Desorden político. Inflación y devaluación: el denario
y el antoniniano en el siglo III d. C.
Carlos CRESPO PÉREZ
Doctorando-UCM
In memoriam Vicente Crespo Gómez
S.T.T.L
INTRODUCCIÓN
Los desórdenes políticos que caracterizaron el siglo III d. C. en Roma estuvieron alimentados
por dos grupos de causas principales: las luchas intestinas para alcanzar el trono imperial, por una parte
y las dirigidas a consolidarlo en clave dinástica, y por otra, la necesidad de atender los requerimientos
de una sociedad que acusaba profundas transformaciones acumuladas desde mediados del siglo I d. C.
Costes militares, administrativos, logísticos y de mecenazgo finalista, se suman a los derivados de la
compra de voluntades en los ámbitos más próximos al poder. Todo ello se refleja en la necesidad de un
flujo continuo de numerario acuñado en oro y plata.
En una época donde no existe la política financiera entendida en el sentido contemporáneo del
término, y la única posibilidad real de actuar sobre la Economía del Estado es la política económica
monetaria parafiscal, la solución consistente en la adulteración por ley, principalmente, de la moneda de
plata, lleva consigo su degradación, su devaluación y la aparición de un escenario persistente de
inflación galopante, retroalimentados por una secuencia de reformas legales bienintencionadas, pero
desconocedoras del comportamiento de la economía real y sus principios fundamentales. Es decir, los
intentos de estabilización sólo produjeron, ya a corto plazo, una precarización de las condiciones de
vida de la población, consolidando un modelo social fuertemente polarizado por la riqueza, frente a los
siglos precedentes, y punto de partida de la sociedad tardoantigua y altomedieval en Europa occidental.
Este trabajo aborda este fenómeno en su origen, desarrollo, alcance y consecuencias en relación con la
evolución del Imperio en el siglo III d. C.
I – EL FUNDAMENTO. DEMASIADO GRANDE, DEMASIADO COMPLEJO
A mediados del pasado siglo Ludwig von Bertalanffy1 formuló los principios generales de la
Este artículo se corresponde con la ponencia presentada el 19 de noviembre de 2015 en Madrid, en el XIII Coloquio
de la AIER Crisis en Roma y soluciones desde el poder (18-20 de noviembre de 2015).
1
Bertalanffy, L. von «An Outline of General System Theory», British Journal for the Philosophy of Science 1, 1950,
pp.139-164; General System Theory. Foundations, Development, Applications. George Brazillier (ed.), New York, 1968.
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Teoría General de Sistemas. Obviando las necesarias adaptaciones y perfeccionamiento de dicha teoría
hasta la fecha presente puede afirmarse que el imperio romano encaja a la perfección con el ciclo de
vida de los entes complejos que definía este autor. En este caso, los imperios nacen, crecen, se
multiplican al alcanzar una madurez y terminan por desaparecer. En sus inicios los ingresos de recursos
fruto de su expansión permiten compensar los gastos de su propio metabolismo, pero, con tiempo
suficiente, no es posible mantener una expansión contínua que aporte un número creciente de recursos
ante un igualmente creciente tamaño y complejidad. A partir de ese momento, sus propios gastos
terminan ahogando su funcionamiento, provocando primero la necesaria mengua y, en última instancia,
su colapso final. Y eso es exactamente lo que puede observarse para Roma. Desde inicios del siglo III a.
C. hasta el principado de Trajano es, esencialmente expansivo. Desde ese momento hasta la muerte de
Septimio Severo comienza una fase evidente de estancamiento recesivo. El siglo III d. C. y hasta la
muerte de Constantino I es un momento de manifiesto estancamiento, seguido de una fase de claro cariz
recesivo hasta la muerte de Teodosio I. El siglo V d. C. escenifica el colapso y su disolución política en
occidente. Puede resumirse, rememorando las advertencias de Augusto, que el imperio es demasiado
grande y demasiado complejo2.
II – LA
GESTACIÓN DE LA CRISIS. EL CONTEXTO SOCIOPOLÍTICO DE LOS
ANTONINOS A LOS SEVEROS (161 A 211 d. C.)
El periodo historiográficamente conocido como «crisis del siglo III» tiene sus fundamentos en
un conjunto de factores cuya acción tiende a coincidir en ese tiempo, pero cuyo punto de partida ha de
buscarse necesariamente en los siglos precedentes, y que se manifiesta ya de forma evidente en la
segunda mitad del siglo II. Por una parte la gestión de la alteridad en relación con el proceso
romanizador, que si bien favorece la consolidación del imperio como estructura sociopolítica, tiene
como contrapartida la transformación de su base social. Los “romanos” del siglo III, lo serán
jurídicamente hablando, pero no sociológicamente, y ello lleva aparejado un coste derivado de todas las
dificultades que conlleva gobernar a una masa heterogénea, que ya no es primariamente itálica, en todos
los momentos de tensión generados por diversas causas (guerras, epidemias, crisis alimentarias, pérdida
de confianza en los panteones clásicos estatales, etc)3. Por otra parte, la devaluación del prestigio de la
figura imperial y su familia, y el coste asociado a su defensa y revigorización. Todo ello iba aunado al
creciente aumento del gasto militar aparejado al manteniento y el control de las fronteras, en detrimento
2
Vid. Tainter, J.A. The Collapse of Complex Societies, Cambridge University Press, 1988.
3
Vid. Alföldy, G. «VI. La crisis del Imperio romano en el siglo III y la sociedad romana» en Nueva historia social de
Roma (Versión española de la 4ª ed. Alemana completamente revisada y actualizada), Historia y Geografía, nº229,
Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2012, p. 245; Halsall, G. La migraciones bárbaras y el occidente romano, 376-568
(versión en español del original en inglés de Cambridge University Press de 2007), Universitat de València, 2012, pp. 87-88.
2
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principalmente del ciudadano y del municipio4, y a los gastos directos e indirectos provocados por las
variaciones climáticas, que desde finales del siglo II hasta finales del VI, se caracterizan por un
descenso acusado, y con oscilaciones muy irregulares, de la temperatura media, así como de un
incremento de la pluviosidad en Europa occidental5.
Todos estos factores no concurrieron necesariamente en todos los territorios del imperio, ni en el
mismo momento con la misma intensidad, pero, en su conjunto, lo harían en mayor o menor medida en
una buena parte de esos territorios, a lo largo de más de un siglo, por lo que su efecto global combinado
agotó los recursos de un Estado que ya no fue capaz de crecer más para obtener nuevos recursos
suficientes que lo hicieran sostenible. La Pax Antonina se iba a tornar en una herencia envenenada para
los sucesores.
III – RES PUBLICA OPRESSA. LOS AÑOS DE HIERRO (235-285 d. C.)
El periodo compredido entre los principados de Maximino I Tracio y Diocleciano es el que
mejor manifiesta los síntomas de estancamiento, donde se perdió casi lo mismo que se ganó, se
evacuaron territorios imposibles ya de sostener, los emperadores disfrutaron de principados muy cortos,
alcanzando el poder y perdiéndolo mayoritariamente de forma violenta y casi todos ellos fracasaron en
su intento de establecer dinastías duraderas, ayudando con ello a degradar la imagen del emperador. La
crisis de identidad dió alas a los nuevos cultos, basados en un consolador trascendentalismo de
ultratumba, y provocó en algunos casos, como el Cristianismo6, la reacción desde el poder a lo que se
consideraba que podía mermar más aún la identidad romana y del Estado7. Todo ello, se trasmitió a la
economía, que por primera vez desde Nerón se vió abocada a aceptar el fraude de Estado en la
amonedación de metales preciosos, en un intento de paliar la escasez de estos, manteniendo el volumen
necesario de numerario para sostener la economía en todos sus segmentos. Roma volvió a vivir una
situación de Res Publica Opressa8.
IV – LA ESTRATIFICACIÓN DE LA CRISIS: CRISIS GLOBAL, CRISIS PARCIALES
Y… ¿CRISIS?
4
Vid. Alföldy, G. op. cit., pp. 235-291; Jones, A. H. M. A History of the Later Roman Empire. A Social, Economic and
Administrative Survey. The Johns Hopkins University Press, 1986; Rostovtzeff, M. «XI. El imperio romano durante el periodo
de la anarquía militar» en Historia social y económica del imperio romano II, (Versión en español de la segunda edición de la
segunda edición en inglés de Oxford University Press de 1957), Colección Austral, 433, 1998, pp. 1005-1076.
5
Vid. Tegel, W.; Büntgen, U. et alii «2500 Years of European Climate Variability and Human Susceptibility», Science
331, 13-01-2011, pp. 578-582; Comellas J.L. Historia de los cambios climáticos, RIALP, Madrid, 2011, pp.154-162; Reichoff,
J.H. Historia natural del último milenio, Frankfurt, 2007, entre otros.
6
Vid. González Salinero, R. Las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano. Una aproximación crítica.
Signifer, monografías y estudios de la antigüedad griega y romana, nº 15, Madrid, 2005.
7
8
Vid. Alföldy, G. op. cit., pp..243-245.
Cfr. Herod. Hist. 7.3.5 y 7.4.1.
3
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“Crisis” es un concepto amplio y, esencial y tendencialmente estadístico. Implica
transformación, cambio, pero también decadencia y recesión sobre un modelo previo y en un proceso
sin soluciones de continuidad9. Eso significa que al igual que los factores que lo provocan, como hemos
mencionado, tampoco se manifestó con igual intensidad en todo el territorio del imperio. Si bien es
verdad que, como entidad política y en su conjunto, la crisis del siglo III debe entenderse como
estancamiento e inicio de una recesión, la desaparición del Principado y la progresiva emergencia del
Dominado, no es menos verdad que no todas las regiones del imperio la vivieron bajo los mismos
efectos. En este sentido, podemos hacer bueno el modelo general de equilibrios puntuados de la teoría
evolutiva, aplicada aquí a las entidades políticas, introducido por S. J. Gould y N. Eldredge10.
Atendiendo a este modelo, debemos diferenciar, de mayor a menor impacto, territorios que sufren su
evacuación o abandono definitivo del intento de controlarlos a lo largo del siglo III (Agri Decumates,
Dacia, Mesopotamia); territorios que reciben los mayores impactos de la presiones fronterizas por parte
de germanos, sármatas y persas (Retia, Noricum, Pannonia, Moesia, Oriente); Italia, que sufre las
continuas evoluciones derivadas de los sucesos danubianos y galos; territorios casi al margen de los
acontecimientos (Lusitania); territorios que viven momentos fugaces de cierto esplendor, consecuencia
de su separación temporal del territorio imperial (Galias, Palmira); y territorios donde más que crisis en
sentido negativo, puede hablarse sin tapujos de siglo de oro, como es el caso del Norte de África11.
Estos fenómenos diferenciados se manifiestan sin duda en la numismática, afectando a la calidad de las
acuñaciones y a su factura.
V – LOS INTENTOS DE SOLUCIÓN DESDE EL PODER. LAS REFORMAS POLÍTICAS,
ADMINISTRATIVAS, MILITARES Y RELIGIOSAS
La evidencia del agotamiento del Estado y de los efectos negativos que todos los factores
expuestos suponían para el imperio movió a los príncipes a numerosos intentos de reversión de dicha
situación, una buena parte de ellos con nulo o escaso éxito. Las razones de ello estaban ínsitas en la
propia coyuntura que hacía de sus mandatos breves y convulsos interludios en los que cualquier acción
real de calado quedaba fácilmente inaplicada de hecho o incompleta y, por tanto, ineficaz. La
reconstitución de la figura del Princeps en Dominus y las reformas adminsitrativas deberían esperar a
Diocleciano para ver sus frutos. Las reformas militares, especialmente las de Gallieno12, transformaron
el ejército manipular altoimperial en un ejército móvil, más eficaz contra los enemigos del imperio, y en
otro de carácter estático, fronterizo, y a la larga muy vinculado a su territorio. Las de Diocleciano
9
Vid. Alföldy, G. op. cit., pp.236-240.
10
Vid. la cita y comparativa del modelo en Devilliers, C.; Chaline, J. La teoría de la evolución. Estado de la cuestión a
la luz de los conocimientos científicos actuales (traducción al español de la edición francesa de Bordas, París, 1989), Akal,
Madrid, 1993, pp. 224-231.
11
12
Halsall, G. op. cit.., pp. 95-111.
Blois L. de The Policy of the Emperor Gallienus, Ed. Brill, Leiden, 1976.
4
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mutarían definitivamente el modelo de ejército altoimperial por el bajoimperial13. Todos estos cambios
supusieron incrementos considerables de los costes del Estado14. Administrativamente, la
multiplicación de cargos cortesanos15 disparó los gastos directos, así como los indirectos y los debidos a
la corrupción, que encontró un buen sustrato en ello. Militarmente, también elevó dichos costes, con un
incrememento apreciable de oficialidad más diversa y, a la larga con un número de unidades nuevas, no
derivadas del desmembramiento de las antiguas legiones, sino de nuevo cuño, tanto en la Pars Orientis
como en la Pars Occidentis16. Es decir, que el imperio consiguió sobrevivir y renovarse a corto plazo
desde finales del siglo III gracias a estas reformas, pero pronto sintió el peso económico y la ineficacia
en la gestión real de recursos que ello implicaba17, en dretimento todo de la población y del municipio18.
13
Vid. Cascarino, G., Sansilvestri, C. L'esercito romano. Armamento e organizzazione, Vol. III - Dal III secolo alla fine
dell'Impero d'Occidente, Rimini, Il Cerchio, 2009.
14
En tiempos de los Severos, y para «Caracalla», Dion Casio da buena cuenta del incremento de donativos y de los
gastos asociados al ejército. Cfr. Dion 78.9.
15
Vid. Halsall, G. op. cit., pp. 93-94.
16
Tradicionalmente ha existido una controversia relativa al incremento real de efectivos y cargos militares desde el
siglo III al V d. C. A favor de cifras elevadas vid. Treadgold, W. Byzantium and Its Army, 284-1081, Stanford University Press,
1995, pp. 44-45, 49-50, 59; Jones, A.H.M. The Later Roman Empire 284-602: A Social, Economic and Administrative Survey,
vol II, Basil Blackwell Ed., Oxford, 1964, p. 683; Heather, P. The Fall of the Roman Empire: A New History of Rome and the
Barbarians, Oxford University Press, 2005, p. 63, entre otros. A favor de cifras revisadas a la baja, vid. Goldsworthy, A. The
complete Army, Times&Hudson, London, 2003, pp. 144-145; MacMullen, R. «How Big was the Roman Army?», Klio, 62,
1980, p. 454; Coello, T. Unit Sizes in the Late Roman Army, British Archaeological Reports, International Series 645. Tempus
Reparatum Ed., Oxford, 1996, p. 51; Mattingly, D. An Imperial Possession: Britain in the Roman Empire, Penguin Books Ed.,
London, 2006, p. 239, entre otros. Actualmente, combinando la exégesis de los textos antiguos (principalmente Amiano
Marcelino, Zosimo y la Notitia Dignitatum) con los hallazgos facilitados por la Arqueología a lo largo y ancho del territorio del
imperio, se acepta que los efectivos aumentaron en torno a un 33% durante el dominado de Diocleciano, y hasta el 40% con
Constantino I, para sufrir posteriormente un retroceso de en torno a un 10% hacia comienzos del siglo V. Igualmente, se estima
un incremento neto del número de mandos militares, aunque en muchos casos las fuentes son esquivas a la hora de determinar
una comparativa en términos salariales. De ellas parecería detectarse que el salario individual decrece con el tiempo, aunque el
número de oficiales crezca. Al mismo tiempo hay que considerar el descenso de población, que comienza ser patente a partir de
finales del último tercio del siglo III d. C.; es decir, que hay que tomar en consideración el número de efectivos en relación a la
población total, de cuya riqueza se sufragaba el gasto militar. Vid. Goldsworthy, A. op. cit. p. 202; Jones, A.H.M., op. cit., pp.
526, 610, 634, 636-640; Elton, H. Warfare in Roman Europe, AD 350–425, Oxford University Press, 1996, pp. 91, 100-101. Por
otra parte, también hay que considerar la multiplicación de donativos a los rangos militares, no necesariamente altos mandos.
Vid. Alföldy, G. op. cit., pp.257-260. Cf. ILAlg I 2203 y AE 1989, 830, monumento funerario de un legionario veterano en su
natal Madaura.
17
Vid. Kuhoff, W. Diokletian und die Epoche der Tetrarchie. Das r̈mische Reich zwischen Krisenbeẅltigung und
Neuaufbau (284–313 n.Chr.), Frankfurt am Main, 2001, pp. 543 y ss.
18
Vid. Pérez Zurita, A. D. La Edilidad y las élites locales en la Hispania romana. La proyección de una magistratura
de Roma a la Administración Municipal, Secretariado de publicaciones de la Universidad de Sevilla-Servicio de publicaciones
de la Universidad de Córdoba, Sevilla, 2011, pp. 469-473. Este autor integra en su investigación la visión gradualista del proceso
de crisis, sin obviar, no obstante, el hecho de que a partir del siglo III d. C., la institución municipal romana inicia un proceso
progresivo de decadencia sin solución de continuidad hasta el año 476 d. C. y tiempos tardoantiguos. En la misma corriente del
gradualismo aunque menos inclinados a admitir esa decadencia, vid. Bravo, G. «La otra cara de la crisis: el cambio social» en
Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos III y IV d. C.), Madrid, 1993, pp. 153-160; «¿Revolución en la Antigüedad
Tardía? Un problema historiográfico en D. Placido Suárez.; F. J. Moreno Arrastio; L. A. Ruiz Cabrero (coords.) Necedad,
sabiduría y verdad: el legado de Juan Cascajero, Gerión, vol. extra, 2007, pp. 481-487; Witschel, C. «Hispania en el siglo II» en
J. Andreu Pintado; I. Rodá de Llanza (eds.), Hispania. Las provincias hispanas en el mundo romano, Documenta 11, Tarragona,
2009, pp. 473-503. En relación con la transformación municipal, vid. Chelotti, M. «Transformazione del ceto dirigente di
Canosa alla luce dell’albo dei decurione del 223 D.C.» en E. Melchor Gil; A. D. Pérez Zurita; J. F. Rodríguez Neila (eds.)
Senados municipales y decuriones en el occidente romano, Secretariado de publicaciones de la Universidad de Sevilla-Servicio
de publicaciones de la Universidad de Córdoba, Sevilla, 2013, pp. 375-388. Al margen de la consideración del gradualismo
implícito en la transformación del imperio, es manifiesto que toda su estructura, política y social se resintió considerablemente
desde el siglo III d. C., llegando a su desaparición material como Estado y ente político en occidente en el siglo V d. C. Esta
conclusión es de muy difícil rebatimiento a luz de los hechos conocidos y, si bien toda evolución, todo cambio, puede ser
definido como transformación, o más etimológicamente purista, como «crisis», no es menos cierto que dicha consideración no
puede enmascarar el hecho de que los cambios unas veces son a mejor, y otras, como el caso que ahora se aborda, evidentemente
a peor. La «crisis» del siglo III d. C., globalmente entendida en todos sus parámetros, fue negativa para el imperio.
5
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Las reformas religiosas, intentaron reforzar igualmente al Princeps, con cultos oficiales
monoteístas, como el del Sol Invictus19, así como se persiguió al Cristianismo por considerarlo enemigo
del Estado al no ceder ni reconocer los elementos que reconocían en el emperador el Estado mismo
mediante rituales religiosos y que se habían instituido como columna vertebral de la reforma. Estas
persecuciones devinieron ineficaces, bien por falta de tiempo necesario para su implantación completa,
como en el caso de Decio, bien por no resultar ya eficaces desde un punto de vista sociológico, en el
seno de una sociedad romana transformada.
VI – LAS PRIMERAS REFORMAS MONETARIAS DEL SIGLO III d. C.
Los reveses y el incremento de los gastos imperiales tuvo una consecuencia demoledora: la
carencia de metales preciosos en cuantía suficiente como para mantener ley, talla y volumen de las
emisiones que hasta ese momento existían20. Ya en el año 64 d. C. Nerón, acuciado por la mengua del
tesoro imperial, fruto en buena medida de las liberalidades cortesanas, y de los esfuerzos bélicos,
introdujo un concepto hasta ese momento inédito: la adulteración oficial de la moneda, incrementando
el premio del Estado a costa de reducir la cantidad de metal noble por encima de los porcentajes
razonables asociados a ese señoreaje, manteniendo, claro ésta, el valor facial de las piezas21. Esta acción
era inédita por cuanto desde las primeras acuñaciones griegas, la moneda era un elemento imbuido no
sólo de valor económico, sino también religioso. Adulterar la moneda, bien falsificándola, bien
alterando sus características, se convertía así en un delito de la más alta gravedad, un delito contra el
Estado emisor, único monopolista de las acuñaciones, y que se condenaba con las penas asociadas al
crimen maiestatis22. El hecho de que fuera el emperador, es decir, el Estado, el que impulsara la
19
Vid. Halsberghe, G. H. The Cult of Sol Invictus, E. J. Brill. Leiden, 1972.
20
Butcher, K., Ponting, M. «The Beginning of the End? The Denarius in the Second Century». The Numismatic
Chronicle 172, London, 2012, pp. 63-83; Guey, J. «L'aloi du denier romain de 177 à 211 après J.-C. étude descriptive». Revue
numismatique 6e série nº 4, 1962, pp. 73-140.
21
Vid. De la Hoz Montoya, J. Perspectivas económicas del reinado de Nerón: producción monetaria y suministro de
metales (tesis doctoral defendida en 2009), pp. 249-484; «Oro y plata en la política monetaria de Nerón» en A. S. Marina; G. D.
Merola (coords.) Interventi Imperiali en campo económico e sociale. Da Augusto al Tardoantico, Edipuglia s.r.l., 2009, pp. 97120.
22
Tal y como queda definido por Ulpiano en Dig. 48.4.1.1. Con tradición helenística, la pena en época romana
republicana queda de manifiesto en la Lex Cornelia de falsis de 81 a. C., que castigaba a quien falsificase moneda con el
destierro, si era libre, y con la muerte si era esclavo. Los castigos continuaron siendo elevados hasta el final del imperio en la
Pars Occidentis. La postura oficial es que no podía haber entendimiento entre administración en las oficinas de acuñación y
falsificadores. La fundición (equivalente a adulteración) de moneda se castigaba en tiempos de Constantino I en CTh 9.21.3 (326
d. C.); en los de Constancio II, CTh 9.21.6 (349 d. C.); con Constancio II y Juliano, CTh 9.23.1 (356 d. C.); con Valentiniano I y
Valente, CTh 9.21.1 y C.Iust. 11.11.2 (371 d. C.) y con Valentiniano II, Teodosio y Arcadio, CTh 9.21.9 (389 d. C.) y CTh
9.21.10 (393 d. C.). Los falsificadores eran culpables de crimen de maiestatis, y podían ser torturados para que delatasen a sus
cómplices y condenados a la pena de ser quemados vivos, CTh 9.24.1 (321 d. C.), ofreciendo una recompensa al que los
denunciase, CTh 9.24.2 (329 d. C.). Se citan maiestatis laesae o deminutae en Dig. 48.4, 5-7 y en Amm. Marc. 21.16, 9 y 28.1,
11. Existía también un delito atenuado consistente en que los trabajadores de las oficinas de acuñación se acuñaran para sí
moneda con los cuños públicos oficiales con los quen trabajaban, o bien hurtaran moneda ya acuñada. Esto no se consideraba
falsificación sino un hurto de moneda aproximado al hurto de peculado. Cfr. Dig. 48.13.8. Para diferenciar la actividades
directamente relacionadas con la moneda, CTh 9.21.3 y CTh 9.21.7 legislan los cambios oficiales de moneda y distinguen entre
argentarii, que pierden sus actividades de cambistas a favor de los nummularii, a los que se les aplican las penas expuestas en
caso de fraude en sus actividades. De Rebus Bellicis dedica su capítulo 4 al fraude monetario y su remedio: De Reb. Bell. 3.1, en
6
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adulteración de oficio resultaba revolucionario y, lo que es peor, abría la puerta a un mecanismo
parafiscal con efectos extremadamente perniciosos para la sociedad, como pronto se va a abordar, a
falta de otras medidas más elaboradas de políticas económica y financiera del Estado. De esta forma, el
denario adulterado de Nerón tras la reforma monetaria del 64 d. C., con un 90% de plata y un peso de
3,41 g (1/96 libras), se iba a convertir en el primero23 y, anecdóticamente en la referencia de pureza para
las reformas del siglo III d. C24. Tal era degradación a la que se había llevado a la moneda de plata, por
abuso de esta práctica y derivado de la profunda crisis acumulada, desde aquel principado hasta
comienzos de ese siglo.
A – LA REFORMA DE ANTONINO «CARACALLA»: EL ANTONINIANO (215 d. C.)
La primera gran reforma monetaria del siglo III fue la de Antonino «Caracalla»25 e iba destinada
a recuperar la moneda de plata. Sin abandonar el denario, este emperador marcó el patrón de la reforma
de 64 d. C. de Nerón como modelo para él, es decir, una ley del 90% de plata y una talla de 1/96 libras
(3,41 g)26. No obstante, reforzó esta especie acuñando una nueva moneda: el antoniniano definida
nominalmente como un doble denario27 e identificado con los atributos que desde la implantación del
dupondio en el siglo I d. C. se utilizaban para los múltiplos dobles: corona radiada para los emperadores
y creciente lunar en la base del busto representado para las emperatrices. A pesar de esta definición, el
antoniniano nace como un nuevo fraude monetario de Estado, ya que pese a ese valor nominal, su peso
real es de 1/64 libras (5,07 g), es decir, 1,5 denarios y una ley del 55% de plata, totalmente alejada del
90%. Hasta hace muy poco tiempo ha existido debate sobre si esta diferencia era realmente un fraude o
si el antoniniano se creó realmente como pieza de 1,5 denarios28. Actualmente, la mayor parte de los
autores se decantan por lo primero, ya que parece más coherente si se tiene en cuenta, además, su baja
ley frente al estándar que decía representar, y que por mera aplicación de la Ley de Gresham, la hubiera
sacado de la circulación en un plazo de tiempo muy breve, lo cual es contrario a lo que se ha certificado.
los que cita modos de desfiguración de la moneda, más que de su adulteración de ley y talla, en línea con lo contemplado en Dig.
48.13.8.
23
Butcher, K.; Ponting, M. «The denarius in the first century», en N. Holmes. (ed.), Proceedings of the XIV
International Numismatic Congress-Glasgow 2009, 2011, pp. 557-568.
24
Sear, D. R. Roman Coins and Their Values Volume III The Third Century Crisis and Recovery AD 235-285, Spink &
Son Ltd., 2005, pp. 21-23 y ss.
25
He obviado aquí la reforma introducida por Septimio Severo sobre el denario y en relación con los motivos de
representación de la familia impetrial y la propaganda política, a comienzos del siglo III d. C., por su menor impacto y por
razones de espacio material. No obstante, su intención era similar a las que se están documentando: regenerar el denario y reflejar
la nueva orientación de la política imperial. Vid. Gitler, H.; Ponting, M. «The silver coinage of Septimius Severus and his Family
(AD 193-211). A Study of the Chemical Composition of the Roman and Eastern Issues», Galux, vol 16, Milan, 2003, pp. 375397.
26
Y con un valor de cambio nominal según el patrón de época augustea. Cfr. DioCass 55.12.4.
27
Dion Casio establece claramente que esta moneda era de calidad inferior, denominándola « ί δη ον αὶ τὸ
ἀρ ύρ ον» (moneda de plata inferior). Cfr. DioCass 78.14.4.
28
La tesis metrológica antigua, fue defendida por autores como Sydenham E.A. Roman Monetary System. Part II.
Numismatic Chronicle. 4th Series, vol. XIX, 1919, pp. 52-55, reforzando sus argumentaciones en trabajos previos de Oman y
Mattingly, y oponiéndose a la consideración de denario binio que le asiganaba Mommsen. Hoy esta argumentación se considera
errada y sólo es defendida por corrientes minoritarias.
7
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Por otra parte, estos valores, los más altos, correspondieron esencialmente a sus mejores cotas,
ya que, abierta la posibilidad de degradar este tipo de moneda, a medida que escaseó el metal noble29, la
redujo en cincuenta años a una moneda degradada con menos de un 5% de plata o, directamene, de
cobre. Esta degradación comenzó a notarse ya en el propio principado de «Caracalla». Debido a su
carácter, con una fuerte carga política, el antoniniano dejó de acuñarse temporalmente bajo los
principados de Heliogábalo, Alejandro Severo y Maximino Tracio, recuperándose en los de Pupieno y
Balbino en el 238 d. C., con el mismo patrón con el que fue creado. A partir del principado de Filipo el
Árabe, el denario fue definitivamente sustituido por el antoniniano como moneda de plata. Fue
recuperado muy brevemente por Aureliano en torno al 271 d. C., con escasa producción y calidad,
quedando reducido desde entonces a una mera moneda de cobre y de cuenta hasta la reforma de
Constantino I.
En cuanto al áureo, moneda de oro, este César aumentó su talla de 1/45 a 1/50 libras (por tanto,
redujo su peso de 7,27 g del estándar neroniano, a 6,54 g,, manteniendo la ley en el 90%. También
acuñará áureos binios (dobles), eso sí, no muy abundantes, con el criterio de representación antes
apuntado. Ésta será la tendencia de la moneda de oro. Conservará muy buena factura, salvo en la
segunda mitad del principado de Gallieno, en el que la emisión descontrolada de múltiplos y
submúltiplos generó cierta inestabilidad temporal30. Se mantendrá su ley en torno al 90% de oro y se irá
aumentando la talla hasta dejarlo reducido en 4,55 g, peso que definirá a su sucesor, el sólido, desde
Constantino I en adelante, sin variaciones apreciables desde entonces.
Figura 1. Denario y Antoninano de Antonino «Caracalla» (R.I.C. 4a-254 y R.I.C. 4a-258) y Antoniniano de Julia
Domna (R.I.C. 4a-388ª [de Caracalla]).
29
El propio «Caracalla» no dudó en incluir nuevas remesas de plata derivadas de la damnatio memoriae aplicada a
Geta, que incluía la fundición de todas sus monedas, conjungando así ambos aspectos: dotación de todas las fuentes posibles de
suministro la utilización política en la lucha por el poder. Cfr. DioCass 78.12.6.
30
Alejandro Severo procederá a reorganizar las emisiones desmonetizando las numerosas e irregulares acuñaciones de
múltiplos que dispuso Heliogábalo. Cfr. SHA (Elio Lampridio) Alex. Sev 29.
8
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 2. Relación y evolución de cecas imperiales en el siglo III d. C.
9
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
B – LA REFORMA DE TRAJANO DECIO: EL DOBLE SESTERCIO (249-251 d. C.)
Decio mostró atención por la moneda fiduciaria. Al igual que había ocurrido con el denario, las
monedas de bronce, cobre u oricalco (excepcional), habían sufrido una fuerte mengua en su talla. Del
peso original del sestercio uncial (27,2 g) del siglo I d. C., en el siglo III se había reducido a menos de
15g. Su flan, normalmente en torno a 4 mm, también había sufrido una rebaja a 3 mm e incluso 2,5
mm, que lo confundían casi con el primitivo as. Se llegaban a acuñar dos tipos de series, de gran
módulo, emulando al antiguo, y de pequeño módulo. El dupondio casi había desaparecido. Decio centró
su reforma en recuperar la moneda fiduciaria como base de la moneda de Estado, tanto por ser la
referencia de cuenta como por el inmejorable espacio que estas grandes monedas ofrecían en su flan
para plasmar los motivos de la propaganda política imperial, en un momento que urgía de la atención de
los príncipes. Por ello, el emperador creo el doble sestercio, caraterizado como ya se ha definido para
los mútiplos binios. Algo más tarde, Postumo, emperador separado en las Galias, replicará esta reforma.
Cabe decir que en ambos casos, al igual que ocurría con la moneda de plata, la escasez de metales
redujo nuevamente los tamaños, hasta el punto de que el sestercio y el doble sestercio eran ya similares
a finales del 250 d. C., pocos meses después de su implantación. Además, las acuñaciones eran
irregulares, no sólo en su factura, sino en el cumplimiento de los parámetros que las definían, reflejando
por ello el duro momento que iba a atravesar el imperio durante este principado y en el de sus
inmediatos sucesores, Treboniano Galo, Emiliano, Valeriano y Gallieno31. La reforma de Decio, así
como la imitada por Postumo, no sobrevivió a sus creadores.
El antoniniano continuó su tendencia de pérdida efectiva de contenido de plata32.
C – LA MONEDA DE ORO: EL AÚREO A MEDIADOS DEL SIGLO III d. C. Y EL SÓLIDO
Tras las reformas de Antonino «Caracalla» el aúreo sólo experimentó aumento en su talla
(disminución de peso) conservando su calidad y ley, salvo los episodios mencionados del principado de
Gallieno, entre 260 y 268 d. C. No fue extraña la acuñación de áureos binios desde el principado de
Treboniano Gallo, debidos, esencialmente a la necesidad de cubrir un valor de compra más elevado,
similar al que tenía en los siglos precedentes, y que el áureo ya no facilitaba. Al haber aumentado el
aúreo considerablemente su valor frente a la plata33, en esos tiempos de crisis, por corolario de la
conocida Ley de Gresham, se atesoraba, como valor refugio, y se sacaba de la circulación, motivo por
31
No obstante lo cual durante este periodo el antoniniano fue la moneda de pago para los ejércitos por excelencia,
reflejando en sus reversos numerosos hitos y propaganda política imperial de contenido militar. Cfr. Alföldy, A. «The
Numbering of the Victories of the Emperor Gallienus and of the Loyalty of his Legions». Numismatic Chronicle, 9, ser. 5, pp.
218-279.
32
Vid. Carley, E.R.; MacBride, H.D. «Chemical composition of antoniniani of Traian Decius, Trebonianus Gallus an
Valerianus», The Ohio Journal of Science, v.56, nº5, septiembre 1956, pp. 285-289.
33
El antoniniano no dejaba de ser un vellón rico. La moneda de plata más pura, el denario, había desaparecido como
circulante efectiva.
10
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
el cual era escaso34. En un vano intento de suplir esa escasez, se acuñaron monedas binias que
multiplicaran el valor circulante en esa especie. Su destino también fue el mismo a muy corto plazo: el
atesoramiento.
Los parámetros de alta calidad de esta moneda se conservaron tras las reformas de Diocleciano y
también con su sucesor, el sólido áureo implantado por Constantino I.
D – EL ETERNO PROBLEMA DE LA MONEDA DE PLATA: EL DENARIO Y EL ANTONINIANO
El gran problema que soportó la moneda de plata fue la manipulación de la que ya hemos
hablado como consecuencia de las carencias de metales nobles por las circunstancias geopolíticas del
imperio. La cantidad de numerario había que mantenerla para asegurar el nivel necesario de comercio e
intercambios35, conservando los valores nominales de las amonedaciones, pero degradando progresiva
y continuamente su ley, como único medio de política económica monetaria, utilizada como medida
parafiscal. Al mismo tiempo que se intentan regenerar los tipos, incluyendo en ellos la iconografía de la
propaganda política imperial y los nuevos valores del Estado36 (imagen del César, nuevos valores
religiosos, con nuevos tipos de leyendas, más simples y más sencillas de comprender y transmitir), se
generaliza su adulteración de la forma mencionada, desconsiderando el funcionamiento de la economía
en esos momentos históricos.
La plata se prestaba a esta actuación por dos motivos fundamentales: por una parte, porque era lo
suficientemente escasa como para alcanzar ciertos niveles de intercambio, y suficientemente abundante
como para estar en manos de una buena parte de la población, que no era ni muy rica, ni muy pobre. Es
decir, es la moneda de cuenta perfecta, la moneda del tributo, la moneda de los ordines intermedios de
la sociedad. Por otra, su aleación con diferentes tipos de ganga es muy factible37 y admite diversas
técnicas para ello. Eso la diferenciaba del oro, demasiado potente para ser la referencia de cuenta,
demasiado limitado a ciertas operaciones de compra elevadas y a un segmento muy pudiente de la
sociedad, y con una capacidad de aleación con gangas mucho más limitada, tanto en variedad como en
porcentaje que hiciera viable un eutéctico (aleación) verdadero38.
34
En relación con los problemas asociados al bimetalismo y a la Ley de Gresham, vid. Oppers, S.E. «A Model of the
Bimetallic System», Journal of Monetary Economics, 46, 2000, pp. 517-533; Redish, A. Bimetallism: An Economic and
Historical Analysis, Cambridge, 2000; Sargent, T.J.; Smith, B.D. «Coinage, Debasements and Gresham’s Laws», Economic
Theory, 10, 1997, pp. 197-226, entre otros.
35
Vid.Greene, K. The Archaeology of the Roman Economy. University of California Press, 1990, pp. 11-14, 45-66 y
142-148; Harl, K.W. Coinage in the Roman economy 300 B.C. to A.D. 700. The Johns Hopkins University Press, Baltimore,
U.S.A., 1996, pp. 1-20, 73-96 y 125-180.
36
En referencia a los metales preciosos utilizados en el culto imperial, vid. Scott, K. «The Significance of Statues in
Precious Metals in Emperor Worship». Transactions and Proceedings of the American Philological Association, 62, 1931, pp.
101-123.
37
Son diversas las técnicas con las que se consigue la adulteración. Se perfeccionaron mucho a lo largo del siglo II d. C.
Vid. Cope, L. H., «Surface-silvered ancient coins», Methods of Chemical and Metallurgical Investigation of Ancient Coinage,
Royal Numismatic Society, Special Publication Nº 8, London, 1972, pp. 261-278; «The Metallurgical analysis of Roman
imperial silver and Aes coinage», op. cit., pp. 3-48, entre otros.
38
Velde, F.R.; Weber, W.E. «A Model of Bimetallism», Journal of Political Economy, 108.6, 2000, pp. 1210-1234.
11
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Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 3. Evolución del contenidode plata en el denario y el antoniniano (64 – 268 d. C.). Fuente:
www.sharelynx.com, adaptado y reelaborado por el autor.
Todas las circunstancias por las que pasa el imperio durante el siglo III, se reflejarán en la
apertura, cierre y traslado de oficinas de acuñación, así como en las calidades y en las facturas de los
cuños39. La aparición de oficinas móviles para cubrir las necesidades militares de frontera en estos
tiempos de conflicto, complicará aún más el control efectivo de la factura de las emisiones40.
En los cuarenta años centrales del siglo III, el antoniniano perderá más de un 30% de su peso y
verá reducida su ley a un 5% nominal (incluso, perderá toda la plata en numerosas acuñaciones)41. Cabe
destacar que en el separado imperio de las Galias (259-273 d. C.), las calidades medias, en ley y talla,
serán un poco mejores que las del territorio central del imperio. Lo mismo puede decirse de algunas
acuñaciones puntuales, como las de Emiliano (254 d. C.) o Carausio, en Britania (287-293 d. C.).
Ambos fenómenos obedecen a la estratificación y zonificación del proceso de crisis, del que se ha
hecho mención en apartados anteriores. En el caso galo, por una gestión más eficiente de ese territorio
39
Vid. Sear, D. R. op. cit..
40
En ocasiones esá documentada la resistencia de las autoridades locales a las devaluaciones y fijaciones de precio,
manteniendo las más favorables que tenían, y estableciendo dos mercados paralelos de moneda nueva y antigua, y con la
dificultad por parte de Estado en regularlas de acuerdo con las leyes dictadas. Vid. P. Oxy. 12.1411. para 260 d. C. Cfr. W.V.
Harris, W. V. «A Revisionist View of Roman Money», JRS 96, 2006, pp. 1-24.
41
Vid. Brace, B. R. «Silver Coinage Debasement in the Roman Empire of the First Half of the Third Century», CIM
Bulletin V82, 1989, pp.86-89.
12
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Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 4. Evolución de la talla del antoniniano en el siglo III d. C.
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Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 5. Evolución de la ley del antoniniano (215 – 294 d. C.).
de menor extensión y grandes recursos, y en los casos de Emiliano y Carausio, por la captura puntual de
tesoros destinados a otros pagos en los actos de rebelión que los llevaron a la púrpura, todos ellos,
efímeros, como lo son las calidades renovadas de los numerarios que con esos caudales se acuñaron.
El destino del denario fue parejo al del antoniniano42. Su progresiva degradación, a pesar de
haber sido recuperado como moneda de plata única bajo Alejandro Severo, Maximino Tracio,
Gordiano I y Gordiano II, con una cierta factura de gran calidad, como en el caso de los Gordianos en el
norte de África, que revelan nuevamente un fenómeno de localismo, determinó su desaparición bajo
Filipo I, siendo ya muy escaso con Gordiano III (238-245 d. C.). Los intentos de Aureliano por
recuperarlo fueron estériles y puede decirse que desde entonces quedó relegado. Cuando se acuñó, hasta
la reforma de Diocleciano de 285 d. C., lo hizo ya como moneda fiduciaria de cobre. Después, sólo
como moneda de cuenta.
42
Vid. Pense, A. W. «The Decline and Fall of the Roman Denarius». Materials Characterization, 29, 1992, pp.213-222.
14
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Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 6. Evolución de la talla del denario (54 – 275 d. C.).
Figura 7. Evolución de la ley del denario (54 – 275 d. C.).
15
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Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
E – LA REFORMA DE AURELIANO: UN ANTONINIANO DEGRADADO (274 d. C.)
Aureliano se enfrenta a la necesidad de estabilizar el antoniniano, muy degradado durante los
principados de Gallieno y Claudio II43, y de recuperar el volumen de circulación del áureo, que sufría
un intenso proceso de tesorización, todo ello, en paralelo a las medidas destinadas a revitalizar el
comercio, muy dañado en el momento en que alcanzó el trono44.
Por una parte, acuñará un áureo binio de 1/60 libras (5,42 g) de valor nominal 1.000 denarios de
cuenta, y un áureo de 1/70 libras (4,64 g) de valor nominal 800 denarios de cuenta. El denario,
desaparece de facto, salvo una emisión muy testimonial, y sólo se conserva nominalmente (1/80 libras –
4,03 g-) con valor nominal 40 denarios de cuenta. Por su parte, el antoniniano, denominado argenteo
binio, se acuñará a 1/80 libras (4,03 g), valor nominal 2 denarios de cuenta y marca de ley que se
establece en una parte de plata por cada veinte de cobre (5%)45. El denario, denominado argénteo se
acuñará a 1/124 libras (2,6 g) de cobre, como moneda de cuenta de referencia de todo el sistema de
precios y valores nominales del numerario46.
El resultado de esta reforma fue parcial47. Por una parte, estabilizó la moneda de vellón en el
antoniniano, aunque no evitó que en poco tiempo y antes de que acabara su principado, llegara a haber
emisiones sin ningún contenido de plata48. Pero su estándar de 1:20 (5% de plata) se mantedría hasta las
reformas constantinianas. Por otra, la fuerte revalorización del oro, derivada de una moneda de plata
convertida en vellón bajo para incentivar su circulación, provocó nuevamente los efectos de la Ley de
Gresham. Los particulares volvieron a atesorar el áureo como refugio de alto valor, por lo que no se
consiguió un nivel de circulación adecuado. Todo ello unido a las restricciones proteccionistas de
importaciones a Italia, como las de vino de Hispania, tuvo como consecuencia un retraimiento
significativo del comercio, especialmente del Gran Comercio49.
43
Con Claudio II se llega al punto más crítico en la exixtencia del antoniniano. Vid. Cope L.H. «The Nadir of the
Antoninianus in the Reign of Claudius II Gothicus, A.D. 268-270», The Numismatic Chronicle, 7th series, vol. 9, 1969, pp. 145161.
44
Cfr. Eutr. Brev. 9, 14: « Hoc imperante etiam in urbe monetarii rebellaverunt vitiatis pecuniis et Felicissimo rationali
interfecto. Quos Aurelianus victos ultima crudelitate conpescuit»; Aur.Vic., De Caes. 35, 6; SHA (Flavio Vopisco Siracusano)
Aurelianus, 38, 2-4.
45
Cfr. Zos. Hist. Nov., I, 61.3; SHA, (Flavio Vopisco Siracusano) Aurelianus 38, 4, 5. Zósimo le atribuye la funcion de
sostener el mercado de intercambio en el que circulaba el antoniniano degradado con ese contenido metálico, para evitar un vacío
repentino producido por una inmediata demonetización. Cfr. Zos. Hist. Nov., ibid.
46
Cubelli, V. Aureliano imperatore: la rivolta dei monetieri e la cosiddetta riforma monetari, La Nuova Italia Editrice,
PubblicazionidellaFacoltàdiLettereeFilosofiadell’Università degliStudidiMilano, 148, Firenze, 1992, pp. 5056; Lafaurie, J. « Réformes monétaires d'Aurélien et de Dioclétien». Revue numismatique, vol. 6, nº 17, 1975, pp. 73-138.
47
Vid. Carrié, J.-M. «Le riforme economiche da Aureliano a Constantino» en Momigliano, A.; Schiavone, A. Storia di
Roma, III, 1, Torino, 1993, pp. 283-322; Callu, P.-P. La politique monétaire des empereurs romains de 238 à 311, Éditions E.
De Boccard, Paris, 1969.
48
Vid. Carson, R. A. G. «The reform of Aurelian», Revue numismatique, 6e série, t.7, 1965, pp. 225-235.
49
En el principado de Aureliano, y hasta el de Caro, se aprecia en las fuentes las reminiscencias de intentos más o
menos fallidos de reformar la moneda en sus tres especies, Se habla de «aurelianos» para referirise al antoniniano estabilizado en
la reforma del 274 d. C.; se mencionan «philippeos» en referencia a los antoninianos acuñados por Filipo I el Árabe, haciendo
referencia a «minutuleos» para referirse al denario, extinguido a lo largo de ese principado. La degradación en el contenido de
metal noble o la asimilación de las piezas binias, con la corona radiada, con antoninianos, arroja una cierta confusión, que np
hace sino confirmar dicha degradación y lo efímero de este tipo de reformas. Cfr. SHA (Flavio Vopisco Siracusano) Aurelianus,
16
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 8. Reforma monetaria de Aureliano: aúreo (R.I.C. 5a-166), aúreo binio (R.I.C. 5a-170), antoniniano
reformado (aureliniano) (R.I.C. 5a-63), de 3ª serie y degradado (R.I.C. 5a-62); denario, de primera serie
y degradado (R.I.C. 5a-73); sestercio (R.I.C. 5a-76), y pecunia bicharacta –dupondio/antoniniano no
reformado (R.I.C. 5a-2/3) y as/fracción de cobre (R.I.C. 5a-80)-.
9,7 se refiere a «áureos antoninianos», «minutuleos filipeos argénteos» y «denarios de cobre»; SHA (Flavio Vopisco
Siracusano) Aurelianus, 12, menciona «áureos antoninianos», «minutuleos filipeos» y «sestercios de cobre». SHA (Flavio
Vopisco Siracusano) Probus, 4, cita «antoninianos áureos», «aurelianos argénteos» y «filipeos de cobre»; SHA (Flavio Vopisco
Siracusano) Bonosus, 15, señala «filipeos áureos», «antoninianos argénteos» y «sestercios de cobre». Vid. Le Gentilhomme, P.
«Variations du titre de l'antoninianus au IIIe siècle». Revue numismatique 6e série, t. 4, 1962, pp. 141-166.
17
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
VII – EL
PRINCIPIO DEL FIN.
LA
REFORMA MONETARIA Y LAS LEYES DE
DIOCLECIANO (286 Y 294 D. C.)
Cuando Diocleciano alcanzó el trono se encontró con el resultado de un siglo continuado de
inestabilidad global que se tradujo en materia económica en una casi desaparición del oro circulante,
una inexistencia de moneda de plata, una moneda de vellón bajo tan degradada en ley y talla que se
asimilaba a la moneda fiduciaria de cobre; y una moneda fiduciaria de cobre acuñada en grandes
cantidades y completamente desvaloraizada por la inflación de precios continuada. A todo ello, había
que sumar la retracción del comercio a todas las escalas, la escasez y desabastecimiento de muchos
productos de primera necesidad y la existencia de un gran mercado de especulación de esos bienes, con
la consiguiente inestabilidad social. Esto sucedió en un momento en el que los gastos para mantener el
pulso del imperio frente a las amenazas externas, traducidos en una escalada del aparato impositivo,
habían empobrecido a grandes segmentos de la población, y comenzaba a debilitar considerablemente
el municipio, que había sido la base fundamental de articulación de las provincias.
Por todo ello, Diocleciano diseñará la serie de proyectos integrales más ambiciosos de la historia
de Roma50. Unos proyectos que rescatarán al imperio dotándole de una nueva trayectoria, el Dominado,
pero que a corto plazo se vislumbraron como las causas fundamentales sobre las que se cimentó su
definitiva decadencia y final.
Uno de esos proyectos fueron las reformas monetarias del 286 y 294 d. C51. Incidiendo
nuevamente en utilizar la política económica monetaria como herramienta parafiscal, Diocleciano
pretendió dar nueva vida a los segmentos intermedios de la población, devolviéndoles la moneda de
plata y asegurando un vellón estable y de calidad, sobre el que cimentar la base de todos los
intercambios, revitalizando el comercio y garantizando los abastecimientos. Sin embargo conservó el
modelo de moneda de cuenta de referencia en el denario de cobre, en relación al cual se habrían de fijar
todos los cambios y los precios, como había sido hasta la fecha. De esta forma, adoptó el áureo binio de
Aureliano, de 5,2 g y 1.000 denarios de cuenta de valor nominal como nuevo áureo. Creo una nueva
moneda de plata bajo el estándar del denario de Nerón del año 64 d. C., es decir, batido a 1/96 libras
(3,41 g) y 90% de plata, con valor nominal de 50 denarios de cuenta. Esta vez, sí renacía el denario
neroniano, sin fraude de origen, y al que se denominó denario argénteo, o simplemente argénteo.
Introdujo igualmente una nueva moneda de vellón, denominada nummus por las fuentes y follis por la
historiografía, que discontinuaba el antoniniano, pero que conservaba la ley introducida por Aureliano,
pero no la talla, es decir, que era batido a 1/32 libra (10,23 g), con un 5% de plata y 12,5 denarios de
cuenta de valor nominal. Se trataba de una moneda de gran flan para la época, en la que se estampaban
los nuevos modelos iconográficos del poder que Diocleciano impulso en la reforma geopolítica y
50
Corcoran, S. The Empire of the Tetrarchs. Imperial Pronouncements and Government AD. 284-324, Oxford, 1996.
51
Depeyrot, G. «Le système monétaire de Diocletien à la fin de l’Empire romain», Revue Belge de Numismatique, 138,
1992, pp. 33-106.
18
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
administrativa que fue la Tetrarquía.
Por su parte, la moneda fiduciaria heredada de periodos precedentes fue aglutinada bajo una sola
denominación jurídica, moneta bicharacta, e incluía los antoninianos reformados por Aureliano-que ya
por entonces no tenían nada de plata-, y que persistieron hasta el año 305 d. C.; los grandes cobres de
24-25 mm acuñados hasta el año 294 d. C. y los cobres de 21 mm acuñados tras esta fecha. Todas ellas
caracterizadas por los bustos con cabeza radiada se asimilaban a piezas batidas a 1/110 libras (2,98 g),
con 2 denarios de cuenta de valor nominal. El denario de cobre, denominado a veces en las fuentes o
confundido como quinario, batido a 1/250 libras (1,31 g), fue conservado como moneda de cuenta de
referencia hasta el año 305 d. C. La relación de oro a la plata se rebajó con ello considerablemente, a
1:12,5, por lo que, nuevamente, por Ley de Gresham, los poseedores atesoraron el áureo, esperando esta
vez mejores tipos de cambio, y pagando los efectos con plata. Se lograba a priori el objetivo buscado
para la moneda de plata.
Pero, nuevamente, el gran defecto del sistema fue la incapacidad del Estado de mantener la
cantidad de plata en las acuñaciones, tanto en el argénteo como, sobre todo, en el nummus, mientras se
mantenía artificialmente su valor nominal con referencia al denario de cuenta52. El argénteo, que resistió
en peso y ley, acabó precisamente por esa mejor calidad, atesorado y fuera de la circulación, en favor
del nummus. Y el nummus, degradado, terminó engrosando la inmensa masa de moneda de cobre
desvalorizada, pecunia bicharacta, en muy poco tiempo, con el consiguiente alzado inflacionista53. Por
tanto, el equilibrio sólo se pudo sostener desde la primera reforma del 286 d. C. hasta la el comienzo de
la segunda en 294 d. C., y más difícilmente entre ésta y el 312 d. C. Técnicamente, la reforma había
devenido en ineficaz en el 305 d. C.
A – EL EDICTO DE AFRODISIAS (1 DE SEPTIEMBRE DE 301 d. C.)
Con objeto de compesar los efectos indeseados que se vislumbraban claramente en el 294 d.
C., Diocleciano promulgó el Edicto de Afrodisias de 1 de septiembre de 301 d. C54. En lo que de él se
ha conservado, conocemos que su objetivo fue reforzar nuevamente la moneda de plata y de vellón,
pero no incrementando la cantidad de metal noble, cosa a todas luces inviable, sino doblando
artificialmente los valores nominales de ambas monedas. El cambio del áúreo quedó inalterado. Así, el
denario argénteo pasó a valer 100 denarios de cuenta; el nummus, 25 y la pecunia bicharacta, 4.
De esta forma la relación de oro a la plata se rebajó aún más, a 1:10, por lo que áureo se siguió
atesorando. La moneda de plata y el vellón siguieron la tendencia de pérdida de metal noble. Al haber
52
Vid. Li, Y. «Goverment Transaction Policy and Gresham’s Law», Journal of Monetary Economics, 49, 2002, pp.
435-453; Sargent, T. J.; Velde, F. R. The Big Problem of Small Change, Princeton-Oxford, 2002; Lo Cascio, E. «Aspetti della
politica monetaria nel IV secolo» en Atti dell’Accademia Roministica Constantiniana. X Convegno Internazionale in onore di
Arnaldo Biscardi, Napoli, 1995, pp. 481-502, entre otros.
53
Vid. Ermatinger, J. «The circulation pattern of Diocletian nummus», American Journal of Numismatics, 2, 1990, pp.
107-117.
54
Reynolds, J. «The Regulations of Diocletian» en C. Roueché. Aphrodisias in Late Antiquity, London, 1989, pp. 252-
318.
19
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
doblado su valor nominal, el proceso inflacionista se agravó.
B – EL EDICTO DE PRECIOS (EDICTUM DE
NOVIEMBRE Y 9 DE DICIEMBRE DE 301 d. C.)
PRETIIS
RERUM VENALIUM) (ENTRE 20
DE
Junto a las reformas anteriores, y a la vista de los problemas de inflación generados,
atesoramiento de nomeda de oro, depreciación y devaluación de la plata, y del vellón y por
consiguiente, de la moneda fiduciaria, y habiendo constatado el incremento de los desabastecimientos,
la incapacidad de buena parte de la población de surtirse de efectos básicos, la retracción del comercio y
la especulación asociada a ello, Diocleciano promulgó entre el 20 de noviembre y el 9 de diciembre del
301 d. C. el denominado Edictum de pretiis rerum venalium, Edicto de Precios55, con el que pretendía
compensar los efectos producidos en la moneda por las reformas precedentes y frenar la inflación de
precios, evitando desabastecimientos y especulación. El hecho de que este edicto se promulgara tan sólo
dos meses después del de Afrodisias da una idea de la velocidad a la que, en aquellos momentos, se
hacían notar los efectos perniciosos comentados y la ineficacia de las medidas.
Por una parte, revalorizó el áureo que incrementó su valor a 1.200 denarios de cuenta56, con lo
que la relación de oro a la plata volvió a 1:12. El propio Edicto de Precios reconocía que el oro se había
atesorado por su bajo valor57 y ofrecía recomprarlo a los posedores a precio de pasta (es decir,
gratificándolo con el premio de amonedación del Estado), para reamonedarlo al nuevo cambio,
mediante las coemptiones auri argentique.Tampoco fue eficaz, ya que el nuevo oro amonedado seguía
siendo demasiado devaluado frente a la plata y volvía a atesorarse. Mientras tanto, la plata continuaba
su tendencia a ir desapareciendo.
Por otra parte, fijó precios máximos para gran número de productos58, castigando con la pena
capital, venderlos a un precio superior al marcado.
55
Vid. Giacchero, M. Edictum Diocletiani de pretiis: Edictum Diocletiani et collegarum de pretiis rerum venalium. In
integrum fere restitutum e Latinis Graecisque fragmentis editit Marta Giacchero. 2 vols. Genova, 1974; Graser, E. R. «A text
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1976, pp. 77-97; Corcoran, S. op. cit., entre otros.
56
57
58
P. Panop. 2, 216. Permite deducir el cambio de 1.000 a 1.200 denarios de cuenta entre 300 y 301 d. C.
De Reb. Bell. 2.1.
Lact. De Mort. 7
20
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
Figura 9. Reforma monetaria de Diocleciano: aúreo (Calicó II 4473b; Depeyrot 9/1), aúreo binio (R.I.C. 5b-134),
aúreo reformado (R.I.C. 6 Ant.-20), denarios argénteos (R.I.C. 6 Nic.-22a y R.I.C. 6 Tic.-20a), follis de
primera serie (R.I.C. 6 Her.-19b) y degradados (R.I.C. 6 Lon.-6a y R.I.C. 6 Cart.-29a); y pecunia
bicharacta (antoniniano reformado (aureliniano) degradado (R.I.C. 6 Cart.-37b) y fracción radiada no
reformada (R.I.C. 6 Ale-46b); denarios de cobre/bronce de cuenta (R.I.C. 6-518).
21
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
VIII – CONSECUENCIAS DE LAS REFORMAS MONETARIAS DE DIOCLECIANO
Las reformas económicas de Diocleciano fracasaron al no tomar en consideración dos factores
esenciales59. Por una parte, al focalizarse en represtigiar la moneda de plata y, sobre todo, de vellón,
aumentando su valor facial de forma artificial, refiriéndolo a la moneda de cuenta fiduciaria, sin poder
garantizar desde el Estado la pureza de esta moneda por la imposibilidad de aprovisionar suficiente
recurso de metal noble, aumentó de forma exponencial el volumen de moneda fiduciaria de cobre por
degradación de la de plata. Al mismo tiempo, no consiguió equilibrar la relación de oro a la plata,
establecido en un valor demasiado bajo, por lo que el áureo se siguió atesorando y continuó saliendo de
la circulación60. Todo ello, combinado en el tiempo y durante algo más de dos décadas, provocó una
escalada de precios y una devaluación de la moneda de uso más común. La degradación de la moneda
de plata y de vellón por las necesidades financieras, la asimiló a la moneda fiduciaria. Sus acuñaciones
se irán volviendo cada vez más irregulares con el paso del tiempo hasta resultar anárquicas en el siglo
IV y desaparecer absolutamente en el siglo V.
Pero, por otra parte y principalmente, el Edicto de Precios no tuvo en cuenta el contexto
socioeconómico de su tiempo. En el siglo III d. C. el espacio común de intercambio de bienes y
servicios era asimilable al modelo ideal de mercado en competencia perfecta tal y como se define en
Economía contemporánea: una regulación estatal ínfima, una equivalencia de condiciones de todos los
concurrentes, ofertantes y demandantes, y unos precios que se rigen exclusivamente por los volúmenes
de oferta y demanda en cada momento. Junto a ello, el concepto de valor de las cosas, que es una
construcción sociológica subjetiva en cada cultura humana y que resulta diferente tanto diacrónica
como sincrónica y espacialmente. En ese contexto, la fijación de precios máximos supone
necesariamente el desabastecimiento provocado por oferentes/productores que retiran sus
productos/servicios o los mudan por otros en los que no sufran el perjuicio; al mismo tiempo, a pesar
de las severas penas impuestas a los infractores, aparece un mercado de negro que suma al precio
natural el sobrecoste de su naturaleza y de la escasez provocada.
A todo ello, hay que añadir un doble efecto adicional provocado por las reformas monetarias: la
moneda de vellón, asimilada a la fiduciaria por la pérdida de metal noble en su composición, se
encuentra hiperinflacionada en volumen de acuñación, pero con un valor real fuertemente devaluado,
por lo que su poder real de compra es mucho menor61. De poco sirve fijar artificialmente su valor
nominal, ya que éste no responde ya para nada al valor real. Al mismo tiempo, los
59
Vid. Monopoli, M. C. «Considerazioni sulla reforma monetaria dioclezianea», Rivista Italiana di Numismatica, 98,
1997, pp. 189-227.
60
El Edicto de Precios equiparaba el oro en pasta al valor amonedado devaluado respecto al valor real de las mercancías
y atesorado: el áureo (Ed. Pret. 28.1a). Se pretendía facilitar su recuperación por el sistema de adquisiciones forzadas de metal
noble a precio fiscal por el Estado (coemptio auri argentique) (Lact. De mort. 31, 5), para necesidades estatales de acuñación y
gasto, y que debían expresarse en áureos. De esta forma, el áureo, vuelve a atesorarse esperando mejores momentos y tiende a
ser escaso de nuevo y a circular muy poco.
61
Elliot, C. P. The Acceptance and Value of Roman Silver Coinage in the Second and Third Centuries AD. The Royal
Numismatic Society, London, 2014.
22
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
productores/oferentes tienden a pedir por sus productos/servicios el valor asumido socialmente,
contabilizado en metal noble, que es el que cuenta intrínsecamente, por lo que la tendencia es a pedir
más cantidad de moneda devaluada para compensar dicha devaluación y sostener el valor real de
cambio de dichos productos/servicios. Y esto se refuerza por el hecho de que todos los precios y las
valoraciones nominales vayan referidos a la moneda fiduciaria de referencia (denario de cuenta de
cobre). Todo ello intensifica la situación de inflación galopante para los demandantes/compradores, a la
par que saca del mercado a determinados productores cuyos productos pierden gran parte de esa
demanda, es decir, enfría el espacio comercial de intercambios62.
Cuando se habla de productos de primera necesidad como cereales, alimentos, aceite, tejidos, la
situación se transforma en crítica, ya que «salir del mercado» se traduce en no poder subsistir.
Las reformas combinadas de política monetaria con fines parafiscales y el Edicto de Precios,
contrario en su formulación a los principios básicos de un mercado asimilable a la competencia perfecta
provocan en muy poco tiempo los efectos contrarios a los que se deseaban obtener63: la eliminación de
los estamentos socioeconómicos intermedios muy vinculados a la moneda de plata y de vellón para sus
actividades; un mayor empobrecimiento de las capas más desfavorecidas, que poseen moneda de cobre
en abundancia, pero con la que no pueden adquirir casi nada; destrucción de amplios sectores
mercantiles al por menor por falta de demandantes; y disminución del Gran Comercio por carencia de
numerario de oro suficiente en circulación, que se atesora por su baja valoración. Es decir, retracción
general de los espacios de comercio64 y pauperización de la sociedad. Efectos todos ellos aumentados
nuevamente por el incremento asfixiante de las cargas impositivas de un Estado endémicamente
endeudado e incapaz de obtener nuevos recursos metalíferos que alimentaran el sistema, y obligado en
numerosas ocasiones al despojo de templos y de ornamentos votivos para ello65, y por la corrupción66
del complejísimo aparato administrativo ideado en las reformas territoriales y militares67.
62
Vid. Cepeda, J. J. «Las reformas de Diocleciano y Constantino I y su reflejo en la composición de los tesoros
monetarios», en M. Campo Díez (col.) La moneda de l’imperi romà. VIII Curs d’Història monetària d’Hispània, M.N.A.C.,
Barcelona, 2004, pp. 99-112.
63
Muy revelador en relación con las devaluaciones vid. Bagnall, R. S. «Fourth Century Prices: New Evidence and
Further Thoughts», Zeitschrift für Papyrology und Epigraphik, 76, 1989, pp. 69-75.
64
En determinadas zonas del imperio se detecta el retorno al trueque para muchas transacciones. Cfr. Paolilli, A. L.
«Development and crisis in ancient Rome: the role of Mediterranean trade», Historical Social Research 33.4, 2008, pp. 274-289;
Flichy de La Neuville, Th. Financial Crisis and Renewal of Empires, Saint William's University Press, 2012, p. 28, entre otros.
En sentido contrario, mientras las restricciones del Estado no impusieron un mal numerario, o una escasez de uno de buena
calidad para los intercambios, Roma y su contexto provincial fueron una economía fuertemente monetizada. Cfr. Howgego, C.
«The Supply and Use of Money in the Roman World 200 B.C. to A.D. 300», Journal of Roman Studies, vol 82, 1992, pp. 1-31.
65
Vid. Delmaire, R. Largesses sacrées et res privata. L’aerarium imperial et son administration du IVe au Vie siècles,
École Française de Rome, 1989; De Reb. Bell. 2.2; Veg. Epit. 3,11, 7
66
Vid. De Reb. Bell. 4. 1-2.; respecto de la corrupción de gobernadores provinciales y exactores, Cfr. Pan. Lat. 3.1, 4; 4,
2-3; 7, 3; 8, 3-4, 9, 1; 10, 2; 19, 5 y 22, 5.
67
En De Reb. Bell. 5, se sugieren tres formas de recortar los gastos de este aparato militar: primero, reduciendo el
tiempo de servicio (5.3-5); segundo, asentando veteranos, que reducen el pago de sus soldadas y supone más recaudación (5.6); y
tercero, reclutamiento suplementario de iunores que sustituyan a los veteranos licenciados prematuramente, ya que tienen menos
exenciones fiscales y menor soldada (5.7). El mismo documento hace hincapié en el sobregasto que suponen para el erario las
largitiones a foederati y la compra de la paz a los enemigos de Roma en numerosas ocasiones. De Reb. Bell. 1.1. Cfr. Herod.
Hist.7.3.3: «Cada día es posible ver personas que eran ricas la jornada anterior y que se levantan pobres el día después por culpa
de la avaricia de los tiranos que pretenden asegurar un flujo contínuo de dinero a los soldados».
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Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
El Edicto de Precios era ya inaplicado de facto por sus consecuencias y efectos en el 305 d. C. La
reforma económica había fracasado casi al mismo tiempo que zozobraba la política imperial de
represión del Cristianismo, entendida como necesaria para garantizar la estabilidad del Estado ante un
enemigo interior, y la reconstitución de la figura del Princeps. Muy pronto, las ambiciones personales
de los tetrarcas, muy alejadas de la gran categoría como estadista de Diocleciano, liquidarían también su
reforma administrativa y territorial.
IX – EL
AGRAVAMIENTO FINAL PROVOCADO POR LAS REFORMAS DE
CONSTANTINO I (330 D. C.)
Si las reformas económicas de Diocleciano sentaban los cimientos para los problemas
económicos y financieros del Estado para los siglos IV y V d. C., las reformas de Constantino I fueron
las responsables de la construcción, a partir de dichos cimientos, de la sociedad y el Estado romano en
las fases de contracción y colapso de la estructrura imperial68.
Ante los efectos provocados por las reformas anteriores, Constantino I ideó una nueva reforma
monetaria en el año 330 d. C. que cambiaba completamente los criterios de las precedentes. Los
principales ejes de dicha reforma fueron la eliminación de la moneda fiduciaria de cobre como moneda
de cuenta y referencia de todas las especies, con el objetivo de limitar las fuertes fluctuaciones y la
volatilidad de precios debidas a su elevada devaluación. Se discontinuó la acuñación de nummus y se
sustituyó por el centenional, unificando la inmesa variedad de piezas de cobre y vellón desnaturalizado
circulantes. La plata no volvió a ser referencia de valor, ni fiscal. Se introdujeron el miliarense y la
siliqua, de acuñación muy irregular en el tiempo y de calidad muy variable, tanto en cuanto a su ley
como a su talla. Por último, se discontinuó el áureo, y se introdujo una nueva moneda de oro, el sólido
aúreo, o sólido69, de talla aumentada (4,55 g en vez de 5,2 g) y ley del 90%, unos parámetros que ya se
mantuvieron estables durante siglos para este tipo de pieza, un cambio de oro a la plata más alto que el
precedente. Posterioremente admitiría submúltiplos, el semis - medio sólido -, y el tremis – un tercio de
68
Vid. Sánchez-Ostiz, A. (Introd., trad., ed. y com.) Anónimo sobre asuntos militares, EUNSA – Ediciones de la
Universidad de Navarra, Pamplona, 2004. La obra anónima De Rebus Bellicis es una de las más relavantes para entender la
evolución de la economía monetaria y ciertos aspectos de la administración bajoimperial romana. Con un estilo propio del
gratiarum actio (panegírico), y aunque intenta embellecer el estado general del imperio, no oculta sus muchos problemas y se
adentra en un género arbitrista proponiendo modelos de solución de los problemas detectados. Para ello recorre de una forma en
ocasiones idealizada la situación de épocas pasadas hasta las presentes, técnicamente, el siglo IV y hasta comienzos del V d. C.
en algunos aspectos. La crisis es abordada ya en el Prefacio (Pr. 10-14), adelantando el carácter de la obra.
69
En De Reb.Bell se hace un paralelismo con las edades de la Civilización Humana de la obra Hesíodo. Se afirma, sin
especificar, que en tiempos remotos Roma utilizaba una moneda fabricada con barro cocido y también con cuero y pequeñas
incrustaciones de oro, a las que denomina nummi lutei y nummi de corio (1.4-7). Estas descripciones no están corroboradas por
la Arqueología ni la Numismática. De haber existido deben remontarse a un periodo anterior a la fundación de Roma y parecen
más similares a un modelo de trueque o con dinero no monetario. Afirma que en esa época predominaba la austreridad y el oro y
la plata tenían un uso cultual o votivo, dedicado a la majestad, no al comercio. En esto sí existe un paralelismo con el uso de la
moneda en Grecia y en el periodo helenístico, donde ésta era conferida de un carácter sagrado y de representación del Estado y la
autoridad. Critica que en los tiempos en que escribe el anónimo autor, hacía tiempo que eso había cambiado y atribuye el empleo
masivo del oro y la plata amonedados en el comercio como un reflejo de la corrupción, los defectos y los efectos de la crisis que
describe. (1.8).
24
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
sólido-, debido al alto valor que llegó a alcanzar al cambio. Esta moneda se convirtió en la nueva
referencia nominal a la que debía referirse todos los precios70, no sólo las valoraciones fiscales. Para
introducir cantidad monetaria suficiente de estas piezas para obtener una masa crítica de circulación71 y
hacer efectiva esa referencia, Constantino ordenó obtener oro de allí donde se pudiera (despojo de
templos y estatuas paganas72, recuperación mediante coemptiones premiadas73 de oro anterior
atesorado, entre otras). Consiguió efectivamente dicha masa74.
Aunque este nuevo modelo estabilizó los precios y reactivó en buena medida el Gran Comercio,
provocó un efecto desastroso y de carácter definitivo, dada la situación de partida de la sociedad en la
que fue implantada la medida. Con el cambio de referencia basada en la moneda oro, los poseedores de
esta especie recuperaron poder adquisitvo y el oro circuló. Lo que no se tuvo en cuenta es que tras las
reformas de Diocleciano, la sociedad romana se había polarizado entre dos segmentos: los grandes
poseedores de oro, y los que sólo poseían moneda degradada de vellón y cobre. Los amplios segmentos
intermedios de la sociedad romana altoimperial habían sido eliminados y asimilados a los de más baja
capacidad económica. La reforma de Constantino I estableció la estructura de la sociedad romana
bajoimperial constituida por dos conjuntos: los possessores, los que tienen oro; y los humiliores, los que
no lo tienen75. Una sociedad extremadamente desigual, paralela a la destrucción del municipio romano
y las actividades mercantiles y artesanales propias de esos segmentos intermedios desarticulados. La
mayor parte huirán de los núcleos urbanos, intentando rehacer sus existencias para caer, primero
mediante fórmulas como la enfiteusis, después bajo las más opresivas del colonato no propietario, bajo
el dominio de los grandes possessores, residentes en los complejos rurales y autárquicos de villa
tardoantigua y dueños de las tierras, que compraban con oro y que rentaban en oro, y dando forma al
modelo de organización social señorial tardoantigua y altomedieval. No pocos, engrosarían a finales del
siglo IV y comienzos del V d. C. las filas de movimientos de revuelta bagaúdicos de caríz económico y
mercenarios76 que preferían servir bajo el bárbaro con sus condiciones, que vivir como romanos bajo
las opresivas leyes que el imperio les imponía77.
70
De Reb. Bell., 2.2. Según el anónimo libelo se entraba en «una edad menos aúrea, con una cada vez mayor cantidad
de oro».
71
Esta tendencia se paliaría en la segunda mitad del siglo IV d. C., según esta fuente, gracias a una cierta contención en
la acuñación por parte de Juliano II y Valentinianiano I Ibid. 2.1. De Juliano II dicen Sozom. Hist Eccl. 5.19 y Lib. Or. 15.21 que
procuró nuevamente el control de precios y, sobre todo, del grano.
72
Ibid. 2.2.
73
Vid. Carrié, J.-M. «Observations sur la fiscalité du IVe siècle pour servir à l’histoire monétaire», en Sorda, S. (dir.)
L’Inflazione del Quarto Secolo. Annali dell'Istituto Italiana di Numismatica, Roma, 1993, pp. 115-154.
74
Por ello, las coemptiones auri argentique desparecen de las fuentes poco tiempo después, al no ser ya necesaria su
función. Vid. Cepeda, J. J. op. cit. p. 102.
75
La emisión incontrolada de moneda de oro llenó las domus de los possessores haciéndolas «más brillantes a costa de
los pauperes», De Reb. Bell. 2, 1-4.
76
De Reb. Bell. 2.5-6.
77
Cfr. Salv.De Gub. Dei «...Abandonan las casas para no sufrir ser torturados en las casas mismas, buscan el destierro
para no soportar los suplicios. Los enemigos para ellos son más blandos que los recaudadores. Lo indica el propio hecho de que
huyen a los enemigos para sustraerse a la violencia de las exacciones.» (6, 15,83.) Buscan entre los bárbaros la humanidad
romana, porque no pueden soportar entre los romanos la inhumanidad bárbara» (5, 5, 22). «Prefieren vivir libres bajo las
apariencias de prisión a ser prisioneros bajo las apariencias de libertad (5, 21). Sobre los bagaudae afirma: «Despojados,
25
Carlos CRESPO PÉREZ
Desorden político. Inflación y devaluación: el denario y el antoniniano en el siglo III d. C.
X - CONCLUSIONES
La crisis económica y monetaria del siglo III d. C. fue consecuencia de factores gestados en los
siglos I y II d. C., y es, a su vez, causa del alcance de las crisis finales de los IV y V d. C., en el intento
de solventar aquéllas.
En un espacio de intercambio de bienes y servicios asimilable a un mercado en competencia
perfecta, cualquier alteración externa a la propia dinámica de oferta y demanda, consistente en fijación
de precios o contraprestaciones, alteración de las características del medio de pago, con o sin referencia
a una unidad de cuenta, tanto revaluación, como su devaluación o degradación, trae como
consecuencias inmediatas lo contrario a lo que se desea evitar o paliar: desabastecimiento, inflación
galopante, incremento de la distancia entre el poder adquisitivo de los que más poseen y los que menos
(desigualdades sociales), corrupción y mercado negro.
Los emperadores del siglo III d. C. fracasaron en su intento de devolver al imperio a su esplendor
de los dos siglos precedentes por su ignorancia de fondo de las causas que provocaban la crisis. No se
había entendido el coste social a largo plazo de la gestión de fronteras y de la inclusión de la alteridad, y
tampoco se entendió como funciona la economía de intercambios, ni se tenían las nociones esenciales
de sociología. No existía una política fiscal robusta y técnicamente desarrollada e implementada, ya que
estos modelos son propios de la edad contemporánea.
La grandeza como estadistas de emperadores como Decio, Aureliano y, por encima de todos
ellos, Diocleciano, a través de sus múltiples reformas, no pudo sin embargo materializarse en un
modelo definitivo y efectivo a largo plazo para enderezar los males que afectaban al Estado.
XI - BIBLIOGRAFÍA
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afligidos, aniquilados por jueces malvados y cruentos,tras haber perdido el derecho a la libertad romana, han perdido también el
honor del nombre romano. ... ¿Por qué otras razones se han hecho bagaudas sino por nuestras iniquidades, la deshonestidad de
los jueces, sus proscripciones, sus rapiñas: jueces que han convertido la exacción de tributos públicos en búsqueda de propia
ganancia, y las indicaciones tributarias empresas propias?» (6, 24-26).
26
Carlos CRESPO PÉREZ
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