoluble la verdad, desposeyéndola de cualquier
criterio de objetividad o de intersubjetividad (de ahí la siempre presente
crítica de nihilismo estetizante de su obra), quizá una lectura más generosa,
más caritativa tal vez, puede ver qué lejos está, por mucho que el último
Vattimo lo enfatice, la posición neopragmática de un anticlerical, como se
define Rorty, respecto a la de Vattimo (Vattimo, 2013: 24-36). En Vattimo
la verdad es siempre epocal y personal, una extraña combinación de
paradigma comunitario y de aventura personal, en la que más bien se hace
presente otro segundo aserto evangélico para combinar con aquél primero,
siempre malentendido, siempre denostado, también por Nietzsche, quizá
también por Heidegger (quien piensa a lo grande, se equivoca a lo grande),
«la humildad es la verdad». Desde esta perspectiva del humilis, del hijo del
humus, de la Tierra, aquella que es la base viviente, intergeneracional de
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
186
Fernando Pérez Borbujo
toda imagen del mundo, pueda verse un final de la ontoteología vattimiana,
que desde un punto de vista muy diferente, casi contrario en tantas cosas,
se aproxima en ciertos puntos, a la de Hans Jonas.
Si con Nietzsche y Heidegger, los filósofos de la secularización, el
Ser había abandonado su carácter personal pero no su dimensión sacra,
manteniendo siempre la diferencia respecto a los entes, pero sin huella ya
de ningún Ente supremo, creador y redentor, ahora, tras la Verwindung
de la metafísica en Vattimo, el Ser se ha reapropiado de su dimensión
sacra al asumir el roll kenótico del Verbo encarnado. Aquí la onto-teo-logía
no emana de la unión entre physis y nous, tampoco de la identificación
entre espíritu creador y criaturas —aunque cómo olvidar el Geviert
heideggeriano con su revival de dioses y hombres, cielo y tierra; por no
hablar de la definición schellinguiana y hölderliana del Ser como lo más
alto (das Höchste)—, ahora la divinidad, ya no sólo habla en la Naturaleza,
como en Spinoza, sino en la historia. Pero si entendemos bien la propuesta
de Vattimo, el giro radical de la ontoteología vattimiana no radica ya en
que el Ser habla en la historia sino que actúa en ella. Su actuación puede
ser silente y escondida, imperceptible, pero efectiva y pacificadora. Si las
tesis kenóticas son llevadas hasta el final en la argumentación de Vattimo
no podemos sino admitir, como él afirmada repetidas veces en su trayecto
final, un giro radical de la hermenéutica (polarizada desde Gadamer por
la cuestión del lenguaje, y subsidiariamente del arte, íntimamente ligado
a la preocupación ética) hacia la praxis (en sus dimensiones ética, religiosa
y política), donde la iniciativa sigue siendo, como en Heidegger, del Ser.
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188
Fernando Pérez Borbujo
Zuboff, S. (2020): La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por
un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Barcelona: Paidós.
Fernando Pérez Borbujo es Profesor Titular de Filosofía, Facultad de
Humanidades, Universidad Pompeu Fabra. Ha ampliado estudios en Tubinga,
Múnich y Berlín. Es autor, entre otras, de Tres miradas sobre el Quijote: Unamuno,
Ortega, Zambrano (2010), Veredas del espíritu. De Hume a Freud (2007), La otra
orilla de la belleza. En torno al pensamiento de E. Trías (2005) y Schelling. El sistema
de la libertad (2004).
Líneas de investigación:
Su investigación se ha centrado en la filosofía alemana y española de los siglos
XIX y XX, así como en las relaciones hispano-germanas. También de las relaciones
entre ética, política y religión en el pensamiento contemporáneo.
Publicaciones recientes:
- «La crítica de Schelling a Spinoza en el Ensayo sobre la libertad humana»,
Hegel-Schelling, G. Olms (en vías de publicación).
- «El derecho de los animales y la teoría de las capacidades de Marta Nussbaum»
en Filozoofía. Historia filosófica sobre los animales, vol.3, Almadía Ediciones,
Ciudad de México, 2021, 173-213.
- «Hacia una verdadera filosofía del nacimiento. La tetralogía de Fernando
Ojea», Comprendre. Revista Catalana de Filosofía, 22/1, 2020, 113-120.
- «La muerte y el fronterizo. Una aproximación a la filosofía del Límite de
Eugenio Trías», Claridades. Revista de Filosofía, 12/1, 2020, 211-249.
- «El enigma del Quijote en la filosofía española del XX» en FerrolAnálisis.
Revista de Pensamiento y Cultura, vol. 31, 2019, 162-171.
Dirección electrónica: fernando.perez@upf.edu
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
[Reflexiones y comentarios]
El sistema de las ciencias de Kant:
La física y la biología
Kant’s system of the sciences: Physics and Biology
Mario Leonardo Calderón Rosas
Universidad de Maguncia (Alemania)
Recibido: 10.07.2020
Aceptado: 08.10.2020
RESUMEN
En su obra principal Crítica de la razón pura, Kant deja clara su intención de no
solo investigar las cualidades epistemológicas del ser humano, sino también de
fundamentar las ciencias naturales. Principalmente la física y las matemáticas. El
libro Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza continua este proyecto.
En su prólogo se excluye aún más a ambas ciencias, al catalogarlas como las
únicas portadoras de conocimientos sintéticos a priori. Los problemas surgen
con la Crítica del Juicio y su apartado Crítica del Juicio teleológico. Aquí, Kant
intenta legitimar la biología como ciencia natural sin invadir el campo ocupado
por la física matemática. El resultado es una biología que porta conocimientos
necesarios pero que al mismo tiempo no puede brindarnos leyes constitutivas de
la naturaleza. Esta nueva ciencia natural se torna irreconciliable con el sistema de
las ciencias naturales que Kant mismo había planteado en sus libros anteriores.
PALABRAS CLAVE
EPISTEMOLOGÍA; CIENCIAS NATURALES; BIOLOGÍA; FÍSICA
ABSTRACT
In his main work, «Critique of Pure Reason», Kant makes clear his intention to
investigate not only the epistemological qualities of the human being, but also
to lay the foundations of natural sciences. For him, this meant mainly physics
and mathematics. His book «Metaphysical Foundations of Natural Science»
continues this project. In the prologue, both sciences are set apart from the others.
Kant does this by classifying them both as the only sciences capable of carrying
synthetic, necessary, and a priori knowledge. Problems come up in «Critique of
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 189-206.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
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Mario Leonardo Calderón Rosas
Judgment» and his chapter «Critique of Teleological Judgment». Here, Kant tries
to legitimize biology as a natural science without invading the field occupied by
mathematical physics. The result is a biology that carries necessary knowledge
but at the same time cannot supply us with the constituent laws of nature. This
new natural science is irreconcilable with the system of natural sciences that Kant
himself presents in his previous books.
KEYWORDS
EPISTEMOLOGY; NATURAL SCIENCE; BIOLOGY; PHYSICS
I. Introducción
Gerhard Irrlitz, ex profesor de Filosofía en la Universidad de Berlín,
y autor del Manual de Kant, escribió: «Kant estaba convencido de que las
aclaraciones filosóficas de las ciencias naturales eran, ante todo, necesarias
como una cuestión espiritual de honor para los propios científicos»1. Con
esto, Irrlitz no solo describe el interés de Kant por las ciencias naturales,
sino interpreta también la intención de la filosofía crítica del filósofo
prusiano: Explicar y comprobar a través de la filosofía los fundamentos de
las ciencias naturales.
En la Crítica de la Razón Pura, Kant formula el objetivo de su obra:
«¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?»2. Si los juicios
sintéticos a priori son posibles, entonces son posibles la matemática y
las ciencias naturales, considerándolas ciencias puras3. Ya que ambas de
estas disciplinas contienen necesariamente este tipo de juicios. Desde el
principio, Kant dirigió su metafísica (entendida como la investigación
a priori del aparato del conocimiento humano) a la fundamentación de
ambas ciencias (las naturales y las matemáticas). ¿Por qué estas dos ciencias
y no otras? Irrlitz continua la cita anterior: «Porque ellas [estas ciencias
naturales] usan términos que no toman de la observación de la naturaleza,
sino del pensar»4.
Entonces, ¿son estas dos ciencias para Kant las únicas ciencias naturales
verdaderas? ¿Son estas las únicas que nos conducen a un conocimiento
1 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 290.
2 I. Kant: Crítica de la razón pura, B19.
3 Cfr. Ibíd., B20.
4 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 290.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
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seguro? ¿Cómo juzgamos entonces, otras ciencias contemporáneas a
Kant? Como por ejemplo la química y biología. El mismo Kant sostiene:
«Toda doctrina se llama ciencia si es un sistema, es decir, una totalidad del
conocimiento ordenado por principios»5. Estas otras disciplinas científicas
podrían entonces considerarse ciencias verdaderas. Irrlitz opina, que en la
segunda parte de la Crítica del Juicio, llamada Crítica del Juicio teleológico,
Kant intenta responder la pregunta: «Cómo es posible la biología como
ciencia?»6. El problema de la biología, sin embargo, no fue mencionado ni
en la Crítica de la Razón Pura, ni en la Principios metafísicos de la ciencia de
la naturaleza.
¿Cuál es la diferencia entre esta ciencia natural y las otras?, ¿significa
esto, que existen distintos tipos de ciencias naturales? Para responderlo,
se explicará primero el análisis metafísico de la razón presentado por Kant
en la Crítica de la Razón Pura. Luego se aclarará el sistema de las ciencias
que se desprende de esta obra, partiendo de esta misma y del prólogo del
libro Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza. Por último, se
desarrollará el tema de la biología y su explicación a través de la teleología
presentada en la Crítica del Juicio. El resultado será comparado con el
sistema de las ciencias anterior.
II. La investigación de las condiciones a priori de la
posibilidad de la experiencia y el fundamento de la física y
las matemáticas.
Como se ha mencionado antes, la metafísica crítica de Kant analiza
las condiciones a priori de la posibilidad de la experiencia humana.
Estas condiciones están contenidas en el sujeto y estructuran de forma
necesaria nuestra experiencia y, por ende, la naturaleza: la naturaleza es
la que se orienta a la forma del pensamiento. Pero estas estructuras de la
mente existen solo en vista (en relación) a una experiencia posible: «Un
prerrequisito común tanto para la filosofía trascendental como para las
ciencias individuales es que tengan un objeto»7. Estas no son reglas de
5 I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 467.
6 Cfr. G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler,
2002, p. 371.
7 M. Gerhard: De la materia de la ciencia a la ciencia de la materia. La filosofía natural de
Schelling al inicio de la filosofía trascendental de Kant y Fichte y su crítica de una determinClaridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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la realidad, sino leyes que tienen que ser seguidas por objetos posibles
de la experiencia una vez dados. Esta es una característica de la filosofía
trascendental. Kant define «trascendental» de la siguiente manera: «no
todo conocimiento a priori debería ser llamado trascendental (es decir, la
posibilidad del conocimiento o la posibilidad de su uso a priori), sino solo
aquel a través del cual sabemos cuáles y cómo son aplicadas solo ciertas
representaciones (conceptos o intuiciones) a priori, o a través del cual
sabemos cuáles y como son posibles estas»8.
Kant inicia su obra con la diferenciación entre conceptos e intuiciones.
Las intuiciones son entregadas por la sensibilidad y contienen por ello
conocimiento inmediato. Por otro lado, los conceptos son suministrados
por el entendimiento y poseen un conocimiento mediato: La información
sensible de la intuición es sintetizada y pensada en el entendimiento. Estas
dos facultades de representación (es decir, la sensibilidad y el entendimiento)
tienen formas predeterminadas para el procesamiento de sus respectivos
productos. La sensibilidad tiene formas puras de intuiciones, o dos intuiciones
puras: espacio y tiempo. En cambio, el entendimiento tiene doce conceptos
puros del entendimiento (Categorías), que les dan forma a nuestros otros
conceptos normales. Existen cuatro tipos de categorías y cada tipo incluye
tres categorías distintas: Las categorías de la cantidad (unidad, pluralidad,
totalidad), las categorías de la calidad (realidad, negación, limitación), de la
relación (inherencia y subsistencia, causalidad y dependencia, comunidad)
y de la Modalidad (posibilidad e imposibilidad, existencia e inexistencia,
necesidad y contingencia).9
La pregunta de la introducción de la Crítica de la razón pura queda
todavía abierta. Esta es, la pregunta sobre la posibilidad de los juicios
sintéticos a priori. Un juicio puede ser o analítico o sintético: Cualquiera de
los dos juicios afirma un predicado B de un sujeto A. En el caso de un juicio
analítico, el juicio afirma un predicado B que ya se encuentra contenido en
el sujeto A. Estos juicios son siempre a priori: uno no necesita comprobar
su validez con la ayuda de la experiencia. Los juicios analíticos no expanden
nuestro conocimiento. En cambio, un juicio sintético afirma un predicado
ación sistemática de la relación entre naturaleza y razón, Berlin: Ed. Duncker & Hublot,
2002, p. 20.
8 I. Kant: Crítica de la razón pura, B80.
9 Cfr. I. Kant: Crítica de la razón pura, B106.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
193
B que no se encuentra contenido en el sujeto A. Estos juicios son siempre a
posteriori, ya que la experiencia es la esfera que conecta ambos conceptos.
Estos juicios son los que expanden nuestro conocimiento10.
Kant señala, que tanto las matemáticas como también la física,
producen juicios sintéticos a priori, que son siempre necesarios, previos
a la experiencia y expanden nuestro conocimiento. Si existen los juicios
sintéticos a priori, entonces deben de tener su fundamento en nuestra
facultad epistemológica (en las categorías y en el espacio y tiempo), es
decir, en nuestra facultad subjetiva de toda experiencia posible, porque
esta constituye nuestro único conocimiento totalmente a priori: «No
obstante, para que los juicios sintéticos a priori sean posibles, la realidad
objetiva de los objetos de la experiencia posible debe poder atribuirse a una
determinación subjetiva general, de modo que no sólo los objetos de la
experiencia posible, sino también la realidad objetiva de todo conocimiento
posible [...] se dirija hacia el sujeto»11.
De esta forma se torna objetiva la facultad epistemológica subjetiva
del humano: Todo objeto, visto como objeto de una posible experiencia
humana, tiene que ser pensado necesariamente de acuerdo con el tiempo,
espacio y las categorías.
Según Kant, sólo las intuiciones puras (espacio y tiempo) nos suministran
el fundamento para los juicios sintéticos a priori de las Matemáticas. Los
juicios matemáticos son para Kant siempre sintéticos: expanden nuestro
conocimiento y sobrepasan el concepto originario del sujeto. Además,
estos juicios son a priori, porque la experiencia no tiene que ser empleada
para comprobar su validez. Estos juicios sintéticos a priori son posibles,
porque se basan en la medición del espacio y tiempo: «¿Cómo son posibles
las oraciones sintéticas a priori? Es decir, intuiciones puras a priori, espacio y
tiempo, en las que, si queremos ir más allá del concepto dado en un juicio a
priori, nos encontramos con aquello que no se descubre a priori en el concepto,
sino que se descubre a priori en la intuición que le corresponde y con él que se
puede enlazar sintéticamente»12.
10 Cfr. Ibid., B10.
11 M. Gerhard: De la materia de la ciencia a la ciencia de la materia. La filosofía natural de
Schelling al inicio de la filosofía trascendental de Kant y Fichte y su crítica de una determinación sistemática de la relación entre naturaleza y razón, Berlin: Ed. Duncker & Hublot,
2002, pp. 21-22.
12 I. Kant: Crítica de la razón pura, B73.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
194
Mario Leonardo Calderón Rosas
La oración «todo efecto tiene una causa» es un juicio analítico, ya que para
Kant esta es una categoría del entendimiento; y por lo tanto no necesita de
la experiencia para ser comprobada. Esto significa, que nosotros pensamos
necesariamente el concepto de causa una vez que pensamos el concepto
de un efecto. Por otro lado, la oración «Todo suceso tiene una causa» es
un juicio sintético. Pero para Kant, esta afirmación también es un juicio
a priori: no tenemos que ingresar al mundo empírico para comprobarla.
Esto es posible porque la categoría de «Causa y efecto» es esquematizada en
la intuición pura del tiempo con la ayuda de la imaginación trascendental.
Es decir, en nuestra mente unimos de forma necesaria la intuición pura
y los conceptos puros del entendimiento con ayuda de la imaginación
trascendental. En el caso de la causa y efecto, los fenómenos y sus cambios
son percibidos unos después de otros en la serie sucesiva del tiempo13. Así
se piensan los fenómenos en relación con la causa y efecto. Y solo de esta
manera se pueden pensar los fenómenos, como objetos de la experiencia
posible: «Entonces, solo al someter la secuencia de los fenómenos, y en
consecuencia todo cambio, a la ley de causalidad, es la experiencia (es decir
el conocimiento empírico de los fenómenos) posible; en consecuencia,
como objetos de la experiencia, [los fenómenos] sólo son posibles según
esta ley»14. De esta manera son posibles para Kant las premisas principales
de la Física (en la forma de juicios sintéticos a priori).
Todo juicio sintético a priori, visto como fundamento de las ciencias
naturales, solo es posible mientras se base en nuestra facultad epistemológica.
Estas cualidades metafísicas del humano existen solo como cualidades
trascendentales, es decir, existen solo en relación con una experiencia
posible de los objetos. Las matemáticas solo son posibles en la medición de
nuestras formas internas de la intuición. La física solo es posible mediante
la aplicación de nuestros conceptos puros del entendimiento a las formas
puras de la intuición (y de esta manera indirectamente a los fenómenos)
con la ayuda de la imaginación trascendental.
III. El sistema de las ciencias y el lugar privilegiado de la física
El libro Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza fue publicado
por Kant en 1786. La segunda edición de la «Crítica a la razón pura» fue
13 Cfr. Ibíd., B232.
14 I. Kant: Crítica de la razón pura, B234.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
195
publicada recién un año después. Si la Crítica de la razón pura presenta
el método del pensamiento humano, el libro Principios metafísicos de la
ciencia de la naturaleza presenta la aplicación de este método a la realidad.
La física es presentada desde sus fundamentos como ciencia natural. La
tabla de categorías se vincula de forma necesaria a la realidad, uniendo así
también a los principios del entendimiento a las ciencias15:
«La [Crítica de la razón pura] representó la respuesta metafísica a la cuestión de la
posibilidad lógica de las ciencias. Ella dice que los objetos que se nos dan son objetos
‘para nosotros’16 sólo bajo ciertos principios categóricos y pueden articularse de una
manera que caracteriza a las ciencias [...]. A partir de esto, con el requisito de una teoría
de categorías de las ciencias naturales, resulta la tarea de los pasos de especificación
precisos para la física racional (metafísica), para la física matemática y para las ciencias
naturales no matemáticas»17.
El prólogo del libro, sin embargo, trata la naturaleza y las ciencias
naturales en general. Este prólogo describe un sistema de ciencias y explica
el área en el que se aplica cada una de ellas. Kant define la naturaleza
como todos los objetos sensibles: Las cosas que pueden ser objetos de la
experiencia constituyen la naturaleza.18 Una ciencia natural es, entonces,
siempre dependiente de esta presuposición, como afirma Irrlitz: «Todas las
disciplinas especiales están ligadas a la observación objetiva-sensorial del
mundo de los fenómenos»19.
¿Pero, que es para Kant una ciencia? En su libro señala, que una ciencia
es «Cualquier doctrina mientras sea un sistema, es decir, mientras sea un
conjunto de conocimientos ordenados según principios»20. La primera
división que existe en la investigación de la naturaleza es la división entre
objetos del sentido externo y objetos del sentido interno (diferenciación
entre la doctrina del cuerpo y la doctrina del alma)21. Sin importar si
una ciencia estudia el sentido interno o externo, sus principios pueden
15 Cfr. G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler,
2002, p. 288.
16 Comillas en el original.
17 Ibíd., p. 288.
18 Cfr. I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 467.
19 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 288.
20 I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 467.
21 Cfr. Ibíd., AA 04: 467.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
196
Mario Leonardo Calderón Rosas
ser fundamentos de la unión empírica del conocimiento en un todo o de
la unión racional del conocimiento en un todo22. Cuando el sistema del
conocimiento de la ciencia se une en un todo racional, entonces se le llama
a esta parte de la doctrina de la naturaleza «ciencia natural»; si se trata
de un sistema empíricamente ordenado, se le llama entonces «doctrina
histórica de la naturaleza» o «descripción de la naturaleza»23. Al mismo
tiempo, una ciencia natural puede ser una ciencia natural verdadera o falsa
(real o impropio): una ciencia verdadera investiga sus objetos de acuerdo
a principios a priori y una ciencia falsa investiga sus objetos de acuerdo
a principios de la experiencia (Leyes de la experiencia)24. Por ejemplo,
para Kant es la química una ciencia natural racional, porque sigue leyes
del entendimiento en la unión de los conocimientos; sin embargo, esta
no es una verdadera ciencia natural, porque funciona en sus principios
con leyes de la experiencia (sus demostraciones no llevan a una seguridad
necesaria)25: «Por tanto, una ciencia natural racional sólo merece el nombre
de ciencia natural si las leyes naturales en las que se basa se reconocen a
priori y no son meras leyes de la experiencia»26.
¿Por qué tiene entonces la física una posición privilegiada en el sistema
de las ciencias naturales kantiano? Hay dos pasos argumentativos que
justifican esta afirmación: Primero, que toda ciencia natural verdadera tiene
que ser una ciencia matemática. Una ciencia natural a priori (verdadera)
genera conocimiento a partir de los principios de la posibilidad de los
objetos de la naturaleza: «Conocer algo a priori significa conocerlo desde
su mera posibilidad»27. ¿Cómo podemos los humanos conocer a priori la
posibilidad de los objetos de la naturaleza? A través de la tabla de categorías,
es decir, a través de nuestra facultad pura de crear conceptos, solo se nos da
la posibilidad a priori de pensar los objetos: Los conceptos sin intuiciones
son ciegos28. Solo en la sensibilidad puede ser dada la posibilidad pura
del objeto (a través de la intuición pura): «Por tanto, para reconocer la
posibilidad de ciertas cosas naturales y, en consecuencia, reconocerlas a
22 Cfr. I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 467.
23 Cfr. Ibíd., AA 04: 468.
24 Cfr. Ibíd., AA 04: 468.
25 Ibíd., AA 04: 468.
26 Ibíd., AA 04: 468.
27 I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 470.
28 Cfr. I. Kant: Crítica de la razón pura, B75.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
197
priori, todavía se requiere que la intuición correspondiente al concepto se
dé a priori, es decir, que el concepto se construya»29. Una aplicación a priori
de la intuición pura requiere necesariamente una aplicación matemática:
«Las matemáticas son la herramienta más eficiente para transferir la conexión directa
particularizadora con el mundo material a la primera etapa del modelado. A través
de su medio de la llamada intuición pura, es un soporte entre la materialidad interna
(nuestra percepción) y la intelectualidad lógica»30.
Para toda ciencia natural a priori posible, la matemática es el conector
entre la realidad y nuestra facultad de pensar, ella es la que aporta los
principios de la posibilidad de los objetos. Solo en el caso en el que la
matemática sea utilizada, podemos hablar de una aplicación pura de
la ciencia a la naturaleza: «Kant vio las matemáticas en términos de la
disciplina aplicada»31.
Como antes hemos mencionado, las ciencias naturales pueden tratar
el sentido interno o externo. Esto posibilita una doctrina del cuerpo y
una del alma. Lo cual significa que una física racional y una psicología
racional son las únicas posibles verdaderas ciencias naturales. Para Kant es
una ciencia del alma algo imposible, porque esta se basaría en el tiempo, y
este posee tan solo una dimensión. Característica que no aportaría mucho
al conocimiento a priori32. En cambio, el espacio tiene tres dimensiones
que posibilitan la geometría.
Por el contrario, la física racional investiga los objetos corpóreos del
sentido externo, y aplica la tabla de las categorías matemáticamente a
los objetos espaciales. Este es el segundo paso de la argumentación de
Kant: La física es la única ciencia natural posible, que puede ser aplicada
matemáticamente a la realidad. Queda claro entonces, no solo la razón
por la cual la física y la matemática son las únicas ciencias que utilizan
juicios sintéticos a priori; sino también queda clara la razón por la cual
ambas juntas constituyen la física racional como única verdadera ciencia
natural. La ciencia natural matemática o la física matemática no significa
nada más que la aplicación matemática de los principios del entendimiento
29 I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 470.
30 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 293.
31 Ibíd., p. 293.
32 Cfr. I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 471.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
198
Mario Leonardo Calderón Rosas
(las categorías) a la realidad, y por consecuencia a toda la estructura de la
naturaleza.
Otro punto es aún importante. Kant afirma, que en su obra Principios
metafísicos de la ciencia de la naturaleza se puede esperar la absoluta
completitud de las ciencias33. Y no solo esto, sino también que «la integridad
de la metafísica de la naturaleza física (corpórea) se puede esperar con
seguridad»34. La razón de esto es que, en la metafísica de la naturaleza, los
objetos naturales son vistos conforme a sus leyes generales del pensamiento
y no se basan en la información empírica que recibimos de ellos. Solo
existe una tabla de las categorías. Estos son los únicos conceptos puros del
entendimiento existentes que son utilizables por el humano. Por ello, las
leyes producidas en la física matemática (formuladas como juicios sintéticos
a priori) son el único camino al entendimiento a priori de la naturaleza:
la física aplica todas las categorías del entendimiento a la realidad. Los
Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza se estructura en realidad
siguiendo a las distintas disciplinas científicas que han sido derivadas de
las categorías del entendimiento. Irrlitz resume todo esto de la siguiente
manera:
«Los Principios Metafísicos son la continuación directa de la lógica científica de la
Crítica [de la razón pura]. La sistemática de los principios del entendimiento se aplica
ahora a los procesos materiales observables a través de las definiciones de los conceptos
básicos de materia, movimiento, reposo, llenado de espacio, fuerza, etc. de esta llamada física racional. Para ello, Kant se remonta al origen de los principios en la tabla
de categorías. Formalmente, la naturaleza debe pensarse de acuerdo con las cuatro
categorías [...]»35.
IV. La biología como ciencia natural
Si la física ya agota todas las posibilidades de una ciencia corpórea
natural, ¿Cómo es posible que exista aún otra disciplina como la biología
que se considere también ciencia natural? La física ya ocupa el lugar de
una ciencia natural, verdadera y racional, porque utiliza toda la tabla de las
33 Cfr. I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 473.
34 Ibíd., AA 04: 473.
35 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
pp. 293-294.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
199
categorías a la hora de aplicarlas a la intuición a priori. ¿Qué lugar puede
ocupar la biología en el sistema de las ciencias?
Como se mencionó antes, Irrlitz señala que la pregunta acerca de la
posibilidad de la biología como ciencia se intenta responder por Kant en su
crítica a la facultad de juzgar teleológica (Capítulo de la Crítica del Juicio).36
Esta tercera obra crítica de Kant «toma el problema como la temática lógica
de leyes naturales específicas y máximas concretas de comportamiento
situacional»37. En esta obra no se encuentra una investigación de nuestra
completa capacidad epistemológica, así como tampoco se investiga una
facultad entera de la mente humana. Kant escribe solo sobre un tipo
específico de nuestro Juicio38, la llamada «facultad de juzgar reflectiva»
(juicio reflexivo).
A pesar de que el entendimiento sea la principal facultad investigada
en la Crítica de la razón pura, el Juicio trascendental tiene un papel muy
importante a lo largo de la obra. El Juicio trascendental es definido así: «la
capacidad de subsumir bajo reglas, es decir distinguir si algo está sujeto a
una regla dada (casus datae legis) o no»39. El Juicio trascendental posee una
regla universal previamente suministrada por el entendimiento y solo se
concentra en evaluar si un caso particular se encuentra bajo dicha regla. A
partir de la Crítica del Juicio, Kant le llama a este tipo de Juicio la «facultad
de juzgar determinante», contraponiéndolo con la «facultad de juzgar
reflectiva».
En el Juicio reflectivo, lo universal (la regla) no está dado; solo está dado
un (caso) particular40. Este particular es un objeto de la naturaleza que
nos proporciona la intuición. En esos casos, el Juicio reflectivo tiene que
encontrar por sí mismo lo universal: «Además del poder determinante del
Juicio, que piensa lo particular bajo la forma lógica de la generalidad, había
un poder reflectivo del Juicio que no prescribe leyes de la naturaleza, sino
que asciende de lo particular a lo general»41. Los principios que construye
36 Ibíd., p. 371.
37 Ibíd., p. 340.
38 La traducción de los términos en alemán se hace complicada. Entiéndase «Juicio»
como sinónimo de «capacidad de juzgar» (Urteilskraft) y «juicio» como la fórmula lógica
de «A es B» (Urteil).
39 I. Kant: Crítica de la razón pura, B171.
40 Cfr. I. Kant: Crítica del Juicio, AA 05: 179.
41 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002, p. 352.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
200
Mario Leonardo Calderón Rosas
este Juicio no pueden ser reglamentados por la naturaleza misma, porque
estos son tomados partiendo de reflexiones acerca de los fenómenos.
La naturaleza no puede estar constituida por principios derivados de la
observación de ella misma; estos principios regulan, pero no constituyen
la naturaleza. Lo importante es que estos principios son trascendentales,
mas no metafísicos:
«Un principio trascendental es aquel por el cual se presenta a priori la condición
general, bajo la cual las cosas pueden convertirse en objetos de nuestro conocimiento.
Por otro lado, un principio se llama metafísico si presenta la condición a priori bajo
la cual los objetos, cuyo concepto empírico debe ser dado, pueden ser determinados
a priori»42.
A través de los principios del Juicio reflectivo no se puede determinar
a la naturaleza. A pesar de esto, existen objetos naturales que solo pueden
ser pensados por medio de los principios del Juicio reflectivo. Estos objetos
naturales son los organismos (seres vivos).
Para pensar un organismo son completamente necesarios estos
principios regulativos. ¿Por qué? Kant respondería que un organismo no
es posible siguiendo las leyes naturales comunes (estas son las leyes del
entendimiento)43. Un organismo presupone distintos conceptos de la razón
para poder ser entendido. La categoría de causa y efecto no es suficiente
para poder conceptualizar este tipo de fenómeno. Un organismo solo es
posible pensado como un fin44. Irrlitz escribe al respecto: «El Juicio ofrece
sólo principios regulativos, una forma a priori de la formación de reglas,
como si los fenómenos estuvieran ordenados de acuerdo a la finalidad»45.
Esto quiere decir, que las ya descubiertas categorías no alcanzan para poder
conceptualizar estos objetos naturales. Estos fenómenos son más complejos
que los otros fenómenos causales, y evidentemente no se dejan explicar por
la categoría de la causalidad.
«Una cosa existe como fin natural si es [...] causa y efecto de si misma»46.
El hecho de que un fenómeno se presenta como causa de sí mismo es una
42 Cfr. I. Kant: Crítica del Juicio, AA 05: 181.
43 Cfr. Ibíd., AA 05: 369-370.
44 Cfr. Ibíd., AA 05: 369-370.
45 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
pp. 348-349.
46 I. Kant: Crítica del Juicio, AA 05: 370.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
201
alteración fundamental de la filosofía kantiana. Incluso en su obra Crítica
de la razón pura, escribe: «Entonces, cuando experimentamos que algo
sucede, siempre presuponemos que algo precede a lo que sigue de acuerdo
con una regla»47. Este es un juicio sintético a priori, una de las premisas
principales de la física racional.
Siguiendo esta premisa, los fenómenos no pueden ser causas de sí
mismos: según el Juicio determinante, cada consecuencia tiene que tener
fuera de sí una causa, porque así es la ley del entendimiento (por lo tanto,
de las categorías). Pero en estos casos excepcionales se utiliza el Juicio
reflectivo y no el determinante. Un ser vivo (un organismo) solo es pensado
como si fuera causa de sí mismo porque el Juicio considera necesario el uso
de esta nueva regla para entender el fenómeno.
¿De qué manera es el organismo causa de sí mismo? Kant diferencia
entre tres maneras en las que un organismo se genera a sí mismo. Un ser
vivo es causa de sí mismo, en tanto que se observa la especie (el género,
en alemán «Gattung»). Porque los seres organizados se reproducen y son
creadores del nuevo ser generado de su misma especie. Un organismo
también se crea a sí mismo como individuo cuando toma distintas materias
de la naturaleza (como por ejemplo en el alimento) y las transforma para su
propio provecho. A este tipo de auto-creación se le llama «crecimiento»48.
Por otro lado, partes del organismo están generadas de tal manera, que su
conservación es responsable por la conservación de todo el organismo. A
pesar de que estas partes fueron creadas por el todo.
Hay otras dos condiciones, bajo las cuales un objeto natural es juzgado
como un fin natural. Primera: Para que un objeto se considere un fin,
cada una de sus partes deben ser posibles solo en relación con el todo49.
Segundo: La forma del todo y la forma de las partes tienen que causarse
entre ellas recíprocamente. La idea del todo no es la causa material de sus
partes, pero es el principio del conocimiento de las distintas partes: «[La
idea del todo es] la base del conocimiento de la unidad sistemática de la
forma y la conexión de todo lo múltiple contenido en la materia dada»50.
47 I. Kant: Crítica de la razón pura, B240.
48 Cfr. I. Kant: Crítica del Juicio, AA 05: 371.
49 Cfr. Ibid., AA 05: 373.
50 I. Kant: Crítica del Juicio, AA 05: 373.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
202
Mario Leonardo Calderón Rosas
En el pensamiento de un fin natural se juzga al objeto de la siguiente
manera: Las partes son las causas del todo y este es tomado al mismo tiempo
como causa final de las partes, porque es principio del conocimiento de
ellas.
V. Orden de ambas ciencias en un mismo sistema
Los dos fundamentos de la legitimidad de la física racional y la biología
son completamente distintos. A pesar de que ambos tienen su origen en
el Juicio, sus fundamentos residen en dos versiones distintas de la misma
facultad de juzgar.
Kant nunca mencionó en alguna obra previa a la Crítica del Juicio ni a
la biología como ciencia ni al Juicio reflectivo. Después de observar todas
las características que Kant le atribuye al Juicio reflectivo, es curioso que
nunca antes fuese nombrado: «Para la primera Crítica y para la Metafísica
de la Naturaleza de 1786, la naturaleza es mecánica y dinámica»51.
Los organismos de la naturaleza se pueden pensar únicamente con el
Juicio reflectivo. Este es una facultad del pensamiento a priori y, por lo
tanto, parte del sistema de la filosofía trascendental. El Juicio determinante
funciona solo en la aplicación de los principios del entendimiento sobre
la realidad (porque estos principios le brindan al Juicio lo universal): «El
Juicio reflectivo, por otro lado, depende del carácter dado de un objeto,
a pesar de su capacidad para determinar leyes a priori»52. Sin un caso
particular, el Juicio reflectivo no puede llegar a lo universal para formar
un principio. Este nos permite conceptualizar objetos que no podríamos
conceptualizar sin su ayuda: «El principio teleológico es un instrumento
que nos guía desde la finalidad externa hacia leyes aún desconocidas de
causalidad compleja»53.
Por el contrario, el Juicio determinante es responsable por la física
racional. El Juicio determinante utiliza las leyes prescritas del entendimiento
51 G. Irrlitz: Manual de Kant. Vida y trabajo, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 373.
52 M. Gerhard: De la materia de la ciencia a la ciencia de la materia. La filosofía natural de
Schelling al inicio de la filosofía trascendental de Kant y Fichte y su crítica de una determinación sistemática de la relación entre naturaleza y razón, Berlin: Ed. Duncker & Hublot,
2002, p. 26.
53 G. Irrlitz: Kant-Handbuch. Leben und Werk, Stuttgart/Weimar: Ed. J.B. Metzler, 2002,
p. 353.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
203
y subsume los objetos a estos principios. La aplicación de los conceptos
puros del entendimiento a las formas puras de la intuición da como
resultado los juicios sintéticos a priori de la física.
La biología no puede ser considerada una ciencia natural verdadera.
Kant delimitó este tipo de ciencias a una base matemática: Sin una
manera matemática de proceder, no puede haber ciencias naturales
verdaderas. Sin esto, la ciencia no podría determinar la existencia de los
objetos naturales. Si la biología no es ciencia, ¿es entonces parte de la
doctrina histórica de la naturaleza? Pues para Kant, la doctrina histórica
de la naturaleza solo contiene: «nada más que hechos de las cosas naturales
ordenados sistemáticamente»; esta también se divide a su vez en dos
partes: «Nuevamente [dividida] en la descripción de la naturaleza, como
un sistema de clases de la misma [hechos de las cosas naturales] según
similitudes, y la historia natural, como una representación sistemática de la
misma en diferentes tiempos y lugares»54. La doctrina de la historia natural
es en el fondo una presentación de distintos hechos de la naturaleza en
diversas maneras.
La biología presentada en la Crítica del Juicio no pertenece ni a la
primera ni a la segunda versión de la doctrina histórica de la naturaleza.
Esta biología teleológica sí tiene su fundamento en la presencia empírica de
los objetos naturales (los organismos), pero no los ordena de acuerdo con
sus parecidos o sus espacios geográficos. Esta disciplina también tiene su
base en un principio trascendental a priori: en el de la finalidad (en alemán:
«Zweckmäßigkeit»). A pesar de que no puede determinar la existencia
de estos objetos naturales, nos brinda la posibilidad de pensarlos. Y no a
través de una descripción o una presentación sistemática de los objetos,
sino a través del Juicio reflectivo. Este nos da la regla de como tienen que
ser pensados los organismos de la naturaleza: tienen que ser pensados de
acuerdo con la finalidad.
Esto significa, que la biología solo puede considerarse una ciencia falsa
racional. Pero también es problemático considerarla así dentro del sistema
kantiano. Kant afirma, que una ciencia falsa racional construye sus principios
sobre leyes de la experiencia; principios tomados de la observación de los
fenómenos y aclarados por la razón (como, por ejemplo, la química)55.
54 I. Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza, AA 04: 468.
55 Cfr. Ibíd., AA 04: 468.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
204
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El problema con esto, es que tales leyes no portan ninguna necesidad56.
En el Juicio reflectivo, es totalmente necesario pensar los organismos por
medio de la finalidad. Cuando nuestro Juicio encuentra inaplicable las
leyes que le suministra el entendimiento, construye un principio para sí
mismo automáticamente. La finalidad es la forma necesaria de pensar los
organismos vivos.
La teoría de la biología como ciencia propuesta por Kant en su tercera
Crítica, no encuentra un lugar fijo en el sistema de las ciencias descrito
anteriormente en el prólogo de Principios metafísicos de la ciencia de la
naturaleza. La biología no puede considerarse de ninguna manera una
ciencia verdadera: La finalidad no es ninguna categoría del entendimiento,
es un principio creado por nuestro Juicio reflectivo. La finalidad no
determina la constitución de la realidad. De todas maneras, este principio
impone cierta necesidad: prescribe cómo la naturaleza tiene que ser pensada.
Podría ser considerada una ciencia inductiva, porque toma lo particular
de un fenómeno natural. Pero a pesar de esto, uno siempre puede estar
seguro, que este principio será siempre usado y que su conocimiento será
siempre apodíctico. Ya que, para la razón humana, es imposible pensar una
parte de la naturaleza de otra manera que por medio del Juicio reflectivo.
VI. Conclusión
El nivel que se alcanzó en la investigación de las ciencias naturales
durante la época de Kant fue algo impresionante. La mecánica clásica fue
expuesta por Newton por primera vez, y sus conocimientos tenían un
carácter universal. La Crítica de la razón pura construye el fundamento
para la legitimización de esta ciencia. Los Principios metafísicos de la
ciencia de la naturaleza es la continuación de este proyecto. Kant mismo
delimitó el sistema de las ciencias a la hora de situar todo el aparato
del conocimiento humano como el legitimador exclusivo de la física
matemática. O no reconoció el problema de la conceptualización de los
seres vivos organizados, o creyó que la biología era una simple descripción
de los procesos mecánicos y dinámicos.
Esto explicaría, por que la diferenciación entre el Juicio reflectivo y el
determinante recién es mencionada en la última Crítica. La presentada
imposibilidad de poder conceptualizar los seres vivos organizados por
56 Cfr. Ibíd., AA 04: 468.
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El sistema de las ciencias de Kant: La física y la biología
205
medio del entendimiento resulta ser bastante convincente. El argumento
principal es el siguiente: estos objetos naturales no se dejan describir
causalmente. A pesar de esto, surge la pregunta de por qué Kant no intentó
conceptualizar los seres vivos a partir de otra categoría que no sea la causal.
Por ejemplo, con la ayuda de la tercera categoría de la relación (La categoría
de la comunidad).
Al final de esta última Crítica, contemplamos un sistema kantiano de
ciencias, que aparenta estar completo e incluso poseer una estructura lógica
interna. Sin embargo, surgen resultados problemáticos cuando se intentan
ordenar los distintos roles y los distintos lugares que cada ciencia poseería
en aquel sistema. La biología (vista como el resultado del análisis crítico
del Juicio reflectivo) no es ni una ciencia racional verdadera, ni una falsa.
Tampoco es una doctrina histórica de la naturaleza. Es un tipo de ciencia
natural que solo existe, porque la única ciencia verdadera, racional y pura
no es capaz de conceptualizar ciertos objetos naturales.
Referencias bibliográficas
Gerhard, M. (2002): De la materia de la ciencia a la ciencia de la materia.
La filosofía natural de Schelling al inicio de la filosofía trascendental de Kant
y Fichte y su crítica de una determinación sistemática de la relación entre
naturaleza y razón. Berlín: Ed. Duncker y Hublot.
Irrlitz, G. (2002): Manual de Kant. Vida y trabajo. Stuttgart/Weimar:
Ed. J.B. Metzler.
Kant, I. (1998): Crítica de la razón pura. Hamburg: Ed. Felix Meiner.
Kant, I. (1995): Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara, 11a edición.
Traducción de Pedro Rivas.
Kant, I. (2009): Crítica del Juicio. Hamburg: Ed. Felix Meiner.
Kant, I. (1997): Crítica del Juicio. Madrid: Ed. Espasa-Calpe, 7a edición.
Traducción de Manuel García Morente.
Kant, I. (1997): Principios metafísicos de las ciencias de la naturaleza.
Hamburg: Ed. Felix Meiner.
Kant, I. (1989): Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza.
Madrid: Ed. Alianza. Traducción de Carlos Másmela.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
206
Mario Leonardo Calderón Rosas
Mario Leonardo Calderón Rosas estudió Bachiller de Filosofia en la
Universidad de Friburgo, Alemania. Actualmente estudia la maestría en Filosofía
en la ciudad de Maguncia, Alemania.
Líneas de investigación:
Autoconciencia (el Yo) en la Filosofía de Kant y Fichte (Idealismo Alemán).
Dirección electrónica: leonardocalderonr@hotmail.com
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Reflexión y libertad en la teoría
kantiana de la imputación
Reflection and freedom in Kant’s
theory of imputation
Rafael Reyna Fortes*
Universidad Complutense de Madrid (España)
Recibido: 19.03.2020
Aceptado: 09.10.2020
RESUMEN
En este trabajo pretendo mostrar las prestaciones reflexivas que hacen posible
el juicio de imputación en la teoría kantiana sobre la filosofía práctica. En
particular, se busca mostrar cuales son los requerimientos reflexivos en virtud de
los cuales una acción es pensada como libre y no meramente como una causa.
Este momento del juicio de imputación es decisivo ya que permite distinguir las
acciones que son libres de las que no lo son y, por tanto, las que pueden ser objeto
de imputación y las que no.
PALABRAS CLAVE
IMPUTACIÓN; LIBERTAD; REFLEXIÓN; JUICIO
ABSTRACT
In this paper I want to show the reflexive actions that make the imputation
judgement in Kant’s theory on practical philosophy possible. In particular, I want
to show which are the reflexive requirements under which an action is thought
of as free and not merely as a cause. This particular moment of the imputation
judgement is decisive because it enables us to distinguish the actions that are free
from the ones that are not, thus, the actions that can be imputed from the ones
that cannot.
KEYWORDS
IMPUTATION; FREEDOM; REFLECTION; JUDGMENT
___________
*Proyecto UCM PR65/19-22446.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), pp. 207-225.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)
208
Rafael Reyna Fortes
Como a ningún lector atento escapa, distinguir un Kant teórico
de uno práctico no deja de ser, las más de las veces, una mera convención
que debe su origen a la necesidad de parcializar su pensamiento para
poder estudiarlo. Este hecho que, a su vez, permite hacerse una idea de la
magnitud de su pensamiento invita también a reconstruir dicha magnitud
intentando unir los aparentes cabos sueltos de su filosofía. En esta línea,
la doctrina del juicio parece dar la ocasión perfecta para unir no sólo las
dos primeras críticas, sino también éstas, de nuevo, con la tercera. Y es que
el juicio, puesto que no sólo une representaciones entre sí, sino también
sentimientos, es un elemento que sirve de hilo conductor para hilvanar las
tres críticas.
Sin embargo, y aunque resulte paradójico, la acción de juzgar no ha
sido definida por Kant de modo suficientemente claro. Son, en efecto,
no sólo diversas, sino, además, difícilmente reconciliables las definiciones
de tal acción que pueden encontrarse en la obra kantiana. Según Enskat,
la dificultad que presenta la tarea de dar con una definición acotada del
juicio se debe precisamente a que Kant tan sólo toma tales definiciones
como definiciones de trabajo (Arbeitsdefinitionen), es decir, como modos
más o menos amplios y más o menos útiles para el emprendimiento de
una determinada tarea1. Así, sea como fuere, lo que parece claro es que
juzgar es una acción que, como tal, está sometida a leyes. Por medio de
dicha acción no sólo unimos representaciones, sino que, además elevamos
o podemos elevar pretensiones más o menos legítimas de validez al tiempo
que exigimos o no el asenso de otros interlocutores. De hecho, la deducción
trascendental de las categorías examina las pretensiones de validez que
elevamos al realizar una serie de juicios.
Pues bien, la imputación (Zurechnung) o, si se prefiere, el juicio de
imputación (Zurechnungsurteil) conforma uno de esos conceptos que
permiten transitar de la filosofía práctica a la teórica sorteando el pretendido
abismo que se describe en la tercera de las críticas. Sin embargo, la teoría
kantiana de la imputación presenta distintos niveles en los que, a su vez, el
sujeto imputante actúa o juzga de acuerdo a distintas reglas. Así, pueden
distinguirse, siguiendo a Santiago Cordini2, tres niveles: la imputatio facti,
1 Enskat, R.: Urteil und Erfahrung. Erster Teil. Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen,
2015, p. 109
2 Santiago Cordini, N.: «La imputación en Kant: ¿reconoce este autor diversos niveClaridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Reflexión y libertad en la teoría kantiana de la imputación
209
la applicatio legis ad factum y la imputatio iuris. En el primer caso, se vincula
una persona por el hecho cometido por ella; en el segundo, se valora este
hecho de acuerdo con la ley y, en el tercero, se valora a la persona en
conformidad con el hecho ya valorado. Como digo, en cada uno de estos
niveles las prestaciones cognitivas requeridas por el sujeto imputante son
diversas. En este trabajo, empero, me remitiré fundamentalmente a las
relativas al primero de los niveles, esto es, aquel en el que es pensado un
determinado evento como hecho y, consecuentemente, el origen de este
mismo hecho como una persona.
I. Causalidad empírica versus causalidad inteligible
Conviene decir también que parto en este texto de la siguiente
hipótesis: en cada uno de estos niveles la facultad del juicio desarrolla unas
prestaciones muy específicas que permiten, en primer lugar, valorar una
acción como un hecho y a un determinado conjunto de representaciones
como una persona; en segundo lugar, enjuiciar el valor moral de esa
acción y, en tercer y último lugar, considerar a la persona en relación con
esa acción. Esta hipótesis está inspirada en el trabajo de Rainer Enskat
Vernunft und Urteilskraft3, en el que sostiene precisamente que la razón
provee de principios para enjuiciar las máximas, mientras que la facultad
del juicio desarrolla la valoración de esas máximas en conformidad con
esos principios. No se trata, pues, de acuerdo con este estudio, de que la
razón misma mande hacer tal o cual cosa, sino de que, por un lado, ella
provee sola y exclusivamente al hombre de principios y de que, por otro,
es tarea del hombre averiguar cómo y hasta qué punto puede o debe hacer
tal o cual cosa.
Otra distinción que conviene recordar antes de empezar es aquella entre
imputación ética e imputación jurídica. Esta última viene acompañada por
las consecuencias legales y, además, en ella se valora la exterioridad de la
acción en función de si ésta es o no concordante con la ley, es decir, se juzga
su legalidad. Cuando se habla de la exterioridad de la acción no se hace
referencia a la máxima, que sería, por así decir, la descripción de la acción
les de análisis», Revista de derecho de la Universidad Pontifica católica de Valparaíso, 47,
pp. 438-455.
3 Enskat, R.: Vernunft und Urteilskraft. Kant und die kognitiven Voraussetzungen vernünftiger Praxis, Verlag Karls Alber, München, 2018.
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que hace el agente sobre su propio obrar, sino que se quiere dar a entender,
más bien, que lo que es objeto de valoración aquí es solamente la acción
misma, sin considerar el aspecto motivacional del agente4.
Por su parte, la imputación ética valora la máxima de la acción, que,
como tal, sólo es accesible a la conciencia moral del que ejecuta esa acción.
Este tipo de imputación sólo puede ser llevado a cabo o bien por uno
mismo, en la medida en que uno conoce las máximas (y no necesariamente
los móviles, como se verá más adelante) del propio obrar, o bien por Dios,
en la medida en que puede conocer la motivación del agente. Un texto de
gran interés para este aspecto es el apartado que Kant dedica a los deberes
del hombre hacia sí mismo, considerado como su propio juez innato. Allí
Kant plantea un escenario en el que para que uno se impute su propia
acción uno tiene que ser para sí mismo juez, demandante, abogado y
demandado.
En el caso de la imputación jurídica, los que desarrollan esas funciones en
el juicio son personas distintas. Sin embargo, como digo, en la imputación
ética el yo, por así decir, se diversifica en todas esas funciones: podría decirse
que allí son distintos los principios que persigue en su obrar cuando actúa
bajo una guisa u otra. Estas distintas prestaciones no obedecen si no a
distintas flexiones de una y la misma facultad, a saber: la Urteilskraft. Ésta,
como ha desarrollado Kant, no tiene un principio propio, sino que actúa
siempre bajo principios de otra facultad.
4 En línea con esto, Vigo ha señalado lo siguiente: «las normas jurídicas no pueden
ser homologadas, en su pretensión normativa, a las normas genuinamente éticas, ya
que estas últimas no pueden renunciar a la pretensión de normar los motivos subjetivos del obrar de los agentes, sin dejar de ser lo que son, mientras que las normas
jurídicas se caracterizan, precisamente, por no extender su pretensión normativa a la
esfera de las motivaciones subjetivas del obrar» Vigo, A. G.: «Ética y derecho según
Kant», Tópicos, 41, 2011, p. 110. En efecto, allí donde se lleva a cabo una imputación
jurídica lo que se valora es si una acción cae o no bajo una ley como una violación o
una promoción de esta. Que esto sea así obedece a una imposibilidad teórica que sería
la consistente en pensar que allí donde hay una acción exteriormente mala, puede
haber una máxima buena. Dicho en positivo, si hay una acción exteriormente mala,
entonces la máxima sólo podrá ser mala, pero, en cambio, allí donde la acción sea
considerada en su exterioridad como buena, no podrá determinarse con exactitud si
la máxima que le subyace es buena o mala.
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Reflexión y libertad en la teoría kantiana de la imputación
211
II. El juicio de imputación
Comenzaré, pues, haciendo alusión a los requerimientos de carácter
lógico de la acción de imputar: por medio de ésta enlazamos un conjunto
de representaciones pensadas bajo el concepto de un hecho (That) con otro
conjunto de representaciones que es, al mismo tiempo, considerado como
el artífice (Urheber) de ese mismo hecho. En palabras de Kant:
«Imputación en sentido moral es el juicio por medio del cual alguien es considerado
como autor (causa libera) de una acción, que entonces se llama acto (factum) y está
sometida a leyes; si el juicio lleva consigo a su vez las consecuencias jurídicas del acto,
es una imputación judicial, en caso contrario, sólo una imputación dictaminadora»5.
En consecuencia, el sujeto imputa o juzga, es decir, reúne en una
determinada unidad de conciencia los elementos dispersos que constituyen
la materia del juicio. Enfocar de este modo el asunto de la imputación
es, como han señalado diversos intérpretes, lo original del planteamiento
kantiano, es decir, el haber puesto la lupa sobre el sujeto imputante y no
solamente sobre el hecho imputado. No hay, por tanto, que perder de vista
que tales juicios consisten en una acción que es ejecutada por un sujeto
determinado al vincular éste las representaciones antedichas. Podría decirse
que la unidad de la acción de imputar sólo es posible por medio de la
antedicha unión de representaciones por parte de un sujeto.
De este modo, aquellas reglas que hacen legítima la imputación,
entendida ahora, por un lado, como la acción por medio de la cual una
persona es hecha responsable de sus actos como, por otro lado, también
como un determinado enlace de representaciones, dichas reglas –digo– han
de ser pensadas por el sujeto imputante como reglas a satisfacer por éste.
En definitiva, no cabe aislar las prestaciones cognitivas que hacen posible
el juicio de imputación de la acción misma de imputar. Más bien, hay que
entender que si juzgar es una acción y la imputación es un juicio, la unidad
de conciencia en que queda cristalizada la imputación está conformada
por reglas tanto de carácter lógico como también de carácter moral. Más
aún, aquellos requerimientos vinculados a los modos de poder justificar de
manera exitosa una determinada imputación habrán de poder ser pensados
también como exigencias que el sujeto imputante habrá de cumplir para
5 Kant, I.: La metafísica de las costumbres, trad. Cortina, A., Conill Sancho, J. Tecnos,
2008, p. 35.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
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que su acción sea legítima. En otras palabras, una imputación ilegítima
puede ser, a su vez, objeto de otra imputación, esta vez legítima, toda vez
que no sean cumplidos aquellos requerimientos de carácter cognitivo que
posibilitan una imputación. Cabe expresar esto mismo aun de otro modo:
el poder dar cuenta de por qué uno imputa tal acción a tal persona es un
requerimiento cuya satisfacción legitima la acción misma de imputar.
En línea con lo ya dicho, se puede decir que al sujeto imputante le
deben asistir una serie de condiciones epistémicas en virtud de las cuales él
resulta competente para formular un determinado juicio de imputación.
A continuación, pondré la atención en los requerimientos vinculados a
identificar tanto al autor como a la acción transgresora. Tras esto, mostraré
cómo han de cumplirse tales requerimientos en el marco de la imputación
jurídica.
III. La constatación de la libertad y la transgresión de la ley
Así, pues, si nos detenemos en el primer momento del juicio de
imputación, podemos observar que allí el sujeto imputante vincula una
serie de representaciones con el autor y otras con el hecho imputado. El
autor, además, no es simplemente una causa del hecho, como si este fuera
un mero efecto suyo, sino que, más bien, constituye su causa libera. Este
concepto adquiere gran relevancia en el tratamiento de la tercera antinomia.
Allí juegan un importante papel tanto el concepto de imputabilidad
(Zurechnungfähigkeit) como el de causa original.
Este tratamiento resulta, como digo, de vital importancia, puesto que
constituye la condición mínima de la imputación, es decir, la identificación,
no tanto del hecho, como de la persona a la que tal hecho es imputable. Pues
bien, en el marco de la tercera antinomia, como es sabido, Kant pretende
emancipar la causalidad que en el mundo constituye la voluntad humana
de la causalidad empírica. Sin embargo, y como ha señalado Enskat, el
concepto de causalidad del que hace uso Kant es uno y el mismo en ambos
tratamientos6. Esto significa, en definitiva, que las acciones humanas
6 Enskat, R.: Vernunft und Urteilskraft. Kant und die kognitiven Voraussetzungen vernünftiger Praxis. Verlag Karls Alber, München, 2018, pp. 264-265. También en una
línea similar ha señalado Blöser lo siguiente: «Weiterhin legt die Konzeption der Person als handelnde Ursache nahe, ein substanzkausalistisches Modell als Grundlage zu
vermuten. Diesem Modell zufolge besitzen Substanzen Kräfte, die sie dazu befähigen,
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pueden, en cierto sentido, ser identificadas con la causalidad, pero sólo
en la medida en que ellas producen un efecto sobre el mundo. Dentro
del plexo o, si se prefiere, dentro del conjunto de cambios que conforman
el mundo existe una serie de eventos que no pueden ser explicados sin
más por recurso a un estado de cosas anterior. Para poder explicar dichos
eventos es necesario recurrir a un tipo de fundamentación que no puede
ser encontrada en el mundo, sino que debe hallarse en la máxima de un
agente. Piénsese, por ejemplo, en la acción de mentir: ésta no se explica
por referencia a un estado de cosas anterior a la mentira, aunque ello pueda
justificarla en cierta medida, sino que, más bien, la acción de mentir se
debe a un tipo de causalidad que puede ser llamada libre.
Otra diferencia con la causalidad empírica es la siguiente. La relación
entre un estado de cosas anterior y uno posterior, en el caso de la empírica,
es pensada de acuerdo con una ley necesaria que vincula ambos estados
de cosas. Sin embargo, la necesidad que encontramos en el obrar es bien
distinta. Una determinada referencia a un evento anterior no explica, es
decir, no funda, una acción libre, puesto que en ellas el sujeto debe poder
hacer otra cosa de la que de hecho hace. En este sentido, Kant afirma
que quien actúa libremente «juzga que puede hacer algo porque cobra
consciencia de que debe hacerlo y reconoce en su fuero interno esa libertad
que hubiese seguido siéndole desconocida sin la ley moral»7. En efecto,
en la conciencia de todo aquel sujeto que actúa libremente existe, por un
lado, un reconocimiento del deber que le impele a hacer un determinado
acto y, por otro, una conciencia del poder hacer aquello a lo que ese deber
le impele. Así, si no hay posibilidad de hacerlo, no tiene sentido que el
sujeto cobre conciencia que debe hacerlo y, del mismo modo, si cobra
conciencia de que debe hacerlo es, entre cosas, porque puede hacerlo. En
cualquier caso, esa conciencia del deber no determina la voluntad humana
del mismo modo que ocurre con la causalidad empírica, sino que siempre
Ursache zu sein und durch ihr Handeln Veränderungen hervorzubringen. Dass eine
Substanz kausal wirksam ist, hei.t, dass sie ihre Kräfte in Übereinstimmung mit ihrer
Natur und den Umständen aktiv ausübt» Blöser, C: Zurechnung bei Kant, Walter de
Gruyter, Berlin/New York, 2014, p. 15.
7 Kant, I.: Crítica de la Razón práctica, trad. Aramayo, R., Alianza Editorial, Madrid,
2011, pp. 96-97.
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debe poder pensarse la acción libre como un acción posible y no meramente
determinada de acuerdo a una ley necesaria.
Ambos aspectos pueden resumirse en lo siguiente: las acciones libres
no se explican por referencia a un estado de cosas anterior del cual ellas se
siguen necesariamente, sino que en el caso de tales acciones siempre cabría
encontrar lo que Kant denomina su carácter inteligible. En palabras de
Kant:
«La razón es, pues, la condición permanente de todos los actos voluntarios en
que se manifiesta el hombre. Cada uno de ellos se halla predeterminado, ya antes
en el carácter empírico del hombre, ya antes de que acontezca. En relación con el
carácter inteligible –del cual el anterior es sólo el esquema sensible– no hay antes ni
después; cada acto es, independientemente de la relación temporal que guarde con
otros fenómenos, el efecto inmediato del carácter inteligible de la razón pura, la cual
obra, por tanto, libremente sin que haya en la cadena de las causas naturales motivos,
externos o internos, que la precedan en el tiempo y la determinen dinámicamente»8.
Así, pues, para entender en qué consiste el carácter inteligible vale la
analogía con la causalidad empírica sólo en la medida en que la acción
humana, en cuanto que ella posee carácter inteligible, sólo es explicada, es
decir, referida a su fundamento de explicación, cuando se la vincula con su
causa suficiente, es decir, la razón9. En otras palabras, así como la causa de
la rotura de un cristal la buscamos en la piedra que lo ha atravesado, la causa
de una mentira –por seguir con el ejemplo de Kant– no la encontramos en
la concatenación de causas empíricas, sino, más bien, en aquella causa que
es afectada por elementos no empíricos, a saber: la razón.
Así, pues, en la medida en que la causa suficiente o la causa que
explica una determinada acción como lo es la mentira se encuentra en un
determinado agente, éste no puede ser más pensado como una mera causa
física, sino como la causa inteligible de la acción.
8 Kant, I.: Crítica de la Razón Pura (3ª ed.), trad. Ribas, P., Taurus, Madrid, 2010,
p. 476.
9 De particular relevancia es a este mismo respecto la valoración de Hruschcka sobre
las consecuencias inteligibles de la acción humana, es decir, el castigo y la pena. Podría decirse que, así como no tiene sentido castigar a la piedra por haber roto el cristal, tiene sentido castigar al mentiroso. Más aún, a la piedra, en rigor, no se la puede
imputar sino solamente atribuir, cfr. Sharon Byrd, B y Hruschka, J.: Kant’s Doctrine
of Right. A commentary, Cambridge University Press, Cambridge, 2010, pp. 301-306.
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Este primer criterio, además, es solidario con otro que podría llamarse,
como ha hecho Claudia Blöser, la primera causalidad (Erstursachlichkeit)10.
Para poder considerar a un determinado sujeto como autor de un hecho
es necesario que en su acción se origine una concatenación de causas para
la cual dicho sujeto es, podría decirse, causa absoluta o primera. Como ha
señalado Blöser, los juicios de imputación tienen el objetivo de establecer
una relación causal en el mismo tejido causal que constituyen las causas
naturales. Sin embargo, el criterio que el sujeto imputante ha de seguir
cuando busca establecer una imputación es el de que el sujeto en quien
se inicia la acción debe ser la primera causa. Junto a tal criterio, además,
considero que es de no poca importancia advertir que lo que se causa en la
trasgresión o promoción de una ley no es sólo una cadena de causas físicas
imputables también al autor, sino, sobretodo, una serie de consecuencias
de carácter inteligible como lo pueden ser el castigo y la recompensa.
En efecto, siguiendo a Blöser una vez más, es necesario poner de relieve
el hecho incontrovertible de que la acción humana ocurre dentro de un
plexo de relaciones causales y que, al mismo tiempo, no queda explicada
por referencia a ninguno de los miembros que conforman dicho plexo. Sin
embargo, en el juicio de imputación un determinado fragmento de dicho
tejido causal queda enriquecido por elementos que configuran, por así
decir, un marco que, por oposición al que queda descrito por las cadenas
causales, podría llamarse inteligible y que, como tal, está entreverado por
aquellos elementos que pueden funcionar como causas del actuar humano:
razones, impulsos, intereses… etc. Sólo por referencia a este último marco
la acción humana puede ser comprendida.
La relación del autor con el hecho –como hecho suyo–, pues, le es
otorgada al autor junto con el reconocimiento de su personalidad. En otras
palabras, una condición necesaria para poder subsumir a un determinado
sujeto bajo el concepto de autor es el reconocimiento de éste como persona.
En palabras de Kant:
«Persona es el sujeto, cuyas acciones son imputables. La personalidad moral, por
tanto, no es sino la libertad de un ser racional sometido a leyes morales (…) de donde
se sigue que una persona no está sometida a otras leyes que las que se da a sí misma»11.
10 Blöser, C.: Zurechnung bei Kant, Walter de Gruyter, Berlin/New York, 2014, p. 16.
11 Ibidem, p. 30. De modo similar, Kant, I: Crítica de la Razón Pura (3ª ed.), trad.
Ribas, P., Madrid: Taurus, 2010, pp. 409-410.
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Rafael Reyna Fortes
En consecuencia, a la operación subsuntiva por la que un sujeto pasa a
ser considerado persona, operación ésta que se encuentra en la misma base
del juicio de imputación, le subyace una prestación cognitiva en virtud
de la cual un determinado conjunto de representaciones es pensado bajo
el concepto de persona, es decir, como sujeto libre y, en definitiva, como
sometido a las leyes de la libertad. Así, pues, en este primer nivel de la
imputación cabe afirmar, siguiendo los términos del propio Kant, que:
«Aquí no se trata de la pregunta de si debe ser imputado como mérito o demérito,
sino si, en general, debe ser imputado. La imputatio facti se basa en la relación de la
acción con una condición práctica, la condición es práctica en tanto que ella es una
libertad»12.
Esto significa que allí donde se le impute a una persona un determinado
hecho, se debe contar al mismo tiempo con que esa persona reconoce la
transgresión o, como señala Kant, «cuando se conoce previamente la ley en
virtud de la cual pesa sobre ellos una obligación»13, podríamos decir que
conocer la ley moral que uno, según el caso, transgrede o respeta, es tanto
como decir que es libre. En efecto, si la moralidad es la ratio cognoscendi
de la libertad, entonces, ya por el mero hecho de reconocer un deber, se
puede inferir la libertad. Sin embargo, dejando de lado el hecho de que
es imposible explicar la propia libertad, aquí de lo que se trata es de que,
12 Kant, I.: Kant’s gesammelte Schriften, Ak. XXVIII (Powalski), Königlich-Preußischen Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1902 y ss., p. 153.
13 Kant, I.: La metafísica de las costumbres, trad. Cortina, A., Conill Sancho, J., Madrid, Tecnos, 2008, p. 30. A este respecto cabe recordar la distinción kantiana entre
dolo y culpa. Dolo para Kant proviene del Derecho Romano y significa dolo malo, es
decir, conciencia de que la acción constituía una transgresión de la ley. En cambio, con
culpa (Verschuldung) se hace referencia a transgresiones imputadas no dolosas. Aquí se
presentan diversas dificultades tocantes la mayoría de ellas al significado del término
conciencia, entendida ésta como un requerimiento de carácter cognitivo por parte
del agente que realiza una transgresión. Siguiendo a Sánchez Ostiz (Sánchez-Ostiz,
P.: Imputación y teoría del delito. La doctrina kantiana de la imputación y su recepción
en el pensamiento jurídico-penal contemporáneo, Editorial B de F, Buenos Aires, 2008,
pp.150-2), parecería que, si para la imputación se requiriera conciencia del carácter
transgresor de la acción, esto no podría aplicar para la imputación jurídica, pues el
acceso a esa conciencia sólo le es brindado al que ejecuta la acción. Conciencia podría
interpretarse ya como lo requerido para la realización de la acción, ya como el reconocimiento previo de la transgresión como tal.
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a un conjunto de representaciones, en el mismo momento en que son
identificadas como correspondientes a un hombre, ya se lo piensa bajo
la idea de que éste actúa libremente, es decir, según la representación de
leyes14. En palabras de Kant: «Y sin esta libertad, la única que es práctica a priori, no
es posible ninguna ley moral ni una imputación conforme a ella»15.
En cambio, cuando la causa de un determinado evento no es una
persona, entonces se entiende que tal causa es una cosa, en contraposición
a una persona16. Cuestión distinta es la de si la persona imputada estaba
en condiciones de poder hacer ejercicio pleno de su libertad, ya sea por
problemas de carácter psicológico o por la presencia de una coacción.
De este modo, una vez que se piensa un conjunto de representaciones
como un caso de ser humano vale ya el tránsito a la consideración de éste
como actuando según la representación no sólo de una sino también de la
misma legislación a la que tiene acceso el sujeto imputante. Así, pues, en el
trasunto de la consideración de una persona como sujeto imputable se puede
encontrar la presuposición de un actuar de acuerdo con la representación de
leyes. En rigor, no se trata, pues, de que haya que demostrar la libertad de
una persona para poder considerarla imputable, sino que, mas bien, lo que
realmente está en juego aquí es una presuposición que queda establecida
en el momento en que a una persona se le hace responsable de un hecho.
Si no se contara con la libertad de dicha persona, entonces el juicio de
imputación quedaría neutralizado.
Asimismo, cuando el sujeto imputante compara el hecho con la ley
moral y, de tal modo, constata la transgresión (o promoción) de esta última,
ya en ese mismo momento está actuando bajo la consideración del otro
sujeto como causa libera. En otras palabras, reconocer la acción de otro
sujeto como una transgresión (o una promoción) de una ley moral supone
14 A este respecto, a mi juicio, resulta de no poca relevancia la relación de la figura
humana y la moralidad. Ya en el parágrafo 17 de KU Kant vincula la figura humana
con la expresión de lo ético.
15 Kant, I.: Crítica de la Razón práctica, trad. Aramayo, R., Alianza Editorial, Madrid, 2011, pp. 196-197.
16 En una línea similar resulta relevante la distinción entre las dos expresiones «actuar
según leyes» y «actuar según la representación de leyes» presente en la Kant, I.: Fundamentación para una metafísica de las costumbres, trad. Aramayo, R, Alianza Editorial,
Madrid, 2011, pp. 90-91. Para una discusión del significado de estas nociones cfr.
Placencia, L: «Kant y la voluntad como razón práctica», Tópicos 41 (2011), 63-104.
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la consideración de su causa como causa libera. En efecto, si consideramos
un determinado evento como hecho (That) no es posible no vincularlo con
la presencia de una causa libera, es decir, de un autor de ese hecho. Como
ha señalado Sánchez-Ostiz, no existen hechos anónimos.
En definitiva, pensar un sujeto como libre, pensarlo como autor de un
hecho y pensar este mismo hecho como una transgresión o promoción
de una ley son, por decirlo de algún modo, las tres caras de la misma
figura, a saber: el juicio de imputación. De faltar alguna de estas tres
presuposiciones, el juicio de imputación sería, como digo, neutralizado.
Así, pues, dichas condiciones establecen un marco en el que quedan
insertas las representaciones.
Pues bien, la consideración, por un lado, del sujeto como causa libera y,
por otro, la de un determinado evento como transgresión (o promoción)
de una ley moral, acontece, según entiendo, en el marco de un tejido
que podría llamarse reflexivo, pues es en virtud de él que es posible tanto
tipificar un determinado evento de una determinada manera (es decir,
como el caso de una transgresión), como también identificar la causa de
dicho evento como el tipo particular de causa que es la agencia humana.
En términos ahora del propio Kant:
«la imputación interna de un acto, como de un caso que se encuentra bajo la ley,
compete al Juicio (Urteilskraft) que, como principio subjetivo de imputación de la
acción, juzga con fuerza legal si la acción se ha realizado o no como acto»17.
Así, valorar un evento como un acto (o hecho) supone la comparación
de éste con una ley de modo tal que cabría decir que la ley que sirve para
la constitución de la unidad de conciencia del sujeto imputante es la de
la transgresión de la ley moral en cuestión, es decir, la correspondiente a
la acción transgresora. En cambio, la ley que, como modelo de conducta,
permite al sujeto imputante valorar un determinado hecho como una
transgresión es la ley misma.
Siguiendo la distinción realizada por Cordini cabe afirmar que «la norma
de conducta funciona en una doble perspectiva, para el Urheber como
pauta de conducta válida (función prospectiva) y, para el juez o tribunal,
como baremo de medición (función retrospectiva). En este primer juicio de
17 Kant, I.: La metafísica de las costumbres, trad. Cortina, A., Conill Sancho, J., Tecnos, Madrid, 2008, p. 303.
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imputación existe un proceso circular, un ir y venir entre la ley y el hecho»18.
En efecto, entre la representación de los hechos y la ley moral que en tales
hechos se transgrede (o se promociona) hay un momento de valoración
(Beurteilung) en el que se identifica una serie de sucesos como un hecho
y, además, se comprende a este último como el caso de una transgresión
(o una promoción) de una ley. Hay, pues, una serie de presupuestos de
carácter estrictamente cognitivo a la base de la consideración misma de
un sujeto como causa libre que posibilitan la imputación como tal. Tales
presupuestos conllevan una selección o elaboración interpretativa de
representaciones conforme a reglas universales. Como señala Kant en la
metafísica de las costumbres de Vigilantius:
«en la determinación (Ausmittelung) de las circumstanciarum in facto, para encontrar
los momenta in facto es ya necesario (schon nötig) tomar en consideración la ley, puesto
que, si bien la ley todavía no se imputa, contribuye a la plena fijación del factum
mismo»19.
En efecto, para poder fijar un hecho como tal cosa es necesario, por
un lado, el esquema en virtud del cual se piensen en la unidad de un
juicio de imputación el autor como causa libera y su acción como un hecho
suyo, y, por otro lado, es necesaria también una interpretación del caso
particular que tipifique una determinada conducta, haciendo posible así
la aplicación sobre éste del esquema correspondiente. En este tramo, que
discurre desde lo dado hacia la regla general bajo la cual el hecho habrá
de ser pensado, no existen sólo reglas de carácter trascendental, sino que
junto a ellas son también decisivas las de jurisprudencia empírica cuyo uso
correcto manifiesta la competencia o incompetencia del sujeto imputante.
Con palabras del propio Kant en KrV:
«Por eso, un médico, un juez, o un politólogo puede tener en la cabeza muchas
excelentes reglas patológicas, jurídicas o políticas […] y sin embargo, puede errar
fácilmente en la aplicación de ellas, ya sea porque le falte la natural facultad de juzgar
18 Santiago Cordini, N.: «La imputación en Kant: ¿reconoce este autor diversos niveles de análisis», Revista de derecho de la Universidad Pontifica católica de Valparaíso, 47,
p. 440.
19 Kant, I.: Kant’s gesammelte Schriften, Ak. XXVII 2.1. (Metaphysik der Sitten Vigilantius), Königlich-Preußischen Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1902 y ss., p.
563.
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[…] o bien porque no haya sido preparado suficientemente para ese juicio con
ejemplos que aguzan la facultad de juzgar»20.
La destreza, en efecto, en la aplicación de tales reglas es algo que se
le presupone sólo a aquel que está versado con los ejemplos y reconoce
bien las diferencias entre ellos. Esta habilidad, empero, constituye un
requerimiento cognitivo de no poca importancia. Así, aquel que conoce
multitud de ejemplos y discierne con exactitud entre los distintos elementos
que los conforman reviste una habilidad, un dominio de ciertas reglas que
lo hacen competente para ciertas tareas.
Por consiguiente, no es baladí para Kant quién aplique la regla, y ello
en la medida en que sólo a ciertos sujetos les es supuesto un conocimiento
detallado de las reglas que le permiten determinar la relevancia de ciertos
elementos en diversos contextos de valoración. Siguiendo con el ejemplo
del juez, cabría señalar que el conocimiento de casos precedentes y de
toda la tipología que ofrecen los distintos contextos en los que las reglas se
aplican, constituyen para la facultad del juicio una ocasión para agudizarse.
Esta labor de ser capaz de discernir los elementos que permiten identificar
una conducta como una transgresión es lo que, a mi juicio, Kant desarrolla
al tratar «el deber del hombre hacia sí mismo como su propio juez innato»
y lo denomina escrupulosidad. Si bien es cierto que en este apartado de
la MdS Kant tiene en mente la imputación interna y la idea de que la
conciencia moral actúa como un juez supremo, creo que no es menos cierto
señalar que el juez, podría decirse, humano ha de tender asintóticamente al
discernimiento cuidadoso y al establecimiento de los distingos oportunos
en su labor21.
20 Kant, I.: Crítica de la Razón Pura (3ª ed.), trad. Pedro Ribas, Taurus, Madrid, 2010,
p. 180.
21 Esta competencia (Tüchtigkeit), sin embargo, designa una capacidad que uno, si puede
aprenderla, lo hace por medio de ejemplos y, en definitiva, y como se ha dicho ya, por
familiaridad con ciertos contextos. Dicha destreza, evidentemente, sin el conocimiento de
las reglas no tendría valor alguno. Por tanto, cabe señalar que para una correcta imputación es necesario tanto un conocimiento de las reglas que conforman una determinada
imputación, como también una destreza en el dominio de éstas. En otras palabras, cabe
señalar que, junto con el reconocimiento de la obligación de seguir unas ciertas reglas,
es necesaria también una cierta capacidad para valorar los contextos de actuación; y ello,
además, no sólo con vistas a juzgar la acción de otros, sino también la propia acción. Con
palabras de Enskat: «la razón, a la que corresponde en la filosofía de Kant en este sentido
una tarea cognitiva central en la por él llamada praxis racional, ya con vistas a ésta, no es
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Reflexión y libertad en la teoría kantiana de la imputación
221
Esta tarea de lograr estar en claro acerca de las leyes morales y de si las
propias acciones pueden o no ser pensadas como un caso o una trasgresión
de dichas leyes es, según lo visto, una tarea fundamental para la genuina
acción moral. Aunque no es posible tratarlo aquí con la diligencia debida,
me gustaría señalar que de lo que se trata aquí es, ante todo, de una tarea
de carácter epistémico, pues por medio de ella se busca saber si las propias
pueden ser pensadas en concordancia o en oposición a las leyes morales.
Pues bien, dicha tarea corresponde, como he intentado hacer ver, a la
facultad de juzgar reflexionante22, es decir, a la capacidad de discriminar si
una determinada acción cuenta o no como un ejemplo de una determinada
ley moral, puesto que aquí se compara una acción con la ley moral con el
fin de determinar si dicha acción constituye o no una trasgresión de una
ley moral. En otros términos, se pasa de la representación de una acción a
la representación general que constituye la ley moral. Y es que al pensar la
acción de un hombre y al pensar dicha acción en concordancia u oposición
con la ley moral, la libertad es, por así decir, un supuesto fundamental sin
el cual no sería posible articular un juicio de imputación. Dicho de otra
autosuficiente. Ella es, más bien, una facultad del juicio agudizada por la experiencia» Enskat, R.: Vernunft und Urteilskraft. Kant und die kognitiven Voraussetzungen vernünftiger
Praxis. Verlag Karls Alber, München, 2018, p. 18.
22 Esta es una de las nociones claves de la tercera de las críticas que, por motivos de brevedad, no me es permitido tratar aquí. Como es sabido, Kant realizó dos introducciones
a la Crítica del Juicio y en cada una de ellas redactó de manera algo distinta la distinción
entre juicio determinante y juicio reflexionante (cf. Allison, H. E.: Kant’s Theory of Taste.
A Reading of the Critique of Aesthetic Judgment. Cambridge University Press, Cambridge,
2001, pp. 43-64). Entiendo, por mi parte, en este texto por reflexión la acción por medio
de la cual se parte de una representación singular hacia una general, es decir: una prestación reflexiva es aquella gracias a la cual se busca un concepto, una idea general, bajo la
cual habrá de ser pensado un determinado caso. Aplicado a este contexto, entiendo que
la idea de libertad es reflexiva cuando digo que se parte, para comprender la agencia racional, de la acción determinada de un ser racional, en primera instancia, y hacia la idea
general de libertad, en última instancia. Se trata, pues, de un proceso en virtud del cual
para pensar una determinada serie de representaciones se recurre a otra que, como tal, no
comparece, pero que vertebra la subsunción, en este caso, 1) del sujeto bajo el concepto
de autor, 2) del efecto bajo el de hecho y 3) el de una determinada acción como una trasgresión o promoción de una ley moral. Una comprensión similar del papel que juegan las
prestaciones reflexivas puede encontrarse en: Vigo, A. G.: «Determinación y reflexión»,
Anuario Filosófico, vol. III, 37 (2004) 791 y Wieland, W: Urteil und Gefühl. Vandenhoeck
& Ruprecht, Göttingen, 2001, pp. 344-62.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
222
Rafael Reyna Fortes
manera, las acciones morales son debidamente juzgadas como genuinas
acciones morales si y sólo si son pensadas como estando bajo las leyes de la
libertad que no son otras, como haré ver muy brevemente a continuación,
que las leyes morales.
IV. Nota sobre el reconocimiento libertad como condición
de posibilidad del juicio de imputación
Antes de avanzar con la conclusión me gustaría poner de relieve el peso
específico que tiene el reconocimiento de la libertad en el agente en las
primeras fases del juicio de imputación. En efecto, a la distinción entre
causalidad empírica y libre le subyace, como he intentado mostrar, el
hecho de que a la segunda no le antecede ningún estado de cosas del que
se siga necesariamente. Más bien, lo que precede a la causa libre y lo que,
en definitiva, pone las condiciones de posibilidad de la imputación, es el
hecho mismo de que el agente obra de manera que no está determinado
por aspectos de raigambre empírica. En otros términos, la razón suficiente
del actuar humano la da una determinada valoración que está atravesada
por aspectos, sí, de carácter empírico (como puede ser el caso de los
beneficios que recabaría un sujeto al realizar una acción), pero también de
carácter trascendental y que, como tales, remiten a la ley moral. Actuar de
modo libre y actuar bajo la observancia de la ley moral son, para Kant, dos
sentidos de una misma realidad. La autonomía del agente no es otra cosa
que el hecho de que éste puede (y, además, debe) actuar de acuerdo con las
leyes morales que él, como sujeto moral, se da a sí mismo. Ahora bien, este
«darse a sí mismo las reglas» o autonomía es algo que está presupuesto en
todo agente racional (y no sólo en el humano23).
Así, reconocer la libertad del sujeto imputado no es otra cosa que
reconocer el hecho de que él actúa bajo las mismas leyes bajo las que actúa el
sujeto imputante. De este modo cabe entender por qué el reconocimiento
de la libertad es condición de posibilidad del juicio mismo de imputación.
En efecto, como se ha visto ya, la imputación no es otra cosa que un juicio
en el que una acción es pensada como una trasgresión (o promoción) de
23 En efecto, el alcance de la ley moral llega, como Kant señala en el tercer capítulo de la
Fundamentación, a todo ser racional y no sólo para los hombres, cfr. Kant, I.: Fundamentación para una metafísica de las costumbres, trad. Aramayo, R., Alianza Editorial, Madrid,
2011, pp. 142-143.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Reflexión y libertad en la teoría kantiana de la imputación
223
una ley moral. En las dos primeras fases de este juicio (la imputatio facti
y la applicatio legis ad factum24) el sujeto imputado pasa, primero, a ser
considerado autor de un hecho, y luego, en la segunda fase, ese «hecho»
es comparado con la ley moral. Ahora bien, la legitimación, deducción
o, si se prefiere, el alegato para justificar estas dos primeras fases se basa
precisamente en que el sujeto mismo es reconocido como operando bajo
la ley moral. En otras palabras: para que un sujeto pueda ser imputado es
necesario que éste sea pensado como libre. Ahora bien, si no se entendiera
por libertad precisamente lo que entiende Kant, es decir, el estar actuando
bajo leyes universales que todo sujeto racional se da a sí mismo (como podría
ser el caso si se pensara la libertad en términos de mera espontaneidad),
entonces, no cabría alcanzar la applicatio legis ad factum, puesto que no
habría razón para comparar la máxima que ha seguido el autor del hecho
con la ley moral universal. Ahora bien, precisamente porque bajo la idea
de libertad no se piensa otra cosa que la autonomía y, al mismo tiempo,
bajo ésta no se piensa otra cosa que el hecho de uno se da a sí mismo la
ley universal para su propio obrar, es legítimo que, una vez que uno es
considerado como libre, la máxima de su acción sea comparada con la ley
moral.
V. Conclusión
Para concluir, dado que este trabajo todavía puede ser, si lo merece,
objeto de muchas ampliaciones, me gustaría señalar solamente lo siguiente:
el reconocimiento de la libertad del agente no es necesario en ningún
tramo del juicio de imputación, sino que se trata de una operación que se
encuentra a la misma base de, al menos, las dos primeras etapas del proceso
de imputación.
En efecto, en la imputatio facti, es decir, al considerar el efecto causado
por el agente como un hecho y al agente como su autor, la presuposición de
la libertad funge como la instancia en virtud de la cual la máxima del agente
es tomada como la causa inteligible y suficiente de la acción. Se interpreta,
pues, al sujeto como un agente racional y, en último término, como agente
24 De la tercera de las fases, es decir, la adscripción de la pena o, más en general, de las
consecuencias inteligibles de la acción se ocupa la teoría del castigo. Para un estudio
pormenorizado de ésta, cfr. Sharon Byrd, B. y Hruschka, J.: Kant’s Doctrine of Right. A
commentary, Cambridge University Press, Cambridge, 2010, pp. 301-307.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
224
Rafael Reyna Fortes
libre cuando se le atribuye un tipo de acción. De este modo, cabe decir que
pensar un determinado agente como libre equivale a tomar la máxima de
éste como la razón explicativa o causa inteligible de la acción. Por su parte,
en la applicatio legis ad factum, el reconocimiento de la libertad opera de
otra manera, pues allí, se considera la acción en su posible concordancia u
oposición a la ley moral universal, es decir, tomando en consideración que
el hecho de que el sujeto, como ser racional, es obligado por la conciencia
moral.
En ambos casos, considero que la idea de la libertad o, mejor dicho,
el reconocimiento de la libertad en el agente hace posible el juicio de
imputación sin constituir, sin embargo, ninguno de sus momentos. Es
esta una característica propia de las prestaciones reflexivas tal y como la
desarrolla Kant en la tercera de las críticas. En efecto, se trata de una idea
que, sin estar presente en un juicio como un concepto, hace posible el
mismo juicio.
Referencias bibliográficas
Allison, H. E.: Kant’s Theory of Taste. A Reading of the Critique of Aesthetic
Judgment. Cambridge: Cambridge University Press, 2001.
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Enskat, R.: Urteil und Erfahrung. Erster Teil. Göttingen: Vandenhoeck
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Enskat, R.: Vernunft und Urteilskraft. Kant und die kognitiven
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Sánchez-Ostiz, P.: Imputación y teoría del delito. La doctrina kantiana de
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Santiago Cordini, N.: «La imputación en Kant: ¿reconoce este autor
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Sharon Byrd, B. y Hruschka, J.: Kant’s Doctrine of Right. A commentary.
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Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
Reflexión y libertad en la teoría kantiana de la imputación
225
Kant, I.: La metafísica de las costumbres, trad. Cortina, A., Conill Sancho,
J. Madrid: Tecnos 2008.
Kant, I.: Crítica de la Razón Pura (3ª ed.), trad. Pedro Ribas. Madrid:
Taurus, 2010.
Kant, I.: Crítica de la Razón práctica, trad. Roberto Aramayo. Madrid:
Alianza Editorial, 2011.
Kant, I.: Fundamentación para una metafísica de las costumbres, trad.
Roberto Aramayo, Madrid: Alianza Editorial, 2010.
Kant, I.: Kant’s gesammelte Schriften, ed. Königlich-Preußischen
Akademie der Wissenschaften. Berlin, 1902 y ss.
Vigo, A.: «Ética y derecho según Kant» en: Tópicos, 41, 2011, pp. 105158.
Wieland, W.: Urteil und Gefuühl. Göttingen: Vandenhoeck &
Ruprecht, 2001.
Rafael Reyna Fortes es Doctor por la Universidad de Navarra en 2019.
Ha realizado dos estancias posdoctorales en Martin Luther Universität Halle
(Alemania) y Università degli Studi de Genova (Italia).
Líneas de investigación:
Filosofía moderna y el pensamiento de Kant. Ontología kantiana en relación
con las Analogías de la Experiencia de la Crítica de la Razón Pura.
Publicaciones recientes:
- Unidad conceptual y síntesis objetiva en Kant, Hildesheim: Georg Olms
Verlag, 2021.
- «Lo discreto y lo continuo en las metafísicas de Suárez y Kant», en Con-textos
kantianos, International Journal of Philosophy, [S.l.], n. 11, p. 160-175, jun. 2020.
- La evolución hacia el criticismo, Madrid: Ápeiron Ediciones, 2020.
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Fernando Gilabert, Universidad de Sevilla
Fernando Pérez-Borbujo, Universidad Pompeu Fabra
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Jacobo Zábalo, Universidad Pompeu Fabra
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José Ignacio Galparsoro Ruiz, Universidad del País Vasco
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José Morales Fabero, UNED
José Ordóñez García, Universidad de Sevilla
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L
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Miguel Ángel Rivero Gómez, Universidad de Sevilla
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Ricardo Parellada, Universidad Complutense de Madrid
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234
I
a. Sistema de cita en el texto: la revista usa el estilo Harvard.
Para las citas en el texto se empleará el sistema autor-año (autor, año:
página): Por ejemplo: (Ortega y Gasset, 1914: 30).
Para las referencias bibliográficas finales:
Libros: Arendt, H. (1958): The human condition. Chicago: The University of Chicago Press.
Artículos de revistas: Paz, L. (2019): «La naturaleza hermenéutica de la
experiencia corporal y del fenómeno del dolor según Heidegger», Claridades, 11, pp. 187-211.
Capítulos de libro: Kuhn, T.S. (1970): «Logic of Discovery or Psychology of Research?», en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.), Criticism and the
Growth of Knowledge. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 1-24.
Documentos electrónicos: Morin, E. [en línea]: «La epistemología de la complejidad», en Gazeta de Antropología 20 (2004) (trad. José
L.
Solana),
http://www.ugr.es/~pwlac/G20_02Edgar_Morin.html
[Consultado: 26/12/2006]
b. Sistema tradicional con citas a pie de página: en el estilo Harvard el
listado de referencias al final del trabajo debe ordenarse alfabéticamente
por autor. El formato Harvard requiere que los títulos de libros, revistas,
enciclopedias, diarios, etc. sean destacados con cursiva.
En libros: G. H. Mead, Mind, self and society, Chicago: University of
Chicago Press, 1934.
En artículos de revistas: B. Kaplan, «Radical metaphor, aesthetic, and
the origin of language», Review of Existential Psychology and Psychiatry 2
(1962), 7584.
En capítulos de libros: R. Jakobson, «Aphasia as a linguistic problem»,
en H. Werner (ed.), On expressive language, Worcester: Clark University
Press, 1955, pp. 6981.
Las Referencias bibliográficas deberán presentarse en un listado final con
el siguiente formato:
Libros: Arendt, H. (1958): The human condition. Chicago: The
University of Chicago Press.
Artículos de revistas: Paz, L. (2019): «La naturaleza hermenéutica de la
experiencia corporal y del fenómeno del dolor según Heidegger», Claridades,
11, pp. 187-211.
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021)
I
235
Capítulos de libro: Kuhn, T.S. (1970): «Logic of Discovery or Psychology
of Research?», en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.), Criticism and the Growth
of Knowledge. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 1-24.
Documentos electrónicos: Morin, E. [en línea]: «La epistemología
de la complejidad», en Gazeta de Antropología 20 (2004) (trad. José
L.
Solana),
http://www.ugr.es/~pwlac/G20_02Edgar_Morin.html
[Consultado: 26/12/2006]
c. Casos especiales. Autores clásicos se citarán siguiendo ediciones
canónicas. Algunos ejemplos:
En el texto: (Plat. Rep. 1.328e) / Al final: Platón (1903): Platonis Opera,
ed. John Burnet. Oxford: University Press.
En el texto: (Aristot. Met. 1.987b) / Al final: Aristóteles (1924): Aristotle’s
Metaphysics, ed. W.D. Ross. Oxford: Clarendon Press.
En el texto: (HGA 2: 35) / Al final: Heidegger, M. (1927); Sein und
Zeit, en HGA 2, Frankfurt am Main: Klostermann.
En el texto: (Ethica I, def. 1) / Al final: Spinoza, B.
(1677): Ethica ordine geometrico demonstrata, en Baruch de Spinoza Opera,
ed. De Carl Gebhardt Heidelberg: Carl Winters, [1925].
En el texto: (Meditationes de Prima Philosophia, AT VIII: 86) / Al
final: Descartes, R. (1641): Meditationes de Prima Philosophia, en Oeuvres
de Descartes, ed. De Charles Adam y Paul Tannery, Paris: Librairie
Philosophique J. Vrin [1973].
En el texto: (SW, VII: 360) / Al final: Schelling, F. W. J. (1809): [1856]
Philosohpische Untersuchungen über das Wesen der menschlichen Freiheit
und die damit zusammenhängenden Gegenstände, en Sämtliche Werke ed. de
K.F.A. Schelling, Cotta: Stuttgart [1860].
11. Los autores y autoras deberán aceptar nuestro código ético, y se
comprometen a enviar sólo artículos originales.
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ESTADÍSTICAS
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Artículos aceptados como Estudios: 7 (54%)
Artículos rechazados como Estudios: 6 (46%)
Trabajos en otras secciones: 2
Trabajos de autores internacionales: 4 (44%)
Trabajos de autores nacionales: 5 (56%)
Trabajos que han necesitado revisión: 8 (89%)
Claridades. Revista de filosofía 13/1 (2021), p. 237.
ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009
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